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Rayden recrea el barrio que declaró su independencia con ayuda de Fidel: "Fue la última gran victoria vecinal"

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No fue mucho tiempo, apenas una semana, pero en septiembre de 1990 dos centenares de vecinos de Cerro Belmonte se independizaron de Madrid como forma de lucha contra los planes urbanísticos especulativos del ayuntamiento, que pasaban por la expropiación de sus casas, construidas con sus propias manos durante los años del gran movimiento demográfico del campo a la capital en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Nacía así el autoproclamado Reino de Belmonte, después de un referéndum con 212 votos a favor y solo dos en contra, en la zona actual del barrio de Valdezarza, limitado por las calles Sinesio Delgado, Villamil y Peña Chica.

Como en otros tantos barrios obreros salidos del barro en la entonces joven periferia madrileña (y de otras grandes ciudades), el Reino de Belmonte era un pequeño pueblo formado por casas bajas y amplias, con grandes patios, levantadas de manera artesanal y un tanto ilegal para dar cobijo a los nuevos vecinos llegados desde el resto del país en busca de trabajo. Una vida razonablemente plácida hasta que el alcalde Agustín Rodríguez Sahagún vio a finales de los ochenta, con la excusa de acabar con el chabolismo y la infravivienda (en un plan que incluía también Puente de Vallecas, El Carmen, Plaza Elíptica, Carabanchel Bajo, Méndez Álvaro y Delicias), la oportunidad de expropiar las viviendas, realojar a los vecinos lejos de allí y aprovechar el suelo para nuevos usos.

Las acusaciones de especulación no tardaron en florecer por motivos evidentes: el precio por metro cuadrado ofrecido por el Ayuntamiento fue de 5.018 pesetas, frente al valor de 200.000 pesetas que realmente tenía el suelo en esa zona. Además, el proyecto pretendía construir chalés unifamiliares en lugar de las viviendas de protección oficial que reclamaban los vecinos. Ante el desacuerdo, comenzaron las movilizaciones con huelgas de hambre, encierros y acampadas. Todo valía para llamar la atención de la opinión pública.

"Pero el alcalde hacía oídos sordos", relata a infoLibre David Martínez Álvarez (Madrid, 1985), conocido ahora artística y musicalmente como Rayden, quien recupera en su segunda novela, Votos en contra (editorial Suma), este fascinante a la par que olvidado episodio de nuestra historia reciente que contó incluso con la participación estelar como invitado de lujo de Fidel Castro: "En aquel momento, Felipe González y él estaban enfadados y una abogada de la barriada, Esther Castellano, ve la jugada y pide asilo político a Cuba. Eso llega a Fidel, que recibe a veinte familias como líderes políticos y en un mitin de los suyos de tres horas dedica 45 minutos a hablar de cómo el pueblo español está atacando a los vecinos del Cerro Belmonte".

Un punto de inflexión en el devenir de los acontecimientos, tal y como continúa el autor: "Fidel Castro les ofrece que formen parte de Cuba y ellos dicen que no, pero como la noticia ya no solo está en Madrid, sino que ya medios internacionales y la ONU se hacen eco, lanzan un ultimátum al alcalde de 'negociar o independencia'. Él no quiso negociar, así que referéndum e independencia, con su propia moneda —el 'belmonteño', que valía 5.018 pesetas, lo que les querían pagar inicialmente por el metro cuadrado de sus casas— una Constitución, su propia bandera... Se lio y al final el alcalde se tuvo que bajar los pantalones y renegociar mejores condiciones y que a la hora de irse a otras casas estuviesen juntos. Por eso esta fue la última gran victoria vecinal".

"Es raro que la gente no se acuerde de esto porque ocurrió durante una semana en septiembre de 1990, es decir, hace nada, y fue una locura", apunta Rayden, quien a partir del Reino de Belmonte, que incluso cerró sus accesos y pedía visados para entrar, desarrolla una novela protesta en la que también habla de los fondos buitres, la deshumanización de las ciudades, el edadismo, la no maternidad y, por supuesto, las ganas de luchar por un mundo mejor. Todo ello a partir de una ruptura sentimental de la protagonista, Lea, que trabaja en un clínica de fertilidad pero rompe con su pareja de toda una década por no querer tener hijos y que, inesperadamente, mientras se convierte en líder de su anterior edificio contra el casero que quiere echarles a todos, , termina adquiriendo en Valdezarza una vivienda en nuda propiedad a una pareja de ancianos que fueron esenciales en las protestas de Cerro Belmonte (él, Inocencio, de hecho, cree que sigue viviendo en aquellos días de 1990 y todo el barrio colabora para no sacarle de su ensoñación un poco a lo Good bye, Lenin!).

