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'Volar en círculos', de John Le Carré

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Carlos Serrato

Volar en círculosJohn Le CarréPlanetaBarcelona2016Volar en círculos

Desengáñense, no van a encontrar en el último libro de John Le Carré escandalosos secretos de Estado que, se supone, guardaba celosamente para las codiciadas y obligadas memorias que un día habría de escribir en el invierno de la vida, cuando ya nada importa más allá de seguir vivo a la mañana siguiente. De ninguna manera, la discreción ante todo, el decoro, sí. Lo contrario habría sido traición, no al MI-6 ni a su Graciosa Majestad, sino a sí mismo, empeñado como está el novelista en reivindicarse más allá de la etiqueta nefasta que oscurece sus logros literarios: "best-seller internacional". Con cierta guasa bonachona, el propio autor deja caer aquí y allá que su memoria es torpe, que va y viene, que se le impone la imaginación, que al fin y al cabo esto de Volar en círculos, no es sino una novela semiautobiográfica, no se lo tomen muy en serio... Sí, fue espía alguna vez, pero “informando de no sé muy bien qué a no sé muy bien quién”, con esto ya está dicho todo. Lo de los secretos escondidos forma parte de un asunto que, en sí mismo, no le interesa gran cosa al escritor: “Para el escritor de ficción los hechos son la materia prima, no su guía, sino su instrumento, y su labor consiste en arrancarles música”. O sea, tampoco sus novelas esconden expedientes equis cifrados en tramas imaginarias. Olvídense también de teorías conspiranoicas tipo el código no sé qué.

David John Moore Cornwell, hijo de un tarambana embaucador y despreocupado, ha vivido sus máscaras con elegancia marca Eton y sobrenombre de Le Carré. Espía de segunda en la Alemania de la posguerra, intelectual progresista y narrador conservador (de la trama, del ritmo de la novela clásica de aventuras, del relato con mensaje agridulce, del realismo documentado...) ha disfrutado de tanta fortuna como escritor comercial y proveedor de material para algunas estupendas películas (otras no tanto) y exitosas series de televisión, como ha sufrido el menosprecio del stablishment crítico. Tras la temprana cima que supuso su tercera novela, El espía que surgió del frío (1963), por la que se le consideró un digno continuador de la estela de Graham Greene, llegó el éxito, el dinero, la fama, las adaptaciones a las pantallas y las ediciones mundiales con la dichosa etiquetita de vendedor de camelos para leer sentado en un chiringuito de playa. Sin embargo, Le Carré, no sin altibajos y novelas de composición rutinaria, es por muchas razones un escritor admirable.

La que me parece de mayor peso es precisamente la que más le ha afeado cierta crítica: escribe novelas de espías. No lo digo únicamente por el género en sí mismo, sino por su sentido social en una época en la que el espionaje es la norma, incluso sobre nuestras vidas privadas (Snowden o la pesadilla). Si la información es poder, el monstruo de las redes y la vida virtual de telépolis han llevado el fisgoneo a la categoría de norma. A Le Carré le pilla demasiado hecho como novelista esta nueva era triple w, pero no la esencia del espionaje: el ejercicio disimulado del control de una situación conflictiva o del descontrol inoculado en una situación estable. El mapa sobre el que se mueven sus historias es el que van dibujando los movimientos de la geopolítica internacional. Con relatos apasionantes, Le Carré nos ha ido ofreciendo algo más que tramas entretenidas: interpretaciones narrativas de las transformaciones que ha sufrido nuestro mundo globalizado tras la Segunda Guerra Mundial a partir de la investigación en estados de conflicto declarados o latentes (la Guerra Fría, su principal territorio de pesca de historias, los ecos de Vietnam, la descomposición de la Unión Soviética, la tragedia palestino-israelí, la corrupción política y económica, los manejos de las farmacéuticas... y siempre la doble moral).

