Cultura
Siri Hustvedt: "Mis libros no son autobiográficos pero sí son emocionalmente ciertos"
Siri Hustvedt (Northfield, Minesota, Estados Unidos, 1955), último Premio Princesa de Asturias, llegaba el miércoles a Madrid para darse un baño de masas, con el auditorio de la Casa del Lector, en Matadero, abarrotado, después de haber llenado también la Fundación Telefónica esa misma mañana. Era el colofón de un viaje iniciado en Oviedo, a donde se había desplazado para recoger el galardón, que la había llevado también hasta Barcelona. Una gira triunfal de presentación de su último libro, Recuerdos del futuro (Seix Barral), para una escritora que comenzó a publicarse en España en los noventa, pero que ha encontrado a su gran masa de lectores en los últimos años.
Con todo, la primera pregunta del encuentro con el público, conducido por la periodistade Radio Nacional Pepa Fernández, no hablaba exclusivamente de ella, sino también de su marido, Paul Auster, culpable involuntario de que durante años se la haya considerado como la mujer de. Hace trece años, decía la presentadora, ella contemplaba cómo el entonces Príncipe de Asturias hacía entrega del premio a Auster. Por entonces, la escritora había publicado ya Todo lo que amé, su tercera novela y uno de sus títulos más leídos. ¿Pensó entonces, decía Fernández, que años después le daríana ella ese mismo premio? La respuesta correcta sería, claro, la modestia: para nada, cómo podría soñarlo. La respuesta real es otra: "Pensé que era posible", decía, entre las risas cómplices de los asistentes. Esta ha acabado siendo la verdadera respuesta correcta.
Tras otra pregunta no muy bien recibida sobre su hija, la cantautora Sophie Auster, la charla se dirigía directamente al meollo: a la relación entre la ciencia y la creación en su obra. Porque la hay, y abundante. Uno de sus ensayos más celebrados, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (2009), sobre los temblores que sufría en una época, es, según sus palabras, "un 10%" ella misma y "un 90% aproximaciones disciplinares a un problema diagnóstico". Su interés por el psicoanálisis y por la construcción del yo está desde el principio de su carrera tanto literaria como académica. A lo largo de la charla, la escritora trufaba su discurso con referencias a un estudio científico en el que había participado, a los avances en memoria artificial, pero también al rechazo de Platón a las nuevas tecnologías —el libro— o a un poema de Ron Padgett. Una relación, la de las ciencias y las artes, que en su opinión no siempre ha sido considerada igualitaria: "En bastante grado, hemos codificado a la ciencia como la verdad, y al arte como algo blandito que atrae a las mujeres".
Así que de la cita al filósofo italiano Juan Bautista Vico para señalar el peligro de la sobreespecialización de la academia, y la parcelación del conocimiento, la charla viraba hacia el feminismo, una posición que la creadora defiende desde hace largo tiempo: "Tenía 14 años cuando me declaré feminista y nunca me retracté", reivindicaba. Pero la conversación sobre estos asuntos no fue demasiado cómoda. Pepa Fernández le preguntaba, a partir de la idea de que es el mejor momento de la historia para ser mujer, si no es también el peor momento para ser hombre. "¿Sabes cómo llaman a eso en los Estados Unidos?", respondía. "Menpahty [empatía por los hombres]. En esta posición cambiante que tienen las mujeres, la empatía sigue yendo hacia el hombre. Esto es absurdo. Las chicas no llegaron a la educación superior hasta los sesenta. Y ahora parece que hay que sentir empatía con niños que no acceden tan fácilmente a esta educación [debido al acceso de las mujeres], y pobrecitos, qué van a hacer", defendía, con cierta burla.
La invención de la memoria
Los esfuerzos de la periodista por centrarse en el libro se topaban con el discurso saltarín de Hustvedt, que pasaba de la neurociencia —uno de los campos en los que es experta— a Cicerón, del espacio como lugar en el que reside la memoria, al tiempo como un elemento fluido. Al poco, la presentadora llegaba a uno de los asuntos que más enervan a la escritora: la acusación de que su trabajo es autobiográfico. En este caso, porque la protagonista de Recuerdos del futuro responde a las iniciales S. H. y es escritora. Siendo ya una mujer madura, encuentra el diario que escribió en su juventud, lo que le sirve para preguntarse a sí misma por la invención de la memoria y de la propia identidad, sobre la fragilidad de ambos conceptos y sobre el solapamiento de distintos planos temporales.
Pero Hustvedt negaba la mayor: "Mis libros no son autobiográficos pero sí son emocionalmente ciertos". Sí, admite, vivió en la casa en la que reside la protagonista, y sí, se mudó como ella de Minnesota a Nueva York en 1978, pero ¿qué importancia tiene eso? "Para crear", decía, "necesito ver los espacios, y solo tengo dos espacios íntimos: Minnesota y Nueva York. Es aburrido, pero es así". Hay otras diferencias sustanciales: no es suyo el proyecto de novela que la narradora desarrolla, ni le pasaron muchas de las cosas que se suceden. "Me parece curioso", añadía, "la insistencia en que es un libro biográfico, cuando parece claro que muchas de las cosas que ocurren en la novela son invenciones y quizás nunca sucedieran".
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Hay partes de la novela, sin embargo, que están claramente basadas en la realidad. Al menos, aquella en las que la protagonista y su madre sueltan sacos y culebras sobre el presidente de los Estados Unidos, cuya descripción casa con Donald Trump, aunque no se mencione su nombre explícitamente. Hustvedt no teme hablar con claridad del "actual ocupante de la Casa Blanca", como prefiere llamarle, uno de los "grandes hombres" —la denominación es irónica— autoritarios que están en auge en el panorama internacional. Pero señalaba otra evidencia: "Tenemos que reconocer que esa autoridad desaparecería si no tuviera seguidores", contaba, "hay millones de personas que votaron a ese narcisista maligno. Millones de americanos respondieron a esta figura, y está pasando también en otros sitios. Más que mirar con fascinación a estas enormes figuras, es necesario examinar nuestra cultura". No se cortaba Hustvedt al preguntar: "¿Vosotros movéis hoy a vuestro propio 'gran hombre', no?". El público aplaudía la mención a la exhumación del cadáver de Franco del Valle de los Caídos, prevista para el jueves.
Pero, ah, volvía Paul Auster, de manera más explícita, en el turno de preguntas del público. Un lector quería saber cómo llevaba que continuamente la comparen con su marido o hagan referncias a él. "Al principio", decía, "cuando la gente me preguntaba si los libros eran míos, cómo era estar casada con él, etc., etc., lo recibía con paciencia, pero con el paso de los años, las preguntas seguían". Incluso cuando ella ha llegado a ser tan o más conocida que él. Aun cuando en ciertos países venda más. "Entonces", continuaba, "me di cuenta de que esto era una forma de castigo para mí. La gente percibía mi elevación como un agravio para él; él no se siente así en absoluto. Cuando entendí eso, que no es personal, es político, fue más fácil para mí responder con calma pero firmeza hacia la hostilidad de estas preguntas". Lo decía calmada y firmemente. El público aplaudía.