El rincón de los lectores
Cantos que adelantan la primavera
La muerte de Joan Margarit nos ha dejado huérfanos de su sabiduría, pero no de sus versos, que se enriquecen en cada lectura. Y mientras, este febrero loco, que pasa de los hielos a los soles, nos adelanta cantos con resonancias de primavera. El jerezano José Mateos sigue salvando la luz en poemas esenciales, casi transparentes, ahora en la editorial Milenio. También José María Álvarez sigue ahondando en sus constantes, extrayendo una inimitable intensidad de sus viajes, sus relecturas y sus citas. Además, por fin tenemos la ocasión de leer más despacio a la australiana Judith Writhgt, una mujer que defendió el planeta y las culturas aborígenes al tiempo que escribía una poesía poderosa. Tampoco paran de llegarnos poemas inéditos en español de la polaca Szymborska, esta vez poemas juveniles que nunca llegó a publicar en libro pero que apuntan el talento que iría puliendo hasta merecer el Nobel.
Primavera, año cero
José Mateos
Milenio
Lleida
2020
"Y cómo / le cuesta al alma ahora / aprender lo que sabe". José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) sigue en su persecución de lo esencial un camino que ha ido describiendo en libros anteriores: en Otras canciones (2016) o en Un sí menor (2019), donde aún aparecían escenarios urbanos, como un hotel, un hospital. En Primavera, año cero, le sobran la ciudad y todas sus razones. Apela a los elementos: "No la zarza o el muro; / el agua que resbala entre las manos". Las palabras parecen resonar directamente desde la naturaleza, prescindiendo de intermediarios: "Ya solo sé decir palabras sin sentido. / (…) Ya solo sé decir lo que me pierde, / lo que me hiere / al borde del camino, entre la brisa / de esas hojas de un álamo". Pero antes de abandonarse, Mateos ha ido dejando las emociones enredadas en árboles y en animales libres: en el pájaro que "se atreve / a cantarte, / recóndita, / suavísima alegría", o en el Guadalete, "río de pocas palabras / y certezas. Río hecho / de olvido, con esa calma / de lo que pasa por dentro", o "en este balcón alto, ante un paisaje / de interminables viñas que bajan del ocaso, / siendo feliz casi sin darme cuenta". La felicidad es ese raro abandono, esa falta de afán que a veces sorprende cuando no se la espera, y entonces hay que fijarla con palabras en el poema para que se comparta y se difunda. La familia asoma como una prolongación de la naturaleza. Lo que resalta es precisamente lo que tiene de incontrolable. Así en "Genética" dice: "A veces me sorprendo oliendo a ti. // O me asusta tener no sé qué gesto / que yo recuerdo idéntico a uno tuyo". Y, al igual que en el libro anterior había un poema estremecedor, memorable, dedicado a su madre, en este hay uno que se titula "Madre" y es también muy expresivo, muy verdadero en su aparente sencillez, en su sentido que va escapándose de las manos como el agua del río. Al final "Todos / se van. 'Todos nos vamos / más temprano o más tarde', / nos decían las nubes / raudas y el ciprés recto / a cada instante. / Y cómo / le cuesta al alma ahora / aprender lo que sabe".
Poemas escogidos
Judith Wright
Pre-Textos
Valencia
2021
"Cuando se pierdan la hoja y el pájaro postreros / como un árbol perdure mi pensamiento aquí". En el tiempo de devolver la voz a las mujeres que nos perdimos, es obligatorio referirse a Judith Wright, que luchó toda su vida por preservar los ecosistemas amenazados y los derechos de los aborígenes como si fueran una misma cosa. Y lo hizo con ensayos ardientes y certeros pero también con poemas de una contundencia cristalina. Cuando hablaba del planeta, hablaba sin tapujos, y cada día lleva más razón: "celebro el torbellino, la sequía inaudita, / el arroyo agostado, el furioso animal / que aguarda retador, / pues nos destruye aquello que matamos". Nacida en Nueva Gales del Sur en 1915, la australiana Wright tuvo que ganarse su derecho a ser oída antes de defender con sus versos el planeta cercado: "la sangre que me late es la que me legaron / y mi pecho es la casa donde ellos se disputan el poder, / todos con el deseo de salvarme, / de transformar mi ser en el de otros". El pecho del que habla en el original inglés es su propio corazón, casi comestible en manos de los patriarcas. Qué difícil traducir esa potencia a pesar de la digna traducción de José Luis Fernández Castillo, que ha agavillado y vertido una selección de los poemas de Wright para que por fin la conozcamos. Solo la enorme distancia física que nos separa de nuestras antípodas y tal vez la hegemonía política de los que no quieren que nada cambie pueden explicar que haya tardado tanto en llegar a nosotros esta voz. Físicamente la poeta murió en Canberra en el año 2000, pero mientras vivamos sabremos por ella que "el escritor en el cuarto encendido / ni es un solitario ni está solo" y que "el tiempo nos confina en nuestra mente, / pero nos deja una ventana abierta: el arte". La poesía de Wright funde el ser con el paisaje, por ejemplo encarna febril a las cigarras: "esta es la luz salvaje que nuestros sueños anunciaron / mientras, inconscientes, formábamos ojos y alas, / mientras en nuestro sueño aprendíamos la canción del mundo. / Cantad ahora, hermanas; trepad hacia ese oro insoportable".
