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Una “verdad vista demasiado tarde”: el Centro Dramático Nacional lleva a escena el cierre de 'Egunkaria'

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“El infierno es la verdad vista demasiado tarde”. Lo dijo Thomas Hobbes y lo repite el escritor Harkaitz Cano al hablar de Egunkaria, el periódico euskaldún que el juez instructor de la Audiencia Nacional Juan del Olmo cerró en 2003 por su supuesta relación con ETA, solo para que diez años después el tribunal acabara reconociendo su error y absolviendo a los trabajadores encausados. Fue un error irreversible: la publicación jamás volvió a levantarse, y varios de los detenidos durante la operación denunciaron torturas durante los primeros interrogatorios policiales. Con las sentencias en la mano, años después de que el cierre del periódico suscitara titulares de celebración (la mayoría) y crítica (pocos), llega a escena Los papeles de Sísifo, una producción del Centro Dramático Nacional junto con el Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz y el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. Harkaitz Cano pone el texto y Fernando Bernués la dirección para denunciar la clausura de un periódico por parte de un sistema policial y judicial que muchas veces igualaba cultura euskalduna y terrorismo. La obra se representa entre el 9 de abril y el 2 de mayo en el María Guerrero de Madrid, con dos funciones en euskera con sobretítulos el 29 y 30 de abril. 

Bernués, tiene grabado el momento en que el llamado caso Egunkaria pasó de ser una llama de indignación política a convertirse en el inicio de un proyecto creativo. Era abril de 2003, no habían pasado dos meses de la clausura del diario, el único en euskera, que la Audiencia Nacional investigaba por ser un “instrumento” de la organización terrorista. En la gala de entrega de los Premios de la Música, que Bernués codirigía junto a Mario Gas, se sucedían las reivindicaciones políticas contra la guerra de Irak. Pero cuando el músico Fermín Muguruza subió a recoger el premio a la mejor canción en euskera y denunció “el cierre por las armas de un periódico”, los aplausos de aprobación del público se transformaron en silbidos y abucheos ensordecedores. El acto se celebraba en Madrid y en las gradas estaba buena parte de la cultura progresista del país. “El cierre de Egunkaria era una bofetada muy importanteEgunkaria”, explica el director, “porque salía de un esfuerzo colectivo, y un anhelo de muchísimos años, que es que hubiera un periódico en euskera. En ese momento tuve la sensación de que todo el mundo había comprado ese relato perverso de que toda la cultura y comunicación producida en euskera estaba a favor de ETA”. Lo dice con algo de vergüenza, pero lo dice: en el control de realización de aquella gala se le cayeron las lágrimas.

La idea de hacer algo sobre Egunkaria se mantuvo. Se mantuvo cuando periodistas de renombre, conservadores y progresistas, como José Antonio Zarzalejos, Isabel San Sebastián o Iñaki Ezkerra celebraron a lo largo de los meses siguientes el cierre del medio. Se mantuvo cuando la Fiscalía pidió el archivo del caso, en 2006, y durante el proceso, en 2009. Y renació en 2010, con la primera sentencia absolutoria de los cinco procesados —frente a diez detenidos inicialmente—, en la que la sala, presidida por el juez Javier Gómez Bermúdez, se expresó de manera demoledora contra la instrucción y el proceso judicial. “La estrecha y errónea visión según la cual todo lo que tenga que ver con el euskera y la cultura en esa lengua tiene que estar fomentado y/o controlado por ETA conduce, en el proceso penal, a una errónea valoración de datos y hechos y a la inconsistencia de la imputación”, decía el fallo. “Las acusaciones [particulares] no han probado que los procesados tengan la más mínima relación con ETA, lo que por sí determina la absolución con todos los pronunciamientos favorables. Pero, más allá de esto, tampoco se ha acreditado ni directa ni indirectamente que el periódico Euskaldunon Egunkaria haya defendido los postulados de la banda terrorista, haya publicado un solo artículo a favor del terrorismo o de los terroristas ni que su línea editorial tuviese siquiera un sesgo político determinado, esto último, además, no sería delictivo”. Sobre la decisión de cerrar el periódico, la sentencia también era clara: “La suspensión provisional no tiene cobertura constitucional directa”.

