“Yo he atravesado todo este camino con la sencillez y la naturalidad de una persona que no hacía ningún tipo de daño, sino que quitaba del medio muchas prevenciones, muchas anticulturas de parte de gente que no entendía que la vida es vida cuando tiene libertad”. Lo decía Raffaella Carrà —“con dos efes, dos eles y dos erres”, insistió durante toda su vida— en 2014, en una entrevista de promoción de su disco Replay, en la Cadena Ser. La libertad era, para ella, “libertad de equivocarte, libertad de vivir, libertad de amar”. Carrà, nacida en Bolonia en 1943 y fallecida este lunes en Roma, en parte voluntaria y en parte involuntariamente era una especie de enorme rompehielos, todo lentejuelas. Cuando la sexualidad de la mujer era un completo tabú social, cuando la homosexualidad no existía y cuando significarse políticamente suponía poner en peligro la carrera y algo más, ella estuvo ahí. Aquellos que trabajaron a sus órdenes la recuerdan como una persona comprometida con los derechos de los trabajadores y preocupada por el machismo que pudieran sufrir sus compañeras. Lo de Carrà era una Fiesta pura izquierda purpurina, pero en ella se celebraba mucho más de lo que algunos piensan.
Ella misma fue definiendo a lo largo de su carrera su modus operandi, su forma de provocar como si nada estuviera pasando, con una sonrisa: “ironía”, “sentido del humor” y “naturalidad”. Con todas esas herramientas se enfrentó al Vaticano bien al inicio de su carrera. En 1971, después de unos primeros años como actriz de cine, y ya como presentadora en la RAI, presenta el Tuca tuca. Hoy en día, la canción no hubiera levantado ni una ceja. La letra, solo ligeramente picante, decía: “Me gusta tanto, tanto, / este extrañísimo baile que bailo contigo”. El baile en cuestión consistía en tocarse alternativamente las rodillas, las caderas, los hombros y la frente, como en una Macarena solidaria. Pero entonces... A la cadena pública no le hizo mucha gracia, pero es que el Vaticano puso el grito en el cielo. La cantante contaba que no le dejaron interpretarlo en el show nocturno que copresentaba, Canzonissima 71, y que cuando el tema comenzó a escalar puestos en la lista de éxitos, la lista dejó de publicarse por arte de magia. “Lo quitaron y no lo pude bailar hasta el sexto programa, que vino un actor muy conocido, Alberto Sordi, y era una condición suya bailar el Tuca tuca. Le dijeron que sí y ya explotó para siempre”, recordaba en Cadena Ser. Por cierto, que pese a ser muy crítica con la Iglesia, la artista no dejó de creer en Dios.
Amar a quien se quiera y buscarse "otro más bueno"
Sería la primera canción escandalosa pero no la última: bien sabía ella que su fuerte, más que sus dotes vocales —siempre lamentó que de pequeña no la dejaran tomar clases de canto—, era su interpretación y el baile. Y los utilizó para ir haciendo saltar poco a poco el esmalte de lo permitido. En 1976, cinco años antes de la ley del divorcio en España, canta en En el amor todo es empezar, dirigiéndose descaradamente a las mujeres, a las que no se consideraba dueñas de su deseo: “Si tú notaras que es un tormento y no se acaba de decidir, / para ayudarle es el momento de que en seguida le des el 'sí”. En 1978, en Hay que venir al sur, insistía: “Y si te deja no lo pienses más:/ búscate otro más bueno, / vuélvete a enamorar”. Muchas mujeres infelizmente casadas querían hacer justamente eso. No solo mostró su discurso feminista en las canciones que elegía. “Las mujeres tenemos una fuerza y una energía que está ya bastante reconocida por los señores”, decía en una entrevista con S Moda. “Tenemos que luchar un poco más para tener, por ejemplo —no hablo de mi caso—, el mismo sueldo. ¿Por qué una mujer, si tiene el mismo cargo, tiene que tener menos sueldo? La lucha sigue”.
En Hay que venir al sur, pronunciaba otra frase fundamental: “Para hacer bien el amor hay que venir al sur, / lo importante es que lo hagas con quien quieras tú”. La comunidad homosexual y bisexual se agarró a ese estribillo como a un clavo ardiendo, y no era para menos: faltaban unos meses para que se eliminara la referencia a la homosexualidad de la ley de peligrosidad, y una década hasta que se reformara el Código Penal para restringir el delito de escándalo público. En Lucas, publicada también en 1978, hablaba de un chico homosexual, del que la narradora se había enamorado, sin ningún tipo de mofa: “Una tarde desde mi ventana / le vi abrazado a un desconocido”. Sin más. Raffaella Carrà ostentó —y seguirá ostentando— un cargo de honor que no tantas artistas han alcanzado: el de diva LGTBI. Y ella parecía encantada. En 2017 llegó a Madrid, en una de sus últimas visitas a la capital, para ser premiada por la organización del World Pride. Al saber que en el Ayuntamiento se estaba tejiendo una bandera arcoíris para desplegarla desde el balcón, pidió participar en ella. “Este lazo para tener la libertad de amar a quien quieres”, decía, formando un punto en el verde del arcoíris. Un año después, cuando se debatía la aprobación de la unión civil para personas del mismo género en Italia, no dudó en hablar públicamente a favor de la ley, muy criticada por los conservadores.
