El rincón de los lectores
‘La habitación de Nona’ y el taller juvenil
A raíz del último premio de la Crítica a Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) por La habitación de Nona, decidí llevar el libro al taller juvenil. Sí, hay un grupo de personajes, de los 12 años en adelante, que acuden a él porque tienen pasión por la literatura, por escribir cuentos, poemas o novelas juveniles, y donde encuentran un lugar para expandir su sensibilidad.
Iba a leerles el cuento último del libro, el de los Wasi-Wanos, por lo que tiene de fantástico, que en esta generación ha venido a sustituir las antiguas novelas de aventuras de mi infancia. Claro que dentro de la literatura fantástica les he metido a Calvino, Kafka y Poe y, de paso, salimos de Harry Potter o las novelas de Laura Gallego.
Como decía, iba a leerles el último cuento del libro, pero a raíz de la lectura de un relato de una joven tallerista, 15 años, que no sabía cómo finalizarlo, decidí leer en voz alta "La habitación de Nona", que abre el libro y le da el título. Cuando leemos algún texto muy bueno, se produce un momento mágico: ni un estruendo en la calle les desconcentra ni les saca del suspense, alrededor de la mesa 14 personas, quietos los pies, el suspiro contenido, casi sin pestañear, escuchando lo que otro compañero va leyendo en voz alta. Les puedo mirar y no se enteran. Puedo sonreír y no lo perciben, atentos solo a la magia de las palabras que, hiladas una a una, va desentrañando la historia y ese final sorpresivo que, de golpe, les hace reír o suspirar cuando finaliza, con un "¡ay qué bonito!", o "qué pena" si acaba mal, o simplemente se quedan con la mirada perdida en la pared. Sé entonces que están bullendo por dentro cuando comentamos lo que nos quiere contar la historia, cómo está escrita y la importancia de atrapar al lector desde el principio y rematarlo con un final sorpresivo. Es cuando digo: ahora, a escribir igual de bien. Y lo intentan. Y a veces salen textos sorprendentes.
Sé que esto de los talleres literarios o de escritura creativa tiene sus detractores y sus partidarios, máxime con gente tan joven. Pero tengo el placer de capitanear un grupo de entusiastas que me hace ver el futuro de otra manera, que me rejuvenece los sábados por la mañana. Veo cómo chicos y chicas con una sensibilidad extrema para el mundo en que vivimos, que suelen sentirse bichos raros en el colegio porque les gusta leer o escribir, llegan allí, se destapan, crecen literariamente y escriben con una espontaneidad que muchos adultos quisiéramos. He visto cómo alguno se emocionaba hasta el punto de pensar que terminaría con lágrimas, o con un nudo imposible de articular palabra al finalizar la lectura.
Y el otro día, con el cuento de "La habitación de Nona", se produjo la magia. Y entonces supe, sin ningún lugar a dudas, que, independientemente de que a mí me haya gustado mucho ese libro, ese cuento es un gran cuento. Porque sólo los buenos cuentos pueden crear ese clima, ese estar tan atento un sábado por la mañana de primavera, con las hormonas juveniles alteradas y dispuestas a guerrear por las calles. Y conseguir lo que parece imposible. Vi cómo se iban alterando, cómo se estiraban en la silla retirándose del respaldo, a punto de saltar, cómo al finalizar se miraron iluminados. Si un cuento pasa esa prueba, si se produce un soplo o una revelación, el cuento ha cumplido su razón de ser. Y este cumplió las dos cosas. La revelación, en la tallerista que no sabía cómo terminarlo. El soplo lo expresó uno de los más antiguos del grupo que me dijo: "Me ha dejado el cuerpo como cuando leímos a Alice Munro".
Al salir del taller, que por cierto está en el de Clara Obligado, fui pensando en lo merecido y gratificante de este premio, porque está escrito por una mujer y porque es difícil que el premio de la Crítica se lo lleve un libro de cuentos. Solo ha habido un antecedente: ese otro libro magnífico titulado Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
He leído el libro de Cristina Fernández Cubas, todos sus cuentos varias veces, no solo "La habitación de Nona" o los "Días entre los Wasi-Wano", sino el resto, "Hablar con viejas", "Interno con figura", relacionado con el cuadro que aparece en la portada del libro, "La nueva vida", o el magnífico "El final de Barbro", la relación de tres hermanas con un padre al que adoran hasta que una intrusa se casa con él. Es un libro con cuentos espléndidos. Solo me queda recomendarles que, por favor, lean ustedes a Cristina Fernández Cubas.
(En otra ocasión hablaré de las impresiones que se produjeron en el taller juvenil con Balada en la muerte de la poesía, de Luis García Montero).
*Carmen Peire es escritora.Carmen Peire