LA ECONOMÍA TRAS LA PANDEMIA
Quién gana y quién pierde con la inflación al 4%
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A lomos del precio de la luz, la inflación ha escalado en septiembre hasta el 4%, un nivel que no se registraba en España desde septiembre de 2008, cuando Lehman Brothers quebró y la crisis financiera se llevó por delante la euforia económica de casi una década de burbuja inmobiliaria. Y como casi todo lo que ocurre en un planeta globalizado, no es un fenómeno local.
En Alemania el IPC ha alcanzado el 4,1%, todo un récord que no se veía desde diciembre de 1993. En un país donde se teme a la inflación más que al diablo –la sombra de la pobreza causada por la hiperinflación de los años 20 del siglo pasado es muy larga–, los políticos no dudaron en utilizarla como arma durante la reciente campaña electoral. El candidato del liberal FDP, Christian Lindner, acusó al socialdemócrata Olaf Scholz, ministro de Finanzas con Angela Merkel, de haber propiciado un gasto público excesivo incluso antes de que la pandemia lo hiciera aceptable. “Necesitamos poner fin a la inflación inducida políticamente”, pidió. Markus Söder, líder de la CSU, el partido bávaro hermano de los conservadores, llegó a pedir “un semáforo en rojo” que frene la inflación, compensando a los consumidores por el aumento del coste de la calefacción y a los ahorradores por el bajo rendimiento de sus depósitos.
En Estados Unidos, la inflación alcanzó en agosto el 5,4% –aún no se conoce la de septiembre–.
Sin embargo, los bancos centrales, encargados de vigilarla, aún no han activado las alarmas. Parecen tranquilos, porque consideran el repunte de los precios un fenómeno temporal, favorecido por la potencia de la recuperación tras la pandemia y con unas causas bien delimitadas: los precios de la energía, los problemas en las cadenas de suministro y la comparación estadística con las deprimidas cifras de 2020. Así, la presidenta del BCE, Christian Lagarde, sostiene que el desafío clave de la institución hoy es, precisamente, “no sobrerreacionar” ante la inflación.
Santiago Carbó, catedrático de Economía de la Universidad de Granada y director de Estudios Financieros de Funcas, la fundación de las cajas de ahorro, advierte de que una inflación alta sostenida en el tiempo genera una “inestabilidad en el sistema que no favorece el crecimiento económico”. Pero también cree que lo prudente es esperar a la primavera. “Si se mantiene la inflación en estos niveles”, avanza, “los bancos centrales tendrán que actuar”.
Javier Santacruz, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB), sostiene que el IPC elevado será “tolerable” sólo si en Alemania no hay una “revuelta social” y si en Estados Unidos, que “están más nerviosos”, no se desatan tensiones inflacionistas por la fuerte subida de los salarios que ya se está produciendo allí. Porque esos nervios, dice, se pueden terminar contagiando en Europa.
Ventajas
Pero la inflación también tiene sus ventajas. Para empezar, puede favorecer una recuperación de los salarios, como también ocurrirá con las pensiones desde que vuelven a revalorizarse según evolucione el IPC. Y los sueldos de los funcionarios y de quienes tengan ligados los suyos a la inflación en sus convenios colectivos. En Alemania, los sindicatos han comenzado a pedir subidas salariales para que los trabajadores no pierdan poder adquisitivo; es decir, por encima del 4%. En España, sindicatos y patronal deberían renegociar este otoño el Acuerdo de Negociación Colectiva (ANC), que establecerá el marco general de retribuciones de los convenios para los próximos dos años.
Por el contrario, las pérdidas de poder adquisitivo se dejan sentir ya en todos los convenios que han firmado las moderadas subidas de este último año, nunca por encima del 1,56%. Además, sólo el 18% de los convenios incluyen ya cláusulas de garantía salarial que garanticen su actualización si al final del año el IPC es superior a la subida pactada. “La recuperación económica sólo podrá consolidarse si las rentas de los trabajadores ganan poder de compra, reanimando el consumo, la actividad y el empleo, a la vez que se reducen las desigualdades”, reclama UGT.
La inflación alta beneficia igualmente a todos los que tienen deudas. A quienes han pedido préstamos y firmado hipotecas, y al Estado. Se aligera el coste real de las deudas. Lo mismo ocurre con los intereses de la deuda pública, que está en niveles de récord histórico por culpa de la pandemia, 1,42 billones de euros, lo que equivale al 122,8% del PIB.
Inconvenientes
Pero un aumento de los precios fuerte y persistente tiene también sus desventajas. La primera, que desencadene una subida de salarios que retroalimente un alza de los precios. Es lo que se llama espiral inflacionista, “que no es buena para nadie”, apunta Santiago Carbó. El BCE descarta que se esté produciendo ese contagio al mercado laboral. Además, el IPC al alza perjudica las exportaciones, sobre todo si se basan en la competitividad a través de los precios. No sólo de los productos, sino también de servicios tan importantes para el PIB español como el turismo, destaca por su parte Javier Santacruz.
Con el aumento de la inflación, aumentan las posibilidades de que, finalmente, los bancos centrales suban los tipos de interés. Lo que ayudaría a los bancos a arreglar sus cuentas de resultados, lastradas por la falta de rentabilidad del negocio bancario. Pero no les quedaría más remedio que “comerse”, señala Javier Santacruz, la diferencia entre los nuevos tipos, más altos, y los tipos fijos de las hipotecas, cuyo número no ha dejado de crecer y constituyen ya casi el 64% de las que se firman en España.
Los ahorradores, quienes tengan su dinero en depósitos, sufren cuando sube la inflación, pues su dinero cada vez vale menos. Sobre todo, mientras los bancos ofrezcan rentabilidades mínimas a la espera de una subida de los tipos de interés que se está haciendo esperar.
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Sin recuperación fuerte
“En general”, explica el economista, “una inflación demasiado alta es dañina”. Hasta ahora, el dinero inyectado por el BCE no había producido tensiones inflacionistas porque circulaba “en un circuito cerrado”, pero ahora “el circuito se ha abierto y el exceso de liquidez está circulando en el mercado, lo que puede provocar tensiones inflacionistas en el consumo y en la inversión, asegura. A Santiago Carbó también le preocupa más el IPC en escalada de lo que parece inquietarle a Christine Lagarde, porque no ve una recuperación. “Me gustaría ver inflación porque hay mucha recuperación”, advierte, “pero no veo sobrecalentamiento”. Javier Santacruz es prudente: cree que el problema con las cadenas de suministro es, en efecto, transitorio, pero los precios de la energía desbocados es un factor “más permanente” de lo que piensan los bancos centrales.
El pronóstico de la presidenta del BCE no se aleja de esa cautela: “Una vez que cesen los efectos de la pandemia, esperamos que la inflación caiga. Los efectos de base deberían desaparecer a principios del año que viene, aunque estamos viendo más incrementos en los precios del petróleo y del gas”.