Magnicidios, capitalismo y crisis existenciales: el teatro musical de Sondheim siempre tiene la respuesta

Stephen Sondheim (1930-2021) es el padre del teatro musical moderno. Una afirmación que puede (quizás) admitir alguna (muy leve) matización, pero no refutación. Predestinado para ello, abandonado por su padre y repudiado por su madre, con apenas once años conoció a Oscar Hammertein II, uno de los grandes libretistas en la tradición del teatro musical, que le enseñó los rudimentos de la creación, y su gran entrada en el teatro musical fue como letrista de West side story (1957), emblemática obra sobre las bandas callejeras con música de Leonard Bernstein y libreto a Arthur Laurents que llevó al género desde Broadway a lugares nunca hasta entonces explorados.

A partir de ahí, el resto es historia y banda sonora. "Todo el mundo que está ahora en el teatro musical ha sido tocado de una u otra manera por la influencia de Sondheim, no hay ninguna duda. No se entiende el teatro musical de hoy sin él", afirma a infoLibre el profesor de Estudios Cinematográficos en la Universidad Oxford Brookes, Alberto Mira, autor a su vez de El teatro musical de Stephen Sondheim (Akal, 2024), el primer monográfico en español dedicado al influyente compositor y letrista estadounidense. "Cualquiera de los grandes del teatro musical en Estados Unidos te diría que su inspiración ha sido Sondheim. Por ejemplo, Lin-Manuel Miranda, el autor de Hamilton, habla maravillas de Sondheim y dirigió los homenajes por su fallecimiento", agrega.

Tal es la talla (y la sombra) de Sondheim, quien cosechó otro gran éxito en su siguiente trabajo como letrista en Gypsy (1959), y en cuya carrera, ya también al mismo tiempo como compositor, destacan montajes tan celebrados y todavía hoy representados en todo el mundo como A Funny Thing Happened on the Way to the Forum (1962), Company (1970), A little night music (1973), Into the woods (1987), Sweeney Todd (1979) o Assassins (1990). Como muestra, un apunte: este próximo 17 de octubre se estrena en el Teatro Soho CaixaBank de Málaga una nueva versión dirigida por Antonio Banderas de Gypsy, "considerado uno de los mejores musicales de la historia de Broadway", según el texto de la propia compañía. "Es una obra realmente interesante. He estado bastante en contacto con ellos ye están muy ilusionados", apunta Mira, quien se declara "obsesionado" por el autor.

Sondheim hace buen teatro, de ahí la comparación con Shakespeare o Chéjov

¿El porqué de esta obsesión? "A mí siempre me había gustado el teatro musical, pero cuando llego a él la verdad es que veo que hay mucho más, que habla de cosas un poquito más interesantes y las letras son más densas. La repetición de Sondheim siempre hace que encontremos cosas nuevas. Yo llevo probablemente desde el 82 o el 83 escuchando sus obras continuamente y todavía encuentro profundidades nuevas. Es muy estimulante estar escuchando una letra y comprobar de repente que hay algo nuevo en algo que llevas escuchando cuarenta años", argumenta. 

"Sondheim hace buen teatro, de ahí la comparación con Shakespeare o Chéjov", remarca, aclarando que esta no es una opinión suya en particular, sino ampliamente extendida entre la gente que ha trabajado con sus obras. "A lo mejor no en calidad, que a saber qué criterios de calidad tenemos cuando hablamos de Chéjov y Shakespeare, pero sí que es verdad que los desafíos que Sondheim presenta a un director o a un intérprete se parecen mucho a los de los grandes dramaturgos", asegura, aún agregando: "A little night music está basado en una película de Ingmar Bergman, y gente que la ha dirigido, como Harold Prince, pensaba muchísimo en que era una obra chejoviana. De la misma manera, quien se pone con Into the woods puede ver que hay temas de El sueño de una noche de verano de Shakespeare".

Los grandes temas que aborda en sus obras, en definitiva, son los que propician que Sondheim "nunca pase de moda porque puedes aproximarte a él de muchas maneras" distintas. Sweeney Todd, por ejemplo, trata con ironía el canibalismo relacionándolo con un capitalismo que "nos obliga a devorarnos unos a otros". Por otro lado, Assassins es una obra en clave de humor sobre magnicidios basada en la idea que el derecho a la libertad en Estados Unidos incluía el derecho de atentar contra los presidentes, algo que "de repente vuelve a ser relevante" con los ataques contra Trump. "Muchas de las cosas que se dicen en el libreto te hacen pensar sobre el tema de Trump a pesar de estar escrito en 1990", apostilla.

Company, por su parte, se escribió sobre un hombre soltero en la Nueva York de los setenta y todos los dilemas que podía tener: "Se reescribe, se vuelve a poner en escena hace un par de años y la protagonista es una mujer y no hace falta cambiar ni una coma porque los dilemas siguen siendo importantes y urgentes. Y la producción que hizo Antonio Banderas en Málaga de Company no era la misma, como tampoco es lo mismo lo que hizo Calixto Beito hace unos años o lo que hizo Sam Mendes en el Donmar Wharehouse de Londres en 1995. Es un teatro tan bien escrito que admite muchísimas interpretaciones, lo cual nos lleva a que también es siempre contemporáneo".

