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Los diablos azules

Cómo pensar la dictadura militar argentina desde la ficción

El dictador Jorge Rafael Videla en un desfile militar en Buenos Aires (1978).

Irene Chikiar Bauer

Entre el 21 de abril y el 9 de mayo se desarrolló la 42ª Feria del Libro de Buenos Aires, en cuyo marco tuvo lugar la mesa de debate “Ficción y dictadura. A cuarenta años del golpe militar”, de la que participaron Horacio González, con su novela Redacciones cautivas;Elsa Osorio, con su novela A veinte años, Luz, y Luisa Valenzuela con el libro Cambio de armas y otros cuentos políticos. La consigna fue, a partir de los tres títulos de los escritores convocados, ponernos a pensar las categorías “ficción” y “dictadura” durante los cuarenta años que transcurrieron desde el golpe militar de 1976.

Cuando me invitaron a coordinar la mesa me planteé cuál iba a ser el orden de la presentación. No dudé, debía ser cronológico, era importante seguir el hilo de la tragedia, desovillarlo. Entonces, nos referimos primero al libro que se escribió en plena dictadura militar y aun antes. Cambio de armas y otros cuentos políticos, de Luisa Valenzuela, incluye el cuento “Aquí pasan cosas raras”, escrito antes de la dictadura, en 1974, y que refleja “la paranoia reinante” en la época de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Paranoia que, convengamos, tenía una base cierta. La Triple A significó, para los argentinos, el comienzo del terrorismo de Estado, fue una organización paramilitar concebida en 1974 para amedrentar y asesinar a los militantes marxistas y peronistas que reivindicaban la lucha armada como método revolucionario. La primera víctima de la Triple A fue el diputado del peronismo revolucionario Rodolfo Ortega Peña, defensor de presos políticos.

El libro de Luisa Valenzuela reúne también cuentos escritos durante la dictadura. “Los censores”, su cuento más antologado mundialmente y que recién pudo publicarse en la Argentina en 1983, muestra cómo el poder corroe y cómo el protagonista se va deslizando desde su motivación inicial —convertirse en censor para detectar una carta que él mismo escribió—, hasta considerar su trabajo de censor como “una verdadera labor patria”, donde la “devoción al trabajo”, ejecutar sin cuestionarse el acto de censura a repetición e identificarse con su tarea lo llevan a convertirse en verdugo de sí mismo.

En 1979, radicada en Nueva York, Luisa Valenzuela pudo llevar los cuentos del libro Cambio de armas a editores norteamericanos y mexicanos, que lo publicaron en 1982. En la Argentina, recién se editó en 2004. La crítica literaria argentina también tuvo sus dilaciones, y así lo subraya Luisa en el prólogo del libro, donde dice: “Le llevó años a la crítica argentina aceptar el espejo que la ficción brinda para poder vernos en los tiempos del horror. Sobre todo en el caso de la ficción escrita por mujeres”.

“Cuarta versión”, por su parte, es un relato que con sus voces múltiples y fragmentadas cuenta la historia de amor entre un embajador que en tiempos de razias, desapariciones y torturas brinda refugio a perseguidos y una actriz que va introduciendo asilados a la embajada. El amor de a dos, ese amor excluyente que deja fuera al mundo y al sufrimiento de los otros, no es el amor de esta historia en el que los amantes salen transformados, y no es casual, entonces, que al final se escuche la detonación de “un único disparo” a partir del cual la historia puede ser nuevamente contada.

“La palabra asesino” y “Ceremonias del rechazo” son narraciones donde las protagonistas intuyen lo siniestro, la violencia de la que son capaces sus parejas y ponen en acto un “borrón y cuenta nueva” que les permite dar el salto, abandonar la posición de heroína romántica o víctima hacia la renovación y la vida, pariéndose a sí mismas en el grito que libera o en una ceremonia del adiós.

Luisa Valenzuela dijo que se debe escribir con el cuerpo, que el proceso de creación es un proceso de descubrimiento en el que hay que poner todo en juego. Sus protagonistas son mujeres que ponen el cuerpo, un cuerpo sexual que desea y es deseado, para descubrirse a sí mismas. Pero puede tratarse, además, de un cuerpo expropiado por el acto de la tortura, cuestión que con muchos matices se trata en “De noche soy tu caballo”, “Cambio de armas” y “Simetrías”.

“Cambio de armas”, cuento emblemático y perturbador que brinda nombre al libro, es la historia de dos enemigos, la historia del apropiador y torturador y su víctima, una mujer sin recuerdos, sin memoria, anestesiada a base de pastillas suministradas regularmente por el captor hasta el momento final, el de la revelación, cuando la memoria surge del cuerpo torturado como si se disipara una neblina. Y es entonces, cuando las armas se reacomodan y la ejecución que la narración ha puesto en suspenso acontece. ¿No es eso lo que pretende la literatura o lo que la literatura sigue intentando, cuarenta años después, un “cambio de armas”?

Desde la década del sesenta del siglo que pasó, Luisa Valenzuela explora el tema del poder y cómo el poder político, el poder cultural, el poder patriarcal atraviesa la historia e impacta en los cuerpos y en las subjetividades, trastornando todo el tejido social. Podríamos decir que de esto tratan también las novelas de Elsa Osorio y Horacio González. Porque escribir sobre la violencia política convierte lo literario en metaliterario, en una reflexión más o menos encubierta sobre el origen, la consumación y las consecuencias del poder.

