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Siete décadas de simbiosis editorial entre libros y fotos

Fotos y libros, siete décadas de simbiosis editorial

Un fotolibro no es un libro ilustrado. Ni tan siquiera un libro con fotos. Un fotolibro es como un mosaico de fotografías, con una ambición narrativa y estética, en el que el autor se implica desde que escoge la velocidad del obturador hasta que la obra llega a las estanterías de las librerías. El Museo Reina Sofía ha llevado a cabo una investigación sobre la tradición del fotolibro en España, una fórmula editorial escasamente estudiada en la historia del arte y que apenas lleva una década abriéndose un hueco en el mundo académico. “La parte de la historia de la fotografía que más está desarrollada es la que se acerca al concepto de arte, lo que se puede exhibir en un museo, y el fotolibro se aleja de esta idea”, explica Horacio Fernández, comisario de la muestra 'Fotos y libros. España 1905-1977', el broche final a tres años de estudio.

Si hay una característica específica de la producción editorial de fotolibros españoles es la equiparación que hacen entre fotografía y literatura. Un aspecto definitorio que arranca con la pieza más antigua de la exposición, ¡Quién supiera escribir!, de 1905, en la que el fotógrafo Antonio Cánovas recrea una de las doloras de Ramón de Campoamor, y termina con unas de las colecciones más importantes del género, Palabra e imagen, de la editorial Lumen. “Los fotolibros en España suelen seguir la línea general internacional, como los libros urbanos de la década de los sesenta y los de propaganda e historia durante la Guerra Civil y la Posguerra”, apunta Fernández, y añade que hasta la fecha sólo habían sido estudiados los fotolibros propagandísticos publicados durante los regímenes nazi y comunista.

Entre la producción de este tipo destaca Madrid, un popular documento gráfico editado por la Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya en 1937 en cuatro idiomas: catalán, inglés, francés y español, y que fue utilizado como una llamada de atención a las potencias internacionales. Divido en varios capítulos, Madrid retrata la destrucción de la ciudad, los refugios en los andenes subterráneos del metro y la desolación de la población civil. En la publicación, aparecen una docena de retratos de niños muertos por los bombardeos, tomados en el depósito judicial de cadáveres de Madrid. Estas escalofriantes fotografías también serían enviadas a intelectuales de todo el mundo como la anarquista Emma Goldman o la escritora Virgina Woolf, quien señala en una carta a las mujeres españolas el envío de fotografías que el gobierno republicano le hacía puntualmente dos veces a la semana.

¿Libro o serie? ¡Libro y serie!

¿Libro o serie? ¡Libro y serie!

A pesar del férreo control de la censura, algunos fotolibros españoles tienen un alto componente de crítica social. En 1958 el fotógrafo Xavier Miserachs pasó la Semana Santa sacando fotos con su Leica F3 en la zona de Cadaqués, Girona. De ese viaje saldría Costa Brava Show, una especie de antilibro turístico con textos de Manuel Vázquez Montalbán, y en el que se denuncian los cambios que estaba sufriendo el litoral catalán intentando explotar al máximo el turismo que aterriza en la región. Miserachs muestra cómo se modifican las tradiciones locales para satisfacer a los turistas, el masivo desarrollo urbanístico y la total inmersión de la región en la sociedad de consumo.

Fue la editorial Lumen la que inauguró en 1961 la primera colección dedicada específicamente a los fotolibros. Bajo ese sello se publica Izas, rabizas y colipoterras, una obra en las que las fotos de Juan Colom a las prostitutas del barrio chino barcelonés le sirven como excusa a Camilo José Cela para inventarse biografías apócrifas sobre supuestas tipologías de prostitutas. Así está la “zorrezna hecha para vivir en sociedad” o la “lagarta al sol” ilustradas con fotografías robadas que le costaron a Colom una denuncia por difamación. Por su parte, Cela, que había trabajado como censor, utilizó un tono moralizante para suavizar la publicación de un tema tan escabroso.

Durante los años 80 y 90 se generalizaron los libros con fotos en detrimento de los fotolibros, pero con la actual crisis económica, el género está resurgiendo. Según señala Horacio Fernández, entre 2000 y 2013 la publicación de fotolibros aumentó considerablemente, pasando de 2 a 50. Un cambio que se debe, sobre todo, a fotógrafos jóvenes que ven en este formato una manera ideal para dar salida a su trabajo.

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