"La realidad es que un buen poema es tan difícil de hacer y es tan poco probable llegar a escribirlo, que se construye más como se puede que como se quiere". Así reflexionaba Joan Margarit en el epílogo de su poemario más reciente, Un asombroso invierno/Un hivern fascinant (Visor/Proa, 2017). El poeta de Sanaüja ha sido el gran protagonista del año que termina al merecer dos de los premios más prestigiosos de la literatura española, el Reina Sofía y el Cervantes. A sus lectores les había regalado el año pasado un libro de memorias, complemento de sus versos, titulado Para tener casa hay que ganar la guerra (Planeta, 2018). Ni siquiera los maliciosos que murmuran que estos premios han querido contrarrestar el prolongado conflicto nacionalista con el Estado español se atreven a negar en público que Margarit es uno de los grandes poetas vivos, en castellano y en catalán.
La pérdida en junio de Antonio Cabrera ha sido uno de los grandes golpes de 2019. Tetrapléjico desde el año anterior por un absurdo accidente doméstico, todavía cuesta aceptar que este filósofo, naturalista y ornitólogo, uno de los poetas más influyentes del siglo XXI español, se haya ido por la puerta pequeña. En Gracias, distancia (Cuadernos del vigía, 2018), su último libro, nos deja una colección de aforismos que lo mantendrán vivo en la memoria: "Nuestro pensamiento puede llegar hasta las cosas, incluso doblegarlas; sin embargo, no las impregna ni las cambia, y pasa y todo se rehace. El pensamiento es parecido al viento".
También nos han dejado en 2019 Carmen Jodra en julio, José Carlos Cataño en agosto y Miguel Catalán en septiembre. El malagueño Manuel Alcántara, que parecía incombustible, inmortal, falleció sin embargo en abril con 91 años dejándonos un legado inabarcable de artículos y versos. Otra pérdida sensible ha sido la de Paca Aguirre, de la que tenemos fresca aún su poesía reunida con el título de Ensayo general (Calambur, 2018): "No sé que hacer con todo aquello que he perdido, / pero sé que el tumulto de esa pérdida / me acompaña insistente y testarudo. / Lo que no tengo siempre está conmigo". Todos ellos se nos quedan en un rincón del alma, el rincón al que aludía la canción de Alberto Cortez, que también se nos fue en abril.
Muchos de los premios importantes del año han sido para mujeres. El más reciente, el Federico García Lorca, ha reconocido a la sevillana Julia Uceda una larga vida de escritura que siempre ha mantenido con calidad, dignidad y discreción. Vive en Galicia, la tierra de Pilar Pallarés, que tras recibir el Nacional de Poesía por su libro Tempo fósil, insiste en que el Estado español sigue teniendo una visión centralista con las lenguas; y puede que no le falte razón porque su libro aún no está traducido al castellano. El premio de la Crítica fue para Matria (Visor, 2018), de Raquel Lanseros, que combate a favor del planeta y del feminismo en versos como: "Dejemos de una vez los disimulos. / Ya no estamos a tiempo de tener un pasado glorioso. / Pero todo el futuro seguirá agonizando / hasta que no sea suyo lo que les pertenece".
También ha sido un año de valiosas recopilaciones. La más voluminosa, las poesías completas de Manuel Machado, en Renacimiento, un volumen de 750 páginas que prometen lectura para todo un año. No le anda a la zaga en grosor, en la misma editorial, las Poesías completas 2019 del gallego Miguel D'Ors, que se disculpa con su ironía característica: "Yo no soy el autor de estos poemas. / Yo sostengo la pluma. Quien decide / es esa muchedumbre: mi pasado". La crítica Xelo Candel prologa la autoselección del director de Instituto Cervantes, Luis García Montero, en Una melancolía optimista (Visor). Aunque de Montero aparecen recopilaciones a menudo, él ha querido que esta fuera especial, más coherente con sus impulsos biográficos que con los resultados. También destaca por su delicadeza El paisaje se hace en el poema (Fundación Ortega Muñoz), la selección que ha preparado Jordi Doce con los poemas de Corredor-Matheos sobre naturaleza: "Todo lo que he logrado / es escribir poemas / que sólo son poemas. / No dan sombra sus árboles, / ni frutos. / En ellos no hay aromas / ni el silencio que anuncia / que el poema se ha escrito".
