"Desde la última visita de Pearl Jam en 2018 al mismo Palau Sant Jordi a los conciertos de este año, el precio final de las entradas se ha visto incrementado un 69%. De 98 a 165 euros. Por ponerlo en contexto, los salarios en este mismo período han subido un 8%". Este es el amargo lamento de la comunidad de seguidores de Pearl Jam en España, en funcionamiento desde 1999 bajo el nombre de Estúpida Fregona, por los elevados precios para ver a la banda estadounidense el próximo mes de julio en Barcelona.
Una queja particular sobre un concierto en concreto. Un sentimiento expresado concisamente por este caso pero que es extrapolable al momento general actual turbocapitalista e inflacionista. Y ocurre, asimismo, que en la misma semana se ha anunciado también el regreso de AC/DC en mayo a Sevilla, con unas entradas que van de 119 a 170 euros (gastos de gestión ya incluidos), cuando en la anterior visita de la banda a la ciudad del Guadalquivir en 2016 costaban entre 75 y 80 euros (en aquel caso más gastos). Ver a la banda comandada por Angus Young en el mismo estadio hispalense de La Cartuja costó 73,5 euros en 2010. El caso de Pearl Jam, por cierto, es especialmente sangrente pues la banda llevó a juicio hace treinta años a Ticketmaster por encarecer el precio de las entradas con cargos obligatorios, a pesar de lo cual el grupo sigue trabajando con la multinacional a día de hoy... y encareciendo las entradas gira tras gira.
Unas cantidades que se van incrementando un poquito más con cada nueva visita y que, en cualquier caso, no aminoran las ganas del público de asistir a estos grandes conciertos masivos pues, sin ir más lejos, AC/DC ha anunciado una segunda fecha en Sevilla para el 1 de junio después de que las entradas para la primera volaran y se evaporaran ante el estupor de quienes se quedaron sin ellas. No sorprende, en cualquier caso, pues la música en vivo logró facturar en nuestro país 459.248.129 millones de euros en venta de entradas en 2022, lo que supone un incremento del 191,33% respecto al 2021 postpandémico y que representa la cifra "más alta jamás registrada", según los datos de la Asociación de Promotores Musicales de España (APM) recogidos en el Anuario de la Música en Vivo 2023.
"Hay conciertos baratísimos. De hecho, la mayoría son muy baratos y son unos pocos los que son caros, igual que pasa con el fútbol o el baloncesto", afirma a infoLibre precisamente el presidente de la APM, Albert Salmerón, quien recuerda que "hay miles de conciertos que son muy baratos, pero solo salen en los medios los pocos conciertos de estadio o de grandes recintos, que son muy pocos en comparación con la gran cantidad de conciertos que hay en este país o en cualquier otro lugar". "La final de la Champions es muy cara, el partido de barrio está tirado de precio", apostilla.
Está claro que no todos los conciertos son grandes conciertos ni mueven grandes cantidades, pero está igualmente claro que esos macroconciertos cada vez mueven más y más dinero. La demanda de música en directo es más alta que nunca por los cambios socioculturales y de consumo musical, y ahí está el WiZink Center de Madrid como cuarto recinto del mundo por actividad y entradas vendidas en 2023 tan solo por detrás del Madison Square Garden de Nueva York, el Movistar Arena de Buenos Aires y The O2 en Londres. Y esta demanda es tal que hasta ahora sigue absorbiendo con pasmosa facilidad el aumento de los precios, lo cual termina dando la razón a promotores y artistas, que bien podrían pedir todavía un poquito más y seguirían llenando los más amplios recintos sin dificultad –y así ocurre, de hecho, en el caso de entradas platinum vendidas en Ticketmaster con precios dinámicos, lo cual quiere decir que suben en función de la demanda, como los billetes de avión, llegando a costar hasta 410 euros en el caso paradigmático de AC/DC–.
Huelga aclarar, eso también, que no toda la recaudación en taquilla va para promotores y artistas. En absoluto es así. Dejando al margen los gastos de gestión que la ticketera suma ya por defecto al precio puesto por el organizador, cada euro que paga un asistente se reparte en diferentes partidas, todas ellas necesarias para sacar adelante la celebración de un gran concierto -que es de lo que hablamos pues caso aparte, diametralmente opuesto, es el de las actuaciones en salas, que requieren de menos y menos personal cuanto más pequeño es el recinto y el formato-. A la hora de echar cuentas, una vez celebrado el concierto, lo primero que hay que descontar es lo que se lleva Hacienda, que es un 10% en forma de IVA –antes era un 21%–. Lo segundo, un 8,5% que va directamente a la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Antes de descontar estas cantidades, lo primero que se hace, antes de que la música empiece a sonar, es pagar la producción, que incluye el alquiler del recinto y todo el material técnico, y que en el caso de un espectáculo en un estadio puede ascender a un millón o incluso hasta 1,3 millones de euros, según han apuntado a infoLibre fuentes de la industria (y siempre aproximado, pues esta cuantía depende de multitud de factores). Una vez restado eso, hay que pagar el caché del artista –que dependerá del acuerdo firmado, también con múltiples variables, pero que es el montante más abultado– y ya después lo que queda es el beneficio del promotor, que es en última instancia el que arriesga todo el dinero.
