Los libros
El presente es eterno
Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivirRüdiger SafranskiTraduccción de Raúl GabásTusquetsBarcelona2017Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir
No es común que libros de filosofía se conviertan en rotundos éxitos de ventas, salvo que sean escritos con dicho propósito y para un público más amplio, como El mundo de Sofía o Menos Prozac y más Platón, por citar un par de libros de contenido filosófico popularizado. Los libros de Rüdiger Safranski, sin embargo, han llegado a un público masivo, por razones que siempre es difícil discernir con claridad. Sus biografías intelectuales sobre Nietzsche, Goethe o Schopenhauer le han procurado fama y lectores, sin que la calidad de su obra se haya resentido o su nivel haya tenido que ser adaptado a fines comerciales. El libro que nos ocupa también ha alcanzado una lectura extendida y se ha publicado en varios idiomas europeos. Quizá haya contribuido a la difusión de tales libros el hecho de que Safranski participó en un famoso programa de televisión durante diez años, junto al también muy conocido filósofo Peter Sloterdijk. De todos modos es difícil imaginarse a masas de lectores sumergiéndose en las minucias filosóficas de Heidegger o Schopenhauer, de no ser por la habilidad de Safranski de presentar temas difíciles en lenguaje asequible, y con atención a las particularidades sociales y vitales de los autores o temas que le han ocupado.
En este libro no se vuelca sobre algún filósofo en particular, sino sobre uno de los temas más importantes de la condición humana, el tiempo, las diferentes dimensiones que tiene en nuestra vida privada y social, y lo hace sin recurrir a lenguaje técnico y sin dejar de lado el rigor expositivo. Su aproximación es a la vez fenomenológica y objetiva, dándole al libro una riqueza de miras bien ensambladas. Antonio Machado consideraba a toda poesía auténtica emanando de la experiencia del tiempo; Safranski ilumina las diferentes facetas de este aspecto inevitable de nuestra vida, la temporalidad, y parece querer decirnos que toda filosofía que olvide este aspecto esencial de nuestra existencia será ineluctablemente limitada.
Su libro comienza recurriendo a una experiencia humana que ya le había servido a Heidegger para ilustrar la experiencia del Ser a través de la experiencia de la nada: el aburrimiento. Mientras experimentamos una vida en la que nuestra atención se encuentra ocupada con actividades o distracciones, no nos damos cuenta del tiempo. Pero en cuanto nos invade el aburrimiento, ya que no ocurre nada, nos percatamos de su existencia y de sus características más patentes. El autor quiere hacernos ver que el tiempo es en realidad nada en cuanto le prestamos atención. El presente, que es fugaz, inaprehensible, en verdad está siempre rodeado de dos nadas, el pasado que ya no está y el futuro que todavía no es. Al no ocurrir nada nos damos cuenta de su paso, y añoramos que los sucesos vuelvan de nuevo, para que esta nada que es el tiempo nos parezca de nuevo experiencia, ocurrencia.
Por ello, el tiempo de los comienzos abre el futuro para nosotros, y permite que nuestro yo que aún no es guíe nuestros actos presentes y dé alas a nuestra condición existencial. El tiempo de los comienzos es el siguiente aspecto que Safranski explora como vivencia y como apertura vital. El yo que experimenta el tiempo del comienzo es también a la vez otro yo, el yo que quiere ser y que se transmuta en el tiempo. Un tiempo, que a pesar de ser nada, se instala también sobre lo que llama el tiempo del cuidado, de la preocupación. Los seres humanos somos seres que se preocupan, que introducen el futuro en la conciencia, más aún en una sociedad del riesgo como la nuestra. Ya Heidegger había introducido el concepto de Zorg en su análisis del ser en el tiempo, y hay ecos de este análisis en las palabras de Safranski. En algunas traducciones se llama cura a este concepto, pero creo que cuidado o preocupación representa mejor lo que denota el término alemán.
Además de preocuparnos, de cuidar por la vida y sus avatares, el tiempo está también sujeto a la socialización, esto es, a su estructuración o institucionalización social. Esto significa la irrupción de los relojes, que aspiran, ahora más que nunca, en nuestra era de simultaneidad, a unificar nuestras nociones del tiempo, a coordinar globalmente el transcurso del tiempo objetivo, algo para lo que quizá la conciencia humana, escribe Safranski, no está preparada. Tanta simultaneidad, en una conciencia hecha para transcursos lentos, esperas largas, puede afectarnos de maneras que aún no comprendemos del todo. Y una de las formas de socialización más agudas es, por supuesto, la comercialización del tiempo, la conversión del tiempo en dinero. Los trabajos están sujetos a regulación temporal, cada minuto cuesta, el tiempo adquiere cualidades políticas, y cada vez más el pasado se consume en aras del presente y del futuro regularizado. La economía de hoy en día, con sus transacciones inmediatas, con la interacción global y la explotación de los recursos naturales, sacrifica lo que tomó millones de años en formarse, creando una falta de balance entre los tiempos naturales y el tiempo explotado y regimentado.
