El día 15 se cumplen 10 años de la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, ahogado entre derivados sobre hipotecas basura. Con un pasivo que superó el medio millón de euros, aún hoy continúa figurando como la mayor bancarrota de la historia. Y aunque no fue la primera entidad financiera en caer empujada por las hipotecas subprime –ya antes fueron intervenidas las semipúblicas Fannie Mae y Freddie Mac, y otro grande, Bear Sterns, fue rescatado y vendido a JP Morgan–, la estrepitosa caída de Lehman Brothers fue la mecha que prendió el incendio de la crisis financiera en el resto del mundo.
Apenas 18 días después, el Gobierno de George W. Bush ponía en marcha la mayor intervención económica de la historia de Estados Unidos: un programa de 700.000 millones de dólares –560.000 millones de euros– de los que finalmente se desembolsaron casi 438.000 millones. Con esa inyección de dinero público, el Tesoro de Estados Unidos compró y garantizó todo tipo de activos tóxicos, tanto hipotecas como cualquier instrumento financiero basado en ellas. Pretendía así sacar de los balances de los bancos todos esos activos ligados a las hipotecas basura.
En Europa, la reacción fue lenta. En España, aún más: el rescate bancario no llegó hasta 2012. De forma que Estados Unidos salió enseguida de la crisis, mientras que en Europa y España la recuperación está siendo, todavía, lenta y dificultosa.
Una década después del estallido, el paisaje financiero ha cambiado sustancialmente: en EEUU desaparecieron 489 entidades entre 2008 y 2013; España se quedaba sin cajas de ahorro, fusionadas primero y transformadas después en bancos. Y para quienes sobrevivieron, las instituciones internacionales aprobaron nuevas y más rigurosas normas de funcionamiento. El objetivo era evitar la repetición de los perversos comportamientos del pasado que habían conducido a la mayor crisis económica desde 1929. Además de las multas –130.000 millones de dólares en Estados Unidos–, los acuerdos de Basilea III endurecieron a partir de 2010 los requisitos de capital de los bancos para asegurar una mayor capacidad de absorber pérdidas, la Unión Europea creó los tests de estrés o pruebas de resistencia bancaria, se pusieron en marcha los colchones anticrisis –MERL o Mínimo Requerido de Pasivos Elegibles, en Europa, y TLAC para los 30 bancos considerados sistémicos–, y ya ha entrado en vigor la nueva normativa del Mifid II, que pretende aumentar la transparencia y garantizar la protección de los compradores de productos financieros.
Todo un corsé regulatorio pensado también para impedir que los bancos sean rescatados, de nuevo, con dinero público cuando estalle una nueva crisis. En España se inyectaron 60.000 millones de euros, de los que sólo se ha recuperado hasta ahora un 6,8%. En Reino Unido las ayudas públicas se elevaron a 100.000 millones.
Lecciones de la crisis
Sin embargo, los expertos expresan sus dudas sobre la eficacia de estos mecanismos. No son suficientes y no evitarán que los contribuyentes vuelvan a pagar los problemas de los bancos. Se han dado “pasos en la dirección correcta”, concede Santiago Carbó, catedrático de Economía y Finanzas de Cunef (Colegio Universitario de Estudios Financieros). Las soluciones diseñadas desde 2008 “están bien para la crisis pasada, pero no servirán para la próxima”, advierte en cambio el analista Juan Ignacio Crespo. Y es seguro que habrá una nueva crisis, resaltan, aunque ninguno se atreve a predecir cuándo estallará.
En todo caso, Carbó cree que la sociedad sí ha aprendido de lo ocurrido tras la caída de Lehman Brothers, “no sólo los banqueros y los reguladores”, apunta, también los gobiernos “han espabilado”, y se han levantado “barreras” para que el recurso al dinero público sea el último recurso si hay que rescatar a las entidades financieras. Asunto distinto es que se consiga. “Hemos aprendido, pero no nos da la gana de ponerlo en práctica”, lamenta Crespo, quien alerta de que estos mecanismos no garantizan en absoluto que no vayan a volver a utilizarse fondos públicos en la próxima crisis. “Se seguirá empleando, no queda otra, sobre todo si los riesgos son cada vez mayores”, abunda Javier Santacruz, economista del Think Tank Civismo.
A su juicio, los colchones que se están creando no serán suficientes para mantener un negocio que está “permanentemente apalancado”. En el caso del MERL, el seguro para absorber pérdidas, puede situarse –aún no está definido– en el 20% o 22%, entre capital y bonos, sobre el total de activos ponderados por riesgos de las entidades españolas, lo que significa que los bancos deberían emitir bonos por importe de entre 65.000 y 79.000 millones de euros, según los cálculos de Ángel Berges, Alfonso Pelayo y Fernando Rojas, de Analistas Financieros Internacionales. Juan Ignacio Crespo acude a la debacle de las cajas de ahorros para explicarlo: “El apalancamiento [endeudarse para financiar una operación] de las cajas era tan brutal que, aunque estaban bien capitalizadas, no les sirvió de nada para un vendaval como el que sopló”. Si vuelve a desatarse un tsunami, los Estados tendrán que intervenir otra vez. Para Santacruz, los bancos españoles, con unas ratios de capital entorno al 12% o el 15%, no podrán aguantar si se extiende el “pánico bancario”.
