“A algunos poetas los pasa lo mismo que a los niños de dos años: son muy buenos, pero no se les entiende nada”, escribe Gloria Fuertes (1917-1998) en uno de los textos incluidos en una obra monumental recién publicada para celebrar su centenario, El libro de Gloria Fuertes, que es justo lo que dice su subtítulo, una antología de poemas y un repaso de su vida hecho sin ahorrar esfuerzos y con el trabajo respetuoso y magnífico de Jorge de Cascante, que ha reunido en este volumen poemas de la creadora madrileña, fotos de todas sus épocas, esbozos biográficos, una colección de anécdotas que en la mayoría de los casos no tienen precio y hasta un cómic de Carmen Segovia. Para quien quiera entrar por una puerta grande en el mundo de la autora de Ni tiro, ni veneno, ni navaja, esta es la llave. Otros dos títulos que también salen al mercado para conmemorar la onomástica de esta famosa desconocida, Geografía humana y otros poemas, editado por Nórdica, y Me crece la barba, que sale en el sello Reservoir Books, coinciden en la tarea de recuperar la cara más olvidada de esta mujer que, en cierto sentido, fue devorada por su personaje televisivo y se quedó escondida en una de sus vertientes más llamativas, la de heroína de los niños, divulgadora de ripios que acostumbraran sus pequeños oídos a los ritmos de la poesía.
Confieso que yo no tuve gran interés en ella hasta que una tarde, en Barcelona, el maestro Jaime Gil de Biedma me hizo ver lo equivocado que estaba. A la mañana siguiente, me fui a la librería Laye, a comprar la selección de los poemas de Gloria Fuertes que él mismo había preparado en 1964 para la colección Colliure, Que estás en la tierra. No lo encontré, pero tampoco me rendí, y al día siguiente, al regresar a Madrid, compré en la Cuesta de Moyano sus Obras incompletas, publicadas por la editorial Cátedra, con una dedicatoria manuscrita suya: “A Mauca, mi vida en verso, para que se entretenga. Besitos. Gloria Fuertes, 76”. No sé por qué se desharía de ese tomo la persona a la que se lo firmó, pero ella o quienes lo hiciesen cometieron un error: leí sin detenerme su producción para adultos, por llamarla de algún modo, y encontré auténticas joyas en esos libros a los que, ya de entrada, ella sabía poner nombres extraordinarios: Aconsejo beber hilo, Poeta de guardia, Todo asusta, el citado Ni tiro, ni veneno, ni navaja o hasta la muestra de poemas aparecidos en diferentes revistas que llamó Todas las noches me suicido un poco. No había duda, tenía entre las manos a una escritora magnífica, original, con una voz reconocible, sin duda excesiva, pero con tal cantidad de aciertos que ya entonces me pareció muy injusto el lugar en el que se la había colocado y que con tanto arte define en el final de “Yo, en un monte de olivos”, uno de los poemas que forman parte de Geografía humana: “¡No puedo más!... Me levanto y dicen: / —Ahí va Gloria la vaga. / —Ahí va la loca de los versos, dicen, / la que nunca hace nada”.
Lo anterior deja ver claro que bajo aquella careta de simpatía, descaro y optimismo que vendía en los medios de comunicación, había otra persona, más triste, más sola, algo dolida por la poca atención que se le dedicaba a su obra más seria y que le añadía a esa herida la sospecha de que todo lo que ya es de por sí difícil, empeora en un mundo machista y entregado a lo superficial. Lo resume muy bien otro poema de El libro de Gloria Fuertes: “Parezco loca / aunque no lo estoy, / no parezco poeta / aunque lo estoy. / Parece que vengo / la verdad es que voy. / Me duele, / no estoy buena, / sólo lo soy”.
Su estilo merodeó en algún momento el postismo, y de hecho tuvo una relación más o menos amorosa con el gran apóstol de ese movimiento, Carlos Edmundo de Ory, y de esa etapa conservó el atrevimiento, las ganas de jugar con las palabras. Pero su trabajo también tenía otras cosas, por ejemplo un fuerte contenido social, nada raro en una hija de perdedores, gente humilde, tal y como nos recuerda Jorge de Cascante: su padre era portero en La Gota de Leche, una casa de beneficencia para madres pobres, y su madre costurera y también limpiadora en el semanario Lecturas, que entonces era una revista cultural —de hecho, ella publicó allí sus primeros versos, dejándolos una noche sobre la mesa del director—. Al quedar huérfana, entró a trabajar en Talleres Iglesias, una fábrica de armas para la República, que fue bombardeada en la Guerra Civil; después, fue secretaria en el Ministerio de Información y Turismo, hasta que consiguió colocarse como bibliotecaria. Y su obra, lógicamente, reflejó aquel mundo donde a los que no tenían casi nada, tampoco les quedaba más alternativa que denunciarlo. “¡Hago versos, señores!”, que podemos encontrar en Me crece la barba: “Hago versos, señores, hago versos, / pero no me gusta que me llamen poetisa, / me gusta el vino como a los albañiles / y tengo una asistenta que habla sola. / Este mundo resulta divertido, / pasan cosas, señores, que no expongo, / se dan casos, aunque nunca se dan casas / a los pobres (…) / Sigue habiendo solteras con su perro, / sigue habiendo casados con querida, / a los déspotas duros nadie les dice nada, / y leemos que hay muertos y pasamos la hoja, / y nos pisan el cuello y nadie se levanta, / y nos odia la gente y decimos: ¡la vida! / Esto pasa, señores, y yo debo decirlo”.