Música para el funeral de la libertad
José María Álvarez
Renacimiento
Sevilla
2020
"El esplendor del sol se ha ido / como una succión / que me lleva nadie sabe a dónde". El cartagenero José María Álvarez (1942) vuelve fiel a sus citas con el atardecer, con la nostalgia de un mundo de relecturas y viajes: "Y eso es todo lo que el Arte pide. / ¿Qué importa su creador? / Solo si merece ser amado. / Si ha hecho mejor el mundo". Ni siquiera parecen preocuparle los títulos. Este poemario se llama Música para el funeral de la Libertad, que suena grandilocuente, excesivo en su decadencia. Porque hay en la poesía de Álvarez muchos días pasados y muchos atardeceres exóticos que se parecen entre sí, y cada vez más desencanto y rabia por un presente que no le gusta, cada vez más un refugiarse entre los clásicos, en citas escogidas como flores del jardín de la memoria. "Ojalá / pudiéramos mirar nuestra vida / así, hecha de pedazos que ya ni sabemos / de dónde vienen, pero bañados por una luz / de dicha, de aventura, eternos, porque nos dicen / lo que de verdad somos: la imaginación, el / deseo / de ver, gozar, sentir lo extraordinario". Álvarez nos sigue abriendo estancias de rara belleza, como el poema "Última imagen en aquella librería", donde evoca a su madre, o también otro titulado con un latinajo interminable, que coparía el artículo, y que dedica a su propia librería, a esos libros que el último sol acaricia una vez más y cuyo porvenir, más allá de su vida, ensueña con dolor. De vuelta de todo, Álvarez recuerda, despide y agradece: "Cómo agradezco / haber estado aquella tarde allí / y que me visite ahora". También rinde homenajes, le aconseja a un joven poeta: "Acepta la Soledad. / Lee a los antiguos. / Ten pocas cosas: lo que quepa en tu maleta. / No tengas otra patria que la literatura. / Jamás discutas con el Destino". Álvarez se muestra siempre fiel a las reglas y a sí mismo, y despreocupado por lo que puedan pensar quienes lo lean: "Sólo existe la página en blanco / la desesperación ante la belleza inalcanzable // La / Poesía / como Hamlet decía de la Muerte / Esas tierras inexploradas / de cuyas fronteras ningún viajero / ha vuelto".
Canción negra
Wislawa Szymborska
Nórdica
Madrid
2020
Poesía de periferia
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"Antes de que el jardín se mueva hacia la sombra / tengo que cambiar mis ojos por palabras". La historia de Canción negra es sencilla y delicada, como todas las historias de amor. El libro lo componen poemas dispersos de una veinteañera, los poemas con los que Wislawa Szymborska (1923-2012) fue condensando la voz que la llevaría a merecer el Nobel de Literatura en 1996. Poemas por tanto imperfectos, de aprendizaje, en los que imitaba sin darse cuenta y no dominaba aún la rima ni las virtudes que la encumbrarían. Es más que probable que la propia Szymborska le hubiera dedicado en su consultorio de la revista Vida literaria algunos dardos envenenados si la autora hubiera sido otra. De hecho, nunca entregó el libro a la imprenta. Fue su exmarido, el también poeta Adam Wlodek, quien reunió los poemas para regalárselos en 1970. Un regalo cariñoso, sentimental, una cosa entre ellos. Pero después la polaca ganó el Nobel y, una vez fallecida, le fueron sacando de los cajones todo lo que guardaba. También Canción negra, que ahora se suma a las obras en castellano de Szymborska en uno de esos primorosos libros de la editorial Nórdica, que Kike de la Rubia se ha encargado de ilustrar. A pesar de que son poemas de iniciación, contiene perlas. Aquí y allá encontramos atisbos del talento de Szymborska, su ambicioso abarcar: "Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo: / es tan grande que cabe en el cuenco de unas manos, / tan complejo que es posible describirlo con una sonrisa, / tan extraño como el eco de viejas verdades en una oración". Encontramos también versos aforísticos: "los pensamientos son como el viento en una casa vacía". Y esa misteriosa ironía de bruja que jugando condensaba la verdad: «quiero —antes de pasar a ser Ayer— echar una ojeada. / Quiero —antes de pasar a ser Mañana— hacerme una idea". Encontramos sobre todo un poema magnífico, "Cumbre", plenamente logrado. Los traductores Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz se han encargado de verter al castellano estos versos juveniles desde el polaco original. Un libro para fanes y para coleccionistas, que también pueden disfrutar los lectores pacientes.
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Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es Arturo TenderoEl otro ser (La Isla de Siltolá, 2018). Estas reseñas y otras más de poesía pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.