La escritora argentina María Moreno no es, desde luego, una nueva voz, ni de la llamada crónica latinoamericana ni del pensamiento feminista. Y sin embargo acaba de ser descubierta por muchos. A esta periodista que ha danzado entre la entrevista (Vidas de vivos) y los sucesos (El petiso orejudo, sobre el niño asesino Cayetano Santos Godino), entre la crónica sociopolítica (La comuna de Buenos Aires, sobre la crisis de 2001) y la investigación histórica (Oración), fue un libro autobiográfico el que la hizo llegar al gran público. Black out, un libro de memorias empapado de alcohol que servía también como testimonio de la bohemia argentina, fue ganador del Premio de la Crítica argentina en 2016, y seleccionado por The New York Times como uno de los libros del año. Es en parte por ese éxito, reconoce, que llegan a las librerías una versión "engordada" de Banco a la sombra, crónicas de viaje que usan la plaza como denominador común, y de Panfleto, antología de artículos feministas publicados entre los ochenta y la actualidad.
"Me ha sorprendido absolutamente", celebra Moreno en un fugz viaje a España, "porque además tengo la impresión de que los lectores son otros, no ha habido una acumulación sobre los que ya tenía". El éxito entre una masa de lectores amplia ha sido para ella, escritora de culto en su país desde hace décadas, casi una revancha: "Siempre tuve fama de escritora para élites, muy barroca, de escritura farragosa, anti intelectual, decían que no se me entendía. Y de pronto me encontré con un público que entendió. Porque mi estilo no cambió, y lo que recibí fue muy afectivo, muy diverso". Este mismo año ganó el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, concedido por el Gobierno de Chile a autores como César Aira o Juan Villoro. El fallo del jurado la describió entonces "una escritora con una actitud punk", como "una desobediente". Con esa misma irreverencia que acaba transformándose en autoironía, la autora atribuye parte de su éxito a la foto de portada de Black out: "Retrató mi yo ideal, le dio una mitología al personaje".
La verdad de la ficción
Aquí está el personaje, la María Cristina Forero de edad incierta —incierta porque ella se resiste a revelarla— que se inventó a María Moreno para que firmara sus artículos. La periodista que sobrevivió como colaboradora, la que vivió a la sombra de las redacciones, en la resistencia cultural de la dictadura y en los márgenes de los círculos artísticos de la democracia. La creadora de suplementos femeninos, como Mujer o Alfonsina, a los que dio un carácter marcadamente feminista. La cronista que huyó de las lecciones universitarias y del prestigio de la objetividad como de la peste. "No hay verdad de los hechos", defiende, contradiciendo los —algo ya anticuados— manuales periodísticos, "siempre los hechos corresponden a determinada retórica". Por eso ella, con su escritura barroca, a mucha honra, huye del efecto de objetividad. Porque así la considera, un "efecto literario". "El mito de que la cosa es posible transmitirla en sí misma es un efecto", protesta. "Si no, la única verdad que podríamos pensar es la de si llueve o no llueve. El resto es siempre una subjetividad y casi te diría que un proyecto en relación a la verdad".
Y pone dos ejemplos, dos ejemplos que —se nota— cita desde hace tiempo cuando interlocutor muestra cierta confusión. Primero, un libro de Philippe Mesnard, Testimonio en resistencia, donde el autor francés estudia los testimonios recabados y construidos en torno a los campos nazis. Entre ellos, los de las víctimas de Auschwitz que veían, en la noche, cómo loa altos hornos escupían llamaradas de un rojo intenso. "Lo fáctico es que los hornos son ignífugos: es imposible que hubiera fuego", plantea la escritora. "Pero para relatar lo vivido necesitan la figura no de la mentira, sino de la ficción. No es casualidad que todos vieran el fuego, que es el símbolo del infierno. Para expresar lo vivido necesitan la idea de las llamas". Someter ese testimonio "al modelo de los tribunales", defiende, niega la metáfora como forma de la experiencia, y "supone que una lengua pobre sería más verdadera".
Hay otro ejemplo: en Oración, ella misma investiga las circunstancias de la muerte de Vicki Walsh, militante de Montoneros e hija del periodista Rodolfo Walsh, considerado padre del periodismo narrativo. Según cuenta Rodolfo en uno de sus textos, Carta a mis amigos, Vicki se suicidó junto a otro compañero al verse acorralada por un operativo militar. Antes de dispararse en la sien, dijo las siguientes palabras: "Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir". Pero la autoría de esa frase es cuestionada, en el libro de María Moreno, por algunos testigos. ¿Quién dijo aquella oración ya mítica? La escritora no se interesa tanto por la respuesta, como por los motivos de la pregunta. "Tanto Vicky como el compañero forman parte de una organización en la que diría que perdés el nombre propio y a la vez diría que formas parte de un cuerpo común en el que ya no hay autoría", explica. "Y por qué Walsh pone esas palabras en boca de su hija: si el compañero es Alberto Molinas, es el jefe, y si la frase queda en la boca del jefe, pierde autonomía, porque podría ser una orden". No se trata de encontrar la verdad fáctica, sino las intenciones detrás de su construcción.
