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Cultura

Los últimos días de la República

Aspecto actual del Campo de los Almendros, conocido como la Goteta, campo de concentración provisional establecido en Alicante tras la Guerra Civil y que dio nombre a la novela de Max Aub.

La guerra ha terminado, el libro publicado por la editorial Media Vaca sobre las últimas semanas de la Guerra Civil en Alicante, desde donde partió al exilio el Gobierno republicano, debía ser un volumen ilustrado. La idea era buscar en los archivos fotografías que, imaginaban, serían de las defensas abandonadas, los últimos cuerpos militares, los preparativos antes de la partida, la espera interminable en el puerto, la huida, la represión. Sobre ellas, pensaban, podrían quizás realizar su trabajo algunos ilustradores, para tratar de reconstruir la ciudad republicana perdida. Del libro, un encargo de la Generalitat Valenciana dentro de la conmemoración de Alicante 2019. Capital de la memoria, saldría también una exposición. Pero La guerra ha terminado no es el libro que quería ser, porque las fotografías nunca aparecieron.

"Esas imágenes o no existen o no están disponibles", dice Vicente Ferrer, responsable del sello valenciano y de la edición del libro junto a Begoña Lobo. Antes de sacar esa conclusión se patearon archivos de todo tipo, hemerotecas, bibliotecas. Nada, o poco. "Los corresponsales [internacionales] estaban regresando a sus países y el tema se abandona", explica. "Y las fotos que se hicieron en Alicante, por fotógrafos de Alicante, se destruyeron por miedo a que sirvieran como identificación para las fuerzas sublevadas". Había que prepararse para la derrota, y los que se quedaron estaban menos interesados en la gloria de la posteriodidad que en la supervivencia. Los editores descartaron de inmediato usar imágenes del ejército golpista o de la armada italiana, que castigaba Levante desde hacía un tiempo. Nada de propaganda fascista. ¿A dónde mirar, entonces?

A los testimonios. Ahí estaban las imágenes. En las memorias de 35 testigos de aquellos días tristes, que los vivieron desde posiciones muy distintas: Juan Negrín, desde la Presidencia del Gobierno republicano, traicionada por el golpe interno del general Casado; Marina Olcina González, que entonces es una militante del PCE de solo 18 años y que permanecerá escondida dos años antes de ser encarcelada; Dolores Ibárruri, que está, con la cúpula del Partido Comunista, junto al Gobierno de Negrín en Alicante, e Irene Falcón, estrecha colaboradora de la Pasionaria, que la acompaña; Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista Italiano y máximo responsable en España de la Internacional; Paquita Marhuenda, que con nueve años ve despegar aviones desde los campos de su padre; Isabel Beltrán Alcaraz, pasajera nº 2276 del Stanbrook, el carbonero británico que llevó hasta Orán a más de 2.000 refugiados republicanos...

"Estas personas se preocupan por dejar sus memorias a los lectores del futuro, a sus familias o incluso a sus mandos, en el caso de los militares", explica Ferrer. Algunos de estos testimonios están redactados muy poco después del final de la guerra, como sucede con el de Negrín, del que se recoge el discurso ante el Council of Foreign Relations, en Nueva York, el 8 de mayo de 1939, un mes después del final de la Guerra Civil y cuatro meses antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. O con las palabras de Archibald Dickinson, capitán del Stanbrook, que escribe una carta al periódico The Sunday Dispatch en esos mismos días de marzo de 1939. Otras memorias se publican en los años de exilio, como las de Dolores Ibárruri en El único camino (1962), y algunas, como las de María Lecea, también pasajera del carbonero, han visto la luz en los últimos años. El propósito del libro pasó a ser, entonces, ruenir un "material muy desperdigado" que permitiera reconstruir de manera colectiva esas semanas de casi primavera. La variedad de testigos provoca, incluso, ciertas contradicciones que los editores no han pretendido evitar: los textos son múltiples y algunos, dicen, "partidistas", pero "no son mentirosos". 