Y sobre las consecuencias de la dictadura se articula A veinte años, Luz, la novela de Elsa Osorio que ya desde el título nos advierte acerca de una iluminación. Elsa comenzó a escribirla en 1996, obsesionada con la idea de qué sucedería “con un chico apropiado durante la dictadura a quien nadie [buscara]”. Se trata de una novela anticipatoria. Luz, el personaje que busca su identidad, no está basado en una persona real, pero el mismo año en que se publicó el libro en España, a fines de 1998, se dio el caso de la primera hija de desaparecidos que buscó (sin ser buscada) y encontró su verdadera identidad. El libro que abrió caminos en Europa, Hispanoamérica, Brasil, los Estados Unidos, Japón, Indonesia, China, no se detiene: “Tomó diversos ropajes: lectura radiofónica en Alemania, ballet y teatro en Francia y en Italia, manual para enseñar español en los países nórdicos”. Traducida a cerca de 16 idiomas, con medio millón de ejemplares vendidos, ¿no da cuenta ese derrotero de la conmoción que produjo, en el mundo, la historia de los chicos apropiados durante la dictadura?

Bajo la vigencia de la Ley del Punto Final, ley que pretendió poner término a los juicios que se habían iniciado contra los militares represores de la dictadura, y en plena época neoliberal, no había editor dispuesto a publicar el libro de Elsa Osorio en la Argentina, por lo que la novela fue editada primero en México, y Mondadori hizo llegar ejemplares a nuestro país. Volvemos a plantearnos el tema de las dilaciones, tanto de las editoriales argentinas, como de la crítica con estos libros, ya que evidentemente en épocas de la dictadura era imposible publicarlos, pero tampoco fue fácil encontrar editores dispuestos en los primeros tiempos de la democracia. En esta novela, Luz explora su drama individual y a través del encuentro con su padre, que no sabía de su existencia, y de la investigación que la guía víctimas y victimarios, verdugos, cómplices y testigos, devela una historia no clausurada que reactualiza el pasado en la carne viva de sus protagonistas.

¿Es posible pensar la dictadura argentina en tiempo pasado? ¿No en carne viva? Redacciones cautivas, el libro de Horacio González, responde por la negativa. Su protagonista Joseph Albergare, enfrenta el dilema: “¿Cómo sobrevivir en los estanques embargados de nuestra memoria?”. “Mártir de [su] memoria desquiciada”, testigo y víctima, Albergare se define “enfermo, enclaustrado, viejo”. Es un antiguo periodista que cuenta, a 40 años de la dictadura, los tiempos en que pasó de ser director de un periódico a preso político, torturado y, en cautiverio, obligado a escribir bajo seudónimo en una publicación que polemizaba con su propio diario, a su vez intervenido por la dictadura. Sociólogo, investigador, ensayista, ex director de la Biblioteca Nacional Argentina, González hace ficción pero, como dijo en la presentación del libro, intentó una “forma” parecida a la novela, una novela “a la que –subrayó– no llamo así”. Libro que incorpora lo ensayístico, Redacciones cautivas se constituye en una a reflexión sobre la lengua. Examina parte de la historia argentina por medio de los discursos y del pensamiento de sus personajes y se dedica a analizar, por ejemplo, el prólogo de Nunca más (el informa de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas); celebra la carta de Rodolfo Walsh a las Juntas militares; plantea la heroicidad del héroe guerrillero, o recuerda a quienes pretendieron que, finalizado el conflicto y la dictadura, se asumiera que “todos los muertos son de todos”.

En estas historias ficcionales acerca de la dictadura, no se trata de la “banalidad del mal”, de Hannah Arendt. Detrás de las acciones de los coroneles de A veinte años, Luz, de los que dirigen los periódicos Creencia y Heraldo en Redacciones cautivas, y detrás del coronel de Cambio de armas, pulsan los instintos, concepciones ideológicas, e incluso los delirios de los que, por ser dueños del poder y de la violencia no admiten discusión, sino acatamiento. La perversión del poder ilimitado, y no una aséptica “obediencia debida”, es lo que se ponen en evidencia estos textos.

“Conmemorar es dejar abiertas las heridas, nunca clausuradas”, dice en Redacciones cautivas Albergare, que se confiesa “deudor, como todo hombre, de ciertas muertes y ciertas sobrevidas”, y que reconstruye su historia junto con Lacoste y Ostende, como si fueran “archivos vivientes” que poseen “parte de un saber anónimo”.

Hoy, el binomio “ficción y dictadura” se enriquece con la literatura producida por los jóvenes hijos de desaparecidos. No parece que se trate de un tema cerrado. Estos libros apuntan a “evitar el olvido”, recordar e ir en contra de los que pretenden, como escribe Luisa Valenzuela, “escatimarle al mundo la memoria del horror para permitir que el horror un día pueda renacer como nuevo”. Memoria del horror filtrada por la ficción, sin la pretensión de constituirse en documentos históricos, escritos que producen un tipo de literatura que, como escribe la autora de Cambio de armas, “sigue siendo como el escudo que Palas Atenea le dio a Perseo para poder enfrentar a la Medusa”.

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*Irene Chikiar Bauer es escritora.

Irene Chikiar Bauer

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