El 16 de enero, día en que Aike Beishekeyeva cumplía 23 años, la joven periodista kirguís pensaba comprar una tarta para compartirla con sus colegas. Pero no hubo celebración. En lugar de eso, aquella mañana temprano, Beishekeyeva fue detenida en su domicilio familiar bajo la sospecha de “incitar a disturbios masivos”. Lleva semanas a la espera de juicio en el Centro de Detención 1, un lúgubre laberinto de edificios de poca altura en el centro de Biskek, la capital de la república centroasiática de Kirguistán, un país montañoso en plena Ruta de la Seda que se independizó de la antigua URSS en 1991.
Nazgul Matanayeva recuerda el aspecto de su hija en una vista judicial: valiente, pero cansada. “Aguanta bien, pero se le nota en los ojos”, lamenta. “Como madre, me doy cuenta. ... No duerme lo suficiente”. Matanayeva está muerta de preocupación. “He perdido peso. No he podido dormir en dos semanas. Si no me distraigo, me vienen todo tipo de malos pensamientos”, confiesa su progenitora: “Veintitrés años: para mí, sigue siendo pequeña. Para una madre, siempre será pequeña”.
Puede que Beishekeyeva sea joven, pero el trabajo que hacía era muy serio. Pese a que apenas llevaba unos meses de carrera, ya había sido contratada por Temirov Live, un equipo de periodistas cuyas investigaciones en vídeo –a veces interpretadas como poemas tradicionales kirguís– han destapado múltiples casos de corrupción de altos funcionarios del país centroasiático. El consorcio de medios OCCRP, al que pertenece infoLibre, ha colaborado con Temirov Live en varias de ellas.
“Yo le decía que era un trabajo peligroso”, recuerda Matanayeva, “pero ella siempre me tranquilizaba: ‘Mamá, no te preocupes, hay periodistas así en todo el mundo”.
En Kirguistán, sin embargo, puede que pronto no quede ninguno. Junto con Aike, otros 10 periodistas y experiodistas de Temirov Live fueron detenidos aquel día de enero. A ellos también se les acusa de incitar a los disturbios en virtud de una ley que se utiliza cada vez con más frecuencia para perseguir a los disidentes. Si son declarados culpables, se enfrentan a años de cárcel.
Los 11 redactores han negado las acusaciones. “Mírala. Todavía es una niña”, cuenta Nazgul Matanayeva que dijo a los agentes cuando fueron a detener a su hija. “¿Cómo puede reunir a la gente para una manifestación? ¿O es tan rica que puede pagar a alguien [para que proteste]?”.
Pero la campaña contra este equipo de periodistas es sólo el último síntoma del creciente malestar democrático que atraviesa Kirguistán.
El país fue en su día, con mucho, la más libre de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central. Aunque era conocido por sus frecuentes revoluciones, tres desde su independencia en 1991, también celebraba elecciones reales, contaba con un animado panorama mediático y con una vigorosa sociedad civil que incluía desde grupos feministas hasta activistas por los derechos de las personas con discapacidad.
Sin embargo, en los últimos años, bajo un presidente que combina la retórica populista con métodos de control al estilo ruso, la soga se ha tensado. Numerosos medios de comunicación independientes han sido presionados o cerrados. En la clasificación mundial de la libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras, Kirguistán ha perdido 50 puestos en un año, pasando del nivel de Japón al de Sudán del Sur.
Denuncias de corrupción
Las detenciones de la plantilla de Temirov Live, según los observadores internacionales, forman parte de una campaña dirigida contra el fundador del medio, Bolot Temirov, uno de los más críticos con el Gobierno kirguís. “Las autoridades simplemente quieren llevar a cabo una estrategia de tierra quemada, quemando todo lo que rodea a Temirov, para que no tenga equipo”, advierte Leila Nazgul Seiitbek, activista kirguís de derechos humanos que trabaja desde el exilio en Viena. “Lo único que quieren las autoridades ahora mismo, más que nada, es que todo el mundo se calle y no haga nada”, continúa Seiitbek. “Y la pregunta es si la gente está dispuesta a hacerlo”.
Temirov y su equipo no han rehuido informar sobre los dos hombres más poderosos de Kirguistán: el presidente, Sadyr Japarov, y el jefe de seguridad, Kamchybek Tashiev. Entre los vídeos más vistos de Temirov Live, se encuentran los que sacaron a la luz los tratos entre la familia Tashiev y la petrolera estatal y desvelaron –junto con OCCRP– los vínculos entre el hijo del presidente y una conocida familia acusada de contrabando y blanqueo de dinero.
