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Sergio C. Fanjul: "Pensamos que somos un país de primera, pero hay miserias que no llegamos a percibir"

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Cuenta Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) que cuando era pequeño, como a otros muchos niños, le llamaban mucho la atención las personas en situación de pobreza que pululaban por las calles de su ciudad. Como quien no puede evitar contemplar un accidente imaginando qué demonios habrá pasado, él se quedaba mirando a los pobres callejeros preguntándose por las circunstancias que les habrían llevado hasta esa posición, literalmente en el suelo, a la que parece que solo pueden caer los demás, los otros, nunca, por supuesto, nosotros. Pero ocurre que, con los años, uno descubre que puede pasar y que, de hecho, pasa, por todo un cúmulo de circunstancias.

Varios lustros después, Fanjul le ha cogido el gusto a pasear (mucho) por Madrid observando (muchísimo) lo que la gran mayoría ha aprendido a no ver: precariedad, pobreza y desigualdad extrema. Situaciones que se dan no solo en la capital, por supuesto, si bien desde sus calles él dibuja el mapa completo de La España invisible (Arpa ediciones, 2023) que no forma parte del imaginario popular, nublada por las promesas de la meritocracia, la competitividad, el individualismo, la indiferencia y el pensamiento positivo. Esa España a la que demasiados no miran, en la que se expulsa a las personas sin hogar de los centros urbanos, se hace promoción acrítica de la cultura del esfuerzo o se normaliza la desigualdad.

¿Dónde está esa España invisible de la que nos habla en esta mezcla de ensayo y crónica?

El hilo conductor de este libro es mostrar las formas de invisibilización de la pobreza, de la precariedad, de la desigualdad en España. Empiezo contando las formas más físicas de expulsión de las personas sin hogar de los centros urbanos, cómo se las hostiga con la arquitectura hostil de poner pinchos para que no se tumben o planos inclinados. Desde ahí voy pasando a otros temas como el problema de la vivienda, la persecución del sindicalismo, la criminalización de la okupación... todas estas cosas que hacen que dejemos de ver o normalicemos estas situaciones. También la romantización de la precariedad cuando se nos dice que tener un trabajo de rider es una forma excitante de existir, cuando hablamos de trabacaciones y cosas así. Hablo de todo ese constructo que se va creando para hacer que todas las injusticias sociales nos parezcan normales y desde todas estas situaciones al final llego a la forma un poco más ideológica de todas, que es la meritocracia, la cultura del esfuerzo, esta ideología del pensamiento positivo de que uno puede con todo, que tiene que romper sus límites, dar el 120%, perseguir el éxito... Este individualismo y esta meritocracia que es falsa pero que sirve para que las personas que están en una situación de injusticia o que son desfavorecidas piensen que es normal porque el mundo está hecho así, cuando yo creo que el mundo tiene que hacerse de otra manera.

Es compartido ese recuerdo que comenta de ser crío y no entender que haya gente viviendo en la calle. La inocencia de un niño no lo comprende, pero con el paso de los años normalizamos que haya gente sin techo por nuestras calles como si no fuera con nosotros. ¿Cómo puede ser?

Un día descubrimos que nos vamos a morir, que existe el sexo... La desigualdad es otro de esos despertares de la infancia, preguntarse por qué no todas las personas podemos vivir con dignidad. Creo que nuestra mente no nace con eso de serie porque, de hecho, se nos educa en la desigualdad y en normalizar esa desigualdad. Se nos va diciendo que el mundo es así, pero cuando somos niños nos parece raro, porque aunque los niños son muy egoístas de pequeños, de repente sí que son empáticos cuando hay un pobre o y se pregunta por qué se sufre y no tiene lo que los demás. A mí me llama eso mucho la atención y supongo que a la mayoría de la gente.

Aquí ya estamos viendo que triunfa la ideología ultraliberal de Ayuso que nos lleva a un país como Estados Unidos, sin apenas servicios públicos, una sociedad dualizada de ganadores y perdedores

Nos enseñan a convivir con la pobreza en esta sociedad a dos velocidades en la que los que les viven bien saben que hay otros a los que no les va bien. Pero les da igual porque, aunque tengan delante, les resultan transparentes.