Una escena de Los papeles de Sísifo, con texto de Harkaitz Cano y dirección de Fernando Bernués. / MIKEL BLASCO (CDN)

En la obra no aparecen los nombres reales de los detenidos, y se transforma al juez Del Olmo en una jueza ficticia. Pero Harkaitz Cano sí se permite un juego, el de poner en escena a un Karmelo Beramendi cercano a Martxelo Otamendi, director del periódico en el momento de su cierre, y a Miguel María Torregarai, guiño al escritor Juan Mari Torrealdai, presidente del Consejo de Administración. El autor, que firma su primer texto teatral, tiene que lidiar con la narración de unos hechos históricos protagonizados por personas reales, pero desde la ficción. Pero no es la primera vez que lo hace: en Twist abordaba el caso de Lasa y Zabala, secuestrados y asesinados por los GAL, y en La voz del Faquir se acercaba a la figura de Imanol, músico que fue militante de ETA en su juventud y acabó siendo perseguido por la banda. “La libertad de desarrollar hipótesis, sintetizar, condensar varios personajes en uno y alterar el orden de los hechos te lleva a diseccionar la historia con otro tipo de bisturí, más libre y especulativo si se quiere, que te conduce paradójicamente a otro tipo de verdad, encarnada en personajes de ficción (todos lo son, en mayor o menor medida)”, cuenta Cano. Si “la crónica de los hechos” está contada “más o menos como fue”, Los papeles de Sísifo sí querían “trascender el teatro documental y reflexionar en escena sobre el periodismo escrito, el arte de hacer preguntas, la insalvable brecha entre lo que sucede y lo que se cuenta”.

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La puesta en escena de Madrid tiene una particularidad: el texto original fue escrito por Harkaitz Cano en castellano y euskera, respetando la lengua que habrían usado los periodistas para comunicarse entre sí y la que habrían usado en dependencias policiales o judiciales. En una obra que habla del cierre de un diario euskaldún, este parece un detalle importante, y el propio autor define el idioma como “parte del argumento”. Sin embargo, la mayoría de las funciones en la capital se representarán íntegramente en castellano, y se reservan dos días a la versión en euskera con sobretítulos. En opinión del autor, no tendría por qué ser así: “Un Estado plural requeriría un mínimo conocimiento de cortesía de todas las lenguas por parte de todos. Al fin y al cabo, el desconocimiento del idioma facilitó el cierre: es mucho más sencillo cerrar un periódico sin entender lo que dice que hacerlo entendiéndolo... Es cuestión de hábito, pero creo que con el tiempo nos iremos acostumbrando a ver las obras de teatro subtituladas, como sucede con el cine y con las series”.

El estreno de la obra coincide con el del documental Paperezko hegoak, de Samara Velte y Josu Martínez, en el que Fernando Bernués ha trabajado como productor ejecutivo. ¿Por qué esta recuperación de la memoria del caso Egunkaria? “Hay cosas que reman a favor, y el tiempo es posiblemente la primera de ellas”, dice el director. “La mirada serena de los años, que los procesos judiciales estén cerrados, la desaparición de ETA, que hace que el contexto sea otro y sea menos enconado... Aunque sabemos que hay temas que siguen siendo difíciles de gestionar en nuestro día a día. Si nos cuesta hablar de hechos de nuestro pasado como las fosas de los represaliados de la Guerra Civil, pues aún más nos cuesta gestionar las torturas”. Al salir de comisaría, Martxelo Otamendi denunció maltrato por parte de los agentes, algo que le llevó hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos: en 2012, condenó a España a indemnizar al periodista con 24.000 euros por no haber investigado suficientemente su denuncia. 

A todo esto no ayuda el hecho de que, en opinión de Bernués, fuera de Euskadi no se entienda “la trascendencia que tiene para una sociedad” un hecho como el cierre del periódico. Egunkaria se levantó con las aportaciones de 30.000 personas, en una especie de crowdfunding pre Internet, y fue el primer diario publicado íntegramente en euskera desde 1937. Harkaitz Cano coincide: “Fuera de Euskadi diría que es uno de esos temas que permanecen en el ángulo ciego. Es incómodo y no suscita demasiado interés. Una democracia plena requeriría más rigor autocrítico en estos temas”. Esa falta de autocrítica la ve también Bernués en los periodistas que en su día dieron por buena la acusación de que Egunkaria y sus trabajadores eran un brazo comunicativo y económico de ETA: “Cuando salió la sentencia, años después de aquellos abucheos, ¿se escuchó a alguien decir me equivoqué?me equivoqué ¿Alguno de los tertulianos que emitieran calumnias contra Otamendi dijo me equivoqué?”. Lo mismo podría aplicarse al sistema judicial: pese a la dura sentencia de la Audiencia Nacional, en ningún momento se admitió ningún tipo de error judicial o de procedimiento, que hubiera conllevado la obligación de indemnizar a los procesados. Entre ellos, Torrealdai, fallecido en 2020. 

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