La vida del poeta y novelista Jorge Galán (San Salvador, 1973) sufrió un cambio brusco con la publicación de su novela Noviembre (Tusquets, 2016). La vida en El Salvador no es sencilla, acentúa los problemas comunes de su entorno por culpa de la violencia de las maras, pero Jorge había encontrado un hueco de paz y de imaginación para escribir sus historias. La situación cambió de forma radical cuando apareció un libro conmovedor, a la vez creación narrativa y crónica histórica, sobre el asesinato de seis jesuitas y dos mujeres dentro de las instalaciones de la Universidad Católica, en una madrugada de noviembre de 1989.
La crueldad de la guerra civil devoró a un grupo de sacerdotes que habían dejado testimonio cristiano de su ayuda a los desfavorecidos, su apuesta por la justicia y su rechazo a la prepotencia de un poder oscuro. Ignacio Ellacuría y sus amigos sufrieron la misma sentencia que monseñor Romero. Tras el ruido a sangre fría de las balas, llegó el silencio de la impunidad. La literatura tiene una inevitable vocación de memoria y testimonio, porque las palabras y los recuerdos son el tejido de cualquier comunidad; y Jorge Galán, apenas un adolescente cuando sucedió el crimen, se puso a preguntar, leer y escribir sobre los acontecimientos silenciados. Consiguió incluso que el expresidente Alfredo Cristiani le concediese una entrevista de rara e iluminadora sinceridad.
Noviembre
es una novela que reúne la vida cotidiana de una sociedad, la violencia de una guerra y los sedimentos humanos de donde surge la contradicción del crimen y el sacrificio, la obediencia y la rebeldía, la ignorancia y el deseo de saber. En la narración se dan también por primera vez los nombres de los asesinos y se cuentan las maniobras nacionales e internacionales de los poderes interesados para ocultar a los responsables de lo sucedido. Jorge Galán podía haberse cubierto con las artimañas de la ficción, haber cambiado el nombre de los asesinos, utilizando el famoso lema de que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia. Pero al escribir su relato vivió la historia por dentro y sintió que refugiarse en los parapetos de su miedo suponía una traición humana para los seis sacerdotes y las dos mujeres asesinados el 16 de noviembre de 1989. Decir sus nombres era sobre todo afirmar el respeto y la memoria de las víctimas, recreadas en sus ilusiones y sus miedos con la intimidad de la literatura: Elba Ramos, Celina Ramos, Ignacio Martín-Baro, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Armando López, Joaquín López e Ignacio Ellacuría. Era también un modo de respetar la dignidad del padre Tojeira, obligado entonces a hacerse cargo de la Compañía en medio del dolor, las amenazas y la incertidumbre.
Cuando se publicó Noviembre, Jorge Galán, amenazado y perseguido, tuvo que abandonar su país. El libro de poemas Medianoche del mundo (Visor, 2016), Premio Casa de América de Poesía, es la crónica íntima de esta experiencia de desarraigo en la que una voz se ve alejada de lo que conforma su sentido de pertenencia y expuesta a una realidad ajena. El sentimiento de pérdida y la falta de identificación con el presente provocan una situación extrema, una rozadura en el ser. La fatalidad, la inutilidad y el vacío aparecen como entraña de la condición humana. Por eso el tono de la poesía de Jorge Galán asume la seriedad metafísica en su sentido más profundo.
La primera parte del libro de poemas, enlazando con la novela, se titula “La interminable noche de noviembre”. Somos la herencia de los acontecimientos pasados que dejan una sombra interminable. Desde la primera composición, “Habitante”, el lenguaje adquiere una carga negativa: desolación, abandonadas, arrancadas, rota, quebrado, decadencia, maldecido, mancha, serpiente, muerta y varias veces más desolación, son palabras con las que el libro va a convivir. Este primer poema, además, establece una dinámica decisiva para entender la propuesta poética de Jorge Galán: un país se hace individuo, mientras que ese individuo, condenado al exilio, se enfrenta con la totalidad del mundo como ámbito de referencia. De ahí el significado hondo de los primeros versos: “Desolación es mi nombre y el nombre / de lo que me rodea”.
El poeta cuenta solo con el lenguaje para defenderse y reconstruir su difícil identidad. Media noche del mundo es un libro de cuidadosa elaboración, en el que se unen la claridad de las ideas y los sentimientos con un uso frecuente de las estrategias formales de la poesía. El poder de las imágenes refuerza la crisis y la angustia: “el graznido de los cuervos / cuyos picos rayan la eternidad”; “un barco sin timón en una piscina de diez metros de largo, / eso veo en mi mano, líneas que se borran / como ciudades de barro”; “los días se precipitan como cerdos hacia un acantilado” o también “Oh hermana enorme, loba del color de las azucenas sucias”.
El uso de la metáfora, la enumeración, el versículo, el ritmo de la canción o los vislumbres irracionales suponen un esfuerzo aceptado para hacer el poema, ejercicio inseparable del rehacerse a uno mismo, del volver a levantar la identidad que ha sufrido la desgarradura. La voluntad cumple así un papel en el conflicto, es una tarea de definición personal: “Quiero mirar atrás hasta encontrarme. /Quiero golpear un alba. /Quiero golpear un instante del alba/ y mancharme de luz los hermosos nudillos destrozados”.
