Los diablos azules
Hilos literarios
Hace poco he caído en la cuenta de que leo muchos libros escritos por mujeres. No es tan solo por una posición militante, sino porque me parece que hay muy buenas escritoras, con mucho que decir y que, en cambio, sus libros pasan desapercibidos en bastantes ocasiones, incluso aunque hayan sido premiados. Un libro te lleva a otro, como pasa con las demás manifestaciones artísticas: si ves una película mala se te quitan las ganas de volver, si no, continúas yendo; si vas a un concierto en el que todo es redondo, buscarás otro en la cartelera y si no, te quedarás en casa. Si una obra de teatro te agarra por el estómago, seguirás buscando similares puestas en escena. Y me he dado cuenta de que en el último año he leído libros de mujeres que me han gustado, unos mucho, otros no tanto, pero que me han animado a continuar leyendo a mujeres.
Uno de esos libros ha sido El asesino tímido (Seix Barral), de Clara Usón, escritora la que conocía por su excelente novela La hija del Este, en el que nos cuenta la guerra civil en Yugoslavia a través de la hija del criminal de guerra, el general Mladic, con bastantes visos de novela histórica. En El asesino tímido nos propone una historia radicalmente distinta, centrada en los años de la transición española y con un enfoque mucho más íntimo.
Utilizando como excusa a una actriz de cine de serie B en la época del destape, Sandra Mozarovski, que debió de empezar muy pronto pues falleció al parecer con 18 años en circunstancias poco claras, nos acerca a los años del cambio tras la muerte del dictador, introduciendo también su propia vida (ambas tenían la misma edad), al principio sin saber muy bien por qué, y va tratando diferentes temas: el suicidio (versión oficial en la muerte de la actriz); planteamientos filosóficos en torno a él; la explosión de los años ochenta y el tema de las drogas.
En la primera parte del libro plasma un mosaico en el que combina la vida de la actriz y recuerdos suyos de adolescente; las ansias de vivir y los estragos de las sobredosis; el suicidio y lo que tres autores podían opinar de todo ello: Camus, Pavese y Wittgenstein, este último con quien más se identifica la autora, o al menos a quien más desarrolla en la novela, hasta el punto de imaginarse formando parte de la vida y de la familia del filósofo. Esta especie de rompecabezas con mezcla de autoficción, pensamiento filosófico y trabajo de investigación en torno a la vida de la actriz, termina confluyendo en una solo eje: tras cuestionar con bastantes datos que era difícil que la actriz se suicidara, que al parecer estaba embarazada y que fue amante del rey, Clara Usón la utiliza para que sea ella, la actriz, la que represente la parte de la vida de la autora que ella quiere darnos a conocer: su particular descenso a los infiernos, sus sucesivas tentativas de suicidio, el enfrentamiento con una madre atípica, moderna, fumadora y alcohólica que despotricaba de la reducción vital a la que se veía sometida como madre, pero que se convierte en una leona defendiendo a su cachorra y velándola en cada entrada y salida del hospital, en cada caída en el mundo de las drogas, en cada clínica de desintoxicación.
La primera parte del libro, aunque se lee muy bien, en un estilo más bien periodístico, me pareció plagado de lugares comunes, de aspectos ya tratados sobre lo que fue la Transición, las ansias de vivir, el desengaño, la aparición de las drogas en nuestras vidas, los abusos, la necesidad de follar a diestro y siniestro y todo lo que el destape supuso de una falsa libertad, pues a la postre fue más que nada una cosificación femenina.
Sin embargo, la segunda parte, una vez que ella misma aclara que le gusta la escritura desatada y el desorden, cuando se desnuda y nos lo presenta casi como escenas de película, el libro gana en intensidad, te agarra de las tripas y no te suelta hasta el final, incluido el homenaje a su madre, con la que se reconcilia cuando está ya muerta.
Para prepararnos a las páginas más intensas del libro, en la página 124 nos dice:
“Recelo de las abstracciones y, como antigua abogada, me repugnan las normas, no creo, por ejemplo, en la UNIDAD de la novela, pienso, como Cervantes, que la novela es “escritura desatada” y que en ella cabe todo, incluso el desorden, si tiene un propósito, pero hace ya unas cuantas páginas que me reconcome la conciencia, ¿cómo puedo justificar los saltos inopinados de Sandra Mozarovski a mi madre, de mi madre a Wittgenstein, del rey a mí misma? , ¿sé adónde voy?; voy a algún sitio? (y si voy a algún sitio, ¿por qué doy tantos rodeos?)”.
Yo también me lo pregunté. Hasta que al final descubro su propósito, enfocado casi en lenguaje cinematográfico, en lo que son, al menos para mí, las mejores páginas del libro, el capítulo de Vicio y Perdición, planteado como escenas:
NOCHE. INTERIOR DE UN PEQUEÑO Y COQUETO APARTAMENTO./ CIUDAD DE MÉXICO. EXTERIOR. CANAL DEL LAGO XOCHIMILCO./ CIUDAD DE MÉXICO. HABITACIÓN DE HOTEL./ INTERIOR. BAR DE HOTEL./ EXTERIOR NOCHE. CIUDAD DE MÉXICO. PLAZA GARIBALDI (seis margaritas después) Voz en OFF.
