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Las sombras de la ceniza

La inquebrantable belleza de Rosalind Bone 

Alex McCarthy 

Siruela (2024)

Irresistible o maldita. La belleza. Helena de Troya, la princesa Psique, Rita Hayworth como Gilda, Marilyn Monroe en La tentación vive arriba, Liz Taylor, gata sobre el tejado de zinc, el destino tronzado de Amparo MuñozAtractivo imantado, un castigo sin embargo. Otra actriz, también modelo, Isabella Rossellini, confesó: "La belleza es una maldición. Y a mí solo me ha causado dolor". 

Como a Rosalind Bone, fascinante sin rendijas, "criatura sobrenatural", pero una vida estriada. La exbailarina y excoreógrafa Alex McCarthy debuta en la narrativa con esta mujer. Nunca pasa desapercibida, siempre a resguardo, en apariencia. "La cara bonita de Rosalind es un escudo que la protege de cualquier forma de ira. Es el embrujo de Rosalind". Desde niña, objeto de deseo, "los hombres observaban a Rosalind en completo silencio". O de aversión, "a las mujeres les hacía maldita la gracia… Le han cosido los labios con su mezquindad". Atalayas de género, en una novela que ceba la exaltación de la sororidad, en sentido estricto. "No hay nada que una mujer necesite tanto como una hermana". Palmaria.

En esta novela de personajes intensos, perfilados con la técnica del puntillismo, la protagonista tiene una hermana mayor, Mary, con menos encanto y una vida "insignificante y vulgar". Solo su padre perfora el aspecto y penetra en el interior, "nunca le ha dicho que es guapa… Solo él cree en la bondad de su hija… El trocito minúsculo de suelo firme bajo sus pies está hecho de la fe de su padre". El sostén paterno no cubre, ni compensa, el desamparo ocasionado por su belleza. Como una termita, horadará su resistencia. Solo encontrará una escapatoria: huir de sí misma consigo a cuestas. "La Rosalind que había decidido poner tierra de por medio, la Rosalind abismada en la belleza y el amor propio, la Rosalind que exigía en exclusiva la atención y las miradas de todos". ¿Adónde ha ido? El rumor la aleja de la estrechez cotidiana hasta situarla en la ciudad ancha, seducida por el lujo, distante de su ahogador microcosmos. 

Cwmcysgod, valle de sombras. Nombre y significado de ese universo amenazante desde su decadencia. Pueblo minero galés, con un presente tan crepuscular como el carbón que le proporcionó un sustento antiguo y subsidiado. Las minas cerraron sus bocas, no hubo quien entibara sus laberintos, a pesar del año de huelga contra el empeño de Margaret Thatcher, dama de hierro, de extinguirlas por onerosas y poco fértiles. Cegada la extracción hace cuatro décadas, las vidas comenzaron a fluir subterráneas y sarmentosas en este consonante escenario, cómplice imprescindible como Ixtepec en Los recuerdos del porvenir, de la mexicana Elena Garro —relegada a la niebla por su ex, Octavio Paz, Nobel y patriarca literario—. Las localizaciones conforman y otorgan sentido a las historias que los habitan. Y sus consecuencias, como Billy Elliot y su incomprendida vocación de bailar, cuando idéntico trance barrenaba los yacimientos carboníferos en Inglaterra.

De aquellas protestas nació Catrin, hija de la soltera y agorafóbica Mary y de un dudoso sindicalista, que se borró de sus vidas y se convirtió en olvido mineral. Chica desconcertada en aquel contexto esquemático. Los libros reflejaban una "familia… formada por una madre, un padre, un niño y una niña". Ahora, con dieciséis años, cree "saberlo todo", dibuja para evitar "que los sentimientos la engullan desde dentro" y captar "la verdad invisible de un instante". El misterio de su tía, sin lugar donde alojarla ni tiempo donde ubicarla. Cuándo, cómo y por qué. Una imagen, captada por un fotógrafo y publicada en un periódico el tres de noviembre de 1978, responde esos interrogantes. Atrapada en un destello. Ese día, Rosalind se fue "harta de los hombres", para estar "a solas con la verdad". Fugada adonde "no hay ojos. No hay juicios… No frenan su existencia". Esa misma fecha hubo un accidente mortal en el pozo de Senghenydd (un anacronismo deliberado de McCarthy con esta mina cerrada en 1928. Quince años antes, 439 hombres y niños fallecieron por un derrumbamiento, "el más funesto de la historia del Reino Unido". En 1901, murieron ochenta y un mineros). La búsqueda de Catrin, hendida por el secreto. 

Solo Rosalind conoce su enigma. Variables necesarias en la ecuación: el anciano Dai Bevel, viudo, sin hijos, siempre lleva caramelos tentadores en el bolsillo, padece alzhéimer; el arquetípico y acosador gerente de la fábrica de baldes, Gallagher; la codiciosa tendera Edna Williams, y los Clements, Shane y Daniel. Estos hermanos enlosan la superficie de los errores y los delitos, los tienden en la calle como un mal fario inexcusable. Minas a cielo abierto. "Reconfortaba barrer los errores de toda una localidad bajo la alfombra del apellido de una única familia… Mala sangre". Sus actos abrasan tanto que ocultan la tierra quemada donde huronea la abyección. "El peligro viene de esos seres humanos disfrazados de hombres de a pie", de la falsa "certeza que da la superioridad social". Pozos inflamados de grisú sin detectar.

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La novela comienza con un incendio. Del calor de sus llamas aflorará "algo tan frío y oscuro como la verdad". Lo calcinado marcará el rastro de las explicaciones. Lo que la ceniza esconde: el dolor de "complacer, fingir y mentir". La ponzoña depravada. "Los espíritus de todas las niñas echadas a perder a manos de los hombres". La pústula cuando revienta y expulsa el veneno que amontona. La culpa yace, también, en las sombras del bosque arruinado. Rosalind "echa mano del pecado humano que lleva dentro, se lo extrae de las entrañas, lo despedaza y lo arroja por todo el valle, expulsando a gritos la furia de todos sus años de vida". La catarsis del fuego.

La burbuja del atractivo estalla. "El tiempo afloja sus ataduras", es la hora del regreso. Receta doméstica: la ceniza acelera la coagulación, apacigua los glóbulos, derviches torrenciales. Suturadas y cauterizadas las heridas, al trasluz aparecen las grietas, las arrugas. Más allá del resplandor de la piel y su engaño. Sin vergüenza, "una mujer madura más. Nada que mirar. Nada que ver". Agua corriente. Sin madriguera, descendida del pedestal, robada la belleza. Persona común. Fundir la imagen consumible y quebrantable, la pasión indeseada. Pertenecerse.

* Prudencio Medel es periodista.

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