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Lo que no puede entenderse

José Andújar Almansa.

Josep M. Rodríguez

El pasado 7 de septiembre un temblor sacudía el pequeño planeta de la poesía española: había muerto José Andújar Almansa. Conmoción. Asombro. La noticia iba levantando a su paso bandadas de pájaros negros. "Me va a costar salir de esta sensación de espanto e incredulidad", confesaba Aurora Luque. Y sus palabras reflejan el sentir de muchos otros.

Historia de una historia

José Andújar Almansa nació el 5 de julio de 1963 en El Aaiún, ciudad por entonces española del Sáhara Occidental donde habían destinado a su padre, que era militar. En realidad, el dato es anecdótico porque la familia entera –el pequeño José era el menor de tres hermanos– se trasladaría muy pronto y de forma definitiva a Almería. Hasta el punto de que en algunas notas biográficas puede incluso leerse que había nacido allí: bajo un cielo azul Siquier, frente al mar de Alborán.

A comienzos de la década de los ochenta, Andújar Almansa se traslada a Granada para estudiar en la Universidad. Entre sus profesores estaba Luis García Montero, quien dirigirá su Memoria de Licenciatura sobre Francisco Brines. "Pude comprobar entonces su inteligencia. Recuerdo que me llamó la atención su amor por la poesía y su vocación para ser profesor de literatura", detalla el actual director del Instituto Cervantes.

En aquellas páginas de trabajo académico se empezó a fraguar La palabra y la rosa (Alianza, 2003), ensayo al que un jurado compuesto entre otros nombres de prestigio por José-Carlos Mainer y Santos Sanz Villanueva concedió el I Premio de ensayo Caballero Bonald. Un libro "imprescindible y necesario" (Sergio Arlandis) para cualquier lector que pretenda conocer más en profundidad la obra de Brines, y al que precedieron y le seguirían otros muchos artículos sobre el poeta de Oliva en revistas como Ínsula, Campo de Agramante o Prosemas. Porque Brines fue siempre el epicentro de su labor crítica. Y precisamente a él dedicó su última conferencia, pronunciada en pasado 21 de agosto durante un curso de verano de la Universidad Internacional de Andalucía, en Baeza.

Ahora bien, como apunta Erika Martínez: "Andújar Almansa tenía como lector y crítico un paladar muy amplio. Era capaz de pensar la poesía desde una perspectiva panorámica (comprendiendo los vínculos, los intercambios y cómo se transformaba el paisaje de la poesía actual) y al mismo tiempo era capaz de comprender las distintas poéticas, pensando cada libro en su propia ley". También Carlos Marzal destaca "su amplitud de criterio, que gustaba de poetas muy distintos. Y su curiosidad hacia jóvenes generaciones y hacia otras literaturas, como en el caso de Joan Margarit".

Un buen ejemplo de ello es el volumen que lleva por título Los paisajes magnéticos (Maillot Amarillo, 2011) donde se convoca y estudia la obra de, entre otros, Carlos Edmundo de Ory, Caballero Bonald, Barral, los ya mencionados Margarit, García Montero y Marzal, Javier Rodríguez Marcos o la poesía más joven del momento. Uno de estos jóvenes, Rafael Espejo, se muestra así de contundente: "Aún es pronto, pero sé que cuando me lo permita el duelo voy a sentirme huérfano como poeta. A lo largo de mi vida he tenido pocos maestros, y ninguno, desde luego, tan cercano como él".  

Javier Rodríguez Marcos enfatiza precisamente este rasgo: "su generosidad con los poetas jóvenes, que son los difíciles de leer y enjuiciar porque todo está por decir y hay que arriesgarse a decirlo". Doy fe de ello. También Antonio Lucas, quien lo define como "crítico sagaz, dotado para la poesía desde el lado más puro de la poesía (es decir, el del lector), de una curiosidad insaciable y gracias al que hemos sabido un poco más de nosotros".

