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Reflexiones sobre el cómic después del cómic

Abel Grau

El primer enemigo de Superman no fue ningún supervillano. Cuando nació el personaje, a finales de los años 30, sus presas predilectas eran políticos corruptos, traficantes de armas y empresarios que vulneraban la seguridad laboral. Hasta que alguien consideró que esa crítica social era excesiva para los lectores infantiles. Se adujo que había que protegerlos.

Entonces se inventaron los malhechores extravagantes -los supervillanos-, mucho más neutros e inofensivos. El dato prueba que desde el principio el género ha ofrecido algo más que una mera fantasía escapista y que nunca ha sido un juego de niños. Así lo explica el dibujante Pepo Pérez en el volumen Supercómic (Errata Naturae), una colección de ensayos de varios autores que analiza las fecundas posibilidades narrativas del cómic contemporáneo a través de algunos de sus ejemplos más notables.

Superman nació tras el impacto del crash del 29 y ahora que arrecia otra crisis financiera mundial recupera su espíritu combativo fundacional. Vuelve a enfrentarse a "ratas" capitalistas, a la policía y al ejército. El Hombre de Acero de hoy duda de que "la ley funcione igual para pobres y ricos". “Como en su encarnación original de los días de Las uvas de la ira, el primer superhéroe se presenta al lector como fantasía catártica para sobrellevar la primera Depresión del siglo XXI”, concluye Pérez. En el compendio Supercómic, sin embargo, hay mucho más que superhéroesSupercómic. El libro radiografía algunas de las facetas más interesantes del poliédrico cómic actual, según explica Santiago García, historiador del cómic y coordinador del volumen.

Los ensayos abordan desde los relatos autobiográficos de Eddie Campbell (autor de Alec y dibujante de From Hell), a las pesadillas de Shintaro Kago. Desde las memorias de Emmanuel Guibert a las interpretaciones políticas de Batman. Firman los textos el propio Campbell, el historietista Max, los críticos David M. Ball, Jordi Costa y Daniel Ausente, entre otros. “Es un aperitivo para el curioso”, explica García por email desde Estados Unidos, donde se encuentra de viaje. “El cómic tiene muchas más posibilidades que las que se atisban en Supercómic, pero me gustaría pensar que si a alguien le suscita curiosidad, va a seguir indagando.”

Supercómic quiere contribuir a suplir, según García, la escasez de textos teóricos en español sobre el noveno arte. “A veces nos olvidamos de que las obras y los fenómenos culturales no se entienden a simple vista, sino que siempre van acompañados de un discurso que es el que nos ayuda a entenderlos”, argumenta el historiador. “El cómic no se puede entender como objeto artístico si no tiene discursos en torno a él que lo expliquen. Y al mismo tiempo, esos discursos generan nuevos planteamientos en la práctica del arte. El cómic ha vivido de espaldas a esta dinámica, pero está entrando en un periodo en que articularse y debatir empieza a ser necesario.”

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De esos discursos analíticos, Supercómic presenta algunos muy sustanciosos. El crítico David M. Ball bucea en la compleja personalidad creativa de uno de los más celebrados historietistas de las últimas décadas: Chris Ware. Ball presenta al autor de Jimmy Corrigan como un creador que convierte el fracaso en la materia prima de sus ficciones. Una de sus obsesiones es “consolidar el cómic como un medio que pueda personificar tanto la complejidad psicológica como la dificultad epistemológica de los textos literarios, y cultivar lectores adultos reflexivos y con criterio”. El ensayo del crítico Daniel Ausente trata el modo en que los cómics han reflejado la historia reciente del país. Y cita una sentencia popular: “el retrato más genuino de la España de la posguerra y de la posterior etapa del desarrollismo (1960-1975) está en los tebeos de Bruguera”. Y no sólo en las viñetas de Bruguera, también en las de El Víbora, en Makoki, El arte de volar y El invierno del dibujante. Otros ensayos abordan el cómic ciberpunk, el género negro, los entresijos de Watchmen, y uno incluso emplea las viñetas para ofrecer una reflexión sobre la creación de historias. El abanico de temas y enfoques es exuberante.

García subraya que es necesario “insertar el cómic en los debates intelectuales o artísticos del escenario cultural general”. Materia prima no va a faltar. Supercómic llega a las librerías cuando las estanterías hierven de literatura sobre cómics. El ejemplo más reciente es el ensayo Marvel Comics. La historia jamás contada (Panini), de Sean Howe, que se adentra en el nacimiento y ascensión del sello donde nacieron Spiderman, X-Men y Los vengadores. También se acaba de publicar la novela Los chicos que coleccionaban tebeos (Panini), de Julián M. Clemente y Helio Mira, que echa un vistazo retrospectivo y nostálgico a la afición de leer cómics.

Además, hace unos meses se publicó Supergods (Turner), del guionista británico Grant Morrison, un tratado sobre el género de los superhéroes, mezcla de recorrido histórico, memorias y análisis crítico. En definitiva, junto al interés por los cómics empiezan a interesar las obras sobre cómics.

El primer enemigo de Superman no fue ningún supervillano. Cuando nació el personaje, a finales de los años 30, sus presas predilectas eran políticos corruptos, traficantes de armas y empresarios que vulneraban la seguridad laboral. Hasta que alguien consideró que esa crítica social era excesiva para los lectores infantiles. Se adujo que había que protegerlos.

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