"¡Vos no sos feminista!"
En el prólogo de Panfleto, María Moreno luce un elogio como una condecoración. El crítico Nicolás Rosa solía decirle, asegura: "¡Pero María, vos no sos feminista!". "Era un valor, supuestamente, pero la verdad es que no es así", recuerda. Ahí están, como testigos, los textos recogidos en el volumen, en los que habla de deseo, de erotismo, del cuerpo de la mujer, de aborto o de violencia. Panfleto funciona como respuesta a quienes no vieron en ella a una autora feminista: "Quería reponer esa parte de mi vida, que es toda una existencia pero parece que no era legible". Textos producidos, además, en un momento en el que alguien con sus ideas podía sentirse un poco sola, con "un feminismo liberal muy minoritario". Por eso celebra el movimiento #NiUnaMenos, la corriente feminista que ha tomado la calle en Argentina clamando contra la violencia machista y por el aborto legal, seguro y gratuito, al que define como "antipunitivista, anticapitalista y transfeminista". "Yo coincido con eso", apunta, "aunque mi espacio no haya sido el de la militancia".
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Se resiste, eso sí, a dar unas características comunes al movimiento feminista global que va desde Estados Unidos a Argentina a Francia o España. "No pensemos que venimos del #MeToo o que tenemos que interpretarlo. Tenemos distintas tradiciones de las que beber", reivindica. Así, se opone a lo que considera la "juridicofilia" del colectivo estadounidense, y se alinea con autoras como Rita Segato: "Ella dice, con toda razón, que tenemos que inventar otra forma de hacer justicia que no sea el escrache. Si el sistema judicial ha perjudicado tanto a las mujeres, ahora hay que inventar un protocolo de justicia que no sea señalar a alguien y declararlo culpable sin ningún tipo de defensa ni mediación". Igualmente, protesta ante las acusaciones de "puritanismo" formuladas desde Francia contra el movimiento: "Hacen un llamado al placer, como si este no formara parte del discurso feminista, cuando uno de los lemas de #NiUnaMenos es 'Nos mueve el deseo".
Ella, de hecho, detecta rasgos particulares de esta ola en Argentina, donde se ha convertido en una fuerza política masiva, implicada también en las últimas elecciones. "La novedad absoluta es que se articula como política de oposición. Diría que apoya a Alberto Fernández, siempre de forma crítica, e incide en la política específica. Aunque pare mí el feminismo, tal y como está visible ahora, cuestiona el concepto mismo de política, y esa es su fuerza subversiva. Hay algo de invención, de imaginación política". Tampoco puede desligarlo de la lucha de las organizaciones de derechos humanos, que "en dictadura y durante la democracia se vinculan al concepto de familia". Si esta se ha llamado "la rebelión de las hijas", es porque existieron las Madres de la Plaza de Mayo, por ejemplo. En los orígenes encuentra también la crisis de 2001 que ella se lanzó a contar desde las calles, con las herramientas militantes puestas en práctica entonces. ¿Y ella, se considera parte de esa genealogía, o se reivindica como tal? "Para nada. Ellas verán de dónde vienen". Con los galones que ya tiene, le basta.
La escritora argentina María Moreno no es, desde luego, una nueva voz, ni de la llamada crónica latinoamericana ni del pensamiento feminista. Y sin embargo acaba de ser descubierta por muchos. A esta periodista que ha danzado entre la entrevista (Vidas de vivos) y los sucesos (El petiso orejudo, sobre el niño asesino Cayetano Santos Godino), entre la crónica sociopolítica (La comuna de Buenos Aires, sobre la crisis de 2001) y la investigación histórica (Oración), fue un libro autobiográfico el que la hizo llegar al gran público. Black out, un libro de memorias empapado de alcohol que servía también como testimonio de la bohemia argentina, fue ganador del Premio de la Crítica argentina en 2016, y seleccionado por The New York Times como uno de los libros del año. Es en parte por ese éxito, reconoce, que llegan a las librerías una versión "engordada" de Banco a la sombra, crónicas de viaje que usan la plaza como denominador común, y de Panfleto, antología de artículos feministas publicados entre los ochenta y la actualidad.