En una sociedad obsesionada con el éxito y los filtros de Instagram, el payaso se ve como el perdedor. Como una persona fracasada, torpe, sobrepasada por tanta exigencia de productividad. Por eso, su presencia nos humaniza, nos conmueve y reivindica nuestra fragilidad, nuestro derecho a no saber hacerlo todo bien. A equivocarnos a nuestra manera y seguir adelante.
"El payaso representa a los parias de la sociedad, aquella gente a la que se da la espalda o de los que la gente se ríe porque son diferentes por el motivo que sea", apunta a infoLibre el actor Pepe Viyuela (Logroño, 1963), para quien el payaso recobra su vital e inherente importancia en estos tiempos en los que hay "tanto miedo y rechazo al diferente". "También representa la posibilidad de romper una lanza por el fracaso, que está ahí inevitablemente. En lugar de ocultarlo y mentir a los demás haciéndonos pasar por exitosos en todo momento, está muy bien reconocer que tenemos límites", apostilla.
Sabe mucho del payaso como concepto Viyuela, pues tiene que echar la vista atrás un buen puñado de lustros para encontrar sus inicios como uno de ellos. Viajar en el tiempo es un poco lo que hará este sábado en el Teatro del Barrio de Madrid cuando vuelva transformarse en el payaso adorable a la par que desesperante protagonista de Encerrona, espectáculo ya icónico, dirigido por Elena González.
"Este es un espectáculo con el que recurrentemente visito el Teatro del Barrio, desde que este mismo local era la Sala Triángulo, hace 34 o 35 años", señala el intérprete, que lleva media vida acompañado por este histrión contemporáneo del que tantas cosas podemos aprender los demás, como sigue haciendo él mismo con cada representación: "Él se toma la vida de una forma que ya quisiera yo, con ese sentido del humor que aplica a todo lo que le pasa y el surrealismo que subyace".
"Me ha dado mucho que reír y que pensar esta visión del mundo en la que uno de alguna manera se desnuda y dice 'mirad que torpe soy pero qué bien me lo paso siéndolo'", reconoce, explicando que con este personaje no está cantando al fracaso "en todos los sentidos, sino simplemente a la forma de encajarlo". Porque "cuando alguien fracasa no hay que apedrearlo, y cuando uno mismo fracasa también tiene una oportunidad de volver a levantarse".
Porque otra de las características del personaje es que "nunca se rinde", como destaca Viyuela: "Él puede tener problemas con un objeto, pero hasta que no consigue lo que quiere no para. Puede tardar muchísimo más que los demás, puede tardar media hora en subir a una escalera, pero al final lo consigue. Por eso también es un canto a no rendirnos, a seguir peleando por lo que queremos. Hay metáforas incontables en el espectáculo y en el propio personaje".
Tanto aprende Viyuela de su personaje del payaso que afirma tajante: "Un mundo sin payasos no sería posible". Y es que, según remarca, han existido en todas las épocas y en todas las sociedades de una manera u otra: "Hay tribus primitivas que tenían un personaje que en las travesías largas, cuando había hambre o frío, de pronto provocaba risa pintándose la cara, dando volteretas, haciendo mil monedas. Eso lo conecta directamente con la idea que tenemos de un chamán, un invocador de espíritus positivos".
Y aún prosigue: "Los bufones y los payasos han sido necesarios siempre. Porque necesitamos reírnos y que alguien desde un punto de vista humorístico nos ponga un espejo delante y nos diga 'mira qué ridículo puedes llegar a ser'. Seguimos sobre el planeta y sobrevivimos gracias al sentido del humor, ya que, sin él, la ira y la violencia estarían muchísimo más extendidas. Nos hace mucho bien la capacidad de reírnos de nosotros mismos y disolver integrismos y fanatismos a través del humor".
Para el riojano, también "sobrevivimos porque somos capaces de sentarnos ante un espejo y reconocer que tenemos gracia porque no somos perfectos". "En nuestro comportamiento tenemos muchas carencias, pero lejos de hundirnos, el humor nos fortalece porque nos flexibiliza. Así, permite que seamos como un junco y, si sopla el viento, el humor nos da flexibilidad para no rompernos y no quebrarnos. Porque el humor rompe rigideces en las relaciones y en el concepto que uno tiene de sí mismo", argumenta, defendiendo de paso que "los payasos hacen falta en todos los ámbitos". "En el ámbito de la empresa, la política por supuesto, en la educación, la sanidad... el humor es necesario, o al menos conveniente, porque facilita mucho las cosas. Y es verdad que hay muchos payasos que no nos gustan y no nos hacen reír en todos los ámbitos, pero justo por eso hacen falta payasos positivos que construyan con el humor".
