La raza pura

Los niños de Himmler - Caroline De Mulder (Traducción de Patricia Orts)

Editorial Tusquets (2025) 

El toro canadiense Sultán llenó un hueco en la historia cuando lo compró el gobierno de Cantabria en 1988. Pareció un antojo de un millón de dólares, el precio más caro pagado hasta entonces por un semental en Europa. El animal exhibía un doble certificado de excelencia racial, como un par de grados universitarios. Un auténtico frisón holstein americano. Lo instalaron en una cuadra amplia de un centro de selección, inseminación y reproducción. Lo nutrieron como a un deportista de récord. Doscientos herederos continúan su propagación seminal para mejorar la cabaña vacuna y la leche de la cornisa. La eugenesia bovina de machos que no contactan con las hembras que preñan.

La cantante noruega del grupo sueco ABBA, Frida, contactó con su padre biológico, Alfred Haase, pastelero después de militar nazi, tres largas décadas después de nacer. Cuando supo que no había muerto, como le habían contado, este invasor de Noruega y seductor de la madre de la artista, Synni, fallecida en septiembre de 1947. "Mamma mía!". Su única hija no tenía aún dos años. El origen vikingo de las mujeres escandinavas las convirtió en vientres muy deseados para que los sultanes arios de las SS malengendraran el proyecto Lebensborn, "fuente de vida". Frida nació medio año después de caer el imperio hitleriano. Morena, sus rasgos no correspondían a la gama sobresaliente de la raza. Las mezclas que procura la eugenesia. Los úteros no son probetas.

"No le gustan los alemanes" a Renée, normanda de dieciséis años. Se contradice al enamorarse de un soldado nazi en julio de 1944. Una velada, desinhibida por el alcohol, tras "un abrazo entre borrachos", concibe una criatura del combatiente de las SS. "Su noche, la única y la última". Sus progenitores y los franceses resistentes a las tropas de Hitler la repudian. "Sus padres la han abandonado. Francia le ha escupido en la cara… Se convertirá en alemana", sin hablar el idioma. La acogen en un chalé "excesivamente grande", donde flamea la bandera negra de las SS: "el lugar no parece un cuartel, menos aún un hospital. Podría ser, más bien, un alojamiento vacacional muy bien conservado". Cunas, canastillas, pañales, biberones, gorjeos y llantos de los niños de Himmler. Un hogar, un Heim, "lleno de mujeres alemanas", gestantes como ella o madres recientes.

Renée ignora dónde reside. Ya había vivido veintitrés días en la maternidad nazi de Lamorlaye (la única abierta en Francia, entre febrero y agosto de 1944, cuando la guerra cercó esta mansión de los chocolateros Meunier), recomendada por su novio y, sin embargo, enemigo. Ahora, se encuentra en el Heim Hochland, en Steinhöring, cerca de Múnich. El primero de la cuarentena de hogares que Himmler diseminó por Alemania —diez—, Noruega —unos quince—, Polonia —ocho—, Austria —tres—, Dinamarca —dos— y uno en Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y el francés mencionado. "Da la impresión de que se está en el fin del mundo". El estruendo bélico no retumba en esas "casas de mujeres".

Caroline De Mulder cobija a Renée en la más emblemática del delirio étnico de Himmler. La creó en 1936, poco después de alumbrar el plan Lebensborn. Una iniciativa personal, admitida por Hitler, del líder de los escuadrones de la calavera y el uniforme negro. Desvarió con germinar una raza germana perfecta para regir un milenio. La religión "vom Besten Blut", la mejor sangre, circularía por el espinazo del régimen. "Bastarán unas generaciones para hacer desaparecer de nuestra Alemania todo rastro de sangre impura. Un siglo, como mucho". Glóbulos sin ninguna mota contaminante desde 1800. Exigía "la pertenencia al pueblo alemán desde, al menos, cuatro generaciones". Los miembros de las SS debían tener cuatro hijos o más. Si con las esposas no era posible, recurrían a mujeres solteras, como Renée. Una opción ante la muerte de alemanes con raigambre en el frente. "No habrá suficientes maridos para todas; hemos perdido muchos jóvenes, muchos de los mejores. Pero, aun así, todas pueden ser madres". Ellos, como el semental Sultán, han de certificar su pedigrí. Las mujeres, como las hembras inseminadas, deben superar una prueba de color de pelo y ojos, forma del cráneo, calidad de los dientes, estatura, peso… Tras evaluarla, el histórico doctor Gregor Ebner, cooperador entusiasta del proyecto y único hombre en ese lugar, acredita que Renée es "principalmente nórdica, con ciertos rasgos ósticos, discretos". Una francesa legitimada para gestar un ario superior.                                                  