Esa es la ideología que ahora se transmite y que triunfa mucho en Estados Unidos, donde hay una sociedad muy dual y, aunque sea un país muy exitoso, es una sociedad bastante fallida porque hay mucha desigualdad, lo cual provoca que esa sociedad sea peor, más violenta y degenerada. Eso es lo que se quiere imponer aquí, y ya estamos viendo por ejemplo que triunfa la ideología ultraliberal de Ayuso que nos lleva a un país como Estados Unidos, sin apenas servicios públicos, una sociedad dualizada de ganadores y perdedores.

¿Eso es lo que está pasando en Lavapiés?

En Lavapiés, donde yo vivo, ya se ve. Por un lado es un barrio de moda donde hay cultura, se especula inmobiliariamente, vienen los turistas y la gente guay a tomar cervezas... pero por otro lado hay personas que son expulsadas, que viven en la calle o en infraviviendas con todo tipo de precariedad. Conviven esas dos sociedades como estamos acostumbrados a ver en ciudades como Nueva York o San Francisco, donde chorrean los millones pero no se reparten. Esto de Lavapiés es una especie de laboratorio que se puede extender por toda España si no hacemos caso a la necesidad de paliar la desigualdad que nos lleva a sociedades enfermas.

Al turista le impacta mucho ese contraste que se da en esas grandes ciudades de Estados Unidos.

En Nueva York la figura de la mujer que va con sus pertenencias con un carro de la compra por la calle nos parece tremenda, pero allí la gente lo ve como más folclórico y fotografiable, incluso algo tradicional como el Empire State. Como algo curioso y nadie se pregunta por qué demonios está esa legión de gente viviendo en la calle. Esa es una normalización que se da en Estados Unidos a través de la invisibilización.

Investigando descubres que la esperanza de vida puede ser en Madrid de dos años menos en Entrevías respecto al Barrio de Salamanca

¿Eso es entonces lo que está llegando a España? Pone de ejemplo concretamente a la Plaza Mayor de Madrid. ¿Qué nos pasa en la cabeza para no ver la pobreza ante nuestros ojos?

En mi anterior libro, La ciudad infinita (2019), di muchísimos largos paseos por Madrid y ya esbozaba un poco todo esto. Por ejemplo, la segregación entre barrios ricos y pobres. Si no paseas por Madrid y no paseas muy lejos no te das cuenta. Si llegas hasta los confines de la ciudad compruebas de primera mano cómo va cambiando el urbanismo, que es peor en los barrios obreros del sur, igual que las edificaciones. Investigando incluso descubres que la esperanza de vida puede ser de dos años menos en Entrevías respecto al Barrio de Salamanca. Constatas que la comida que se ofrece en las calles es peor, es fast food... es muy flagrante la diferencia que hay en la misma ciudad de Madrid, o en cualquier gran ciudad, entre barrios ricos y pobres.

Es una desconexión total, en realidad no es ni convivencia, pues son como ciudades diferentes.

Esto lo hilo con cuando apareció hace unos meses el consejero de Ayuso Enrique Ossorio diciendo que él no veía a los pobres en Madrid. Eso pasa. Hay muchísima gente en los barrios acomodados o del centro que piensa que no existe la pobreza ni la precariedad, porque está en otros barrios y porque, si está en esos barrios más ricos, se esconde. La gente esconde su miseria. Esta falta de contacto entre las clases sociales a la hora de convivir, más allá de que una persona esté trabajando en una tienda de ropa o de comida y haya cierto contacto en ese momento, provoca que la gente no vote a partidos que proponen políticas sociales, ya que no conocemos a esas personas, nos parecen extrañas. ¿Para qué votar a favor del ingreso mínimo si a esa gente no la conocemos, está lejos y, como nos han dicho, probablemente sean personas vagas que no se han esforzado lo suficiente?

En el centro de toda esta diferencia, una gran mayoría tiende a pensar que es clase media y cada vez menos clase obrera o trabajadora. ¿Este es el resultado de tantos años de operación neoliberal?

