Este artículo forma parte de un Especial dedicado a la memoria de Joan Margarit, poeta catalán ganador del Premio Cervantes fallecido el martes 16 de febrero a los 82 años. fallecido el martes 16 de febrero
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Martes 16 de febrero. Me levanto de la siesta tranquilamente, voy al baño y me conecto al mundo líquido. El Whatsapp está saturado de mensajes, la mayoría de ellos emitidos por residentes o visitantes del planeta Margarit. No pinta nada bien. Los nervios me hacen terminar de inmediato mi tarea en el baño. Voy abriéndolos y todos son enlaces a la noticia de algún periódico español que se hace eco de la sentencia que el linfoma dictó a Joan hace más de seis meses. A todos voy contestando con un simple adverbio de tiempo, “Ya”, acompañado de unos puntos suspensivos y un emoticono de tristeza. No me nace nada más. ¿Para qué? Esta no es la muerte de un escritor al que admire excesivamente, al que haya leído con absoluta devoción cada título, un escritor que haya rajado mi vida entera varias veces en tan solo una página. Bueno, evidentemente, sí que lo es, pero no es comparable a lo que siento cuando sé que Joan se ha ido.
Advierto, confuso, que no me ha llegado ningún mensaje de Antonio Lafarque, ambaixador bético del gobierno de Margarit. Imagino cómo debe de estar su ánimo. Le escribo rápidamente, le doy el pésame, le pregunto si sabe algo de cómo fueron las últimas horas del maestro, me cuenta alguna anécdota entrañable sobre la lucidez de Joan hablando con su hija Mònica. La piel erizada. Le digo a Antonio que me voy a echar un ron con miel y brindamos a la salud del arquitecto del dolor. El ron canario es la bebida que Lafarque y yo más tomamos en el proceso de preparación del monográfico Joan Margarit, uno de los nuestros, que se publicó en la revista El coloquio de los perros, allá por 2007.
Joan pasó su adolescencia precisamente en Canarias. Y así, con casualidades favorables como esta, paso el resto de la tarde, hasta bien entrada la noche, haciendo inventario, generando anotaciones mentales como en el Je me souviens de Perec.
Me acuerdo de la primera vez que me hablaron de Joana; el poeta murciano Antonio Aguilar me recomendó ese libro sin avisarme del motivo que lo inspiró, cosa que agradecí posteriormente.
Me acuerdo de recitales bilingües de Joan en Almería, solemnes y teatrales; un hombre alto y de pie nos dejaba sobrecogidos.
Me acuerdo de carcajearnos juntos en una cena con la periodista Nativel Preciado, explicándole la curiosa etimología del gallopedro y aceptando la imposible brevedad del soneto.
Me acuerdo de una pregunta suya cuando viajábamos en autobús: “¿Te llamo Juan de Dios o solamente Juan?”, y yo respondiéndole: “Si tú quieres, llámame Joan de Déu”.
Me acuerdo de su llamada telefónica, el pasado agosto, para agradecerme unas palabras que había escrito sobre él y anunciarme su enfermedad; le pedí, cambiando de tema, que me narrara cómo vivió el concierto del viejo Chet Baker en la Barcelona del 81, y lo hizo, por momentos, con el entusiasmo de un veinteañero.
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¿Y sus poemas? ¿Por qué no he acudido a sus versos hoy? ¿Y su obra? ¿Por qué no la he citado apenas? Casi ni pienso en ella, con la certeza de que es la culpable de todo el amor encendido que siento ahora ante la muerte del meu amic.
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Juan de Dios García es escritor y codirector de la revista de literatura El coloquio de los perros.
Este artículo forma parte de un Especial dedicado a la memoria de Joan Margarit, poeta catalán ganador del Premio Cervantes fallecido el martes 16 de febrero a los 82 años. fallecido el martes 16 de febrero