"Solo puede permanecer (en el Heim) por el niño" que albergan sus entrañas. Como ella, la mayoría de las mujeres alojadas en esa maternidad son jóvenes "parturientas de calidad excepcional". Dos tercios, madres solteras, aunque "todas interpretaban el papel de joven honesta y, fuera cual fuese su origen, se comportaban como pequeñas burguesas". Algunas solo se quedaban unas semanas, hasta que daban a luz. Renée parirá un mes antes de acabar la guerra.

Una enfermera de "tipo nórdico puro", Helga, fiel al ideario nacionalsocialista, se desvive por las madres y los bebés del Heim bávaro. Los considera vitales para la pervivencia de Alemania. Su diario muestra su evolución moral según la eugenesia desenmascara un rostro inmisericorde. Jürgen (un bebé real que De Mulder exhuma de una fosa de indignidad) nace con una deficiencia el mismo día que Himmler presencia el rito de la bendición del nombre, sucedáneo del bautismo. Integra a las criaturas "en la gran comunidad de las SS" al ungirles la frente con una daga. Ningún padre biológico asiste. La paternidad corresponde al Tercer Reich. Jürgen no supera la criba racial, "no era viable". Le aplican la eutanasia en un psiquiátrico. Culpan a la madre de la "malformación congénita" de su hijo: "mi vientre es una tumba". La esterilizan. Nunca le devuelven el cuerpo desmembrado de su hijo para enterrarlo. Esta inhumanidad inspira las líneas tachadas de las reflexiones de Helga, donde despereza su conciencia. El credo estéril: "todo lo que amo se ha corrompido". La duda: "yo era buena, pero ¿estaba en el lado bueno?".                                                                                                                                                   

La anomalía

Extramuros del oasis, un preso polaco, Marek, representa el contexto de una guerra implícita en Los niños de Himmler. Confinado antes en el campo de concentración de Dachau, ahora trabaja, castigado y famélico, en la construcción de locales auxiliares del Heim. Escarba en la tierra, come mondas de patatas, desperdicios. "Arriesga su vida por llenarse el estómago". Se topa, sin coincidir apenas, con Renée.  

En un lugar de tanta ternura helada, el fuego despertará del ensueño con una raza centenaria. Antes de que los estadounidenses liberaran estos hogares, Himmler ordenó quemar todos los archivos. Quiso arrasar cualquier constancia de los padres de los más de veinte mil bebés nacidos allí. Y de los niños robados en otros países. Solo en Polonia, arrebataron más de 200.000 niños a sus familias. Les usurparon nombres y apellidos. Apenas 20.000 pudieron volver a casa. El humo disolvió un rastro de huérfanos del "difunto Estado nazi". Los que nadie adoptó, los acogieron diversas instituciones. Chicos y madres, como la de Frida, sufrieron la aversión. Enconada en Noruega por la colaboración del gobierno pronazi de Quisling. Les llamaron bastardos y zorras de los alemanes: mutaron de puros arios a parias sociales. Hasta 2018 no les pidieron perdón. Sobrecoge su dolor en el documental Lebensborn: guarderías para la futura élite nazi. Hombres y mujeres que bracean desorientados en su "fuente de vida". El presente de los embriones que Caroline De Mulder describe con rigor y melancolía. La quimera de fabricar bebés excelsos en granjas. Una selección animal. "Nadie quiere a estos niños… ¿Qué han hecho, sino nacer y llorar?". La más amarga canción de cuna.

* Prudencio Medel es periodista.

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