"El precio de una entrada se pone en función de cada logística y cada casuística de cada concierto", apunta Salmerón, que recuerda que con el importe de cada ticket "hay que pagar muchísimas cosas". "Una parte va al artista, y luego hay que pagar toda la producción, el recinto que sea, una sala pequeña o un estadio, con el alquiler y todos los costes asociados. También hay que pagar todas las infraestructuras de sonido, de luces, todo el personal que trabaja en la producción, que es muchísimo en un montaje grande e incluye personal de carga y descarga, de montaje de escenarios, riggers o scaffolders (andamistas), que son la gente que se sube a los andamios y que tiene que tener una formación determinada para montar todos los equipos de luces y sonido y que trabajan colgados. Hay que pagar al personal de seguridad y también la promoción y todo lo que es el márketing, desde el diseño de las imágenes hasta la impresión de carteles y la pegada en las calles, la publicidad en medios y en redes sociales. Hay una parte que va también a la ticketera que organiza toda la logística y todo el software para poder vender las entradas. Y una parte, si que es queda algo, porque muchas veces no queda nada y hay pérdidas, va para el promotor y organizador del concierto", enumera.
Llegados a este punto, aclara el presidente de la APM que cuando dice artista no se refiere al cantante que sea, sino a todo su "entorno", que a su vez incluye a su mánager, agente de contratación, responsable de comunicación o todo el personal de gira en ruta. "A veces puede ser un grupo, pero también un artista que contrata a los músicos, a todo el personal técnico, a los conductores de autobuses y camiones, a los backliners, técnicos de sonido, técnicos de luces, técnicos de monitores, jefes de producción técnica... en una gira grande viaja muchísima gente con el artista y hay que pagar a todo ese personal", continúa, sin olvidarse, por supuesto, de todos los gastos de transporte, alojamientos, comidas y dietas. "Es una cadena en la que trabaja mucha gente y que al final también genera beneficios y un impacto económico que afecta a muchísima gente. Toda una cadena de industrias auxiliares participan en el proceso, como imprentas, diseñadores, autobuses, camiones, empresas de alquiler de sonido y de luces, restauración, empresas de seguridad... hay muchísima gente que trabaja en una producción, sobre todo en las producciones grandes, que cuentan con cientos y cientos de personas. En las pequeñas, obviamente no es así porque no soportan esos costes", destaca.
En muchos momentos los promotores han soportado los aumentos de la inflación, no siempre han subido los precios. Pero es lógico que si hay una inflación importante acaben subiendo los precios de las entradas como suben los artículos de primera necesidad
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Admite asimismo Salmerón que la inflación "ha afectado muchísimo" al sector de la música en directo, "como ha afectado a la economía en general, y eso ha tenido un peso importante en todo el encarecimiento de la producción" que, a su vez, se traslada al precio de las entradas. Eso sí, remarca que "en muchos momentos los promotores han soportado esos aumentos de la inflación, no siempre han subido los precios", si bien en cualquier caso considera "lógico que si hay una inflación importante acaben subiendo los precios de las entradas como suben los de los artículos de primera necesidad". "En cualquier caso, hay muchísimos conciertos que realmente no suben los precios de las entradas. Siempre nos fijamos en casos mediáticos que en el fondo no son muchos dentro del conjunto de los miles de conciertos que se celebran en nuestro país. Y todos esos conciertos de base, pequeños o medianos, difícilmente suben significativamente los precios", defiende.
En medio de semejante berenjenal –la trastienda de los grandes conciertos, como de los grandes festivales, son casi ciudades enteras–, hay artistas que se implican en el precio de sus entradas y que piden que no cuesten a sus seguidores más de una cantidad determinada, como era el caso de Pearl Jam, ya que estamos con ellos, tres décadas atrás. Al mismo tiempo, por supuesto, también hay otros muchos que se desentienden, cobran su caché y lo dejan todo en manos del promotor de turno. Hay, en definitiva, algunos que van al puro negocio y a exprimir al máximo, y hay otros que se preocupan más de cuidar al público, tejer industria y repartir un poquito mejor el pastel entre todos.
Incluso hay artistas que, como Pearl Jam, al principio de su carrera se preocupaban y ahora parece que no se preocupan ya tanto. Igual que Bruce Springsteen, quien indignó a sus fieles por los precios desorbitados de su última gira por Norteamérica del pasado año. Y les enfadó hasta el punto de provocar el cierre de Backstreets, un fansite de referencia mundial que expresó así el sentir general de unos seguidores que se sienten inevitablemente defraudados y exprimidos. La respuesta de El Jefe no es que fuera precisamente alentadora, pues se limitó a decir que habían mirado los precios que estaban poniendo otros artistas –verle el próximo junio en estadios de Madrid y Barcelona cuesta en su caso de 70 a 140 euros–. Bastante más asequible, en cualquier caso, que los precios de Madonna en su última visita a Barcelona del pasado otoño, con entradas desde 45,50 hasta 340 euros. Aunque nada igual por ahora a los precios para ver a Luis Miguel en el Santiago Bernabéu: de 60,30 hasta 915 euros (y hasta 1.428 euros con precios dinámicos). Por supuesto, las entradas están agotadas. De hecho, se agotaron tan rápido que cantará dos noches el el estadio madridista.
"Desde la última visita de Pearl Jam en 2018 al mismo Palau Sant Jordi a los conciertos de este año, el precio final de las entradas se ha visto incrementado un 69%. De 98 a 165 euros. Por ponerlo en contexto, los salarios en este mismo período han subido un 8%". Este es el amargo lamento de la comunidad de seguidores de Pearl Jam en España, en funcionamiento desde 1999 bajo el nombre de Estúpida Fregona, por los elevados precios para ver a la banda estadounidense el próximo mes de julio en Barcelona.