Los peligros en el horizonte
Carbó precisa, no obstante, que no habrá otro Lehman Brothers, porque no se permitirá que crezca otro monstruo de esas proporciones. Pero sí que aprecia “elementos estructurales” que abocan a una nueva crisis. Un mundo cada vez más globalizado, donde persisten esos “vehículos opacos” que propiciaron la explosión de las subprime y su ejército de complejos derivados financieros. Hace sólo unos días, la presidenta del Consejo de Supervisión del BCE, Danièle Nouy, auguró que la próxima crisis la causará el mercado inmobiliario. Tanto Carbó como Crespo y Santacruz desconfían. El experto de Cunef teme más a los “elementos políticos”, cuya causa sitúa precisamente en la crisis desatada en 2008: el auge de los populismos, personificados en Donald Trump o convertidos en Brexit. “La sociedad es mucho más vulnerable ahora que hace 10 años, aunque los ciudadanos no perdieron sus ahorros, sí que perdieron su empleo o sus salarios, y aún no se han recuperado”, explica. También adivina nuevos riesgos en el horizonte: las criptomonedas, las innovaciones tecnológicas,las criptomonedas que “corren siempre más deprisa que los reguladores”. Y le preocupa la “complacencia” de Estados Unidos, tras su rápida salida de la crisis. No en vano Trump ya ha comenzado a desmontar la Ley Dodd-Frank con la que Barack Obama embridó al sistema financiero para evitarle la tentación de acumular riesgos como hizo en el pasado. El actual presidente de EEUU odia todo lo que signifique regulación y cree que liberar a los bancos del corsé aumentará el crédito a familias y empresas.
Para Juan Ignacio Crespo, en cambio, el peligro es China, que lleva casi dos décadas inyectando dinero en su economía para solucionar todas y cada una sus disfunciones, y seguir alimentando su estratosférico crecimiento. En 2008 había “un exceso de dinero a la caza de pocos activos”, lo mismo que ahora, destaca, después de que los bancos centrales de EEUU, Europa, Japón y otros países hayan unos 20 billones de dólares a la economía mundial.
Es lo que destaca Javier Santacruz: “El dinero gratis [con los tipos de interés por los suelos] es el germen de cualquier crisis”, resume. Frente a esa “incubadora de riesgos”, subraya, no se ha hecho nada. Según sostiene, la siguiente crisis será de deuda. “Y no estamos suficientemente protegidos”, avisa. Santacruz pone como ejemplo los problemas del BBVA en Turquía. En poco tiempo, los bonos de ese país han pasado de ser activos con riesgo cero a convertirse en una inversión problemática.
El FMI calcula que la deuda mundial supone ya el 225% del PIB del planeta, por lo que supera el máximo registrado en 2009. “En el pasado ese dato se ha asociado con crisis fiscales”, asegura el organismo en su informe sobre Estabilidad Financiera Global. Es la consecuencia lógica de una solución a la crisis que consistió en cubrir con dinero público los desmanes privados. Y que deberá seguir ayudando a reparar los descosidos sociales de la crisis financiera, apunta Santiago Carbó.
Medidas anticrisis
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Si los mecanismos implantados no protegen a la economía mundial frente a una nueva crisis, ¿qué debería hacerse entonces? Carbó es partidario de crear un instrumento fiscal de apoyo en la UE para cuando el BCE termine el programa de ayudas que ha reanimado la economía europea en los últimos años. Lo ha pedido el propio Mario Draghi, a fin de ayudar a los países que resulten castigados por los inversores en caso de una crisis de deuda. “El problema es que ahora Alemania no se fía de Italia y no quiere ni oír hablar de ello”, lamenta el economista de Cunef.
Javier Santacruz pide una supervisión de la banca “exhaustiva”, “integral”, que no sólo atienda a los riesgos del balance sino que también evalúe las perspectivas del negocio a medio y largo plazo, para minimizar el riesgo. Además, cree que debería “mantenerse a raya” a los países de la UE. “Nada de locuras en la política: ni bajadas de impuestos populistas ni subidas del gasto público populistas”, concluye. Juan Ignacio Crespo niega que el BCE carezca de herramientas para hacer frente a una nueva crisis por culpa de unos tipos de interés en mínimos históricos. “Se exagera en eso, por supuesto que tiene herramientas”, precisa, “ya lo ha hecho antes: en cuanto Draghi anuncia que va a comprar activos, las bolsas se disparan”.
Ni la desaceleración de la economía ni las guerras comerciales que está declarando Trump ni las posibles subidas de tipos de interés, los problemas de Italia o la supuesta debilidad del Deutsche Bank –del que se dice con frecuencia que iba a ser el nuevo Lehman– es seguro que vayan a detonar la próxima crisis de forma inminente. Pero la sombra del banco que esparció el virus de las hipotecas basura por el mundo sigue siendo alargada incluso 10 años después. Somos más débiles, admite Santiago Carbó: “La economía ha dado un paso atrás en todo el mundo”.
El día 15 se cumplen 10 años de la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, ahogado entre derivados sobre hipotecas basura. Con un pasivo que superó el medio millón de euros, aún hoy continúa figurando como la mayor bancarrota de la historia. Y aunque no fue la primera entidad financiera en caer empujada por las hipotecas subprime –ya antes fueron intervenidas las semipúblicas Fannie Mae y Freddie Mac, y otro grande, Bear Sterns, fue rescatado y vendido a JP Morgan–, la estrepitosa caída de Lehman Brothers fue la mecha que prendió el incendio de la crisis financiera en el resto del mundo.