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El mirón, mirado

SILVIA HERNANDO

Nada más abrir la puerta, el establecimiento recibe al visitante con una cámara de vídeo que le apunta al rostro desafiante, impertérrita, sin vergüenza ni sonrojo de no apartar ni un momento la vista. Nada, eso sí, excesivamente nuevo bajo el sol. En una sociedad ya aparentemente acostumbrada a la vigilancia constante, a la pérdida creciente del anonimato y a la irrefrenable pulsión de acceder a la realidad a través de la pantalla, de las muchas pantallas, la escena podría estar enmarcada en casi cualquier contexto. Solo que en este caso particular, se trata de uno creativo. De ahí que esa cámara, lejos de las nuevas tecnologías del silicio y el plástico, esté construida con madera. Y así, con esa transmutación material, de cumplir la función del mirón pasa a ponerla de relevancia. La pieza, firmada por Andrei Roiter, forma parte de la colectiva Escópico-Esconder(se)-EscaparEscópico-Esconder(se)-Escapar, en la galería Fúcares de Madrid (hasta el 18 de mayo), una muestra comisariada por Juan Francisco Rueda que enfrenta en un mismo espacio los dos extremos de una incontenible necesidad, casi una obsesión: la acción de observar y ser observado.

La cuestión, representada a partir de pinturas y esculturas de los españoles Miki Leal, Pere Llobera y José Medina Galeote y el ruso Roiter es, como explica el curador, un intento de poner la creación contemporánea “en relación con los tiempos, en una época en que las redes sociales han hecho virar el concepto de intimidad hacia el de extimidad”. Su presencia como organizador de la muestra, cuestión poco común cuando se trata de una galería de arte, que normalmente se encarga de gestionar sus exposiciones internamente, responde a la participación de Fúcares en el programa de la iniciativa Jugada a 3 bandas. Esta convocatoria anual, que celebra su tercera edición, aúna a 21 galerías madrileñas y siete barcelonesas, que han hecho equipo sincronizando las inauguraciones de sus exposiciones (aunque no sus clausuras), todas ellas bajo la premisa de la colaboración entre artistas, galerías y comisarios. “Es un proyecto muy rico, porque plantea un panorama diferente a la manera de trabajo habitual”, apunta Rueda, “lo que da lugar a un diálogo enriquecedor”.

Una vez dentro del local, son múltiples y diversas las apariencias que adopta la reflexión plástica sobre el tema de la mirada: desde pinturas como la de una habitación en la que la perspectiva se fuerza a través de unas líneas convergentes en un punto, el lugar concreto al que se quiere dirigir la atención; a una tela con una abertura que deja entrever unas formas que, a cada cual con su estado mental, evocarán una u otra imagen; la representación de una efigie recubierta con una bolsa de plástico con una ranura para el ojo, o el cuadro de una gruta oscura y profunda, vacía, misteriosa, ante la que el espectador enfoca la vista hacia… ¿nada? “También se presenta la idea de mirar y no ver, porque mirar y ver no son sinónimos”.

La coincidencia conceptual de las propuestas de estos creadores, muy diferentes en sus trayectorias y lenguajes expresivos, más que fruto del zeitgeist es el resultado de las investigaciones de Rueda (Málaga, 1977), Doctor en Historia del Arte que ya ha ejercido las labores de comisario en contextos como el Museo de Málaga o la feria Estampa. “Ellos tenían una manera de trabajar común, aunque no se hubieran percatado, y yo soy la voz exterior que aporta perspectiva”, ilustra. “Todos estos artistas trabajan el ejercicio de la mirada, te hacen ver dónde has de mirar, para luego dejar en suspenso la representación”. Y una vez cumplida su misión, proceden a la fuga. Se esconden. Escapan. “Es un juego pendular”, dice el comisario. “Quizá los propios artistas no tengan presente esa metáfora social, pero yo sí, y en este momento de intercambio vertiginoso de imágenes, sus obras también ponen en valor la idea de detener el momento. De parar”.

Nada más abrir la puerta, el establecimiento recibe al visitante con una cámara de vídeo que le apunta al rostro desafiante, impertérrita, sin vergüenza ni sonrojo de no apartar ni un momento la vista. Nada, eso sí, excesivamente nuevo bajo el sol. En una sociedad ya aparentemente acostumbrada a la vigilancia constante, a la pérdida creciente del anonimato y a la irrefrenable pulsión de acceder a la realidad a través de la pantalla, de las muchas pantallas, la escena podría estar enmarcada en casi cualquier contexto. Solo que en este caso particular, se trata de uno creativo. De ahí que esa cámara, lejos de las nuevas tecnologías del silicio y el plástico, esté construida con madera. Y así, con esa transmutación material, de cumplir la función del mirón pasa a ponerla de relevancia. La pieza, firmada por Andrei Roiter, forma parte de la colectiva Escópico-Esconder(se)-EscaparEscópico-Esconder(se)-Escapar, en la galería Fúcares de Madrid (hasta el 18 de mayo), una muestra comisariada por Juan Francisco Rueda que enfrenta en un mismo espacio los dos extremos de una incontenible necesidad, casi una obsesión: la acción de observar y ser observado.

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