La llegada de los meses estivales supone el pistoletazo de salida de la programación cultural que cada verano aglutina a masas y visibiliza a artistas. Pese al abanico de estilos y géneros, hay un aspecto en el que el panorama artístico, en concreto la rama musical, permanece anclado: la escasa presencia de las lenguas cooficiales. Basta con echar un vistazo a los nombres que inauguran giras y festivales estatales para comprobar que las bandas gallegas, catalanas y vascas ocupan un anecdótico segundo plano.
En ese contexto, la música catalana trata de prosperar gracias al arraigo cultural y a la eclosión de nuevas bandas, y el euskera ocupa una posición de prestigio, especialmente dentro del mundo del rock. Sin embargo, la música gallega, lejos de ser un clamor en las propias fronteras autonómicas, se ha visto relegada a un reducto cultural como consecuencia del escaso apoyo institucional y mediático que recibe. Sí cuenta, por el contrario, con una red de público y organizaciones culturales que trabajan por aglutinar fuerzas y evitar su extinción.
No siempre fue así. Los años de la Transición resultaron “complejos y duros debido a la situación política que se vivía, y la música gallega, al margen de la música tradicional folclorizada y promocionada por el propio régimen, surge como una manera de denuncia político-social de la situación”, explica Tereixa Novo, miembro del grupo Fuxan os Ventos, fundado en 1972. La experiencia de Fuxan, continúa la cofundadora, evidencia que “fue fundamental la red de asociaciones culturales y las muchas personas implicadas que organizaban actos y actividades, logrando que la música gallega, a pesar de los obstáculos y las censuras gubernamentales, llegara a todos los rincones del país”.
Fuxan os Ventos se enmarca en un primer escenario en el que la música gallega se dividía, siempre marcada por un estilo de raíz tradicional, entre la gaita, la guitarra española y la percusión, y por otro lado la música que se inclinaba por el folk celta, opción esta última cultivada por Luar na Lubre, Berrogüeto, Carlos Núñez o Cristina Pato, entre muchos otros. “Una vez todo esto murió, los grupos empezaron de cero con una raíz política, echando una mirada al pasado pero con un estilo musical distinto”, recuerda Pablo Carracedo, Jasper, actual vocalista del grupo de metal Nao, y antiguo guitarrista del ya extinto Xenreira. La única manera de conservar la raíz identitaria de la música fue entonces a través del idioma.
Es a partir de los años noventa cuando se produce el primer gran oasis en el panorama musical de Galicia. “Hubo una evolución importante a partir de los noventa, una explosión”, comenta Carracedo. Nacen en este contexto una gran variedad de grupos que se inclinan por dar el paso de cantar en gallego, mayoritariamente ubicados en la música rock. Como consecuencia se crea “un circuito, unas bandas que a través de Unión Bravú –se le denominó bravú al panorama musical gallego surgido en los noventa, y que se fraguó en 1996 a través de un disco que reunió a doce grupos de la época– conectaron y se pusieron en contacto”, generando de esta forma “una especie de hermandad entre ellos”, respaldada por “festivales y asociaciones que empezaron a producir eventos única y exclusivamente en gallego”.
El papel de los medios
El apoyo, lejos de ser una cuestión marginal basada en movimientos sociales concienciados con el idioma y la cultura gallega, vino también por parte de las instituciones y los medios de comunicación. “Una gran culpa de la escena la tiene el Xabarín”, recalca Gabri Reigosa, vocalista del grupo Dakidarría. El programa infantil Xabarín Club fue gestado hace 23 años en el seno de la CRTVG (Corporación Radio e Televisión de Galicia) e inmediatamente se convirtió en un icono por difundir música de grupos como Os Diplomáticos de Monte Alto o Herdeiros da Crus, exclusivamente en gallego.
Iván Sanjurjo, cofundador de la Sociedade Cooperativa Galega Cunde, apela a la necesidad del apoyo mediático e institucional como clave de la evolución, y recuerda precisamente el papel del Xabarín en esa función. “Xabarín daba espacio a bandas que cantaban en gallego, y eso hace que entonces empiecen a salir también en la radio, las contraten en los festivales, y las pongan en los bares”. A su juicio, aquellos grupos “trascendieron de la gente que consumía música en gallego por lucha a favor de la cultura”. A finales de los años noventa, el Xabarín Club alcanzó los 136.000 socios, pero la programación de la televisión autonómica sufrió una serie de cambios de horario y contenido, y su audiencia comenzó a descender estrepitosamente. Juanillo Esteban, voz principal del programa, señaló en una entrevista a El País en 2009 que “los responsables de la cadena dejaron” de prestarles apoyo, y prefirieron “emitir culebrones en horario infantil”.