Y como imágenes no verbales no había, hubo que tomarlas. El fotógrafo José María Azkárraga recorre los lugares descritos en las memorias, 80 años después. Max Aub hizo célebre el conocido como "Campo de los Almendros", un nuevo nombre otorgado al paraje que los locales llaman la Goteta, en la falda del monte San Julián. Aquel pedazo de tierra sirve como campo provisional para los republicanos detenidos, que serían luego trasladados a los castillos de San Fernando y de Santa Bárbara, a la plaza de toros o al campo de Albatera. Los almendros, cuentan, duraron poco: privados de alimento, los prisioneros se comerían hasta las hojas. Hoy, el Campo de los Almendros es un descampado vallado donde crecen malas hierbas, rodeado de bloques y coronado, al fondo, por el letrero de un —ironías— supermercado Alcampo. La cámara capta también lo que queda de Posición Dakar y Posición Yuste, nombres en clave de unas casitas de Elda y una finca de El Poblet donde permanecieron miembros del Partido Comunista y del Gobierno de la República, respectivamente. Posición Yuste es, desde 2019, bien de interés cultural para la Conselleria de Cultura, pero Posición Dakar no existe desde los años noventa. 

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Lápida de Eliseo Gómez Serrano, republicano asesinado por el bando golpista tras la Guerra Civil, en el cementerio de Alicante. La piedra fue tallada por Ricard Boix. / José María Azkárraga (Media Vaca)

El paseo por aquellos espacios no fue precisamente feliz. "Están muy abandonados", critica el editor. "Alicante pasó de ser un sitio muy favorable a la República, que por eso se trasladó allí el Gobierno, a todo lo contrario. La gente progresista, que muchos eran burgueses, algo así como unos ilustrados, fue castigada, y esa memoria republicana de la ciudad quedó muy apartada". Es culpa en parte, dice, de la voluntad de "no reabrir heridas", una política que en su opinión "ha dado lugar a muchos actos de ignominia". "Que haya cadáveres en las cunetas no tiene ninguna justificación", lanza, y está relacionado con que en muchos de los espacios retratados no haya un solo recuerdo de su pasado: es el caso del los castillos que se convertirían en prisiones, del antiguo campo de detención de Albatera, o del Cine Ideal, centro de internamiento provisional, sobre todo dedicado a mujeres, y hoy abandonado. "No se trata de poner monolitos", lanza Ferrer, "pero sí de recuperar la memoria de la ciudad". 

Pero el recuerdo republicano dejó su huella en sitios insospechados, esperando a ser descubierto por ojos amigos. Así ocurre en el cementerio de Alicante, en la tumba de Eliseo Gómez Serrano, profesor de Geografía e Historia, miembro de Izquierda Republicana y diputado del Frente Popular, asesinado por las tropas fascistas poco después de su entrada en la ciudad. El artista Ricard Boix moldea su tumba, compuesta de dos paneles: a la izquierda, la fecha 4 de mayo de 1939, y un árbol fuerte, en pie; a la derecha, el 5 de mayo de 1939, fecha de su ejecución, y ese árbol talado. Los editores se preguntan cómo pudo resistir la lápida a la censura. Pero la memoria no siempre se graba en piedra. Poco antes del final de la edición del libro, Begoña Lobo se encuentra con una amiga, a quien pone al tanto de los proyectos del sello. La amiga cuenta que su madre y sus tías tuvieron que abandonar València hacia Elda por miedo a la represión, y que allí trabajaron para el dueño de una finca en El Poblet. Era la finca, la breve residencia del Gobierno repúblicano. La amiga les entrega una foto: la familia bañándose en una balsa en 1955, en el mismo lugar por donde habría paseado Negrín años antes. Ninguna sabía entonces la historia de aquel lugar. Ahora sí. 

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