¿Literatura 'profidén'? ¡No, gracias!

Tortugas - Isabel Alba

Acantilado (2024, 163 páginas)

¿Quién nos instó a sentir que podíamos acomodarnos?

Jorie Graham en 'Deprisa'

Nulidad absoluta para moverme por las redes. Entre otras cosas porque nunca he tenido Facebook, ni Instagram, ni TikTok, ni me he rendido a la necesidad masoca de caer cautivo y desarmado bajo la losa facha de ese tontolaba que se llama Elon Musk. Sólo uso correo electrónico y, cada vez más controlado, WhatsApp. Hace poco estuve a punto de borrarme. De momento, sigo. Una vez me hacían una entrevista en un periódico importante y un amigo me dijo que había comentarios sobre eso en su blog. Le pregunté qué era un blog. No se creía que yo no supiera lo que era un blog. Al final entré en el famoso blog y vi que él mismo me ponía a parir porque pertenece a la tropa de los equidistantes en la literatura que trata de la memoria democrática y otro, en la misma línea argumentativa, decía que yo era un terrorista. A tomar por saco los blogs.

Sin embargo, me asedia cada vez más la vieja cantinela: si no estás en las redes, es como si estuvieras muerto y vagarás como un alma perdida por los territorios de Walking Dead. No sé si tomármelo como una recomendación amistosa o como una amenaza. Ahora mismo el debate se centra en si buscar otro sitio menos habitado por los fascistas o resignarte a que te siga provocando dolor de tripas o crisis de ansiedad el lugarteniente de Donald Trump. Conozco a gente que vive un sinvivir entre X (antes Twitter) y crónicos tanganazos de Trankimazin. Se puede vivir fuera de las redes. Se lo juro a ustedes y lo firmo si hace falta ante notario. Hasta me atrevería a afirmar que en el extrarradio de las redes se puede incluso llegar a ser feliz. Sin embargo, les quiero hablar de un libro que contradice todo lo que llevo escrito hasta ahora en esta columna de Los Diablos Azules. Un libro de Isabel Alba que va de las redes. Bueno, de cómo la gente se comunica por las redes. Y no sólo gente joven, sino también gente mayor. En Tortugas, este libro genialmente estructurado y con un ritmo que parece el de los Bee Gees (qué antiguo, ¿no?) a partir de Saturday Night Fever, la familia entera se habla por las redes casi siempre. La madre, la hija, la abuela: Blanca la médica, Sofía la estudiante de secundaria y Estrella la bióloga. Tres mujeres. La familia.

Todo lo graba Sofía. En la casa familiar. En el Instituto. En su vida. Y es aquí donde el giro de guión, de punto de vista, de esa moral que condena el uso de las redes, todo se vuelve otra cosa: otro guión, otro punto de vista, otra moral lejos de la condenatoria. La amistad, el regreso a las horas felices en la casa y fuera de la casa, la denuncia del acoso escolar, la exigencia de un pacto rabiosamente conmovedor por el derecho a una muerte digna, el descubrimiento de que al otro lado de los hilos hay gente –tan mezcla de edades y confluencia de inquietudes– dispuesta a que el mundo y las vidas que lo viven dejen de ser una mierda. Y por si faltaba algo, esa especie de premonición de la dana que ha asolado un amplio espectro del territorio valenciano que me cae tan cerca. Esa Nota de Voz número 200 de Sofía: “¡Toma ya! ¡Flipo! ¡No hay calle! ¡Es un río! ¡Un río marrón! ¡Lleno de remolinos! ¡Lo arrastra todo! ¡El agua está entrando en la tienda de abajo…! ¡Y en el garaje! ¡Y en el portal de casa! ¡En el edificio de la supercomputadora llega casi al primer piso! ¡Hostia! ¡Acaba de pasar un banco! ¡Y vallas! ¡Se lleva los contenedores! ¡Y coches! ¡Son coches! ¡Qué fuerte! ¡Los arrastra la corriente! ¡Y hay gente asomada a las ventanillas! ¡Una mujer en un capó! ¡Ay, ay, que se cae! ¡Resbala! ¡Intenta agarrarse! ¡Ay, que se cae!... ¡La corriente se la lleva! Ha desaparecido. Ha desaparecido al fondo de la calle”. La dana. La maldita dana.

Una copa de vino tinto

El cambio climático que niegan quienes lo niegan todo, menos sus políticas para favorecer a los depredadores del bien común, de lo público, de lo que nos habría de juntar como iguales, de los sueños que esa gentuza ha convertido impunemente en la campa donde campan a sus anchas los salteadores de caminos. Llenar de árboles el sitio donde suceden las despedidas, donde la muerte se libera del peso de la ausencia, de su dolor, del daño que deja en los silencios de la casa. Ese paisaje de memoria a lo Spoon River de Edgard Lee Masters para revivir lo que parecía desaparecido para siempre. Luna y Sofía que se juntan en esa estrategia admirable de cambiarlo todo desde su admirable juventud, desde ese cambio de punto de vista que Isabel Alba impone a su relato con una magistral y rotunda responsabilidad de quien escribe sabiendo que las cosas no están para dorar ninguna píldora. Si quien escribe no baja de la torre de marfil y se llena de barro hasta las rodillas, para qué escribe. La respuesta es sencilla, inapelable: para mantener el estatus de esa ambigüedad tramposa con que, según muchas firmas de la crítica azucarada, alimenta la “buena literatura”. ¡Señor qué cruz con eso de que la literatura no se ha de meter en berenjenales morales! Imposible no hacerlo. En su negativa va incluida un verdadero e indigesto atracón de esas berenjenas.

Como no quiero cabrearme más de la cuenta, que es lo que me suele pasar cuando hablo de la literatura profidén, me junto con Blanca, y con Estrella, y con Sofía, y con Luna, hasta con el cabronazo traidor de Alberto, pero nunca con la pérfida acosadora Mispíquel (que le den), y pongo en el tocadiscos (qué antiguo, ¿no) las canciones que salen en este libro ten breve como lleno de mis músicas y escrituras favoritas: siempre el saxo de John Coltrane en My Favorite Things, y el Flying Home de Ella Fitzgerald, y todo el repertorio sin faltar un solo tema de Pamela Williams. Y para cuando acabe la música, regresado ya a mi más que probada inutilidad para moverme por las redes y las fechorías de tontolabas como Musk y sus cuatreros, tumbarme en plan relax con los tres libros que Sofía roba a su abuela Estrella de su mesita de noche. Aquí Moby Dick, de Herman Melville, El viaje del Beagle, de Charles Darwin, y el Frankenstein de Mary Shelley. ¿Hay quién dé más? Pues sí: métanse hasta el cuello, no en la ambigüedad moral sino en la ruptura del orden mundial que encontrarán en este breve relato de Isabel Alba titulado Tortugas. Y a ver qué pasa. 

* Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.

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