Aquello fue “importante y está clarísimo”, insiste Gabri Raigosa, quien confiesa que “parece increíble que grupos como Terbutalina, Dakidarría, Sés, Nao o Familia Caamaño no estén ahora continuándolo”. El problema, añade el vocalista, es que la televisión gallega no parece inclinarse por una apuesta real que impulse su presencia mediática. “El sistema avanza y va devorando los pequeños reductos de libertad que quedan, así que hay que seguir gritando desde fuera del muro”, denuncia.
Actualmente, la TVG se consolida como el canal autonómico más visto de todo el territorio español, según datos de la televisión pública del pasado mes de febrero. Cabe deducir, por tanto, que una difusión por su parte supondría –como ya ocurrió en los noventa– un empujón significativo para la música gallega. “Lo primero es que en los medios públicos le den presencia”, subraya Iván Sanjurjo. Se refiere no únicamente a programas especializados, sino a la melodía que acompaña a espacios de cocina, reportajes, documentales y todo tipo de contenido televisivo. Ramón Bermejo, portavoz de la asociación Músicos ao vivo, coincide en que “hubo una época en la que sí que había unas publicaciones musicales y se vivía de otra forma, lo que pasa es que en este momento el campo mediático está dominado por cadenas de radio y televisión absolutamente banales”, lamenta.
En su opinión, lo que ofrecen actualmente los medios gallegos responde a “un modelo musical y artístico de bajísima calidad, súper uniforme, y lo malo es que si esto fuera una batalla la están ganando, porque tienen muchísimo poder, muchísima presencia, y las nuevas generaciones se ven muy inclinadas a dejarse llevar por esa marea”. En la misma línea se expresa Pablo Carracedo, quien añade tajante que la televisión de Galicia únicamente “programa bazofia, programa sin cerebro, programa sin línea todo lo que le va cayendo y provoca” que los grupos gallegos sean “desconocidos” en su “propia tierra”.
Aunque con el inicio del siglo XXI comienza un declive a nivel mediático, todavía queda espacio para la cultura gallega durante la época del bipartito –gobierno entre PSdeG y BNG, 2005-2009–. Por entonces el gallego Xurxo Souto, líder de la banda Os Diplomáticos de Monte Alto, se convierte en el subdirector de programación de la Radio Galega, donde dirige Aberto por reformas, programa caracterizado por emitir contenido exclusivamente en gallego. “Sólo se escuchaban grupos en gallego, durante una hora”, recuerda Pablo Carracedo. “Había grupos de bajísima calidad, pero podían sonar quienes estaban empezando”, de modo que la única manera de formar parte de aquello era “cantar en el idioma propio, porque no había un programa de música alternativa en español o inglés, sólo quedaba ese espacio y eso hacía que la gente se sumara”.
Con la llegada de Alberto Núñez Feijóo a la Xunta de Galicia, Xurxo Souto es sustituido, Aberto por reformas cuelga el cartel de cerrado, y la música gallega pasa a ser una anécdota para los medios de la comunidad.
Abandono institucional
Durante la última década, la música en gallego ha experimentado no sólo una fructificación en cuanto a estilos, sino también una “profesionalización evidente”, incide Carracedo. Lo ha hecho, sin embargo, al margen del apoyo institucional. Como resultado, gran parte del panorama musical gallego ha tomado partido por un mensaje claro de oposición frente a las instituciones y los medios. “El problema es que todo lo que se hace por oposición es tan inútil como lo que se hace por adscripción”, señala la música María Xosé Silvar, SésSés, quien entiende que toda creación artística “se tiene que hacer por normalización”.
En este sentido, Ramón Bermejo no pasa por alto que “quien tendría que ocuparse de esponsorizar o de respaldar a los músicos serían las instituciones, como la Xunta, encargadas de la normalización lingüística que en Galicia brilla por su ausencia”. A su entender, resulta fundamental la puesta en marcha de “unas líneas de ayuda para lo que es la distribución y exportación de música gallega, que todavía no se considera como una industria”. Pablo Carracedo coincide en que “no hay industria, y entonces no hay circuito, no hay un sello discográfico que sea sólo en gallego, no hay una gran productora que abarque todas las bandas como sí hubo en Euskadi o en Cataluña”. En Galicia, sentencia, “eso no existe”.
