Vivimos en una época de turbulencias políticas, donde la inestabilidad ha abierto grietas por las que se han colado los fantasmas de un pasado fascista. Al mismo tiempo, es un momento que puede ofrecer la oportunidad para un cambio consistente y duradero, una auténtica modificación del paradigma social. En esta época de incertidumbre, mirar al pasado puede servirnos de guía para movernos en el futuro. Tomar como referencia el caso de Rosa Luxemburgo (1871-1919) nos permite reflexionar acerca de la acción política y la necesidad de defender los ideales a toda costa, pero también nos avisa de los problemas relacionados con no escuchar al Otro y no saber leer las dinámicas sociales que marcan cada época.
Rosa Luxemburgo es el biopic de la teórica marxista y referente feminista que Margarethe von Trotta escribió y dirigió en 1986. La cinta, que llega por primera vez a España este viernes, a través de la plataforma de vídeo bajo demanda Filmin, recorre los instantes fundamentales del recorrido político de la militante del Partido Socialista de Alemania (SPD), guiada por la voluntad de difundir su pensamiento y lograr la expansión de la revolución socialista al resto de Europa. La historia se centra en su activismo en Alemania, un país al que llegó procedente de su Polonia natal con la intención de forzar un cambio en un país cuya evolución totalitaria se reflejaría posteriormente con el auge del nazismo. La película, por tanto, expone la derrota de la lucha social, pero se aleja de las explicaciones sencillas sobre el motivo del fracaso, y al mismo tiempo inspira a las siguientes generaciones a no bajar los brazos, especialmente cuanto más retumban los tambores del totalitarismo.
Barbara Sukowa es la actriz que da vida a Rosa Luxemburgo, y lo hace con una firmeza y una presencia en escena propias de la líder política que era su personaje. La directora retrata a una Luxemburgo de idealismo innegociable, alguien incapaz de diferenciar la vida de la política, pues cada acto contiene implicaciones políticas que era incapaz de obviar (por ejemplo, rechaza bailar con un compañero de partido con el que discrepa profundamente). Pero nada es tan sencillo para Margarethe von Trotta, quien no se conforma con ofrecer un retrato complaciente de su protagonista. En ningún momento esconde el cariz intolerante de la actitud de su protagonista, que aunque se sustente en la defensa de unos ideales socialistas, refleja la incapacidad para aceptar la diversidad de perspectivas de un mismo tema.
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Aunque se cuestione el radicalismo de su conducta, la evolución de la Historia que retrata von Trotta parece darle la razón a Luxemburgo. El fracaso del socialismo alemán, que sucumbió y accedió a participar en la Primera Guerra Mundial, dio al traste con el proyecto revolucionario y pacifista que defendía la protagonista. Por aquel entonces, Luxemburgo había fundado, junto con otros disidentes que compartían sus ideas, el movimiento La Liga Espartaquista, que tenía como una de sus funciones la publicación de periódicos donde se alentaba a las masas a la revolución socialista. La instauración de un régimen democrático pero de corte autoritario –la que se conocería como la República de Weimar–, sumada a su involucración en dicho movimiento, provocó que fuera detenida y asesinada por el ejército, junto con su compañero Karl Liebknecht.
Quizás el radicalismo de Rosa Luxemburgo estaba justificado, habida cuenta de que la incapacidad del partido socialista para imponer una agenda pacifista y verdaderamente revolucionaria lo condenó al fracaso político. Esta es una de las perspectivas que ofrece Margarethe von Trotta. Otra alude a la necesidad de saber leer el signo de los tiempos y cómo adaptarse a este para modularlo en favor de uno. Es cierto que, ante tanta turbulencia sociopolítica, quizás no era el momento más oportuno para ofrecer discursos incendiarios. La propia Luxemburgo cinematográfica así lo refleja, cuando en la recta final le pide a sus compañeros que reduzcan el tono de sus artículos, a diferencia de lo que había hecho años antes, cuando el clima era más proclive para el cambio y demandaba la radicalización del discurso del partido. La película señala que en ambos casos la protagonista tenía razón: antes sí era el momento de la revolución, y no posteriormente, cuando las aguas estaban demasiado enturbiadas y lo más probable era lo que acabó sucediendo: la instauración de un régimen totalitario, el nacionalsocialista.
La situación actual y la que describe la película son, afortunadamente, bien distintas. Sin embargo, ver Rosa Luxemburgo nos puede ayudar a replantearnos de qué manera nos estamos aproximando al Otro, a sus ideas, y cómo podemos encontrar la manera de colaborar para luchar por el bien común, siempre que dicha colaboración no implique pasar por el aro. Es más lo que nos une que lo que nos separa, y a pesar de que existía una tendencia intolerante en Rosa Luxemburgo, su defensa innegociable del pacifismo así lo atestiguaba.
Vivimos en una época de turbulencias políticas, donde la inestabilidad ha abierto grietas por las que se han colado los fantasmas de un pasado fascista. Al mismo tiempo, es un momento que puede ofrecer la oportunidad para un cambio consistente y duradero, una auténtica modificación del paradigma social. En esta época de incertidumbre, mirar al pasado puede servirnos de guía para movernos en el futuro. Tomar como referencia el caso de Rosa Luxemburgo (1871-1919) nos permite reflexionar acerca de la acción política y la necesidad de defender los ideales a toda costa, pero también nos avisa de los problemas relacionados con no escuchar al Otro y no saber leer las dinámicas sociales que marcan cada época.