'Entre malvados': Razones de la vileza

Jesús Ortega

Entre malvadosMiguel Ángel MuñozPáginas de EspumaMadrid2016Entre malvados

"Eso es lo que hace la literatura: discute de otra manera" (Ricardo Piglia). "Las posibilidades estilísticas del compromiso son incontables" (Marta Sanz). Estas dos certezas me sirven para acercarme a Entre malvados, el último y espléndido libro de cuentos de Miguel Ángel Muñoz. El libro quema. Tiene apariencia de inofensivo objeto de consumo, pero encierra una furiosa voluntad de decir. Es literatura comprometida: literatura moral. En efecto, se discuten aquí los mismos problemas que discute la sociedad, pero de otra forma, y esa otra forma es la clave de todo. Si Muñoz se dedicase a la psicología, si fuese un investigador científico del comportamiento, un Philip Zimbardo, por ejemplo, entonces habría reunido sus estudios sobre la maldad en un ensayo como El efecto Lucifer (Paidós, 2008). Pero es un narrador.

La pregunta que tal vez se hizo —¿cómo puede una narración discutir sobre la violencia contemporánea?— ha dado lugar a los diez cuentos morales que integran Entre malvados, cada uno de ellos construido a partir de un diferente planteamiento formal. La pluralidad de voces permite atacar el leitmotiv de la violencia con una enorme riqueza de tonos. Ello no impide una suerte de gradación, un sentido, un determinado orden en la disposición de los cuentos. El libro pide ser leído linealmente, desde el principio hasta el final, para poder apreciar las conexiones entre unos textos y otros, la maleza sutil de ecos y ritornelos. La experiencia lectora se plantea, pues, como un viaje a través de la violencia en sus distintos aspectos, un viaje que apela a la reflexión pero también a la alucinación, desde los horrores cotidianos de la realidad hasta los monstruos arquetípicos del cuento de hadas. Aparecen así la violencia en la escuela, las agresiones infantiles, la guerra, el terrorismo, la violencia de las imágenes servida por la sociedad del espectáculo, distintas modulaciones de coerción social, de violencia psicológica, y una corte de asesinos y criminales de muy diverso pelaje. Sobrevolándolo todo late la cuestión esencial de la imposibilidad de narrar el mal absoluto (la inenarrabilidad de Auschwitz) y una constante inquisición crítica sobre el papel de la cultura y la Ilustración como supuestos factores de progreso moral, como fallidos intentos de liberación del lado oscuro del ser humano.

En "Somos los malvados", el relato que abre el volumen, asistimos al monólogo desquiciado, entre Céline y Dostoievski, de una antigua víctima de violencia escolar transmutada en victimario. "Intenta decir Rosebud" presenta a un conmovedor periodista que ha logrado escapar de su secuestro en Siria por parte del ISIS, es decir, que ha regresado del Hades, y de vuelta a casa ya no sabe cómo vivir. En el microrrelato "Modos de pasar la tarde" vemos a un bebé disfrutar con fascinación de su primer espectáculo televisivo de violencia. La fantasmal e inquietante atmósfera de "Pretty girl" sugiere una revisitación del mito de Gilles de Rais. "Los nombres" y "Un hombre tranquilo" abordan con delicadeza, con una enorme contención estilística, el tema de los trenes de la muerte del 11 de marzo de 2004, ese Acontecimiento capaz de conmocionar para siempre una vida, y lo hace a partir de dos momentos temporales distintos: justo antes y justo después de que el Acontecimiento suceda. "Los hijos de Manson" es un delicado estuche de horrores contados con frialdad casi clínica: cinco minibiografías a modo de nueva historia universal de la infamia. En ellas van apareciendo, además de Charles Manson, epítome de la maldad contemporánea, otros tan sorprendentes como Arthur Miller y Jean Jacques Rousseau. En "Aguantar el frío" un melancólico agente de policía investiga un asesinato; lo que comienza siendo un thriller, con su cadena de tópicos a los que la narración se aferra como a ritos de paso, se va oscureciendo y adentrándose en una suerte de corazón de las tinieblas, hasta llegar a la turbia cuestión moral que interesa al autor, emparentada con preocupaciones sobre la búsqueda de la verdad afines a Leonardo Sciascia y Fritz Lang.

El libro termina con un gran cuento, un memorable cuento de hadas retrofuturista y distópico, "Donde el Borgión se esconda", el más hermoso y complejo de la colección. En un mundo feliz donde impera la racionalidad bajo una curiosa forma de fascismo ilustrado (no existe el desorden social y la gente pasa los placenteros días leyendo a Voltaire), hay sin embargo un ritual sagrado que obliga a todos los adolescentes, cuando cumplen cierta edad, a internarse en el bosque de la montaña y tratar de capturar a una ominosa criatura a la que llaman el Borgión. Muchos mueren en el intento, y los que sobreviven regresan contando terroríficas historias que los convierten en adultos y que alimentan sin cesar el mito del monstruo. ¿Qué es el Borgión? El texto es lo suficientemente ambiguo como para permitir interpretaciones encontradas. Yo he creído ver en él una reivindicación de la literatura, de la ficción, de la narración, en tanto que único discurso capaz de restaurar el equilibrio perdido entre la hipertrofia de la Razón y el abandono de lo Imaginario, causa de tantos de nuestros males.

Entre malvados señala caminos de hondura moral y rigor estético por los que bien podría transitar el cuento español contemporáneo.

*Jesús Ortega es escritor.Jesús Ortega

Entre malvadosMiguel Ángel MuñozPáginas de EspumaMadrid2016Entre malvados

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