Una mujer de izquierdas apasionada por la política
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Cuando en 1977 concedió una entrevista a Interviú, la revista no dudó en elegir titular: “Siempre voto comunista”. “¿Tiene usted preocupaciones políticas?”, le preguntaban. “Oh, sí, naturalmente. En las últimas elecciones le he dado mi voto al Partido Comunista, porque pienso que el comunismo es la única solución que hoy puede resolver el conflicto de mi país. Tenemos demasiados demócrata-cristianos, y el Partido Comunista puede significar el revulsivo que establezca un equilibrio. Solo un compromiso histórico entre estas dos fuerzas nos alejaría de la guerra civil”. Sus pronunciamientos políticos eran, en ocasiones, más sutiles. Tras una gira por Latinoamérica y una temporada en Italia, la cantante regresa a España en 1982. En el programa Estudio Abierto, dice: “Me encuentro muy feliz de ver una Madrid diferente, una gente mucho más alegre, intentando olvidar un poco los problemas”. Su experiencia en la España del 75, cuando acababa de morir el dictador Francisco Franco, no fueron los mejores. “Fue un periodo muy difícil para mí, porque era muy complicado trabajar”, diría luego. A lo largo de su vida siguió “atenta a la película” de la política, aunque sin significarse de manera partidista. No dudó en criticar a Donald Trump por su promesa de construir el muro con México y su antiecologismo, se pronunció contra la venta de armas a Arabia Saudí, a favor de la sanidad pública universal y gratuita y se dijo muy preocupada por quienes, tras la crisis, “no llegan a fin de mes”.
Quienes la conocieron, aseguran que ese compromiso no era solo de boquilla. “Raffaella Pelloni fue más grande aún que la estrella Raffaella Carrà. Fue una gran defensora de los desfavorecidos y también de los derechos de los trabajadores”, asegura María Granizo, periodista española que trabajó a sus órdenes durante 20 años. La que fuera coordinadora de redacción de algunos de sus programas recuerda cómo la diva italiana se preocupaba siempre por que todo el mundo estuviera “trabajando en buenas condiciones”, insistiendo en que no hicieran horas extra y en que se tomaran libre el día después de haber emitido un programa de tarde. Granizo cuenta con especial cariño cómo, al poco de empezar a trabajar con ella, tuvo un pequeño accidente doméstico que le dejó una contusión visible en la cara. Carrà se dio cuenta e, inquieta, preguntó a sus compañeros si se encontraba bien, si necesitaría algún tipo de ayuda. “Nos enteramos de que había tenido una redactora, en Italia, que años después se enteró de que su pareja la maltrataba. Eso se le quedó clavado y fue muy atenta conmigo. Estaba involucrada en el bienestar de sus trabajadores”. Algo similar contaba en 2018 Almudena Montero, que también trabajó con ella: “Te preguntaba por tus condiciones laborales, y cuando se las contabas, apagaba la luz del plató”.
Salvo en sus reivindicaciones salariales, que nunca tuvo problema en contar —en un momento dado descubrió que sus pares hombres firmaban contratos millonarios y ella exigió lo mismo—, no parecía aplicarse a sí misma su discurso sobre los derechos laborales. Cuando el equipo llegaba por la mañana, ella ya estaba allí, y allí seguía cuando este se iba a casa. En numerosas entrevistas se la puede leer o escuchar hablando de sus muchas horas de ensayo diarias —estaba particularmente orgullosa de su equipo y de su cuerpo de baile— o de la esclavitud de un trabajo que por otra parte adoraba. “Trabajo tanto y tan bien que le faltó tiempo para vivir más”, dice la periodista. El tiempo de Carrà, sin duda, se hizo corto.
“Yo he atravesado todo este camino con la sencillez y la naturalidad de una persona que no hacía ningún tipo de daño, sino que quitaba del medio muchas prevenciones, muchas anticulturas de parte de gente que no entendía que la vida es vida cuando tiene libertad”. Lo decía Raffaella Carrà —“con dos efes, dos eles y dos erres”, insistió durante toda su vida— en 2014, en una entrevista de promoción de su disco Replay, en la Cadena Ser. La libertad era, para ella, “libertad de equivocarte, libertad de vivir, libertad de amar”. Carrà, nacida en Bolonia en 1943 y fallecida este lunes en Roma, en parte voluntaria y en parte involuntariamente era una especie de enorme rompehielos, todo lentejuelas. Cuando la sexualidad de la mujer era un completo tabú social, cuando la homosexualidad no existía y cuando significarse políticamente suponía poner en peligro la carrera y algo más, ella estuvo ahí. Aquellos que trabajaron a sus órdenes la recuerdan como una persona comprometida con los derechos de los trabajadores y preocupada por el machismo que pudieran sufrir sus compañeras. Lo de Carrà era una Fiesta pura izquierda purpurina, pero en ella se celebraba mucho más de lo que algunos piensan.