Ahora la mayoría decimos que somos clase media. Además, me hace mucha gracia ese mecanismo que hay para hacernos pensar que realmente lo somos que es el consumo low cost. Ese consumo de plataformas audiovisuales baratas, ropa barata, comida barata... hoy en día todo es barato, puedes vivir bastante bien siendo clase baja, pero es que a su vez crea una sensación de clase media y de confort y bienestar que luego se utiliza para ir desmantelando los servicios sociales. Si vivimos medio bien con este consumo, nos da un poco más igual que se desmantele la sanidad pública a la que solo vamos de vez en cuando salvo que seamos más mayores o estemos enfermos. Se van desmantelando las cosas a cambio de todo ese caramelito del consumo low cost que, además, se sustenta sobre el sufrimiento de alguien, porque hay alguien que hace la ropa barata o incluso en el mundo de las plataformas genera mucha precariedad profesional en el sector, y los riders o los conductores de Uber también viven en la precariedad. Siempre el coste que falta en ese low cost se traslada a un tercero que es quien sufre para que sea low cost.

Vivimos en un mundo bastante ciberpunk en el sentido de que hay mucha desigualdad, mucho apocalipsis en nuestro día a día con la amenaza del cambio climático y la propia tecnología, pero el mundo nunca ha tenido una apariencia tan apacible

Precarización que convierte también en pobre a gente que tiene un trabajo con contrato y no vive en la calle, romantización de la pobreza, aporofobia, aporofilia... y mientras tanto, se mantiene la percepción por parte de los españoles de que España en realidad está bastante bien, aunque no lo esté pues, de hecho, los datos dicen que somos el país más desigual de la Europa occidental.

Lo de la percepción del país es interesante porque España es como que no se ha bajado del tren del optimismo. Ya incluso en el desarrollismo franquista la gente tenía bastante subidón con España al pasar la guerra y la posguerra. La Transición se nos contó también como un éxito con la democracia. Llegamos de ese proceso histórico que sí que tiene mucho de progreso hasta la crisis de 2008 cuando todo se va a la mierda, pero la inercia española es que pensamos que somos un país de primera división y súper moderno, que en algunos aspectos claro que lo somos comparados con otros, pero es que dentro tenemos unas miserias que no llegamos a percibir o aceptar. De hecho, a veces pienso que es una especie de autonegación porque no queremos verlo. A esto colabora mucho el diseño del mundo actual en el que todo es bonito. Hasta los años noventa, las fachadas de las ciudades estaban negras pero ahora están todas pintadas, hay calles peatonales, todo está diseñado de una forma muy estética... Vivimos en un mundo bastante ciberpunk en el sentido de que hay mucha desigualdad, mucho apocalipsis en nuestro día a día con la amenaza del cambio climático y la propia tecnología, pero el mundo nunca ha tenido una apariencia tan apacible.

En el fondo de todo esto está el problema del acceso a una vivienda digna en un país donde ésta es un elemento especulativo y no un derecho. En las páginas de este libro habla de tres millones de casas vacías y 40.000 personas sin hogar. ¿Por qué no salen las cuentas?

En España hemos usado las viviendas como una hucha. Por un lado hay especuladores de fondos de inversión, pero por otro también muchas familias que han invertido en vivienda, que han guardado su dinero en ladrillos. Toda la generación de mis padres, incluso de clase baja y humilde, pudo comprar vivienda. Esa es una razón también por la que las políticas de vivienda tienen mala fama en este país, porque mucha gente es propietaria y por eso a mucha gente de a pie le toca las narices que regulen el alquiler, que se pongan trabas, porque al final si tratas de que la vivienda baje en realidad están empobreciendo a mucha gente normal. Ha sido por eso un modelo un poco loco que lo ha fiado todo a la vivienda y a la que se ha ido sumando la especulación internacional.

España es un país que se cree avanzado, que quiere ser del primer mundo, pero es que es un país donde la gente no tiene donde puto vivir

Y luego está la criminalización de la ocupación, los negocios de las alarmas, infundir miedo a los propietarios...