Nuda propiedad quiere decir que ella se convierte en propietaria pero no podrá vivir en esa casa hasta que ambos mueran, algo "un poco creepy" (espeluznante) para el autor, quien ve en esta fórmula un "pleonasmo de esta sociedad edadista en la que vivimos, donde parece que necesitamos que se muera una generación para ocupar no ya solo su vivienda, sino su lugar en el estrato social, en la cultura, en el trabajo y en la familia". "Esto es ya mercadear con la muerte, aunque entiendo que para personas que no tengan hijos y a lo mejor tampoco una pensión boyante es otra vía tan válida como las demás. Pero sobre el papel es un poquito difícil de digerir y refleja mucho los tiempos en los que vivimos y cómo se ve en la sociedad la senectud como algo que hay que borrar cuanto antes, cuando no debería ser así", argumenta.

A lo largo de la trama, lanza Rayden varias líneas que desembocan en una gran manifestación mediática en el antiguo edificio donde vivía la protagonista con su pareja, montada con ayuda de sus nuevos amigos belmonteños. Un puente espacio temporal tristemente siempre de actualidad y que tiene un fiel reflejo estos días en la calle Tribulete de Lavapiés. "Cuando hablas de elementos comunes como fondos buitre, te das cuenta de que cualquier persona que investiga en el pasado sabe por donde puede tirar el futuro más cercano y, en este caso, lo que está pasando en Lavapiés es un poco lo que narra la novela de la colectividad, la lucha vecinal y entender un modo de vida que es de vecinos y vecinas, de familias", plantea.

En este contexto, afirma que "las poblaciones se miden por sus habitantes" y es por ello que alerta de lo que está pasando en las dos ciudades más grandes de nuestro país. "En Madrid quieren borrar del centro a todos los habitantes para meter a turistas. Y ya vemos lo que está pasando en Barcelona, donde basta que falle algo tan básico como puede ser el agua para que todo se complique", señala, denunciando que con estas prácticas "se está matando a toda una población a ritmo lento, como una gota malaya de tortura, echándoles de sus casas". 

"Eso también hay que reflejarlo en las novelas y por eso me encanta meter un poquito en la historia del manual para protegerte de los fondos buitre, que lo hay, porque es una forma de aprender para proteger lo tuyo y para blindarte", resalta, antes de denunciar: "Lo que no puede ser es que alquilar un zulo de 28 metros cuadrados cueste 1.100 euros al mes y te digan que si no lo puedes pagar no vivas en el centro de Madrid. Ayer hice la prueba y para pagar 600 euros por dos habitaciones, por ejemplo en mi caso, que soy padre con un hijo, me tenía que ir a 70 kilómetros de Madrid Centro, del colegio de mi hijo. Si quieren que nos vayamos todos, a lo mejor es que falla algo en esa premisa". 

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Tanto falla ese algo al que hace referencia el autor, que él mismo considera que "estamos en el filo de la navaja" de nuestra supervivencia como ciudadanos en las grandes ciudades: "Es preocupante desde el momento que tenemos a una presidenta de la Comunidad de Madrid diciéndonos que si no optamos a mejores casas o nos echan de las que vivimos es porque somos vagos y cosas así... Hay mucho peligro, porque quien nos protege nos vende, nos tala, nos seca, nos arranca y nos quiere trasplantar. Es difícil, pero veo cosas como las de Lavapiés y veo todavía algo de brillo y esperanza".

Ve también Rayden conexiones con la situación actual de la Cañada Real, donde alrededor de 4.000 vecinos llevan ya casi tres años y medio sin luz eléctrica. "De hecho, hace muy poco ha dado a luz la portavoz de la Cañada Real. Dar a luz donde te han erradicado la luz artificial y tienes que amamantar bajo mantas para que no se mueran los niños, y las madres con grietas en las mamas debido a la hipotermia, pero mientras tanto parece que se hace oídos sordos", denuncia, para aún apostillar acto seguido: "Ojalá la nueva victoria vecinal sea la Cañada Real. Me parece ilógico ese homicidio sistemático a cámara lenta que se está haciendo en ese lugar".

Una reivindicación de la lucha colectiva, en definitiva, de abajo a arriba. Eso es también Votos en contra. Una novela que trae el pasado al presente para señalarnos un futuro que no siga necesariamente el camino del neoliberalismo. "La forma como se concibe hoy la sociedad con eso de hazte a ti mismo y el individualismo hace que incluso no veamos a la otra persona como el átopos, el otro, sino como un reflejo de nuestra identidad. Y si no vemos a los otros como lo que somos, semejantes, es muy difícil que haya una colectividad. Por eso, la gran derrota de la semejanza es lo individual", termina.

No fue mucho tiempo, apenas una semana, pero en septiembre de 1990 dos centenares de vecinos de Cerro Belmonte se independizaron de Madrid como forma de lucha contra los planes urbanísticos especulativos del ayuntamiento, que pasaban por la expropiación de sus casas, construidas con sus propias manos durante los años del gran movimiento demográfico del campo a la capital en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Nacía así el autoproclamado Reino de Belmonte, después de un referéndum con 212 votos a favor y solo dos en contra, en la zona actual del barrio de Valdezarza, limitado por las calles Sinesio Delgado, Villamil y Peña Chica.

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