'La reina de espadas' o cómo conversar con la 'perra' Elena Garro
La reina de espadas
Jazmina Barrera
Lumen (Barcelona, 2024. 266 páginas)
Asistimos en los últimos tiempos a un rescate necesario, siempre tardío, desde instancias académicas, periodísticas y artísticas, de escritoras opacadas por la historia literaria patriarcal. Es innegable el potencial político y subversivo de esa penetración y modificación del canon para convertirlo verdaderamente en plural, en universal, en todo lo completo que puede ser un canon tras los desmanes y exclusiones de Harold Bloom. Especialmente se está atendiendo a las creadoras del siglo XX que por diversas circunstancias fueron olvidadas, relegadas, denostadas o mitificadas. Léase El coloquio de las perras, título con que Luna Miguel homenajea a la puertorriqueña Rosario Ferré, otra escritora por sacar más a la luz en España, aunque hay una reciente y espléndida edición en La Navaja Suiza de Papeles de Pandora. La autora de El funeral de Lolita publica en el año 2019 este ameno ensayo y con él trata de visibilizar, dar a conocer y situar en el centro de ese elenco, siempre arbitrario, a autoras latinoamericanas cruciales como Alejandra Pizarnik, Marvel Moreno, María Luisa Bombal, Gabriela Mistral, María Emilia Cornejo o la propia Elena Garro. Léase también el imprescindible Coloquio de las quiltras. Argumentos caninos ante la crisis del feminismo, brillante disertación de la escritora chilena Lina Meruane en diálogo y contrapunto, precisamente, con Luna Miguel (Debate, 2024)
Es a Elena Garro a quien la mexicana Jazmina Barrera (1988) dedica esta voluntariosa "libreta de apuntes, colección de historias, ideas, datos y gatos" que es La reina de espadas (Lumen, Barcelona, 2024).
Con prudencia y cuidado, la autora decide adentrarse en su mundo vivencial y literario y trazar una semblanza muy personal de una escritora con mayúsculas. Fuera del canon universitario (más en España que en la academia norteamericana, latinoamericana o europea), no leí a Elena Garro hasta que una estudiante de máster, mexicana, decidió emprender conmigo una investigación acerca de sus piezas teatrales y sus relatos (El árbol, Y Matarazó no llamó, Andamos huyendo, Lola). Me pareció absolutamente deslumbrante, revulsiva, original, inconfundible. Y qué decir de su tan mal leída novela Los recuerdos del porvenir. Nuevamente fue la docencia quien me descubrió las aristas, dobleces, sutilezas de ese prodigio narrativo, claro precursor del "realismo mágico" y detonante o motor, en muchos sentidos, de las indagaciones verbales de García Márquez en Cien años de soledad. De alguna manera la filiación estética Garro-García Márquez me hizo pensar siempre en la que podríamos trabar entre Bombal y Rulfo. En ambos casos, las perjudicadas por el paso del tiempo, al menos hasta el momento, han sido ellas, las, a decir de Kristeva, "genias". Con las asistentes al curso que impartí en Casa de México Lo femenino: un riesgo mortal tratamos de iluminar, explorar y comprender las proyecciones múltiples de Elena Garro. La tarea solo fue un aperitivo dentro de una obra mayor que abarca, además de novela, teatro y cuento, el ensayo (destaco Memorias de España 1937 y la curiosa relación que entabla con otra grande, María Zambrano) o la crónica periodística.