Con humor construye Viyuela su payaso en este espectáculo unipersonal, que él mismo creó y que constituye una metáfora de nuestra vida: estamos obligadas a actuar, a seguir adelante, aunque no sepamos dónde nos hemos metido. Porque Encerrona es una reflexión sobre lo cotidiano desde la perspectiva del payaso, que vive la experiencia de haberse quedado atrapado en el escenario. Cuando entra en escena no sabe dónde se está metiendo. Es un personaje engañado que ha llegado allí porque le han dicho que aquel era el camino, y de pronto se encuentra frente a un público que lo mira y parece exigirle algo: él no viene a actuar pero se ve obligado a ello.
El terror que provocan las miradas de ese público lo lleva a querer escapar, a buscar una salida. Solamente hay una, pero hay “alguien invisible” que no le deja marcharse, y le obliga a permanecer en el escenario, enfrentándose a esos ojos que no se apartan de él mientras vive la "situación estrambótica de estar ahí sin querer estar".
"Él pasaba por ahí y de pronto le han empujado al escenario, con lo que se ve acorralado entre los que no le dejan salir y los que le miran desde sus asientos y encima se ríen de él, con lo que es una especie de canto a este vivir tirando hacia adelante y resolviendo los problemas que se va encontrando, que son todos", explica, apostillando: "Es una especie de metáfora también de nuestra existencia, de la vida, de esas dificultades y de ese canto también al fracaso que entonamos todos los días todos mucho porque inevitablemente fracasamos a cada momento".
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Así, durante una hora y cincuenta minutos, como un bufón de corte arrojado al salón del trono, el payaso se ve obligado a actuar para el público que lo observa. Sus únicos compañeros de travesía serán una serie de objetos cotidianos con los que intenta salir del paso: una guitarra, una silla, una chaqueta, un periódico y una escalera. Son su escudo, con ellos juega e improvisa, sufre y se divierte. Los objetos se transforman en sus manos en grandes amigos o en terribles enemigos, porque ha olvidado su uso, o quizá no lo ha sabido nunca. Como un niño, se enfrenta por primera vez a los objetos, para nosotros cotidianos, y para él absolutamente misteriosos y sorprendentes. Subir por una escalera o ponerse una chaqueta constituyen para él tareas casi imposibles.
No en vano, es un personaje "muy poco dotado y muy poco hábil" para muchas cosas, lo cual le coloca en una situación de "aparente inferioridad", porque el público le mira con cierta "condescendencia". Pero, por otra parte, hay una "gran empatía porque, quien más quien menos, lo que siente precisamente es que "él también vive así, con problemas, teniendo que solucionarlos de la mejor manera posible, aunque detrás de un problema viene constantemente otro". "Y como el personaje permite que nos riamos de su fracaso, de algún modo se produce también esa especie de sanación en uno mismo y nos puede llevar a pensar que las cosas no hay que tomárselas de una forma amarga, sino que me puedo reír de aquello que no hago bien y no pasa nada. Y probablemente no solo no pase nada, sino que sea aconsejable y mucho mejor así", plantea.
La risa como herramienta curativa, en definitiva. Porque, tal y como asegura ,"el placer que provoca escuchar a la gente reír cuando haces algo es una forma de sentirte útil". "Escuchar reír al público en el momento es mágico", insiste el actor, animando a salir de tanta pantalla que nos rodea y nos gobierna para buscar las relaciones directas y los lugares de encuentro como el teatro. Así podremos, por ejemplo, encontrarnos ante una metáfora en la que ese payaso torpe del escenario es en realidad cada uno de nosotros, y su juego no es sino esta vida nuestra en la que estamos obligados a existir y obligados a actuar. No sabemos dónde nos hemos metido pero tenemos que seguir adelante. Como la vida misma, definitivamente.
En una sociedad obsesionada con el éxito y los filtros de Instagram, el payaso se ve como el perdedor. Como una persona fracasada, torpe, sobrepasada por tanta exigencia de productividad. Por eso, su presencia nos humaniza, nos conmueve y reivindica nuestra fragilidad, nuestro derecho a no saber hacerlo todo bien. A equivocarnos a nuestra manera y seguir adelante.