Rosalía divide España (otra vez): ¿un concierto sin músicos es un concierto?
Que el arte es subjetivo ya lo sabíamos. Que puede provocar tanto éxtasis como indiferencia o desprecio, también. Así que lo de Rosalía debe ser arte del bueno, pues tiene este verano a los españoles más polarizados que el Debate sobre el estado de la nación. Porque ahora, por obra y gracia de la catalana, somos una nación pop en la que todo el mundo sabe muchísimo de música en general y Rosalía en particular. Pero ocurre que, al contrario de lo que sucede en los conciertos, en los que todo el público va a una, en esta ocasión estamos enfrentados. Estar divididos es nuestro sino.
Aunque el Motomami World Tour arrancó el pasado 6 de julio en Almería, ha sido a su paso por el WiZink Center de Madrid cuando se ha convertido en asunto de interés público nacional (cosas del madridcentrismo). Que si no lleva músicos en escena, que si está todo pregrabado, que si el espectáculo está milimetrado y pensado casi más para redes sociales como TikTok o Instagram que para los asistentes (quienes a su vez llenan las redes sociales con sus propios vídeos de los recitales). Consideraciones efímeras que se enconan a perpetuidad por el enfrentamiento incansable entre dos facciones antagónicas: la del sí y la del no.
"Rosalía está demostrando que es la artista más conectada con los códigos centenial de TikTok y otras plataformas digitales y se los ha llevado al escenario, para bien y para mal. Como la plataforma china, el espectáculo resulta adictivo, con canciones que se suceden a velocidad relampagueante, lo que hace imposible que apartes la mirada o te aburras. Es como si grabase videoclips in situ", apunta a infoLibre el cronista musical de la Agencia Efe, Javier Herrero, quien insiste: "Es TikTok con todas sus ventajas (no hay manera de apartar la mirada, la realización es brutal) y con sus desventajas (todo a través de una pantalla tiene más sentido, que es donde acabas mirando, falta foco, no hay música en vivo...)".
Se sublima el componente estético, por tanto. como lleva ocurriendo ya varias décadas desde que bandas como Pink Floyd, Rolling Stones o U2 inventaran eso del rock de estadio. El viejo debate sobre si en estos conciertos masivos el espectáculo se come a la música está seco desde hace mucho tiempo pero, como el Guadiana, aparece y desaparece recurrentemente. Y en esta ocasión vuelve a nuestras vidas porque Rosalía actúa sin músicos sobre el escenario (en la gira de El mal querer ahí estaba El Guincho sobre las tablas, lanzando bases y samplers).
Emergen entonces palabras tabú como karaoke o playback (esto último no es así, en absoluto, aunque su micrófono fallara en un par de ocasiones en el WiZink Center), y se lía en ese campo de batalla minado que es Twitter, desde donde salta a todos los ámbitos. Los más viejos del lugar recuerdan perfectamente que esto ya se discutió en los años noventa por ejemplo con Madonna, y que es algo que en realidad ha perseguido siempre a los grandes espectáculos de pop, de artistas femeninas en mayor porcentaje, en los que el montaje escénico es por definición una concatenación de estímulos de todo tipo con pasarelas, plataformas, vídeos, bailes, cambios de vestimenta y lo que haga falta para que todo resulte frenético.
No es así el Motomami World Tour, en el que Rosalía prefiere la austeridad de un escenario en el que lo importante es ella y nada más. Su poderío es tal que se acompaña únicamente de un cuerpo de bailarines y un operador de cámara que la persigue (ante la vista de todos hasta resultar incluso molesto estéticamente para los asistentes) con la misión esencial de que quede perfectamente multiplicado en las grandes pantallas este show presuroso de treinta canciones en algo menos de noventa minutos.
"Me parece bien que no haya músicos, Rosalía y su equipo plantean la gira y el concierto. Es un espectáculo y se basa en las canciones, la voz (muy importante), los bailarines (estuvieron espectaculares de principio a fin) y la realización de imágenes (la grabación y las pantallas, perfectas)", señala a infoLibre el fundador y director de la web Musicazul, Alfredo Rodríguez, quien puntualiza: "Y no hubo músicos como se conoce una banda como tal (guitarra, bajo y batería), pero Rosalía tocó la guitarra y el piano de cola. Y tuvo a dos músicos, uno con un teclado y un segundo con bases, programaciones y parte técnica/electrónica. Lo que ocurre es que en esta gira el teclista es iluminado en una canción, mientras el resto del concierto no es protagonista. Y el otro está aún más escondido. En cualquier caso, el concierto fue rápido, directo, equilibrado y superó mis expectativas".
"Lo que hace Rosalía es una performance, un show, un espectáculo, que en Madrid se ha celebrado en un pabellón en un contexto musical, por lo que es un concierto, lo mires por donde lo mires. Pero un concierto sin músicos es una polémica", plantea el periodista cultural Carlos H. Vázquez, quien recuerda a infoLibre que, en cualquier caso, esto es común en el hip-hop, donde están los raperos y los DJ que lanzan las bases. "Y la música electrónica como tal son sesiones, pero también son un contexto de concierto porque, además, la electrónica es un instrumento más. Al fin y al cabo es música que, es lo que importa", apostilla.
