Manuel Vicent: "El insulto fácil puede llevar a un demente a coger una pistola y pegar un tiro a un político"

6

Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) hace en Una historia particular (Alfaguara, 2024) un relato autobiográfico que es, al mismo tiempo, la historia del siglo XX a través de su propia mirada. Memoria personal y colectiva se entrelazan en este libro en el que uno de los más agudos cronistas de nuestros días aborda de manera evocadora y muy literaria la historia reciente de España y muestra una visión propia —vitalista, sensorial y nostálgica— de la existencia y del paso del tiempo. La música, las canciones, las lecturas, los perros, los automóviles, el cine y el mar se trenzan con los sueños, los amigos, los amores, las heridas, los sucesos históricos y los momentos de belleza que conforman una vida de tantas pero a su vez estrictamente singular.

¿Qué es Una historia particular?

No es mi autobiografía, porque eso no le interesa a nadie. Es un libro de una memoria compartida en un tiempo y un espacio a través de las pequeñas cosas que a uno le rodean. Un divertimento para recordar cosas que me han pasado a través de las luces cortas de la vida. Nada de importancia, sino esas otras pequeñas cosas que a lo mejor te definen, como mis perros, los viajes que he hecho o aquel coche que tuve y me llevó a tantos sitios. Porque cuando uno escoge el coche lo limpia, le pone gasolina y te crees que te reconoce, le acaricias incluso, pero luego acaba en el desguace y piensas si en el cementerio de automóviles se acordará de ti. A ese nivel yo quería escribir los recuerdos compartidos. Algo que te pase a ti pero que le pasa a cualquiera, porque incluso aunque haya una diferencia de edad siempre hay unos nexos que unen la naturaleza de la vida.

Las memorias suelen fijarse en los grandes hitos de sus protagonistas. ¿Pero acaso la vida son los coches, los perros, los libros, las canciones, las películas, los viajes, los amores y los amigos?

Es que eso es la vida. El yo es la memoria, que cuando es compartida pasa a ser la experiencia sensorial de una generación, de un tiempo y de un espacio. Digamos que es una memoria, además, distorsionada por la imaginación. Es como una semilla que se pudre y germina, y no sabes al final qué clase de árbol va a salir de ahí.

Con suerte se pueden tener las dos cosas pero, ¿es más importante en la vida el amor o la amistad?

El amor es una invasión casi guerrera de tu cuerpo, es obsesivo y a veces problemático, pues por amor se mata. Además, para que tenga una especie de motor interno necesita que haya un poco de celos. El amor es maravilloso pero puede ser perverso porque, por ejemplo, hemos bailado la violencia de género, agarrados con esos boleros sangrientos a más no poder. Sin embargo, la amistad es azul y es siempre generosa. El amigo es para toda la vida, mientras el amor es pasajero, aunque puede convertirse en una suave amistad amorosa de dos ancianos también.

¿Tiene perdón no vivir la vida con toda la intensidad posible?

Bueno, lo que pasa es que hay quien considera que la intensidad tiene que ver prácticamente con el heroísmo, mientras que para otros es simplemente tomarse un gin tonic. A veces dices eso de que hay que vivir la vida intensamente porque nos queda poco, y oye, pues vamos y nos tomamos una horchata. Tomarse una horchata puede ser intenso a más no poder (risas).

Yo llenaría el Parlamento de gente que a mí me gusta, como serían carpinteros de ribera, pescadores, campesinos, labradores, sembradores... sería un Congreso maravilloso

¿Hay que poner los pequeños placeres que tenemos a mano por delante de los grandes que no podemos conseguir?

Es que todo lo maravilloso que hay en este planeta es gratis. El sol es gratis, el aire puro de la montaña es gratis, el mar es gratis. Para mí la vida se divide en profesionales y no profesionales, y después en luces largas y luces cortas. Yo prefiero las cortas de ir viendo lo que puedo aprovechar a mi alrededor, y las largas las dejo para los visionarios y los que quieren salvar al mundo. Por eso antes que a un político yo prefiero a un campesino analfabeto, elegante, porque hay campesinos sabios y elegantes que no han ido a la escuela, que a un político. Yo llenaría el Parlamento de gente que a mí me gusta, como serían carpinteros de ribera, pescadores, campesinos, labradores, sembradores... sería un Congreso maravilloso.

