“Estimado Q. O.: Me voy a Nueva York. Esté atento. Bly”. Con esta nota se despidió Nelly Bly del editor del periódico Pittsburg Dispatch, en cuyas páginas había publicado sus primeros artículos. Era 1886 y estaba harta de escribir sobre jardines, moda y colecciones de mariposas, el puñado de temáticas al que quedaban relegadas las pocas periodistas mujeres que ejercían en la época. Y tenía razón, además de talento y ambición. Nellie Bly, seudónimo de Elizabeth Jane Cochran (Pensilvania, 1864- Nueva York, 1922), iba a convertirse en las décadas siguientes en una de las reporteras más populares de Estados Unidos y en la pionera del llamado periodismo gonzoque mucho tiempo después, en los años setenta del siglo XX, popularizarían Hunter S. Thompson y sus compañeros del Nuevo Periodismo. De hecho, Thompson es considerado el creador de este estilo en el que el periodista participa de la historia y se convierte en un personaje más de la noticia.
Nada muy diferente a lo que cultivó Bly: la subjetividad de sus reportajes y la invitación constante a la aventura se convirtieron en su marca personal. En sus primeros trabajos para el New York World, Bly se hizo pasar por loca para narrar los abusos de uno de los psiquiátricos más temidos de la ciudad (con una actuación tan convincente que fue catalogada como "loca sin remedio" en el hospital), y por obrera en una fábrica de cajas para sacar a la luz las penosas condiciones de las trabajadoras. El World, propiedad de Joseph Pulitzer, vendía ejemplares como rosquillas con titulares como “Nellie Bly cuenta qué se siente siendo una esclava blanca”.
En aquella época los periódicos –y en especial los que estaban en manos de Pulitzer— no tenían ningún reparo a la hora de aplicar a sus informaciones un sesgo sensacionalista. La prensa atravesaba entonces su propia revolución que terminaría por convertir a los periódicos en medios de comunicación de masas (entre 1870 y 1900 la venta de periódicos se multiplicó por seis). Y en esa tesitura, Bly era la estrella. Buena parte de los escritos que le dieron fama se publican ahora, y por primera vez en castellano, reunidos en La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos (Capitán Swing).
Sin estudios
La primera aparición en prensa de la joven Bly, de orígenes humildes y escasa formación, fue en 1885 a través de una carta al Pittsburg Dispatch. En ella, respondía al artículo de uno de sus columnistas en el que afirmaba que las mujeres sólo servían para traer hijos al mundo y hacerse cargo de su cuidado. Sin disimular su indignación, Bly defendió la capacidad de las mujeres para el mundo laboral: “Las chicas son igual de listas [que los chicos], aprenden mucho más rápido, ¿por qué, entonces, no pueden hacer lo mismo?”. Sorprendido por la contundencia de sus argumentos, el director del periódico decidió contratarla. Fue en las páginas del Pittsburg Dispatch donde Bly escribiría sobre flores, pero también publicaría sus crónicas como corresponsal desde México, país en el que pasó una temporada en compañía de su madre.
Su época dorada llegaría en Nueva York, donde se abrió camino hasta encontrar un puesto en el New York World. En la publicación de Pulitzer firmaría las crónicas que le encumbrarían al estrellato y le granjearían miles de lectores: Tras las barras del asilo, su paso por el psiquiátrico de Blackwell’s Island (Ediciones Buck publicó en 2011 los reportajes de esta experiencia); una entrevista en portada a la anarquista Emma Goldman, encarcelada durante el encuentro con Bly; otra entrevista a la sufragista Susan B. Anthony; una crónica sobre la Convenención Nacional Pro Sufragio de la Mujer; investigaciones sobre corrupción política; y su proyecto más ambicioso hasta entonces: dar la vuelta al mundo más rápido que Phileas Fogg en las novelas de Julio Verne. Pese a las reticencias de Pulitzer, receloso de que el engorroso equipaje que supuestamente debían llevar las mujeres truncase la hazaña, Bly finalizó la empresa con éxito en 72 días (y un pequeño bolso con un bote de crema hidratante y unas pocas prendas de ropa interior).
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Cronista de guerra
La reportera logró una inusitada popularidad, se convirtió en un referente de valentía e incluso se llegaron a hacer juegos de mesa con ella como protagonista. No obstante, sus jefes del World no le aumentaron el sueldo y sus trabajos de investigación como periodista infiltrada se fueron al traste: todo el mundo conocía su cara. La brillante reportera abandonó el periodismo y se dedicó a gestionar los negocios de su marido, un rico empresario con quien se casó a los 30 años. Pero aquello fue temporal, aunque se vanagloriase de "ser la única mujer del mundo" que dirigía "personalmente empresas de tal magnitud", recuerda Jean Marie Lutes en la introducción. La muerte de su marido y un problema judicial hicieron que Bly acabase en Austria en 1914, justo cuando el archiduque Francisco Fernando de Austria era asesinado y se declaraba la Primera Guerra Mundial. Así, el nombre de Nellie Bly volvía a los periódicos con crónicas desde el frente austriaco. La antología publicada por Capitán Swing recoge en uno de sus apéndices algunas de las crónicas en las que Bly relata los horrores de la contienda.
Tras su regreso a Estados Unidos, tres años más tarde, se dedicó a escribir columnas. Bly murió con 58 años de una neumonía dejando un legado de vibrantes crónicas en las que dio rienda suelta a su temerario carácter. Pero también de sus prejuicios, valores y preocupaciones. Ella también era parte de la noticia: narraba en primera persona, opinaba, juzgaba. “Si, por modestia, Nellie Bly hubiese ocultado su luz bajo el almud, ahí se habría quedado”, concluye Maureen Corrigan en el prólogo.
“Estimado Q. O.: Me voy a Nueva York. Esté atento. Bly”. Con esta nota se despidió Nelly Bly del editor del periódico Pittsburg Dispatch, en cuyas páginas había publicado sus primeros artículos. Era 1886 y estaba harta de escribir sobre jardines, moda y colecciones de mariposas, el puñado de temáticas al que quedaban relegadas las pocas periodistas mujeres que ejercían en la época. Y tenía razón, además de talento y ambición. Nellie Bly, seudónimo de Elizabeth Jane Cochran (Pensilvania, 1864- Nueva York, 1922), iba a convertirse en las décadas siguientes en una de las reporteras más populares de Estados Unidos y en la pionera del llamado periodismo gonzoque mucho tiempo después, en los años setenta del siglo XX, popularizarían Hunter S. Thompson y sus compañeros del Nuevo Periodismo. De hecho, Thompson es considerado el creador de este estilo en el que el periodista participa de la historia y se convierte en un personaje más de la noticia.