Una persona que no está dispuesta a callarse es el propio Temirov. Este periodista de 44 años ya ha pagado caro sus trabajos de investigación. En los últimos años ha sufrido palizas, ha sido objeto de escuchas de los servicios secretos, se le ha privado de la nacionalidad y se le deportó a Rusia. Su esposa, que trabajaba como directora de Temirov Live, se encuentra entre los periodistas detenidos en enero. Temirov, que ahora trabaja desde un lugar no revelado de Europa, mantiene un vigoroso canal de vídeos y mensajes en las redes sociales en los que denuncia a las autoridades y exige que liberen a sus colegas.
Las autoridades kirguises ya han intentado llegar a Temirov a través de sus periodistas. En una investigación publicada en 2022, OCCRP reveló cómo agentes del servicio secreto de Kirguistán, el GKNB, tendieron una trampa a una joven que trabajaba para Temirov, amenazándola con difundir vídeos comprometedores a menos que facilitara información sobre su jefe y su trabajo.
Ahora todos los periodistas encarcelados han sido interrogados sobre el paradero de Temirov, según explica él mismo. Y a su mujer le advirtieron de que su hijo de 11 años iba a ser internado en un orfanato si no cooperaba con los investigadores.
Funcionarios del gabinete del presidente, el Ministerio del Interior, la Fiscalía y el GKNB no respondieron a las preguntas que OCCRP le envió sobre Temirov y sus redactores. Pero en los dos meses transcurridos desde las detenciones, algunos altos cargos han hecho declaraciones públicas que son reveladoras.
Reeducación y límites a la libertad de expresión
En un programa de entrevistas de Radio Azattyk, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Kirguistán, Edil Baisalov, enmarcó el caso en una cuestión de disciplina y reeducación. “Estos jóvenes, por supuesto que no son enemigos, por supuesto que han cometido un error. Ni el presidente, ni ningún organismo estatal ni los tribunales quieren que se pudran en la cárcel”, declaró Baisalov. “Es una cuestión de educación. Un deber paternal, fraternal: la educación”, continuó. “En algunos casos, alguien –el cabeza de familia, el dueño de una casa– tiene que llamar al orden”.
A pregunas de OCCRP, Baisalov volvió a insistir en que “nadie entre las autoridades considera a estas personas enemigos del pueblo”. La sociedad kirguís está experimentando una transformación, según dice, con una economía en crecimiento y una nueva voluntad de reconsiderar viejas prioridades. "Hablo de la educación porque necesitamos reorientar a la juventud, construir el país y animar a la gente, distraerla de acciones vacías, decir que esto ya no está de moda ni es digno”, sostiene.
El presidente, Sadyr Japarov, ha expresado su propia opinión en una entrevista concedida al periódico Vecherny Bishkek, en la que sostiene que hay que imponer límites a la libertad de expresión para preservar la seguridad. “En los tiempos turbulentos e inquietos que corren, la libertad de expresión está estrechamente ligada a la responsabilidad”, declaró. “Países que se podrían considerar los más desarrollados democráticamente ya están imponiendo restricciones a quienes utilizan la libertad de expresión para alcanzar objetivos políticos y desestabilizar la sociedad. En este sentido, tenemos que tomar medidas preventivas”.
“En el caso actual”, añadió el presidente, refiriéndose a las detenciones de Temirov Live, “el equipo legal del Ministerio de Justicia estableció que los mensajes de vídeo de [la esposa de Temirov] Makhabat Tazhibek Kyzy incluyen llamamientos a disturbios masivos”. En el vídeo al que se refiere, publicado en YouTube en diciembre, Tahibek denuncia con energía la corrupción y a unas autoridades que llevan “30 años sentadas en sus sillas”. No contiene ningún llamamiento a la sublevación ni a la violencia. “Dice en este vídeo que todos los golpes y revoluciones son inútiles, porque un clan sólo sustituirá a otro”, afirma Temirov. “Es difícil describirlo como un llamamiento a la revolución”.
Según varias personas conocedoras del caso, el vídeo de Makhabat es la única prueba que las autoridades han presentado como justificación de las 11 detenciones, aunque seis de los arrestados ya no trabajan en Temirov Live. Algunos llevan años sin trabajar allí. “Ninguno de los otros tiene relación con este vídeo”, aclara Temirov. “Ni siquiera el operador de cámara”.
Un rapero y un poeta entre los detenidos
El canal de YouTube en el que apareció el vídeo, llamado Ait Ait Dese, es uno de los proyectos más singulares de Temirov. Se trata de un canal hermano de la cuenta principal de Temirov Live y publica vídeos íntegramente en kirguís, una forma, dice Temirov, de llegar al mayor público posible: “Nuestro objetivo era estar más cerca de la gente, convertirnos en la voz del pueblo y hablar con ellos en un solo idioma”. Además de reportajes periodísticos más tradicionales, Ait Ait Dese ofrece actuaciones rimadas de poetas tradicionales, llamados akyns, que llaman a la acción contra los problemas sociales, denuncian la corrupción o incluso presentan los resultados de las investigaciones de Temirov Live.
