Al otro lado del telón de acero

Un futuro prometedor - Pierre Lemaitre 

Traducción de José Antonio Soriano Marco

Editorial Salamandra (2025)

Subastar la ética, etiquetarla con un precio sin precisar su valor, para acopiar datos que sostengan un relato. François, el tercer hijo de Angèle y Louis Pelletier, el jefe de sucesos de Le Journal du Soir, periodista también de un programa de la televisión francesa, vende sus principios para poseer una exclusiva. Embota su mente el titular "Yo fui espía en Praga". Él, que había denunciado la "consanguinidad entre la prensa y los que detentaban el poder", serpentea por las cañerías de la Quinta República, presidida por De Gaulle. "Se empieza por aceptar cosas que no se desean y se acaban aceptando cosas que no se aprueban". El cronista secunda a André Gide: "sólo los necios no se contradicen nunca". Trompica por una misión.

François viaja a la capital de la Checoslavaquia comunista, en mayo de 1959. Último año de la década que consolidó el capitalismo. "La valía de un hombre ya se medía por la cuantía de sus ingresos". En esos meses, el castromarxismo comenzó su larga estancia en Cuba. Al tiempo, Juan XXIII demonizó las alianzas entre los adeptos a la cruz y los adictos a la hoz y el martillo, por si a algún fiel le tentaba esa duplicidad diabólica. Faltaban dos años para erigir el Muro de Berlín, el hito de una mojonera, el Telón de acero. (Ocho décadas después, Churchill, que acuñó este deslinde al poco de asentarse la paz, reviviría hoy sus instantes más oscuros por los bandazos del gerifalte de hogaño en el bando aliado). En este homenaje expreso a John Le Carré, François atisba un futuro prometedor cuando despega como informador y aterriza como informante secreto en la otra cara de la muralla ideológica. Persigue la primicia y exclaustrar a un agente oculto. "Los riesgos están calculados". Traicionar a sus convicciones y a su esposa, encadenará y torturará al periodista. A su condición de reportero occidental, "un especialista en mentir, un enemigo del socialismo", añade su opacidad como "espía peligroso". Una amenaza en la orilla rojosoviética.

Las dos riberas arman sus clubs. En Occidente, la OTAN. El Pacto de Varsovia, en el Oriente europeo. Escudos de recelo recíproco. Detrás, los dos bloques ocultan sus marcas nacionales en la carrera atómica. "La coexistencia pacífica es una memez. La realidad es nuclear". Francia ensaya en Marcoule, cerca de Aviñón. "Empujará a Alemania a hacer lo mismo". Inglaterra experimenta en Windscale, a quinientos kilómetros de Londres. Y la URSS, en Kyshtym, en los Urales, a dos mil kilómetros de Moscú. Con una diferencia de once días, las centrales británica y soviética padecieron accidentes de riesgo elevado en 1957. Lemaitre los ficciona en 1959. Contaminaron áreas extensas. La radiación causó más de doscientas muertes en cada lado. "El riesgo nuclear se había convertido en un denominador común entre el Este y el Oeste". Las dos laderas del Telón de acero soldaron las bocas. En los Urales, evacuaron con sigilo a unas diez mil personas. Las dictaduras leninistas impusieron silencio. Las democracias occidentales tampoco dijeron. "Los demás países de la Alianza se solidarizaban con Inglaterra por si en sus territorios se producía un accidente de esa índole en el futuro". Un callar culpable que repercutió en François. Los hechos, como los ahogados, siempre rompen láminas de salitre, emergen por sus fisuras. Se filtran.

Lemaitre ha escrito más de mil setecientas páginas de Los años gloriosos. Confiesa que el pasaje que más le ha desgarrado ha sido la agresión sexual sufrida por Colette, nieta de los patriarcas Pelletier, hija de Jean y Geneviève, "dos personajes balzaquianos". Barajó aligerar la secuencia, incluso eludirla. No explicitar. Pero mantuvo texto y tono porque la realidad no le permite circunloquios. El escritor menciona al cirujano galo abusador confeso de casi trescientos pacientes menores de edad. Como la niña de diez años que acaba de retornar a Francia con sus abuelos, que han vendido su jabonería en Beirut y se han instalado en la campiña del norte. Allí, un vecino ha matado las abejas de los Pelletier al fumigar con pesticidas nocivos. Un ambiente insano. La venganza de Colette, una chica lista y "complicada", desata la cólera perversa del campesino. "El rencor, a menudo más ciego de lo que se cree, hace más daño a la víctima que al culpable". La joven relega el daño a lo íntimo, lo eclipsa. El silencio, otra vez. "Ya no cuenta nada, no habla con nadie…". El cambio acarreará una decisión de "terrible alcance": salir de la casa de los abuelos, después de siete años juntos, para entrar en la de sus progenitores y su hermano Philippe, "más patético que malo". "Irse a París con sus padres, no era peor que caer en manos de Macogne (su violador)". Adiós a la infancia.                                                              

La familia como regazo y aspersor de neurosis. Los Pelletier compendian esta querencia del escritor francés por anudar intrahistoria y grandes acontecimientos. La marcha de Colette acelera el declive de Louis. A sus setenta y un años, "vivía en una permanente ansiedad por el porvenir". Su corazón se dilata, enferma. Afronta la imposibilidad de "construir una dinastía". Desprenderse de Louis Pelletier le duele a Lemaitre. Le aboca a un salto al vacío. Destapa que en ese nombre late, emboscado, otro hombre: Albert Maillard, el antihéroe de Los hijos del desastre, la trilogía donde relata las entreguerras. Louis y Albert se ven allá arriba, "un hecho intrínseco de la vida".

La raza pura

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Y un imperativo para el narrador, que desvela claves de su oficio. "Tengo que hacer limpieza" de personajes. Los seis nietos Pelletier le obligan a desembozar arterias de la trama. Además del apellido, los ligará un estribillo de Los años gloriosos que ignoran todos, menos la malévola Geneviève: los asesinatos sin porqué de Jean. El primero de la segunda generación de este linaje disfuncional -todos lo son, mantiene Lemaitre- no hallará ocasión de justificar a su padre el fracaso como heredero del negocio familiar. Ahora que triunfa como empresario de una cadena de supermercados y franquicias, "es demasiado tarde… Mi éxito no le interesa". Al repasar la trayectoria de la saga, la matriarca, Angèle, "no veía ninguna época en que Jean no hubiera necesitado ayuda, apoyo, compasión…". El primogénito protagonizará el último volumen de este período de expansión. Lo fechará en 1963. Cuando rezumaba la crisis de los misiles por Cuba y J. F. Kennedy murió asesinado. "Nada quedaría impune", anuncia Lemaitre.

Punto de partida para adentrar la tercera línea Pelletier en los despojos de un esplendor que arrancó por necesidad tras una devastación, y acabó por el abuso sin freno de una abundancia que supusieron inagotable. La penuria energética desnudó el cortoplacismo de tener. Un magma que penetró en las maneras de ser por un plazo sin fecha. Persiste en los jefes devoramapas, que inquietan como gritos destemplados en la noche. Lemaitre novelará las causas de esta prolongación del siglo XX en dos o tres volúmenes, aún duda. Abarcará desde las secuelas del socavón que sacudió el consumismo atolondrado hace cincuenta años, hasta la caída del Muro berlinés, en 1989, icono de los escombros del dogma comunista. El aparente final del telón de acero bipolar. Culminará su empeño de contar el es desde el érase. Promete el futuro.

* Prudencio Medel es periodista.

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