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La mejor forma de proteger el derecho a la propiedad privada, que tanto se cacarea ahora, es que todo el mundo tenga acceso a la propiedad privada y a la vivienda. Porque si mantienes un montón de viviendas vacías y mucha gente que no puede acceder a ellas, que no son solo esas 40.000 que viven en la calle sino también los jóvenes o los trabajadores precarios, el movimiento físico natural es que esa gente tienda a meterse en esas casas. La mejor forma de evitar que la gente ocupe casas es que tenga una casa propia, pues así entonces la ocupación de vivienda para vivir sería un fenómeno residual. Me parece ridículo tratar de mantener esa especie de diferencia de potencial entre casas vacías y gente sin hogar a base de actuaciones policiales, desahucios o bandas parafascistas de desalojos. Eso va a generar conflicto social, malestar y violencia y no va a funcionar a largo plazo. Y sí, la okupación se ha barnizado mucho en la tele con magazines mañaneros y de tarde en plan Ana Rosa, donde están todo el rato sacando la cara más sórdida de la okupación hasta que han creado una especie de alarma social en la que hemos pasado de solidarizarnos con el desahuciado a odiar al okupa, que muchas veces es la misma persona y tiene el mismo problema. Todo es para invisibilizar el problema de fondo que es que España es un país que se cree avanzado, que quiere ser del primer mundo, pero es que es un país donde la gente no tiene donde puto vivir. 

La gente no quiere pagar impuestos porque vive a lo suyo y le importa un carajo la comunidad. Habría que pensar en hacer un nuevo contrato social y un nuevo estado del bienestar que no puede ser el que se empezó a crear en la posguerra

En la parte final, a modo de conclusión, habla de la necesidad de poner en pie un nuevo contrato social que consiga compaginar las ansias de existencia individual con la solidaridad de la vida comunitaria. ¿Menos individualismo y más comunidad como posible solución?

No pretendo dar soluciones porque tampoco las tengo, aunque se apuntan algunas. Respecto a la vivienda en concreto, es un problema muy complejo y está muy bien que se haya empezado a hacer política en España con la Ley de Vivienda, que los expertos dicen que es insuficiente pero es un gran paso empezar. Respecto al panorama general, es lo mismo multiplicado por diez. Para que todo esto desaparezca hay que tener un país mejor, porque cuanto mejor va la economía, mejor van los servicios públicos y más sana es la sociedad, todo esto tiende a desaparecer. Intentamos copiar a Estados Unidos pero nos gustan los países nórdicos, que son tradicionalmente socialdemócratas, donde se han pagado muchos impuestos y han tenido servicios públicos porque había un sentimiento de comunidad muy grande. Sin embargo, en España, donde hay un individualismo rampante, la gente no quiere pagar impuestos porque vive a lo suyo y le importa un carajo la comunidad. Habría que pensar en hacer un nuevo contrato social y un nuevo estado del bienestar que no puede ser el que se empezó a crear en la posguerra porque el mundo es nuevo. Aquel estado se construyó en base a unos sindicatos fuertes que ahora no existen igual, ahora hay una tecnología que hay que integrar en un estado que se enfrente al cambio climático y que incluya las sensibilidades de feminismo, antirracismo o LGTBIQ+. El nuevo estado del bienestar tiene que ser diferente en todos los aspectos, tanto en lo económico como lo cultural y lo social, pero en base tiene que ser lo mismo, algo que garantice la vida digna a toda la sociedad. Que haga país y que genere lazos de solidaridad. Porque un país no es una bandera, ni un nombre, ni un rey, son los lazos de solidaridad que se generan entre todas las personas.

Cuenta Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) que cuando era pequeño, como a otros muchos niños, le llamaban mucho la atención las personas en situación de pobreza que pululaban por las calles de su ciudad. Como quien no puede evitar contemplar un accidente imaginando qué demonios habrá pasado, él se quedaba mirando a los pobres callejeros preguntándose por las circunstancias que les habrían llevado hasta esa posición, literalmente en el suelo, a la que parece que solo pueden caer los demás, los otros, nunca, por supuesto, nosotros. Pero ocurre que, con los años, uno descubre que puede pasar y que, de hecho, pasa, por todo un cúmulo de circunstancias.

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