Pero esta generosidad con los jóvenes no era exclusiva. Cuenta Lorenzo Oliván que antes de publicar Los daños (Tusquets, 2022) le confió el manuscrito a Andújar Almansa y cuando este lo leyó estuvieron tres horas comentando y revisando los poemas, uno a uno. Y añade: "Siempre sacaba lo mejor de cada poeta. Buscaba lo que lo hacía distinto. Y sabía traer la filosofía a la poesía, porque la poesía mejor siempre mira al conocimiento y a las grandes preguntas que el hombre se hace en el mundo. Pocos han hecho tanto por la poesía contemporánea".   

Todo ello hacía de él un gran lector –"Uno de los mejores que he conocido", sentenciaba en Facebook Francisco Díaz de Castro– y a la vez un magnífico crítico. Según Marzal, "el mejor de mi generación". Y Juan Carlos Abril aún va más allá al considerarlo "el mejor crítico de poesía de las últimas décadas".

Pallaksch, Andarax

La tarde del 6 de septiembre de 2023, José Andújar Almansa salió a correr y, para terminar su rutina, se dio un baño en el mar. A la mañana siguiente encontraron su cadáver en la boca del río Andarax, que en esta época del año está sin agua. Qué paradójico que el origen árabe de la palabra Andarax esté relacionado con la vida. Qué guiño a Manrique que la etimología también árabe de El Aaiún signifique "fuentes".

"Desde luego no podré seguir amando el mar como hasta ahora. Le tendré rencor porque se ha llevado a mi amigo", se duele Aurora Luque. Y es que Andújar Almansa, como refiere Luis Alberto de Cuenca, era "una de esas personas a las que uno aprecia desde el momento en que se le conoce, ni un segundo después". Quizá porque "conocía la profunda relación entre vida y poesía, y ese conocimiento le guio siempre" (Manuel Vilas) o, tal vez, por "una cualidad infrecuente: la de demostrar afecto sin necesidad de demostrarlo" (Felipe Benítez Reyes) o quizá fuera por "su vitalismo permanente y su simpatía magnética" (Marzal) o "por su carisma, su buen humor, su inteligencia sin pedantería, sin ánimo de protagonismo" (Juan Manuel Romero)... Por unas u otras razones –o por todas a la vez– lo cierto es que se ganó el afecto, la admiración y la amistad de ese pequeño y a veces receloso planeta de la poesía española actual.

Prueba de esto último son los numerosísimos testimonios que he ido recogiendo mientras elaboraba este artículo. Imposible incorporarlos todos. Pues se había convertido para muchos, por decirlo como García Montero, en un "maravilloso cómplice en la aventura poética".

No quisiera terminar este texto sin aludir a algunos de sus numerosos trabajos críticos: desde Thule (Renacimiento, 2017), selección de poemas del modernista Francisco Villaespesa; hasta un volumen recopilatorio de prosas de Aurora Luque titulado Una extraña industria (Universidad de Valladolid, 2008). Pasando por la antología de poesía joven Centros de gravedad (Pre-Textos, 2018) o por volúmenes celebratorios de Diario de un poeta recién casado, de los versos de Margarit o de los de José Ángel Valente –estos últimos junto a su amigo y colaborador más íntimo, Antonio Lafarque–.

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En sus últimos años, un viejo Hölderlin diagnosticado de esquizofrenia solía repetir la palabra "Pallaksch". Una palabra de su invención, que no significaba nada y quizá por ello lo significaba todo. Así lo entendió Celan en su poema "Tubinga, enero". Un poema que a menudo aparecía en mis largas conversaciones telefónicas con José Andújar Almansa. Y justo allí encontraron su cuerpo sin vida, en el río Pallaksch. Donde suceden las cosas que no pueden entenderse.

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Josep M. Rodríguez es escritor. Su último libro publicado es la antología Intermitencias (2021). 

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