Luego, nuestro tiempo socializado y explotado se inserta en ritmos cíclicos y cósmicos a los que prestamos cada vez menos atención, aun cuando los seres humanos siempre han procurado darle un sentido a la relación entre el tiempo de la vida humana y el incomprensible tiempo cósmico. ¿Cómo concebir los enormes ciclos astronómicos, la historia de la humanidad, el nacimiento, florecimiento y declive de las civilizaciones? Toda cultura conocida ha recurrido a algún mito o historia para explicar dichos lapsos temporales, como en el cristianismo la historia de la creación y el juicio final, o en el hinduismo los yugas cíclicos, o la idea de progreso en la civilización occidental. En la misma ciencia contemporánea, el tiempo se ha relativizado y la física ha concebido la historia del big bang, de un inicio del tiempo mismo y de toda realidad, un tiempo que se ha convertido en una dimensión del espacio mismo, comprensible solo para los científicos.
Con lo que Safranski vuelve al tiempo propio, al tiempo de la conciencia que se desvanece irremediablemente en cuanto la conciencia olvida o el sujeto desaparece, una experiencia que nos confronta con la fugacidad de la experiencia vivida, sin correlatos objetivos, sin capacidad de almacenamiento o de registración, pues es exclusiva de nuestra conciencia y es nada en cuanto nuestra conciencia se convierte también en nada. Algunas culturas asignan a esta conciencia una permanencia metafísica, en la forma del alma, pero en nuestros tiempos seculares la conciencia propia está signada por la pérdida, pues los estados propios, interiores, no son exactamente reproducibles, si bien queden huellas de su paso por la subjetividad cuando se expresan de alguna manera. El tiempo es implacable y los estados interiores se deshilachan como hebras de agua que se lleva el río del transcurrir.
Por ello, tal vez, el hombre ha querido jugar con el tiempo, darse la oportunidad de manejarlo, en vez de ser esclavo del mismo, apropiarse de su naturaleza y trastocarlo, lo cual se hace posible hasta cierto punto en el arte, del cual Safranski enfatiza el arte narrativo, aunque no deja sin mencionar la música o las imágenes del arte plástico. En las novelas modernas, sobre todo, el tiempo se flexibiliza hasta el punto de crear un caleidoscopio de tiempos disímiles orquestados por la pluma del autor, en los que el presente se llena de significaciones pasadas y futuras. El escritor y el lector se crean leyes lúdicas de creación y recepción lectora que transgreden las limitaciones propias de nuestra condición humana y, al menos mientras dura la ilusión, nos hacen sentir como dioses creando universos y participando de juegos que nos liberan de la esclavitud del transcurso irreversible del tiempo. Ocurre algo parecido con las imágenes plásticas, que parecen detener el paso del tiempo, o con la música, que presupone en su percepción el pasado y el futuro, pues las armonías no serían posibles sin la memoria de las notas pasadas o la anticipación de las que siguen. En este punto, Safranski podría haber recurrido a la obra del letrado holandés, historiador y pensador Johan Huizinga, Homo Ludens, que postula que el ser humano tiende al juego de manera natural e incluso interpreta muchas de las actividades humanas como basadas en dicha tendencia lúdica.
Pero si el tiempo es fugaz, el hombre también ha concebido la eternidad, la que se interpreta no solo como un tiempo que no se acaba, sino como algo sustancialmente distinto, la superación del tiempo en otra dimensión de realidad. El análisis del presente nos lleva a la conclusión de que el presente es eterno, esto es, siempre estamos en el presente, con lo que el presente mismo se convierte en una imagen de la eternidad. Teologías de toda religión han dedicado incontables páginas al análisis de la eternidad y no pocas veces se concibe a la eternidad como el destino superior del ser humano. Pero en la eternidad el tiempo se disuelve en otra nada, que oblitera pasado y presente, una nada que es plenitud, atributo divino, absoluto. En este sentido, Safranski toca un tema que ha dejado de preocupar a la filosofía contemporánea, el de la eternidad, pero que ocupa el espacio cultural de la mayoría de la humanidad que aún posee una orientación religiosa y que sin entrar en disquisiciones filosóficas concibe, sin embargo, que la eternidad es una realidad patente, propia de Dios o de Brahma, y que incluso vive en nuestro interior y en nuestra realidad cotidiana, en la forma de eterno presente.
Safranski ha escrito un libro lleno de sugerencias y matices y, repito, asequible al lector común interesado en reflexionar sobre una realidad en la que habitamos y que nos constituye como individuos y sociedades. Uno podría decir que no solo es el aburrimiento el que nos hace conscientes de la naturaleza del tiempo, sino la lectura de libros como estos, cuya traducción es excelente y cuya validez es, sin duda, de todos los tiempos. Es de esperar que su lectura también capture el interés del lector hispanohablante.
*Frans van den Broek Chávez es escritor. Frans van den Broek Chávez