Nocturnidad y alevosía

Francisco Díaz de Castro

Los expedientes de la madrugada,

Felipe Benítez Reyes - I Premio de Poesía Marpoética

Visor (Madrid, 2023)

Después de la variedad de intención y circunstancia de los poemas reunidos en La ocasión y el homenaje. Una miscelánea (Premio Hermanos Machado de Poesía 2023), Los expedientes de la madrugada vuelve a poner en primer término los temas que han venido constituyendo el mundo poético de Felipe Benítez Reyes: la sostenida reflexión sobre el tiempo y la identidad, ante todo; la dialéctica irresoluble entre la memoria y el olvido, la realidad y sus fantasmas, la escritura como paradójica Celebración del sin porqué, como se titula la canción que abre el libro y sitúa sus términos: "que tu vuelo/ te aleje del pensar, para que así el discurso/ que se contenga en ti acierte a conciliarse/ con el sinsentido esplendoroso del mundo,/ lugar de las estrellas y el olvido,/ del soñar y los mares,/ de toda realidad y fantasía".

Desde esta perspectiva, la fugacidad esencial de los seres se asume en principio como el "privilegio de sabernos fugaces y felices de serlo" aceptando estoicamente "el final del espejismo": "¿Quién no ha aprendido aún que esta grandeza/ lo es precisamente por efímera?". Esta apertura tonal del conjunto establece lo que podríamos llamar las condiciones morales de su enfoque y permite desde el comienzo entrar con relativa distancia en la emoción y en los convencimientos de todo lo que sigue, empezando por un claro sentido de final que traslucen algunos poemas, ya desde los versos últimos de esta canción: "Vuela tú, la canción del sin porqué,/ cuando mi vida va más lenta ya que el tiempo". Así, después de diversas constancias de ese sentimiento en poemas como Donde eres y no o El río de cristal, el libro se cierra con un poema rotundo, a pesar de la aparente trivialidad de su título, Cosas que uno se dice cuando no se dice nada: "A estas alturas,/ dile al alma —ese algo— que calle y se retire./ Y ruega a tu conciencia que te dé la razón por una vez.// Porque esto se acaba.// Ya no tienes el tiempo de tu parte.// Ya eres el final de tu ficción".

Benítez Reyes nos tiene acostumbrados a las sorpresas imaginativas, a las metáforas brillantes, a los variados homenajes a sus escritores favoritos, también a las observaciones originales y a las enumeraciones de seres y objetos que aportan nuevos efectos a su particular caleidoscopio de realidad y fantasías. No faltan en la variedad de estos poemas brillantes ejemplos como la Oda a los empleados madrugadores, que concluye con la extrañeza del escritor por seguir "en esta fantasía afanosa de inventarnos la realidad/ mientras el tiempo va olvidándose de nosotros/ igual que el niño abandona/ el juguete que fue su único mundo". También, con algo de humor negro, "Las posesiones", en torno a los objetos que deja un muerto y que se reparten sus deudos: "como algo más de lo que son/, pues fueron tuyos/ […] y qué raro sentirte en estas cosas inertes/ que ya nunca tendrán en rigor un nuevo dueño/ porque todo eso muere con quien muere".

Objetos y personajes diversos objetivan la emoción, particularmente en torno a la conciencia de la caducidad, punzante por momentos, como en Los dos ancianos, Tanatorio, o Tránsito, a propósito de la paloma agonizante en la terraza que suscita una reflexión de larga tradición: "Lo peor de la muerte es conocerla/ desde mucho tiempo antes de morir./ Tú pudiste volar y fuiste eterna". También otro poema memorable, El reloj nuevo, que, en su estuche, "espera el instante en que lo active/ para ser el vigilante insomne de esta fuga/ e iniciar su huida conmigo hacia adelante,/ que es ya una cuenta atrás:/ las páginas finales de una historia".

El breve Excurso atrae una precaria celebración al escuchar una vieja canción de juventud: "Como si nada/ hubiera cambiado/ desde entonces/ —¡como si nada!—,/ escucha esa canción/ remota/ que trae el viento/ y da las gracias/ aunque no sepas/ por qué". Infancia, sin embargo, en un tono nada frecuente en la poesía de Benítez Reyes, carga con intensidad contra la educación religiosa desde la sensibilidad infantil evocada: el pecado, la culpa, el infierno, "la carne resurrecta de los cadáveres/ y esa idea de un lugar con fuego eterno/ y aglomeraciones de almas torturadas"; "los seres que se adentraban en lo más secreto de ti/ para leer la novela confusa de tus pensamientos,/ de tus palabras prohibidas,/ de tus obras y omisiones" "cuando eras más puro.// Y ya fuiste culpable".

El tema, por lo demás, reaparece, con no menos acritud y entretejido con fragmentos de oraciones en latín, en Apuntes para la construcción de un templo, en torno a la escenografía teatral de las iglesias: "Elevemos, por tanto,/ un recinto propicio al tormento silencioso,/ adecuado para la súplica susurrada de los arrepentidos,/ para la mortificación callada,/ pues un grito sonaría allí como en el infierno,/ con el desgarro de una profanación"; "Que dé inicio el melodrama del dios asesinado./ Grandeza y vanidad en su alabanza". Destacan ambos poemas, de los más extensos del libro, por su tono más duro, por lo que tienen de pausas de sentido y modulación en la secuencia unitaria del libro, como también lo tiene, en otra dirección, el sarcástico Heroica, contra quienes como músicos, poetas, periodistas, filósofos y pintores ensalzaron al tirano cuya estatua cae derribada. En un giro final el poema se resuelve con una reafirmación del propio quehacer y casi una poética: "Pienso en todos ellos, en fin, y así me animo/ a seguir escribiendo/ sobre la nada y las formas de la luna,/ sobre la identidad y los sueños,/ sobre la fragilidad y los castillos de arena,/ sobre el amor más grande que la muerte y más pequeño siempre que la muerte,/ y, especialmente, sobre ti y sobre mí,/ para que nadie derribe nuestras estatuas de humo/ salvo el tiempo, el artesano/ de toda esta ficción que nos sostiene/ en un mundo que es/ el mapa de un tesoro que no existe/ pero nuestro".

Poética solar

Entre muchos otros poemas memorables merece la pena destacar, por último, la celebración de la poesía que constituye Égloga en la biblioteca, en cuyos versos, y entre citas directas e indirectas de Teócrito, Virgilio, Petrarca, Garcilaso, Lope de Vega o Barahona de Soto, el dolorido sentir de tanta poesía y tantos libros conduce al mejor homenaje, un homenaje del que resulta imposible no sentirse partícipe: "Estoy aquí, frente a las baldas de los clásicos,/ y estoy en otra parte, en otros siglos,/ en una Arcadia artificiosa/ en la que todos narran desventuras/ y sin embargo qué aroma a yerba nueva,/ qué limpia el agua va por esos versos,/ por el silencio de la selva umbrosa,/ y en ellos mi sentir qué venturoso,/ vagando por la vida imaginaria,/ peregrino de mundos que no existen,/ fugitiva de sí Melancolía".

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Francisco Díaz de Castro es poeta y crítico.

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