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“De ‘Ruz-Bárcenas’ he aprendido que metido en política se gana más dinero”

Por sí solas, las palabras pueden dejar mucho espacio para la ambigüedad.

-En primer lugar, manifestó usted que era completamente falso –y esto es entrecomillado- la existencia de una contabilidad B y el pago de sobresueldos durante los años que estuvo como gerente y tesorero del Partido Popular. ¿Mantiene usted esta afirmación?-Esa afirmación no fue cierta, o sea que no la mantengo.-¿El Partido Popular efectuaba retenciones, o eran pagos lo que se entiende con dinero en negro?-Se entregaba el dinero en efectivo directamente en un sobre. Lo normal es que no se firmase recibo, y no se hacía ninguna retenciócontabilidad B

no la mantengo.

Partido Popular

en un sobren.

La alusión directa al partido del Gobierno deja patente en esta conversación de qué y quién estamos hablando. Pero imagínenla sin ella. La frontera entre ilusión y realidad se desdibuja muchas veces entre las letras escritas, y es solo cuando los seres humanos les insuflan sentido que estas se revelan en su verdad. Cuando esas personas son Luis Bárcenas y el juez Pablo Ruz, se convierten en un interrogatorio. Cuando les sustituyen en su coloquio los actores Pedro Casablanc y Manolo Solo, estamos en la platea de un teatro.

Con una dramaturgia basada en la transcripción literal pero recortada de la segunda interpelación del magistrado al ya criminal convicto, la función Ruz-Bárcenas (con texto de Jordi Casanova y dirección de Alberto San Juan) lleva ya casi medio año intermitente de duelo en el madrileño Teatro del Barrio, donde se estrenó en mayo y permanecerá hasta el 5 de octubre. En los próximos meses, la representación saldrá de gira por Girona (10 de octubre); Barcelona (16-21 diciembre); Sevilla (7-8 marzo); Basauri (14 marzo); Elorrio (20 marzo); San Sebastián (21-22 marzo); Pamplona (28 marzo) y otras localidades y fechas aún por concretar. 

A estas alturas cabe imaginar que, exceptuando al propio interesado y su contendiente en la sala del juzgado, Pedro Casablanc sea uno de los hombres que más conozca las vicisitudes del extesorero, al menos las relacionadas con su mediática confesión. Más que nada, por lo de repetir sus palabras una media de tres días a la semana. Se lo preguntamos a él, que responde que, en realidad, “no se puede aprender demasiado de esta forma de enriquecerse si se tiene un poco de dignidad”. “Bárcenas es un hombre siete años mayor que yo, licenciado en ciencias empresariales, que fue senador y acaba enriqueciéndose de una forma especial, cosa que no he conseguido yo en todos estos años que llevo de oficio”, ironiza. “Lo que aprendes a pensar es que metido en política se gana más dinero, dinero ilegal”.

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Que una función así, que reproduce un sumario en principio técnico y -básicamente- aburrido, dé lugar a emociones entre el público que basculan entre el suspense y el humor, tiene que ver en parte -dice el actor- con ese salto al vacío de la realidad a la ficción que se produce sobre el escenario. “Ha habido tantas filtraciones que una gran parte del público viene informada, y los que no, se enteran allí”, señala. “La transcripción es un resumen de los momentos clave que la gente más o menos conoce, así que lo que el público ve es ese duelo que nosotros hemos inventado, y ven cómo un hombre se defiende, de manera que los personajes cobran una humanidad que no tienen en el sumario. Además, ves cosas que como ciudadano te afectan: hablan de tu dinero, porque es dinero público, y de tus gobernantes, y eso te puede alterar muchísimo”.

Ese horizonte divisorio entre vida y sueño se pierde de vista también en las caracterizaciones. Porque no las hay. Más allá de vestir un traje de chaqueta, Casablanc no se pone ni se quita nada que no tuviera ya antes de plantarse sobre las tablas. “Hay una diferencia entre la imitación y la reencarnación de un personaje público conocido”, matiza el intérprete (Casablanca, Marruecos, 1963), pluriempleado además en la serie Amar es para siempre. “Creo que el trabajo del actor consiste en intentar captar algo de su alma: es algo intangible, con unas pinceladas intento comprender por qué se mueve así, porqué habla así, su soberbia”. Algo que, por otro lado, es para él plenamente “satisfactorio” en el terreno laboral: “Es la magia del teatro”.

Que haber aceptado este papel implica tomar una clara posición en el espectro de la opinión sobre las cuitas nacionales, es algo que Casablanc tiene perfectamente claro. “Uno no puede desvincularse”, apunta. “Además, yo estaba apoyando el proyecto de Alberto (San Juan, director del Teatro del Barrio), un teatro con funciones políticas en contestación a las injusticias que están ocurriendo”. Por eso, ni se “plantea” ni pierde el sueño por las suspicacias que esa implicación pueda levantar. “Me consta que la gente a la que le molesta no va a venir a verlo y, además, creo que la derecha no va al teatro, y les da igual: se creen lo suficientemente protegidos como para que tres titiriteros les vayan a hacer daño. Algo que tampoco es nuestra idea, ya que lo que queremos es denunciar un hecho que todo el mundo conoce”.

Por sí solas, las palabras pueden dejar mucho espacio para la ambigüedad.

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