El libro de Gloria Fuertes recoge muchos episodios que hablan de uno de sus rasgos más recordados, su sentido del humor, por ejemplo cuando en una entrevista le preguntaron cómo pudo superar la muerte de su gran amor, la profesora norteamericana Phyllis Turnbull, que fue su pareja durante décadas: “Fui al Metro a matarme, pero al sacar el billete ligué, y en lugar de tirarme al tren, me tiré a la taquillera”. Pero eso era de cara a la galería, en sus adentros, los que se dejan entrever en su poesía de aquella época, la que forma su libro Sola en la sala, el dolor y el abandono se hacen patentes: “Me pasé nueve meses / con la lágrima puesta y subí al cielo. / Improvisé unos versos / expresivos, brillantes / —como siempre fueron los ojos de los niños—. / Como siempre, desperté. / Volví en ti”. O este otro, en forma de aforismo: “Se bebe para olvidar una cosa / y se olvida todo menos esa cosa”. O un tercero en el que merodea ese mismo asunto, el del impulso destructivo: “¿Cómo creéis que estoy? / Desolada sin sol / en tinieblas con cierta claridad / arañada sin arañas / muy madura para no sé qué. / He ahí el dilema: ¿Seguir? ¿No seguir?”. Aunque quizá el que mejor describa su estado depresivo sea “Interior con mariposa muerta”, presente tanto en El libro de Gloria Fuertes como en Me crece la barba: “Interior con mariposa muerta en el sofá. / Oxidadas tengo las bisagras de mis ojos / de tanto llanto llano; / se me van empequeñeciendo estas niñas / que ayer me miraban alegres / desde el fondo del espejo; / desde el fondo de la botella / me miran taciturnas / las pasadas horas felices. / ¡No me basta el pasado! / ¡No quiero que se pase! / Y el pasado me pisa y me posa / y al final me posee, como una amante religiosa. / También había un ángel inocente / saltando a la comba con una culebra. / Todo esto acabo de verlo / en el fondo del fondo / de la botella”.
Estos tres libros de la interesantísima poeta que fue Gloria Fuertes demuestran de sobra que se equivocó Mauca, fuese quien fuese, o se equivocaron sus herederos, al librarse de su ejemplar de Obras incompletas, mientras que dio en el clavo Jaime Gil de Biedma al incitarme a que la leyese. Tiene calidad, tiene emoción, tiene cosas que decir. Que algunos no quisieran escucharla fue un error. Que casi todos la diesen de lado en los últimos momentos, por desgracia, es ley de vida. Ya lo dijo ella en otro de los poemas que se recuperan en Geografía humana: “Era una mujer fuerte y dulce. / Llegó a ser famosa, / tenía muchos amigos / pero siempre estaba sola. / (¡Anda, si era yo!)”.
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- El libro de Gloria Fuertes. (Antología de poemas y vida). Edición de Jorge de Cascante. Blackie Books, Barcelona, 2017.
- Geografía humana y otros poemas. Prólogo de Luis Antonio de Villena y epílogo de José Hierro. Ilustraciones de Noemí Villamuza. Nórdica, Madrid, 2017.
- Me crece la barba (Poemas para mayores y menores). Edición de Paloma Porpetta. Reservoir Books, Barcelona, 2017.
*Benjamín Prado es escritor. Su último libro, Benjamín PradoMás que palabras (Hiperión, 2015).
“A algunos poetas los pasa lo mismo que a los niños de dos años: son muy buenos, pero no se les entiende nada”, escribe Gloria Fuertes (1917-1998) en uno de los textos incluidos en una obra monumental recién publicada para celebrar su centenario, El libro de Gloria Fuertes, que es justo lo que dice su subtítulo, una antología de poemas y un repaso de su vida hecho sin ahorrar esfuerzos y con el trabajo respetuoso y magnífico de Jorge de Cascante, que ha reunido en este volumen poemas de la creadora madrileña, fotos de todas sus épocas, esbozos biográficos, una colección de anécdotas que en la mayoría de los casos no tienen precio y hasta un cómic de Carmen Segovia. Para quien quiera entrar por una puerta grande en el mundo de la autora de Ni tiro, ni veneno, ni navaja, esta es la llave. Otros dos títulos que también salen al mercado para conmemorar la onomástica de esta famosa desconocida, Geografía humana y otros poemas, editado por Nórdica, y Me crece la barba, que sale en el sello Reservoir Books, coinciden en la tarea de recuperar la cara más olvidada de esta mujer que, en cierto sentido, fue devorada por su personaje televisivo y se quedó escondida en una de sus vertientes más llamativas, la de heroína de los niños, divulgadora de ripios que acostumbraran sus pequeños oídos a los ritmos de la poesía.