En un vídeo para el canal, un akyn llamado Bolot Nazarov relata en forma poética una investigación sobre sociedades offshore maltesas supuestamente vinculadas a familiares del presidente del Consejo de Ministros de Kirguistán, Akylbek Japarov. En otra actuación, denuncia el doble poder que ejercen en el país el presidente Japarov y el jefe de los servicios secretos, Kamchybek Tashiev.
La técnica es poderosa, resalta Seiitbek, la activista de derechos humanos exiliada en Viena. “Los akyns son tradicionalmente esas voces que siempre hablaban de los problemas que tenía el pueblo kirguís. Y también formaba parte de la tradición que los gobernantes nunca persiguieran a los akyns. Ése es su trabajo, denunciar agravios, burlarse de los políticos”. “Mucha gente no ve cosas en YouTube si no son tradicionalmente kirguís”, apunta. “Pero la gente sí va a conciertos para escuchar akyns, porque eso les llega al corazón. Es algo que entienden, algo con lo que han crecido”.
Con las detenciones de enero, el trabajo de Ait Ait Dese ha quedado en suspenso. Uno de los artistas estrella de los canales, el rapero y poeta Azamat Ishenbekov, se encuentra entre los detenidos. Según cuenta Temirov, Ishenbekov dejó la escuela para trabajar como emigrante en Rusia mientras ganaba seguidores con sus actuaciones en Tik-Tok. Cuando uno de los colegas de Temirov se dio cuenta de su popularidad, le invitó a colaborar. “Aunque conduciendo taxis en Moscú ganaba mucho más, eligió convertirse en miembro de nuestro equipo”, escribió Temirov en un post de Facebook donde pedía la libertad de Ishenbekov.
La detención de un artista callejero que ha aparecido en vídeos de hip hop y cantado canciones pop subraya la diversidad de orígenes de los 11 encarcelados. Entre ellos está Aktilek Kaparov, que pasó de asistir a los cursos de Temirov sobre verificación de datos a trabajar para Temirov Live y abrir su propio medio de comunicación, y Saipidin Sultanaliev, un educador que llegó al periodismo de forma tardía y a quien Temirov llama “el entrevistador de Dios”. Finalmente está Aike Beishekeyeva, la más joven de todos, detenida en el apartamento de sus padres el día de su vigésimo tercer cumpleaños.
Su madre dice que era una niña estudiosa que prefería pasar el tiempo leyendo libros y aprendiendo idiomas por internet antes que salir con los amigos. “Yo quería apuntarla a cursos, pero a ella le daba pena, [decía] '¿Para qué os vais a gastar el dinero en cursos? Dejadme estudiar en casa”, cuenta Nazgul Matanayeva. Para ampliar sus horizontes profesionales, Beishekeyeva hizo prácticas en Japón, un país que, según su madre, admiraba por su cultura, y estudió periodismo en una universidad de Polonia.
Pero a Nazgul Matanayeva le sorprendió que su hija se dedicara a la profesión y se uniera al equipo de Temirov Live. Su padre, músico profesional, estaba totalmente en contra de una carrera que consideraba demasiado peligrosa. Peleó con su hija, y con su mujer, que la apoyaba más. Pocos meses después, la policía estaba a las puertas de la casa familiar. Terriblemente angustiada, Matanayeva se ha encerrado en sí misma desde la detención de su hija. “Si alguien dice algo al respecto, me pongo a llorar. Así que intento no ver a nadie”, dice.
Clima de miedo
Mientras que en Kirguistán algunos guardan silencio por pena, otros lo hacen por miedo. Un analista afincado en el país declinó ser entrevistado para este reportaje alegando motivos de seguridad personal. Los activistas consultados describen un temor asfixiante que se extiende por la sociedad civil kirguís y que puede sentirse incluso desde lejos.
“La gente tiene mucho miedo”, corrobora Seiitbek, la activista de derechos humanos residente en Viena. “Incluso nuestros colegas, cosa que nunca había visto antes. Hubo situaciones en las que tenían miedo de traerse libros [de vuelta a Kirguistán] de sus viajes al extranjero. Eso nunca había ocurrido antes”. La sensación de que cualquiera puede ser el próximo objetivo sólo se ve reforzada por el carácter absurdo que a veces acompaña a los recientes casos de represión en Kirguistán. Por ejemplo, cuando el galardonado medio kirguís Kloop, miembro de OCCRP, fue cerrado por orden judicial el mes pasado, los fiscales utilizaron el testimonio de unos psiquiatras para demostrar que el medio “afectaba a la salud mental de la gente” al “perturbarla” con información negativa.