El carácter religioso de las víctimas en el crimen que ha provocado la huida, pero sobre todo el horizonte cultural en la tradición poética del bien y el mal, hace que el mundo bíblico aparezca a lo largo del libro. Está la ciudad de Jericó, están las trompetas de los sacerdotes con el poder de derribar murallas, esas mismas trompetas que son anuncio del juicio final en el Apocalipsis. Y está el número 7, que es el número de los dioses y la invitación a perdonar setenta veces siete. También está el número 6, que es el de los seres humanos, dentro del sigilo de la organización unitaria de un libro compuesto por 36 poemas: el 6 x 6, la multiplicación de la poesía. Pero el tono trágico del libro se vale del recuerdo bíblico para acentuar el sentimiento de fatalidad, porque el Chico de la Cruz Verde asesinado por siete balazos no tendrá tiempo para perdonar y las trompetas que llamen a la resurrección de los muertos se encontrarán con la nada: “ni puede la oración de la madre y la viuda/ resucitar ninguno de los cuerpos que veo”, nos dice el poema titulado “El sonido”.
El libro señala, por ejemplo, el momento de despedida de una madre, despedida a medias con verdades y con mentiras piadosas, y la dificultad de pisar una existencia nueva, donde “no es simple no desfallecer”. La Navidad vivida en tierra ajena, el recuerdo inevitable de las personas, los olores, los antiguos alimentos y los paisajes cotidianos no hacen más que acentuar el sentimiento de distancia y la falta de pertenencia.
La tierra que lo acoge no puede fundar de forma repentina un sentido nuevo de identidad. El poeta trasciende en su meditación porque sólo encuentra salida a la hora de entender lo inmediato de una manera más amplia en la relación entre el ser humano y el mundo: “Solo extraviado en la terrible lejanía / pude encontrarme en lo inmediato”. Esta búsqueda tiene también sus consecuencias literarias, cuando la disolución obligada del propio yo en busca de una transcendencia colectiva viaja hacia el pasado o hacia el futuro. La confusión del desarraigo, aquello que no se puede entender, facilita un éxtasis de reafirmación: “Ahora debo seguir”. A mano está la vocación poética. La memoria del lugar perdido se convierte en silueta, territorio casi mágico en el que la propia infancia convive con la bruma para ver que “siete cachorros de lobo corren hacia el patio en penumbra”. Por otro lado, la dimensión histórica de este proceso convierte al poema en heredero de todas las fechas y todos los acontecimientos vividos:
Es 1932. Es 1981. Tengo doce años. Tengo sesenta.Una máscara sobre otra máscara, negro sobre negro.Una historia contada a través de un susurro.Es 1941. Pienso en la batalla por Europa.Escenas grises donde la sangre es otra escarcha.Pienso en la nieve llena de hombres con los ojos abiertos.Es 1950. Es 1969. Es 1991 y no soy más que un hombre…
Este humanismo solidario es el apoyo interior ante el vacío. El apoyo exterior está en la naturaleza, en las montañas, los ríos, los árboles, las animales y en la conciencia de una realidad única que se hace y se deshace diluyendo en el tiempo cualquier identidad individual. La experiencia del poeta le lleva a este convencimiento (“no soy un visitante del mundo / soy el mundo”), porque “comprende a qué sabe la inmensidad, esa región / donde el horizonte y el abismo / no poseen ninguna diferencia”.
La segunda parte del libro “Geografía” aborda los mismos temas, aunque suele dirigir los poemas a personajes y situaciones más concretas, a la persona que conviven a diario con las noticias de los crímenes y las desapariciones, a la abuela anciana que no puede ver a sus nietos, al padre que conoció desde niños a los asesinos de sus hijos, al padre y la madre a los que exigen por la fuerza una hija de 12 años o al Chico de la Cruz Verde que fue asesinado con “siete balas como siete maldiciones”.
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La intimidad del poeta es la intimidad de su país enfermo de violencia, la intimidad del mundo que se llena de ruidos en una metamorfosis imparable, cargada de muerte y desolación. La poesía rebelde y terca extiende una y otra vez la mano endurecida, busca a tientas el silencio del mundo, el silencio que permita escuchar las lágrimas, los susurros, las oraciones del ser humano en una búsqueda de una imposible dignidad. Pero que la dignidad sea imposible no exime a poesía de su vieja tarea de buscarla en la Medianoche del mundo.
*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García MonteroUn lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).
La vida del poeta y novelista Jorge Galán (San Salvador, 1973) sufrió un cambio brusco con la publicación de su novela Noviembre (Tusquets, 2016). La vida en El Salvador no es sencilla, acentúa los problemas comunes de su entorno por culpa de la violencia de las maras, pero Jorge había encontrado un hueco de paz y de imaginación para escribir sus historias. La situación cambió de forma radical cuando apareció un libro conmovedor, a la vez creación narrativa y crónica histórica, sobre el asesinato de seis jesuitas y dos mujeres dentro de las instalaciones de la Universidad Católica, en una madrugada de noviembre de 1989.