Carracedo denuncia que “por parte del PP no hay ninguna voluntad de fomentar la cultura”, dando pie a un desequilibrio manifiesto basado en que “únicamente reciben ayudas las productoras con las que tienen mano, sigue siendo un negocio y una mafia caciquil como la de siempre”, aunque recalca que sí existen ayuntamientos y diputaciones “que tiran por la cultura gallega, recuperan subvenciones y financian proyectos interesantes”. Carracedo reconoce que el debate de las subvenciones está abierto, pero considera incuestionable que para construir una infraestructura que apueste por el gallego “es imprescindible que haya una promoción, y la promoción sólo puede venir dada por los entes públicos o por que se subvencione a los medios privados”.
La cantante Guadi Galego –exintegrante de Berrogüeto– recuerda que “la subvención está en todos los sectores económicos”, mientras que paradójicamente “se talan subvenciones al sector cultural”. Lamenta, Galego, la ausencia de mecanismos que funcionen como ayudas destinadas a grupos y artistas, quienes siguen denunciando la precariedad laboral del sector. Tereixa Novo recalca que, para que “la cultura gallega en general y la música en particular tengan éxito, es necesario que haya un apoyo y promoción desde las administraciones públicas”. Novo sostiene que, en esta labor, resulta imprescindible “facilitar las condiciones necesarias para que la industria cultural gallega exista”. Se suma así a lo expuesto por sus compañeros al esgrimir que las administraciones públicas, “salvo raras y puntuales excepciones, no sólo no se involucran en ayudar a la cultura gallega, sino que más bien parece que están para lo contrario”. Entiende, asimismo, que no se trata de “dar ayudas o subvenciones directas a los creadores, sino de propiciar las condiciones óptimas para que la música gallega crezca y llegue a todos los gallegos, al tiempo que pueda tener en el exterior la promoción que se merece”.
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La deficiencia de apoyos oficiales se convierte así en causa directa de la escasa visibilización. Entre los principales festivales que se celebran en Galicia, apenas hay músicos que canten en gallego. El Resurrection Fest, que el pasado año acogió a 80.000 asistentes, cuenta para el próximo julio con un cartel formado por más de cien bandas nacionales e internacionales. Ninguna de ellas compone letras en gallego. El SonRías Baixas cuenta para este año con dos grupos que cantan en gallego de un total de doce, mientras que el Atlantic Fest cede el escenario a uno de siete, y de los tres grupos confirmados para el V de Valarés ninguno emplea el idioma de la tierra.
Existen ejemplos en el lado opuesto de la balanza, como el Candeloria –donde más de la mitad de los grupos cantan en gallego, ocho de catorce–, muestra de que “sigue habiendo festivales que apuestan por la música en gallego, pero siguen siendo festivales pequeños, hechos por asociaciones, por chavales como núcleo de resistencia”, considera Iván Sanjurjo, quien apunta que además Galicia cuenta con “una gran desventaja en lo tocante al espejo de Euskadi o Cataluña, y es que allí la mayoría de la población está orgullosa de su cultura, y aquí andamos un poco flojos de eso”. Pablo Carracedo también entiende que “en Galicia las bandas son anecdóticas y se convierten en complementos a otros trabajos”, lo que hace que en muchos casos “bajen los cachés y esto provoca un feedback en los festivales, que también les bajan los cachés a los grupos o intentan hacerlo, lo que genera que haya un autoodio que no se da en ninguna parte del Estado”.
A juicio de Sés, precisamente uno de los motivos por los que la escena musical gallega no se contempla a nivel estatal es que “Galicia tampoco se reconoce como cultura diferenciada”. Tereixa Novo se manifiesta, en base a su dilatada experiencia en la música gallega, “consciente de vivir en un país que tenía, y tiene, su cultura minusvalorada, y el principal activo y vehículo de esa cultura es el idioma”. En su opinión, resulta impensable “separar una cosa de la otra si se quiere que las generaciones venideras sigan cantando y hablando en gallego”. Concluye, Novo, defendiendo que “con la música gallega y la música en gallego no sólo se reivindican derechos y libertades democráticas, sino también la necesidad de vivir en gallego como gallegos y gallegas”. Ahí reside, probablemente, la importancia de no dejarla morir.
La llegada de los meses estivales supone el pistoletazo de salida de la programación cultural que cada verano aglutina a masas y visibiliza a artistas. Pese al abanico de estilos y géneros, hay un aspecto en el que el panorama artístico, en concreto la rama musical, permanece anclado: la escasa presencia de las lenguas cooficiales. Basta con echar un vistazo a los nombres que inauguran giras y festivales estatales para comprobar que las bandas gallegas, catalanas y vascas ocupan un anecdótico segundo plano.