No salen muy bien parados los políticos en Una historia particular.

Yo veo la política como un espectáculo. Por lo que sea, siempre me veo en la vereda viendo pasar al cortejo. Pero hay gente que se toma esto muy en serio y esta agresividad que hay en el ambiente del insulto fácil, que si asesino, que si ladrón, que si okupa... eso va cargando el ambiente de una electricidad magnética peligrosa, porque el mundo está lleno de dementes y puede pasar que un desequilibrado coja una pistola y le pegue un tiro a un político. Un tipo que diga 'esto lo arreglo yo con dos cojones'. Ha pasado en Eslovaquia pero puede pasar aquí perfectísimamente.

Recuerdas también que antes, en las comidas, se juntaban los de izquierdas y derechas y los hijos de cada bando y se podía charlar y no pasaba nada.

¿Te imaginas en un hospital a los médicos discutiendo por el pasillo llamándose unos a otros ladrones? ¿Te imaginas entrar en una camilla al quirófano y que los cirujanos se estén insultando llamándose cabrón o hijo de puta? (Risas). Y la operación te la hace uno de derechas con otro del PSOE haciendo un equipo. ¿A la hora de trasplantarte un hígado, tú preguntas si viene de uno de Podemos o uno del PP? (risas). Ahí coges el hígado que sea, aunque sea de un facha o un comunista.

La dictadura, aparte de ser un régimen totalmente obsceno, era como un compás que cada día se abría un poquito más con cada nueva conquista hacia un horizonte de libertad y democracia. Ahora creo que ese horizonte se está cerrando y cada día es más oscuro y problemático

Ser cronista parlamentario era un género literario en sí mismo en los setenta y los ochenta. ¿Cómo ha podido degradarse tanto?

La dictadura, aparte de ser un régimen totalmente obsceno, era como un compás que cada día se abría un poquito más con cada nueva conquista hacia un horizonte de libertad y democracia. Eso en los tiempos duros de plena dictadura y miseria, pero resulta que llegaba el Seat 600 y ya era una pequeña conquista. Era un compás que se estaba abriendo, pero ahora ese compás se está cerrando. Cuando yo estuve de cronista en las Cortes había una euforia hacia ese horizonte de libertad. Y eso que si miras lo que pasaba no era tan fácil, que hubo muertos a punta de pala, y el golpe de Tejero en el Congreso no acabó en una matanza de milagro. Pero la euforia era que cada día ibas hacia un nuevo horizonte, mientras que ahora creo que ese horizonte se está cerrando y cada día es más oscuro y problemático. Es una sensación que uno tiene.

¿La sospecha de que alguien nos está engañando constantemente se convirtió en un pilar básico de la sociedad después del 11S?

Sí. Y también que cada vez el poder está más lejano pero al mismo tiempo más presente, que las fuerzas que gobiernan tu vida te están manipulando de forma que no te das cuenta. Ante esa oscuridad del futuro, la gente se agarra a una identidad digamos de tu tierra, de tus familias o tus ideas de niño. Te agarras a unos valores muy concretos y el populismo, en el fondo, sale de ahí, de esa inseguridad que viene de que todo en el futuro va a ser peor o que hay unas fuerzas del mal que se van a apoderar de todo. La gente se agarra a eso como una defensa, y como el populismo vive de ideas muy simples que el cerebro proyecta a una velocidad enorme, provoca el miedo al otro, el miedo de una tribu a otra tribu. El hombre es un animal territorial y conserva eso en su cerebro, de manera que si lo exacerbas y dices que es un peligro que va a acabar con tu cultura, con tu país y con tu vida, tienes una reacción primaria que no se ha movido desde el tiempo de los neandertales. 

Yo no he sido un militante contra nada, pero soy un demócrata y quiero ser una persona decente, y con eso creo que voy aviado

También rememoras cómo era esa educación de la posguerra en la que ser español era defender la patria con sangre. Pero la cultura te abrió la puerta a otros caminos posibles.