Como todos los años, es tarea vana intentar abarcar la inmensidad de poemarios que han salido de las imprentas españolas, con lo que cualquier selección que pretendamos hacer tiene que limitarse a las proporciones humanas y por tanto ser injusta. En 2019 hemos asistido al despegue del cacereño Basilio Sánchez, con He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor), probablemente su mejor libro, que ya es decir, con versos como "la realidad es un relámpago que persiste". También destacan, en la misma editorial, el reciente Jardín Gulbenkian de Juan Antonio González Iglesias, Suavemente ribera de Antonio Manilla y Un lugar difícil de Karmelo Iribarren, donde el donostiarra se prueba en poemas más largos de los que nos tiene acostumbrados: "Puede que se resienta / mi pequeño prestigio literario / —qué fue, dirán algunos, / de aquel tipo descreído, huraño / y pesimista—". De todos modos, el personaje sigue estando ahí: 2la eternidad / —esa pensión de mala muerte—".
El veterano Rafael Guillén ha conseguido actualizar el tema del amor en Últimos poemas (lo que nunca sabré decirte) (Vandalia): "este juego es a muerte. / Porque es a muerte todo / lo que ocurre entre dos cuerpos". Alejandro Duque Amusco ha reunido sus poemas breves en Escritura de estío (Papers de Versàlia): "Joven desnuda. / Rubor. Cubrías tu desnudez / con risas". Y el jerezano José Mateos sigue tratando de capturar la esencia, esta vez en Un sí menor (Pre-Textos): "Todo termina así: / unos destellos / de memoria que caen hacia lo hondo / y el cuerpo como un traje envejecido / que casi da vergüenza: // No insistas, corazón, / inútilmente, / nunca / maldeciré la vida".
Ver másUna curiosa gavilla de lecturas para finalizar el año
En cuanto a traducciones, otro ámbito en el que cualquier selección resulta siempre incompleta, Lumen ha rescatado la traducción que hizo Eustaquio Barjau en 1991 del Poema a la duración, del flamante Nobel Peter Handke. Álvaro Valverde ha condensado las poesías completas de Sophia de Mello Breyner Andresen que había vertido a nuestra lengua su amigo Ángel Santos Pámpano. El resultado es manejable y riguroso y se titula Lo digo para ver (Galaxia Gutenberg). El infatigable Francisco J. Uriz ha traducido el más reciente poemario del sueco Kjell Spmark, precisamente secretario jubilado de la Academia del Nobel, el mismo año en que ha aparecido en versión original. Se llama La libertad del ocaso (Libros del innombrable). Y Beñat Arginzoniz ha reunido por fin y por primera vez en castellano todos los versos de Matsuo Basho en Poesía completa (El gallo de oro). __________
Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es El otro ser (Isla de Siltolá, 2018). Reseña cada semana un poemario en El mundanal ruido.
"La realidad es que un buen poema es tan difícil de hacer y es tan poco probable llegar a escribirlo, que se construye más como se puede que como se quiere". Así reflexionaba Joan Margarit en el epílogo de su poemario más reciente, Un asombroso invierno/Un hivern fascinant (Visor/Proa, 2017). El poeta de Sanaüja ha sido el gran protagonista del año que termina al merecer dos de los premios más prestigiosos de la literatura española, el Reina Sofía y el Cervantes. A sus lectores les había regalado el año pasado un libro de memorias, complemento de sus versos, titulado Para tener casa hay que ganar la guerra (Planeta, 2018). Ni siquiera los maliciosos que murmuran que estos premios han querido contrarrestar el prolongado conflicto nacionalista con el Estado español se atreven a negar en público que Margarit es uno de los grandes poetas vivos, en castellano y en catalán.