Hablar de Garro en México es arduo y espinoso. Es delicado. Eso trasluce el retrato de Barrera y la excesiva precaución con que se acerca a ella. Y no hablamos tanto de lo literario como de lo político. Se dan por hecho su capacidad de imaginar, su inteligencia, su "excentricidad", pero cuando se habla de la relación con Octavio Paz y la intelectualidad política mexicana ya es "otro cantar". Y el libro, digno, evocador, personal, bien escrito, con un inteligente sistema de glosas despojadas al margen con la página y somera referencia a los textos de Garro cae, a mi parecer y nuevamente, en la mitificación del personaje al insistir en la fascinación que provoca, en su singularidad "enigmática" y al detenerse demasiado en los primeros tiempos y los vaivenes emocionales y amorosos con Octavio Paz, en su obsesión por la infancia como época dorada y tema siempre transversal en su obra. Y esto último se entiende porque, como dice Michèle Ramond, en el hombre el placer es mucho más inmediato y en la mujer esto suele pasar por otro trabajo, por una reelaboración y vuelta premeditada a la infancia y lo que esto significa en cuanto a placer y libertad. Parece evidente en el caso de Garro. Tal vez se trate de procrastinación o miedo a entrar en el meollo, pero Barrera tarda en llegar a la madurez de Garro, de penurias inmerecidas junto a su hija, de vivir casi de la beneficencia, como tantas autoras (pienso en el caso de Margarita Ferreras, la autora de la Edad de Plata que acaba recluida en una casa de reposo/residencia). Articulado en un interesante cruce entre la voz de la cronista/ensayista Barrera y la de Garro, a través de sus diarios, cartas, entrevistas, documentales y artículos, el mecanismo resulta solvente y efectivo, aunque es posible que hubiera dado todavía más juego el formato de novela o biografía ficcionalizada porque, insisto, hay problemas con algunas afirmaciones directas o indirectas. Y también algunos olvidos flagrantes, como la denuncia explícita y cruda que Garro hace en todos sus cuentos y piezas dramáticas de la violencia contra las mujeres, sin ir más lejos y como nos recuerda la investigadora mexicana Irmgard Emmelhainz. Y es que a Barrera le cuesta adentrarse en el quid de la cuestión que tiene que ver con un determinado posicionamiento político, un interrogatorio al que se somete a Garro y no se sabe si responde desde la ironía o la acusación. Y la cronista tiene, finalmente, después de postergarlo, la audacia de no esquivar el asunto, pero acaba embrollándose demasiado y prefiere cierta indefinición o ambigüedad complaciente. Por otro lado, hubiera supuesto un mayor riesgo y determinación dar importancia a la obra del exilio de Garro, más atormentada, más problemática y menos digerible que la anterior.
Recordar el magnetismo de la mujer significa, en mi opinión, volver a mitificar como incognoscible a la autora en una suerte de "eterno femenino" que verbaliza inconscientemente, y otra vez, el miedo al talento femenino, ese temor a la genialidad que no es sino un mecanismo de exclusión del dominio de la práctica, la agencia, la acción. Y si de algo no se puede acusar a Garro es de falta de agencia, autonomía o libertad. La mujer Garro parece, nuevamente, víctima y cómplice del imaginario masculino. Por último, me parece un demérito en este libro la exotización o idealización del mundo indígena, místico y animista, que Garro defiende con uñas y dientes. No se le puede restar importancia a una militancia política en favor de la subalternidad, en concreto, su lucha por los indígenas de Morelos que, finalmente, acabaron perdiendo sus tierras. Por muy burguesa y privilegiada que fuera, su coherencia ética tendría que subrayarse.
En suma, La reina de espadas es una semblanza atractiva, pretende ser retrato y también autorretrato, pero flaquea en algunos momentos, especialmente en la parte final, en la que pierde fuerza estilística. Parece que la sospecha ideológica contamina o empaña la visión de su figura y se desearía mayor hondura e implicación, menos vaguedad, especialmente porque se elige a una escritora que requiere una revisión profunda y porque Barrera afirma, desde el inicio del libro, su carácter documentado, su trabajo de archivo y su consulta a los papeles de Princeton sobre la autora.
Si Barthes hablaba de cuatro sentidos en esa escritura miscelánea del diario, mezclado de manera impresionista aquí con la biografía, el ensayo y la investigación académica, podríamos decir que se cumplen varios: la búsqueda de la identidad de Barrera, con su indagación en el propio pasado familiar, el dejar constancia de su yo, la plasmación de una época (en este caso dos, la suya y la de Garro) y el propósito de ejercicio, de taller de escritura.
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En cualquier caso, el libro es un mosaico, modesto y fluido, configurado por breves teselas, pequeñas piezas, fragmentos sugerentes con epígrafes atractivos, frescos en ocasiones, voluntariamente deslavazados, necesariamente incompletos y con claroscuros, como los de cualquier vida, que invitan, y eso es lo relevante, a leer, a seguir leyendo a Elena Garro.
* María José Bruña Bragado es profesora en la Universidad de Salamanca.