Bueno, hay gente que se queda varada en una cosa y no puede avanzar, y hay otra que despega. La lectura desde luego te sirve para eso, con la imaginación, aunque depende también de la familia. Es todo tan relativo... Eso sí, yo no tengo la sensación de que haya cambiado desde los 18 años. Yo no he sido un militante contra nada, pero soy un demócrata y quiero ser una persona decente, y con eso creo que voy aviado. Otra cosa es ir cambiando buscando conveniencias por aquí o por allá, o haber cambiado de ideas... A lo mejor nunca he cambiado de bando porque nunca he tenido un bando, o porque siempre he estado mirando la vida como una observación. Aunque la verdad es que tampoco me tengo yo muy analizado (risas).

¿Con la edad nos vamos haciendo de derechas o no? Es otro capítulo muy divertido de Una historia particular.

Yo creo que llega un momento que los chips están ya tan llenos que no aceptan más información y rechazan lo nuevo no por ideología, sino porque tus capilares ya no admiten más. Después viene el miedo a que las cosas cambien, a perder el pie, y ahí se da una cosa muy rara en la que te haces conservador de lo que tienes, y si eso está unido a la ideología y a la violencia para que no te coman tu terreno, te haces de derechas. Yo tenía un amigo cirujano que aseguraba que podía operar y te tocaba un capilar y te cambiaba de derecha a izquierda (risas). Posiblemente sea así, oye, pero una cosa es evolucionar y otra dar bandazos y ver que hay un trasfondo por algo concreto. Recuerdo a un viejo progre antifranquista al que sorprendí un día echando una Primitiva o una Bono Loto, no me acuerdo, y le dije 'se acabó la ideología y nos queda la lotería' (risas).

Para mí, el cielo será ese sitio donde iremos y diremos 'anda, fíjate, pues aquí está el triciclo'. Me imagino que llegas al cielo y alguien allí, un ángel azul, que te enseña los juguetes que tenías de niño

¿Te ves y te reconoces desde 2024 en ese tiovivo con el que empieza este libro?

Sí, totalmente. Me reconozco en la tristeza del último día de la feria cuando, mientras lo desmontaban, el dueño del tiovivo me dejó subirme para dar quince vueltas yo solo. Esa es la imagen que tengo del camino de la vida, sobre un caballo con las crines doradas que sube y baja. Esa es una enseñanza en mi vida y una fijación que tengo.

¿Y sabemos dónde van todos esos juguetes que teníamos de niños?

Eso me pregunto yo. ¿En el cielo estarán todos los juguetes que yo tenía de niño? ¿Estará aquel caballo de cartón o aquel triciclo rojo? Para mí, el cielo será ese sitio donde iremos y diremos 'anda, fíjate, pues aquí está el triciclo'. En mis tiempos de niño un juguete maravilloso era la cámara NIC, y esos cartones para hacer mapas, los lápices Alpino... me imagino que llegas al cielo y alguien allí, un ángel azul, te enseña los juguetes. Es una cosa literaria que es un poco como preguntarse si aquel coche que tuviste estará pensando en ti, o si el dueño que lo lleve ahora sabrá lo que ha pasado ahí dentro. Porque dentro de los coches ha pasado de todo, desde poder haberte matado hasta engendrar algún niño (risas).

Ir cumpliendo años es en realidad volver poco a poco a la infancia vivida y encontrarse en paz con aquel niño.

Siempre te preguntas qué hubiera cambiado si hubieras hecho esto o aquello, pero lo cierto es que te habrías equivocado de otra forma en otra cosa. Yo no he sido un valiente, en las pandillas de niño yo era el segundo, el estratega, pero nunca el que daba la cara con las piedras en la mano contra los otros. Yo a aquel niño le diría 'atrévete de una vez y atrévete a ir al infierno, sé valiente para hacer las cosas incluso para ir al infierno'. Yo no me atrevía, pero a cada uno le ha ido como ha podido.

Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) hace en Una historia particular (Alfaguara, 2024) un relato autobiográfico que es, al mismo tiempo, la historia del siglo XX a través de su propia mirada. Memoria personal y colectiva se entrelazan en este libro en el que uno de los más agudos cronistas de nuestros días aborda de manera evocadora y muy literaria la historia reciente de España y muestra una visión propia —vitalista, sensorial y nostálgica— de la existencia y del paso del tiempo. La música, las canciones, las lecturas, los perros, los automóviles, el cine y el mar se trenzan con los sueños, los amigos, los amores, las heridas, los sucesos históricos y los momentos de belleza que conforman una vida de tantas pero a su vez estrictamente singular.

>