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A la orilla

El viejo en el mar  

Domenico Starnone 

Editorial Lumen (2024)

El deseo merma su vigor, siente "menos sus fuerzas", pero mantiene la vigencia. No queda orillado porque solo presienta presente y el futuro se escurra. Como el agua del mar, como la arena de las dunas. Donde, a expensas de descifrar los síntomas y asignarle un diagnóstico, Nicola Gamurra, escritor de ochenta y dos años, solo al cabo de tres mujeres, cuatro hijos y seis nietos, acaba de alquilar una casa de veraneo en octubre por un periodo impreciso. "La vejez es cada vez más un balcón asomado a la insignificancia". No se rebela contra lo insustancial: "llega la desgana, el cuerpo se vuelve menos receptivo, menos audaz". Sí pretende arañar contenido a su tiempo, el que reste siempre sumará. Cada día se sienta en una silla plegable en la playa, cubierto con camiseta, pantalón corto y sombrero; pertrechado de cuaderno, lápiz y goma. Imagina historias corregibles, vida que se borra para enristrar su rumbo. Divagaciones quebradas por una distracción, "la centelleante figurilla dorada", que emerge y desaparece en el litoral. El fulgor de la pasión. Lo mismo vuela sorbida por el viento. Inasible. O se esconde bajo la tierra de la costa. Invisible. Nicola toma prestado un artilugio de radiestesia que Maurizio, exprofesor como Domenico Starnone, utiliza para detectar objetos extraviados. Zahorí de anhelos.  

El desembarco de las emociones corpóreas. Cuando termina la mañana y se incorpora la tarde, una joven de veinticuatro años, vara en la orilla una canoa roja después de remar. Es Lu, "de una belleza única, compacta". Una de las escasas habitantes habituales en una localidad -inconcreta- despoblada después del verano. Madre de un niño excitado por las fantasías, hijo común con su ex, el exmaestro radiestesista, y empleada en una boutique de lujo. La tienda conforma el otro escenario, más terrenal, de El viejo en el mar. Ella acaparará los deseos de Nicola, "sin intenciones sexuales", responde a la pregunta desnuda de Lu. "Correr detrás de quién sabe qué belleza y elegancia, a los ochenta y dos años, con la cabeza llena de agujeros, la náusea producida por una sensación permanente de precipicio, vaya estupidez". La joven dará cuerpo al espíritu de la progenitora del escritor octogenario. "Mi madre parece fundida con Lu, pero entre ambas no hay afinidades". Y, sin embargo, una presencia aparente. "Llevo décadas colocando a mi madre en lugares donde ella no está ni podría estar". La evocación equívoca.   

Domenico Starnone y la madre. Una constante también en novelas precedentes: Via Gemito (premio Strega 2001), Labilitá, Salto con pértiga, Dientes… No recupera a quien lo alumbró, porque no hubo confianza ni complicidad, sí a quien iluminó su imaginación y lo oscureció con miedos y culpas. "Yo acostumbraba a huir de mi madre". El autor ficticio traduce al escritor real. La madre de Nicola: Rosa D’Alessandro, fallecida a los cuarenta años, devota de san Ciro, martirizado en brea hirviendo, modista ante todo. La conexión con Lu, vendedora de ropa de señora para señoras desahogadas y desinhibidas. El viejo compra vestidos y solicita a la dependienta que se los pruebe. Recobra "el fantasma de Rosa" cuando Lu sale del probador ataviada con las prendas del hechizo. Él mismo desmiente la mentira sobre la destinataria de la indumentaria. Paga, pero deja la cara compra sobre el mostrador de la boutique. Para que Lu calque, sin saber, a la madre quien, incluso para comprar el pan, "salía de nuestra casa como una actriz de cine... Mi madre me gustaba más que ningún ser vivo surgido en este mundo". La ilusión de una metamorfosis.

Un desdoblamiento familiar. Nicola quiere revivir a Rosa y, en consecuencia, a su padre y su infancia. "Tal vez (mi madre) se vestía elegante, atractiva, para aterrarlo, para humillarlo y, de ese modo, vengarse (de mi padre)", dominante, artista de vocación insatisfecha y ferroviario por subsistencia. La modista rondaba la veintena de Lu cuando la conoció el trabajador del ferrocarril. Lo atormentaban los celos, "ejercicio de adaptación previa… a las tragedias de la infelicidad". Solo interpretaba como un intento de seducir a Rosa que un hombre acompañara a su pareja a encargar un diseño. Conquistar en su casa, su fortaleza. El viejo recuerda cómo su progenitora "consideraba a mi padre fuera de lo común, y por eso mismo loco", cuando quería que fuera "un hombre en equilibrio entre la excepcionalidad y la locura". Los secretos de matrimonio obsesionan a Starnone. (El suyo puede abrigar uno en sus fondos de armario. A su esposa, la traductora Anita Raja, le atribuyen ser la persona soterrada bajo la firma Elena Ferrante, autora de la singular tetralogía Dos amigas. Especulación desmentida. El tiempo aclarará). Ataduras -Lazos en el cine-, El juego y Confidencia atestiguan su empeño por desmigar ese pacto de amor y pasión, pero también de conflicto y hastío, posible derivada. "La vida sentimental es tan opaca, tan llena de escondrijos". Sombras que cuartean la convivencia.

Y el placer, "distraído" a los ochenta. Nicola no lo busca, se lo encuentran. A pedir de boca por una de las mujeres asiduas en sus días de tardío. Ceden sus labios, conceden el contacto. "Hubo solo un beso. Como si un beso no fuera nada; qué tontería, empleamos jerarquías insensatas". El regusto de un instante. Un devaneo para vagar por los sentimientos, ya un rastrojal. "El placer de vivir también renquea un poco", deduce el protagonista. "Lo esencial es que exista", sentencia quien suplicó el único beso. Un calambre sin tensión.

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Quizá el penúltimo embuste de quien idea personajes. El corolario de escribir: "me he pasado la vida mintiendo e inventando para tener la impresión de entenderme". Nicola se asemeja a Starnone cuando reduce el balance de su trayectoria a una imagen: "no pasaría de epígono de epígonos". Discípulo más o menos disciplinado de los incontestables, Proust, Mann… Leerlos abocó al viejo a retorcer su escritura. Pero acabó intrascendente, "un mediocre escritorzuelo… Me construí mi nicho de consciente medianía". Pese al fracaso a medias, determina cómo narrar bien: "encontrar las palabras justas para dar sentido a eso que… te cae encima sin ton ni son". Deletrear la inspiración cuando surge. 

Como domar la marea. El penúltimo capricho de un Nicola otoñal, adiestrarse en el manejo de un kayak recién comprado. Para cumplir su empeño, pide a Lu, que solo es Lu y no la madre del anciano escritor, que le enseñe a sortear las olas. Ahora que rige la calma y el deseo escampa, antes de que llegue su invierno. Cuando "los cuerpos se evaporan, no hay nada que hacer, se disuelven las ambiciones, se reducen las posibilidades". Necesita saber cómo alejarse de la playa y navegar hasta el horizonte. Donde comienza la rompiente, donde el mar no continúa. Y todo es espuma. 

* Prudencio Medel es periodista.

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