Ocurre que Sondheim, asimismo, resuelve de forma magistral la tensión entre los elementos del teatro musical: lenguaje verbal, musical y escénico. Una culminación de su aprendizaje vital alcanzada mediante la colaboración con libretistas y directores de escena, intercambiando ideas y fusionando talentos a favor de obra. "Esto es muy interesante porque sería el ideal de la gente que trabajaba para la ópera, por ejemplo, y es, de hecho, lo que intentó hacer Wagner: no solamente escribir música, sino hacer libretos y meter mano a tope en la producción, en la dirección de orquesta y en el modo en que sus obras se representaban", destaca Mira.

A todo esto se une, según el autor, que no se trata ya de escribir una partitura y ya está, porque lo importante en toda la historia del teatro musical, "desde Monteverdi o si queremos desde Esquilo, es que haya un buen teatro" que hable al espectador de "dilemas" y "conflictos" que le apelen y le digan algo con "relevancia" y "sustancia". Algo que no empezó en los musicales con Sondheim, pues otros autores ya escribían sobre asuntos de gran calado social, pero sí fue a través suya que este modo de crear y el tratamiento de estas temáticas se afianzó en este género, en ocasiones infravalorado, de manera "consistente a través de una larga carrera y continuas reposiciones".

Así ha sido, de hecho, como Sondheim ha adquirido a lo largo de las décadas una "gran legitimidad" en los coliseos más ilustres del planeta, como el Teatro Châtelet de París o la Ópera de Viena, donde sus obras comparten cartel con Guiseppe Verdi, Gioachino Rossini o Richard Strauss: "Con el teatro de Sondheim para lo mismo que con la ópera, porque tú puedes hacer una versión de Theodora, por decir algo que viene este otoño al Teatro Real, y la puedes actualizar a partir de cosas que están pasando ahora, y puedes hacer que ella te hable de una situación contemporánea. Por eso el de Sondheim es teatro musical para gente que espera un teatro sustancial y ambicioso, porque siempre te dará algo".

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Un acercamiento al universo operístico que de alguna manera puede resultar curioso, pues el propio Sondheim aseguraba que la ópera no le llegaba especialmente. "Pero por mucho que él diga que no le interesa la ópera, al final está tratando de los mismos problemas, de los mismos dilemas y de las mismas cosas a las que se enfrenta un compositor de ópera", aclara Mira, para luego puntualizar divertido: "A mí me puede decir lo que quiera, pero yo escucho algunas escenas de Sondheim y me suenan a Las bodas de Fígaro de Mozart o a otras muchas cosas. Por mucho que diga que la ópera le parece larga... tonterías".

Stephen Sondheim, así las cosas, elevó el prestigio del teatro musical, en no pocas ocasiones tratado como menor, en parte porque "a la gente que ve musicales le interesa la parte más espectacular y ver algo que le divierta". Al mismo tiempo, se instaló con gran reconocimiento en la cultura de nuestro tiempo, principalmente "en la parte culta de Estados Unidos, no la trumpista, evidentemente". "Fuera de Estados Unidos es más complicado porque a la gente del teatro musical muchas veces no le importan mucho las letras", argumenta, compartiendo un detalle curioso que da idea de la presencia del compositor en la creación cultural de nuestro tiempo: "Cada capítulo de la primera temporada de Mujeres desesperadas tiene como título una canción de Sondheim".

Y termina Alberto Mira: "Entre la gente que realmente sigue el teatro musical, esté donde esté, sí que tiene mucho prestigio, aunque fuera de eso es verdad que igual no tiene tanto reconocimiento popular. También puede ser porque cuando vas a ver un musical muchas veces no quieres que vaya sobre un magnicida, que maten a gente, que haya canibalismo, gente deprimida o la crisis del hombre en la Nueva York de los años setenta. Muchas veces lo que el gran público prefiere es que se lo den todo un poco más masticadito, que le canten y le bailen, por eso Sondheim tiene mucho más prestigio entre la audiencia que espera del teatro lo mejor y más sustancial".

Stephen Sondheim (1930-2021) es el padre del teatro musical moderno. Una afirmación que puede (quizás) admitir alguna (muy leve) matización, pero no refutación. Predestinado para ello, abandonado por su padre y repudiado por su madre, con apenas once años conoció a Oscar Hammertein II, uno de los grandes libretistas en la tradición del teatro musical, que le enseñó los rudimentos de la creación, y su gran entrada en el teatro musical fue como letrista de West side story (1957), emblemática obra sobre las bandas callejeras con música de Leonard Bernstein y libreto a Arthur Laurents que llevó al género desde Broadway a lugares nunca hasta entonces explorados.

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