Es difícil encontrar un año de peores augurios en España que este 2013. Todos se cumplen, y si no lo hacen, es porque se han rebasado las peores perspectivas. Y la nave va. La rutina es más poderosa que el peor pronóstico, y las series de televisión siguen estrenándose como si las pautas de consumo no hubieran cambiado tras cinco años de crisis. Hoy se parece mucho al día que, hace ya más de diez años, se estrenó uno de los mitos del género, Los Soprano.
El crecimiento en la inversión económica y en el espacio televisivo parecen hablar de una burbuja en la producción de series de televisión, pero lo cierto es que, con mayor o menor suerte, prácticamente todas resisten en la parrilla. Tanto la producción extranjera (básicamente norteamericana) como española siguen a disposición del público, la primera sobre todo en canales cerrados de la TDT, y la segunda en abierto.
Al incólume éxito de Cuéntame se sumó en 2012 el de Isabel, que se estrenó con cautela y acabó con tan buenos resultados de audiencia (más de un 22% de cuota de pantalla) que RTVE se vio en la 'obligación' de renovar el contrato con la productora para rodar una segunda temporada sobre la vida de la reina imperial española (que se estrenará en el otoño de 2013), pese a la generalizada política de austeridad presupuestaria que hizo rechazar en un primer momento continuar la inversión.
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En cuanto a las series extranjeras, en consonancia con el ambiente económico, predominan en los estrenos los valores seguros, que en los primeros meses de 2013 han estado a la altura de lo que se esperaba de ellas: cuota de pantalla y, por tanto, negocio. No hay, a estas alturas, ningún descalabro para la HBO, la Fox o la BBC.
Productos precedidos por su éxito en Estados Unidos (como The Following, en la que un telegénico Kevin Bacon se dedica a perseguir a asesinos en serie), o segundas y terceras temporadas (o incluso sextas) de series ya exitosas en nuestro país, como Juego de tronos (la 3ª temporada comienza en Canal + el próximo 9 de abril), Mad men (sexta temporada, sin que parezca que haya un final previsto para Don Draper), Downtown Abbey (la sobremesa, los romances, el te y las pastas inglesas gustan más allá de las islas), Broadwalk Empire (es difícil que un actor como Steve Buscemi pase de moda), la entrañable Breaking Bad o la laureada Homeland. Alguna serie ha muerto o morirá por inercia tras una vida repleta de éxitos de crítica y audiencia, como Dexter, o la adaptación norteamericana de la británica The Office.
Parece que volvemos a acostumbrarnos a las series sempiternas, esas que se recuerdan en la madurez como si nos hubieran acompañado en la infancia durante décadas, y no sólo en tres, cuatro, o cinco temporadas. Síntoma de buena salud económica o de moda insoslayable, lo cierto es que las series siguen arrastrando, tanto las de producción española como extranjera, un aura de modernidad en su modelo de negocio y en su expresión narrativa que las hacen productos queridos por un público que, además, está menos constreñido a los formatos en las que las consume.
Es difícil encontrar un año de peores augurios en España que este 2013. Todos se cumplen, y si no lo hacen, es porque se han rebasado las peores perspectivas. Y la nave va. La rutina es más poderosa que el peor pronóstico, y las series de televisión siguen estrenándose como si las pautas de consumo no hubieran cambiado tras cinco años de crisis. Hoy se parece mucho al día que, hace ya más de diez años, se estrenó uno de los mitos del género, Los Soprano.