O como la explicación que dio el presidente Japarov cuando se le preguntó por qué el caso de mayor repercusión del país contra un grupo de disidentes se estaba llevando en secreto. En una reunión nacional de líderes sociales, se le mencionó a los opositores a un intercambio de tierras con el vecino Uzbekistán, que terminaron en la cárcel, y respondió que sus actividades habían sido financiadas por el embajador de un país extranjero no identificado. “Si lo hacemos público, empezarán a odiar a este país”, dijo. “Y entonces podría haber un malentendido, nuestra relación podría verse perturbada. Por eso es un caso cerrado”.
“No hay instituciones”
¿Cómo ha llegado Kirguistán a esta situación? Al fin y al cabo, antes se conocía al país como la “isla de la democracia” de Asia Central, y los observadores solían destacar sus repetidas revoluciones contra gobiernos impopulares.
Asel Doolotkeldieva, experta en Kirguistán e investigadora en la Universidad George Washington de EEUU, está de acuerdo en que las aspiraciones democráticas de la población kirguís son grandes. Pero, según explicó en un reciente episodio del podcast Talk Eastern Europe, un público movilizado no es suficiente. “No se pueden esperar transformaciones tan profundas de la sociedad sólo a costa de una sociedad civil dinámica”, advirtió. “No hay instituciones que lleven a cabo la democratización... Hacen falta partidos políticos, hacen falta ideologías, de izquierdas, de derechas; hacen falta conflictos políticos adecuados para formular esas ideologías. Sin eso, no puedes esperar cambios sostenibles”.
De hecho, fue un levantamiento popular el que puso en el poder a los actuales dirigentes de Kirguistán. En octubre de 2020, los ciudadanos kirguises se echaron a la calle indignados por los resultados de unas elecciones supuestamente amañadas y por la gestión de la pandemia de covid por parte del Gobierno.
En medio del caos, Sadyr Japarov, exdiputado y agitador populista que cumplía condena por el secuestro de un funcionario local, fue liberado por una multitud de partidarios. Japarov se las arregló para acceder al poder, primero como presidente interino y varios meses después como vencedor en las elecciones presidenciales.
Una de las decisiones más importantes de Japarov fue nombrar a su aliado, Kamychbek Tashiev, para dirigir el GKNB. Ambos hombres han recurrido con frecuencia a la retórica nacionalista, denunciando enérgicamente los valores y la influencia extranjeros y afirmando representar a los ciudadanos kirguises de a pie. En la práctica, a medida que ha crecido la influencia de los servicios secretos, han construido un “tándem” que gobierna el país, según denuncian expertos locales.
“Desde 2020, se ha destinado mucho dinero del presupuesto a reforzar las fuerzas especiales de seguridad”, revela la politóloga Doolotkeldieva. “En estos tres años, se han inaugurado unos 50 nuevos edificios en el interior del país, que son básicamente edificios de las fuerzas especiales de seguridad. Lo que significa que no se trata sólo de la capital, sino de un enorme esfuerzo por controlar también el resto del país”.
Con una oposición política poco organizada y sin un poder judicial genuinamente independiente, el Gobierno de Japarov también ha impulsado una serie de leyes –de desinformación, medios de comunicación, el tercer sector y los “agentes extranjeros”– para reforzar su control. Gran parte de esta legislación recuerda a las leyes utilizadas contra los disidentes en Rusia, y los observadores afirman que no es casualidad. “Los servicios de seguridad rusos llevan años instalados en el edificio del GKNB. Y es un grupo numeroso, no se trata de una o dos personas”, sostiene Seiitbek.
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“Kirguistán está bajo una influencia rusa muy fuerte, más fuerte de lo que nadie hubiera imaginado. Esto se debe a que las autoridades son débiles por sí mismas. Tienen que confiar en alguien para mantener su poder a salvo y mantenerse ellos en el poder. Así que tradicionalmente ven a Putin como el garante de su seguridad. Y cuando tienes a Putin como tu señor protector, obviamente no hay mucho que puedas hacer en lo que a desarrollo de la democracia se refiere”.
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Con información de Eldiyar Arykbaev (OCCRP) y Vyacheslav Abramov (OCCRP/Vlast.kz)
El 16 de enero, día en que Aike Beishekeyeva cumplía 23 años, la joven periodista kirguís pensaba comprar una tarta para compartirla con sus colegas. Pero no hubo celebración. En lugar de eso, aquella mañana temprano, Beishekeyeva fue detenida en su domicilio familiar bajo la sospecha de “incitar a disturbios masivos”. Lleva semanas a la espera de juicio en el Centro de Detención 1, un lúgubre laberinto de edificios de poca altura en el centro de Biskek, la capital de la república centroasiática de Kirguistán, un país montañoso en plena Ruta de la Seda que se independizó de la antigua URSS en 1991.