En este libro, que es más bien una estupenda colección de relatos organizados alrededor de la omnipresencia un mismo narrador más o menos autobiográfico, según los casos, encontramos al escritor que quiere huir de los tópicos que persiguen su obra, desvelándonos, con indisimulado orgullo, la relación de sus ficciones con la realidad. Personas reales que le inspiraron sus personajes, situaciones reales sobre las que fabuló sus tramas, testimonios reales de la obligación autoimpuesta de documentarse in situ antes de comenzar a contar una historia, relatos reales de su amistad con periodistas a los que acompañó en diversas misiones informativas para conocer fisgoneando (el espía que siempre lleva dentro) el asunto que quería novelar... Todo un arsenal de interesantes pistas para el lector que quiera encontrar la huella de lo verdadero tras el velo de las ficciones, contada con sabiduría y buen pulso narrativo para entretener al lector, pero sin huir de (discretas, eso sí) opiniones políticas o (las menos) literarias.

En estos relatos de la memoria fragmentaria de Le Carré encontramos espías, diplomáticos, políticos, periodistas, directores de cine, actores y actrices, estadistas como Yasir Arafat, con el que se entrevista en su refugio libanés, muy  pocos escritores y el fantasma del padre del autor, el fascinante sinvergüenza Ronnie. Nada escandaloso, pero todo muy disfrutable. Al final lo que le queda al lector es la imagen de un novelista afortunado y complacido con su suerte, que a veces se queja, sin amargura, de haber sido algo menospreciado como escritor. Desde luego, ahí deja una obra en la que manipulando los recursos de la narrativa popular y con un perfecto dominio de la complejidad del subgénero de la novela de espías, explora con intención crítica algunas claves de la política internacional contemporánea.

Volar en círculos no va a cambiar la historia de la literatura anglosajona, pero es una sabrosa colección de cuentos escritos con elegancia y sobriedad, que defienden una manera de hacer literatura de aventuras con una intención crítica (nunca maniquea ni beata) sobre el rostro en las sombras de la realpolitik. Algunas de sus novelas, las primeras, quedarán como intrahistoria de la pugna entre los soldados del disimulo durante la fría guerra caliente que libraron Estados Unidos por medio de sus satélites y la Unión Soviética por medio de los suyos, otras como fabulaciones de un novelista efectivo y efectista sobre materiales que vienen de la crónica, el reportaje, la entrevista o el periodismo de investigación. Lo que ocurre es que Le Carré, una vez llevada a cabo la labor de documentación, comienza con lo propio de su verdadero y único oficio, así lo dice en varias ocasiones en esta colección de narraciones autobiográficas o casi: vuela con la imaginación para construir ese pudo ser que define el arte del relato de ficción.

Además de crear un personaje memorable, George Smiley, le Carré es un escritor de historias que nunca dejan indiferente. Esta norma no se rompe en Volar en círculos, quizá su mejor libro desde hace bastantes años. Aparte de confirmar lo ya sabido, como, por ejemplo, que todos sus personajes protagonistas toman prestada un alma humana con nombres, apellidos y número de pasaporte, y que la de Smiley se la dio y su mentor y profesor de Oxford Vivian Green, Volar en círculos ofrece excelentes retratos de gente de vida intensa, arriesgada, a veces famosa, relatos de encuentros en situaciones delicadas, evocaciones socarronas de mandatarios políticos y personajes, alguno desdichado, de los fondos más o menos bajos del espionaje occidental y soviético. Pero, por encima de eso, es un libro que se sostiene por sus propias cualidades literarias más que por los presuntos escándalos, que un verdadero espía nunca revelará... salvo a otro verdadero espía.

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Volar en círculos aumenta así la leyenda urbana de lo que supuestamente sabe y calla David John Moore Cornwell, el hijo del pícaro, pero se muestra como la mejor defensa de las cualidades de John Le Carré como escritor “serio”, aquel que no es que languideciera dormido en los brazos de una cuenta bancaria después de la publicación de El topo (1974), sino que tomó con las suyas la senda de la tradición inglesa de novelas de aventuras, que, probablemente, habría que volver a leer desde una mirada crítica más desprejuiciada de lo que viene siendo común. Están muy bien escritas estas memorias desmemoriadas de un ex-espía que leía a Thomas Mann y Herman Hesse antes de dedicarse a copiarles el oficio y dan tanto gusto al lector como suelen darlo las historias con algo interesante que contar, sostenidas con estilo y maestría narrativa. No es poca cosa, me parece.

*Carlos Serrato es profesor de Literatura.Carlos Serrato

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