Aquí encontramos la literatura como redención, como ajuste de cuentas con nuestro pasado. Al fin y al cabo esas son las dos grandes fuentes de inspiración en el arte: lo que emana de nuestra experiencia y lo que desarrollamos de la observación del mundo que nos rodea. Las dos son válidas siempre y cuando estén muy bien escritas, siempre y cuando sea literatura, esa forma de acercarnos a los sentimientos humanos, a nuestras debilidades y misterios.
De este libro he saltado a otro, Los intactosLos intactos (Pre-Textos), de María José Codes, de la que no había leído nada anteriormente y que con esta nouvelle ha ganado la XXV edición del Premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Una novela inquietante, concisa, en la que no sobra ni falta nada, en la que el misterio de lo que ha pasado, el trauma de dos mujeres que han tenido una experiencia muy dura que apenas se desvela pero que se deja entrever al final del libro, sirve como excusa para un tratamiento terapéutico, de aislamiento de tres personajes y la posible redención o cura con un supuesto trabajo, la restauración de un cuadro. Se mezcla entonces la sensación de claustrofobia, el amor por el paisaje, un paisaje extraño e inquietante como un lago que produce placidez y miedo por sus corrientes internas, como los sentimientos y pasiones de esas personas. Se nos habla del significado del arte, de las incógnitas y misterios, de la atracción sexual, de la mentira como forma de encubrirnos y, cómo no, se nos desvela el título al final: Los intactos, las personas que se salvan en un atentado (o accidente, o enfermedad, da igual, es extrapolable) mientras que sus seres más queridos mueren y queda el poso de la mala conciencia por seguir viviendo. Son los que salen intactos físicamente pero dañados para el resto de sus vidas. Todo ello narrado en un formato, el de la novela corta, que me gusta mucho, acaso por estar a caballo entre el cuento y la novela y necesitar de las virtudes de ambos géneros para que sea eficaz y atrape. Un libro bello que ha pasado desapercibido.
Por ese hilo invisible que une a los libros —y, aunque pareció casual luego me di cuenta de que no lo fue tanto—, cayó en mis manos otra novela, El sol de las contradicciones (Alianza), de la escritora Eva Losada, responsable también de un lugar llamado La plaza de Poe, donde se anima a todo lo relacionado con la literatura.
De nuevo lo mismo. El sol de las contradicciones ganó el XVIII Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones. Me temo que para muchos lectores pasó desapercibida, como también para mí. Un encuentro con la autora en el espacio creativo La Plaza de Poe, donde nos intercambiamos libros (cómo me gusta hacerlo, es una forma de visibilizarnos entre nosotras), me arrojó a sus páginas. Según iba leyéndolas fui intuyendo el hilo invisible que me llevó a ella. Contiene dos argumentos que están en las anteriores: coincide con la primera, la novela de Clara Usón, en el ambiente de la década de los ochenta, la explosión de creatividad en una ciudad como Madrid y el abuso de las drogas, en concreto de la heroína, y la de vidas y aspiraciones que truncó o segó. La protagonista tiene una galería de arte, quiso ser escultora y la vida le empuja, en su primera mitad, a ser galerista y renunciar ella a su propia producción. Este hilo narrativo nos acerca más bien a la contradicción entre la mercantilización del arte y su propia creación, a la necesidad de dar a conocer lo que se crea y en la dificultad de preservar el talento. Pero a la vez nos plantea la otra faceta: el arte como mecanismo liberador de nuestros miedos y nuestros traumas. Y aquí aparece el nexo con Los intactos de María José Codes.
¿Por qué estas tres novelas escritas por mujeres, con estos hilos invisibles entre ellas, han sido las que he leído, seguidas, una tras otra, sin tener ni idea del argumento? Hay algo inconsciente en la lectura, como cuando descubres a un autor y te lanzas a leer todo lo que ha escrito hasta devorarlo, estrujarlo, chuparlo y saborearlo, y dejar de él solo la raspa o los huesos, en un afán fagocitador para que se te quede todo dentro: es como si todo lo que has devorado tirara de ti en una dirección u otra y fuera llevándote de un libro a otro, como una película te lleva a otra. Tú crees que escoges, pero no, el arte te escoge a ti, en este caso han sido los libros los que me han escogido, estoy segura.
Y a propósito de todo ello: ¿alguien no ha leído aun la novela de Almudena Grandes, la última de los episodios de una guerra interminable, Los pacientes del doctor García? Fue mi lectura previa a estas tres aunque no hay argumento similar, salvo que todo forma parte de un país en el que vivimos y que suele ser bastante amnésico con su pasado. Ah, Norman Bethune, uno de mis iconos de mi juventud, entre las páginas, como un actor más de la historia. Para mí por encima de la nazi, de Clara Stauffer, pero es que una tiene sus debilidades. Ahí lo dejo, para quien quiera.
*Carmen Peire es escritora. Su último libro, Carmen PeireCuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).