El último asalto a la felicidad de Bascombe

Sé mía

Richard Ford

Editorial Anagrama (2024)

"Las despedidas son más difíciles a mi edad. Hay algo definitivo en ellas". A sus setenta y cuatro años, Frank Bascombe afronta la muerte próxima de su hijo Paul, cuarenta y siete años y enfermo de una versión agravada de ELA, esclerosis lateral amiotrófica. "Tener un hijo adulto que probablemente muera antes que tú no es lo que había previsto. No se parece a ninguna otra cosa". Frank ya había sufrido el fallecimiento de su primogénito, Ralph, a los nueve años. El dolor alcanza una dimensión tan antinatural que carece de designación en casi todas las lenguas. En hebreo tiene una, breve y rasgadora, shjol. Un látigo. Lo que no tiene nombre. Piedad Bonnett, escritora colombiana, tituló así el libro dedicado a su hijo Daniel, que segó su vida a los veintiocho años. Eric Clapton cantó la elegía  Tears in heaven por su hijo Conor, de cuatro años, devorado por el escalofrío tras una caída de cincuenta y tres pisos hasta ser uno con la acera y el sin después. El desgarro de pérdidas así aniquila el alma y congela el futuro de los afligidos. "Los matrimonios en los que mueren hijos suelen desmoronarse, como sucedió con el nuestro" (terminó su relación con Ann, madre también de Paul). Tesis de Ford en la primera persona de su personaje.

"Y sin embargo", frase del novelista. Frank Bascombe arranca desde lo incongruente ante el daño cercano. "Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes". Una primera línea de Sé mía, precursora del balance de un agente inmobiliario a ratos perdidos, después de haber sido periodista deportivo, cuando Richard Ford nos presentó a este hombre "muy estadounidense", en 1986. "En general, todo ha ido bastante bien. La dolorosa muerte de mi primer hijo varón (tengo otro). El divorcio (dos veces). He tenido cáncer, mis padres han muerto. También ha muerto mi primera mujer". En el recuento, faltan las heridas de bala que sufrió durante un atraco. Una trayectoria de contratiempos sin destruirlo porque "un optimista es una persona que cree que lo inevitable es lo que tiene que ocurrir". Y así sucede en las novelas de Richard Ford, donde las reflexiones son hiedra que se apodera de los hechos, apenas sucedáneos, oblicuos al argumento. Similar a la narrativa de John Banville. El irlandés definió al escritor de Misisipi como "un existencialista relajado". Por eso, este Bascombe ya atardecido resume: "Sí y no. Toda la condición humana en dos palabras". Del balance, a la balanza de lo antagónico, donde caben todo el trasiego y la escueta quietud, la zigzagueante incertidumbre y la sosegada claridad. El ser de Heidegger, a quien recurre como referencia metafísica pero no vital, porque tilda de nazi al filósofo alemán.

"Todo está en el viaje, no en la llegada". Sé mía es también una historia en movimiento en torno al San Valentín de 2020, cuando la "peste" ya cabalgaba por donde el mundo se despereza. En esa celebración, los estadounidenses se dirigen tarjetas encabezadas con Be Mine, el título. Tres días de viaje de Frank y Paul Bascombe. Ya en El Día de la Independencia (ganó el Pulitzer con esta novela), padre e hijo peregrinaron en julio, de manera calamitosa, hasta el Salón de la Fama de Béisbol, en Cooperstown, Nueva York. Acción de Gracias, en noviembre, y Francamente, Frank, en Navidad, circulan también por el asfalto en torno a fiestas nacionales. Ford, un apellido industrial y vehicular, desplaza a sus personajes como si los reubicara en la búsqueda de sentido y de una felicidad alejados del lugar común. Encontrarse en movimiento. Drive My Car, película ganadora de un Óscar. Como el cineasta japonés Hamaguchi, Ford escudriña el destino de sus personajes durante la convivencia encofrada en un automóvil, metáfora de senda, dirección y novedad. La carretera, novela de Cormac McCarthy, y Camino a la perdición, película protagonizada por Tom Hanks, siguen la dialéctica del hallarse el padre y su criatura en una ruta iniciática y de ajetreo personal. "Mi hijo tiene demasiado poco tiempo de vida como para echar la vista atrás. Solo existe el ahora".

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"Cualquier viaje puede ser peligroso una vez que te comprometes con el destino". El de los Bascombe, el Monte Rushmore, en Dakota del Sur. Frank y su creador definen este lugar como "el más conceptual de nuestros monumentos nacionales y, por tanto, el más estadounidense, inútil y ridículo, y es grandioso… No hay nada en el mundo que sea intencionadamente tan estúpido". Alquilan una autocaravana para nostálgicos. Salen después de que Paul reciba el alta una vez sometido a un tratamiento experimental en la clínica Mayo de Rochester, en Massachussets. Frank asume con su hijo un papel incongruente, quizá, alejado de sus planes, seguro: "soy su cuidador y lo seré hasta el final… Para los cuidadores, el mundo es un mundo de asuntos pendientes". Uno de ellos, repetir la excursión vivida con los abuelos de Paul hacia un símbolo fundacional. La roca donde están las efigies de Jefferson, Washington, Lincoln y el primer Roosevelt, cuatro presidentes básicos en el trayecto de Estados Unidos. Sin mencionar el revisionismo histórico, el autor interpela a quienes observan el pasado sin su entonces. "Ninguno de estos candidatos conseguiría ni un voto hoy en día: esclavistas, misóginos, homófobos, belicistas, embaucadores históricos, todos jugando con el dinero de la casa". Tan freudiano como matar al progenitor para lograr la identidad única es liquidar el ayer incómodo. Y sin embargo, fue. Y por tanto, condicionó el hoy. Sin vuelta. 

"Sigo montando el burro de los demócratas". Frank y, por tanto, Richard Ford. Además de Paul, Bascombe tiene una hija, Clarissa, republicana. Padre y heredera no se llevan bien. "Todos los republicanos creen que quieren abrir las puertas a la gente, siempre que puedan entrar ellos primero". El escritor llegó a pronosticar que Trump, cuyos ademanes asemeja a los de Mussolini, no volvería a competir por la Casa Blanca. Erró. Tampoco le atrae Biden. En Sé mía plantea la disyuntiva. "Trump-Biden. Difícil saber a qué grupo me gustaría enfrentarme: a una turba de liberales chillones con sandalias que agitan mantas azules de seguridad, o a una estampida de paletos tatuados y musculosos con rifles AR-15 y ejemplares manipulados de la Constitución". Las elecciones, en noviembre de este 2024.                                                      

Si Frank Bascombe concluye, Sé mía constituirá el epílogo de un modelo de personajes. Arquetipos heterodoxos para ser el prisma que atraviesan los pasajes de un país. Lo han radiografiado. Harry Rabbit Angstrom, de John Updike, Binx Bolling, de Walker Percy, Nathen Zuckerman, de Philip Roth. Tan disímiles, tan semejantes. Saber marcharse. El fondo de esta novela. "El misterio profundo y la historia real es la muerte". Nada tan definitivo y, no obstante, ignorado. "Qué sé yo de las últimas cosas", duda Paul ante un vacío que pretende acotar. "Cuando miramos al espacio más profundo lo que esperamos encontrar son sus límites". Ford amojona una atmósfera. Frank llegó cuando falleció Ralph y desaparece cuando muere Paul. Dos ausencias. La antigeometría: dos paralelas convergen en un círculo. "Basta con decir adiós sin decir adiós".  

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