Sea como fuere, las cosas como son: Rosalía es más que una cantante, es un fenómeno social. Por eso, tampoco hay que rasgarse las vestiduras si el planteamiento de sus shows va mucho más allá de lo musical. Es por ello que todo el mundo tiene una opinión sobre Rosalía a día de hoy, haya estado o no en alguno de sus recientes conciertos. Gente anónima, por supuesto, así como celebridades e incluso políticas como la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy, quien no dudó en calificar de "bluf" la primera de las dos actuaciones de Rosalía esta semana en el WiZink Center. Opinan también los periodistas en general y los culturales y musicales en particular, como Fernando Neira, colocado estos días en el epicentro del huracán por sus críticas y por usar esa palabra prohibida que decíamos antes: karaoke.
"Yo he visto muchos conciertos en los que salía un músico tocando la guitarra y cantando pero como no había dinero para llevar más músicos, estaba todo pregrabado. No es el caso de Rosalía, que estará contando billetes mientras están estas polémicas", señala divertido Carlos H. Vázquez, quien además defiende la propuesta de la artista al preguntarse cómo se podría trasladar al directo a nivel técnico un disco tan complejo como Motomami, con "todos los samplers, los sintes, los arreglos de voz y los filtros". "Tienes que mover mucho para trasladar al directo lo del disco de la manera más orgánica, eso es muy complicado", concede.
Retoma la palabra Javier Herrero para argumentar que la de Rosalía es una propuesta en la línea de C. Tangana en el aspecto de la "realización hipercoreografiada, pero más radical" todavía: "Si el madrileño pone un pie en el teatro en su propuesta, con treinta músicos en vivo y una escenografía de club, ella se va a la televisión y, en la línea del hip hop, la electrónica o el pop, prescinde de casi toda la música en directo... casi casi como Eurovisión. Pero al final, cuando el espectáculo gana peso es cuando se detiene en los temas lentos, se planta planta en el escenario y canta sin artificios".
El periodista de El País Fernando Navarro, por su parte, habla de un concierto "notable y muy destacado" al tiempo que lamenta que cada vez que sale el nombre de Rosalía en las redes sociales "se extrema todo con un bando para el que todo es único y espectacular, y otro al que todo le parece basura". "No existen los matices con Rosalía y por desgracia tampoco con este concierto", añade, destacando a su vez la "presencia escénica, la fuerza interpretativa y la conexión con su público" de la catalana. "A partir de ahí, mis matices son que es un show demasiado basado en las coreografías y demasiado destinado a las pantallas, que daban una visión de TikTok o stories de Instagram", puntualiza.
Para Navarro, no es un problema que no haya músicos en el escenario, pues desde la electrónica o el hip-hop ha habido muchas ocasiones en las que hay música pregrabada y no hay músicos en escena. "En el caso de Rosalía funciona", sentencia, para luego apuntar que, a su juicio, esa escenografía austera y centrada en las pantallas "no tiene el impacto tan bestia que sí tienen otras estrellas del pop a nivel mundial", por lo que se le quedó un poco "insuficiente" en algunos pasajes muy centrados en las coreografías: "Pero prefiero a una artista que se quede insuficiente con una propuesta tan atrevida a los artistas que hacen propuestas nada atrevidas y lo basan todo en el espectáculo de fuegos artificiales".
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Esta polarización que genera cada paso de Rosalía tiene también un componente de lucha generacional de toda la vida. "Esta ruptura entre generaciones ha ocurrido siempre", remarca Carlos H. Vázquez, quien apostilla: "Nos cuesta todavía asimilar a los que peinamos más canas que alguien que salga con bailarines y sin músicos es un concierto". Y establece una comparativa argumentando que "lo que hace Ibai Llanos en Twitch no es tele, pero viene a ser lo que es la tele". "Son cambios generacionales que no sé si vamos a entender a largo plazo, pero para mí todo es espectáculo y el espectáculo siempre debe continuar", remata.
El espectáculo continuará, desde luego que sí, pues la gira de Rosalía aún prosigue por España y visitará después América y varios países europeos. La Motomami prosigue su camino, como no puede ser de otro modo, haciendo lo suyo cada noche sobre el escenario y ajena a esa polarización que la persigue allá donde va. Una realidad que, en nuestro país, no es otra cosa que el signo de los tiempos, puesto que es extrapolable a otros muchos ámbitos de nuestra sociedad.
"Es que cualquier crítica o reflexión negativa que se hace a Rosalía se convierte rápidamente en algo inflamable. Como periodista, me preocupa mucho no poder establecer un debate con conocimiento y discrepancias en torno a la obra de un artista. Me he encontrado mucha agresividad por haber defendido a Rosalía y, al mismo tiempo, también me he encontrado eso cuando he planteado dudas y aparecen los fans que te atacan de forma indiscriminada. Se pierden los matices y la opción de opinar sobre la música, que se ha convertido en una cuestión de hinchas cegados por ideas preconcebidas", remata Navarro.