ENTREVISTA
Marc Castellnou: "No podemos concebir los bosques como un decorado"
Marc Castellnou es tajante cuando repasa las causas por las que arden nuestros bosques, pero aprecia los avances y se reconoce como optimista. El inspector jefe del Grupo de Actuaciones Forestales de la Generalitat catalana dedica su vida profesional al pensamiento estratégico para la prevención y extinción de incendios. Su trabajo consiste en gestionar la formación de los técnicos forestales, hacer un seguimiento del riesgo y tomar decisiones. Aborda la cuestión con un enfoque multidisciplinar, no solo en términos de emergencia forestal, también sobre la resiliencia de los bosques, la gestión del territorio o la microeconomía en áreas rurales. Esto le da más herramientas que una manguera para apagar fuegos. Busca cómo prevenirlos.
En el último avance informativo que ofreció el Gobierno, el 24 de julio, se estimaba que se habían quemado 189.440 hectáreas en España en lo que va de año. Son datos desoladores, por encima de años anteriores. “Tenemos cada vez menos incendios, aunque son más devastadores”, explica Castellnou. La primera causa, la despoblación rural, provoca el abandono de los bosques. Según van muriendo los árboles, se va acumulando materia muerta que se convierte en el perfecto depósito de combustible para que se propague rápidamente un incendio. La segunda causa, el cambio climático: “Los bosques tienen que soportar períodos de verano mucho más largos. No están acostumbrados, necesitan más agua. Mueren con más rapidez y se acumula mucho más combustible”. En la conversación repasa las causas de los problemas, propone un plan a largo plazo y critica la hipocresía de la sociedad, a la que culpa en su conjunto del abandono de los bosques. Pero deja espacio para el optimismo: cree que tenemos un sistema del que sentirnos orgullosos y confía en los planes a largo plazo.
Motivo 1: despoblación rural
La provincia que más población ha perdido desde 1998 ha sido Zamora, que a su vez es la que ha sufrido las peores deflagraciones en lo que va de año. Esta provincia ha pasado de 205.000 habitantes a 168.000, una pérdida del 17,8%. En el mismo período, la población de Madrid ha crecido un 25%. La aglomeración de los ciudadanos en las urbes es un fenómeno global. Las empresas tienden a agruparse en las ciudades porque tienen más posibilidades de prosperar: disponen de un abanico más amplio de proveedores o pueden buscar perfiles de empleados más especializados. Esta actividad económica es la que atrae a la población.
Cuando se le pregunta a Castellnou cómo compaginar esta tendencia demográfica, aparentemente inevitable, con los planes de prevención contra los incendios, se muestra tajante: “Que sea inevitable no es cierto. Es una cuestión de inversión. Nunca un tema urbano es irreversible”.
Motivo 2: el cambio climático
En 2019, la Agencia Estatal de Meteorología difundió unos datos climáticos sobrecogedores. En los últimos 50 años el verano dura cinco semanas más. Tanto las temperaturas mínimas, promedio y las máximas son más altas. Y un dato devastador para la superficie forestal: los climas semiáridos se han extendido 30.000 kilómetros cuadrados más en esta etapa. Es un 6% de la superficie española. Las zonas más afectadas fueron Castilla-La Mancha, el valle del Ebro y el sureste peninsular.
“Los bosques no están acostumbrados a esto”. Castellnou, partiendo de este contexto, cree que la sociedad es “hipócrita”, al concebir los bosques como un decorado que debe ser conservado tal y como está, sin más. Él los señala como un ecosistema vivo, complejo, que está en pleno proceso de transformación, donde una parte considerable deberá morir para dejar paso a nuevas generaciones de bosques jóvenes más adaptados al nuevo clima. La diferencia es que los bosques actuales vienen de siglos de actividad humana que los ha gestionado, por ejemplo, gracias al pastoreo. Gestión con la que hoy cuentan en menor medida, y sin la que arden y desaparecen de manera desmesurada.
Premiar a los agricultores
Marc Castellnou cuenta a infoLibre que su padre tiene dos hectáreas de olivo: “Está generando una externalidad y esa externalidad tiene que ser reconocida fiscalmente”. El inspector jefe quiere decir que su padre no solo crea un producto agrícola, el aceite, también ofrece un servicio: da seguridad a los campos y poblaciones de alrededor. Con "servicio", habla en términos económicos: la seguridad es una actividad productiva del sector terciario. La parte del territorio que trabaja su padre está limpio, es un terreno que no pondría tan fácil el avance de las llamas ante un incendio. “Parte del sector primario debería ser valorada como parte del sector terciario. Hay que legislar para reconocer que los trabajadores del mundo rural hacen un trabajo de seguridad del que se beneficia toda la sociedad”.
“Al agricultor no se le reconoce su servicio, no se le paga. Solo se actúa en casos de incendios. En lugar de pagar para gestionar el territorio, se paga para extinguir llamas”. Lo define como un problema asimétrico, una contradicción en términos de inversión: “He visto zonas rurales donde las empresas piden unas subvenciones para sobrevivir, de alrededor de 80.000 euros, y se las deniegan. No hay fondos para ellos. Pero luego la misma Administración se gasta dos millones de euros en extinguir un incendio en la misma zona rural”, critica. Castellnou considera elemental esta labor de gestión del paisaje, que previene los fuegos: “Tenemos que replantearnos la escala de valores. No podemos enfocar el mundo rural con mentalidad de los años 80. Hay que actualizar el planteamiento al problema actual”.
El consejero de Medio Ambiente de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, criticó que uno de los motivos por los que hay incendios es por el “ecologismo extremo”, que dificulta la limpieza de la ribera de los ríos. Castellnou, preguntado sobre ello, responde: “Buscar culpables expiatorios es pan para hoy y hambre para mañana. La culpa no es del cambio climático. No es de la sociedad urbana. No es de los ecologistas. No es ni de los pirómanos. Es de todos. Entre todos hemos creado una estructura de paisaje que ahora, con el cambio climático, tiene más probabilidades de arder. Tenemos que buscar soluciones estructurales a largo plazo”, critica.
En los últimos años se ha extendido mucho un eslogan: “Monte rentable no arde”, en referencia a la superficie forestal que mueve actividad económica y mantiene la presencia de empresas. Castellnou matiza el concepto: “Yo diría que bosque rentable arde mucho menos. No podemos caer en confundir la rentabilidad con la gestión”. Es decir, no vale cualquier empresa, debe ser una que trabaje el territorio y que no permita que se acumule la materia muerta de los bosques, el combustible que genera los megaincendios. “Para que el bosque no queme, hay que hacerlo sostenible. Si el bosque es sostenible, no quema y puede ser rentable. Lo primordial es hacer el bosque sostenible”.
Un planteamiento a largo plazo
Pese a la magnitud del reto, Castellnou es optimista. Lleva varios años compaginando el verano, la etapa de mayor concentración de incendios, con atender a decenas de medios de comunicación que buscan en él respuestas a corto y largo plazo. Considera que su mensaje está empezando a calar en el discurso político: “Es un proceso que va a tardar unos años. Necesitamos medios y necesitamos que se inviertan recursos en el mundo rural. Europa no ha asumido que está enferma y ese es el primer paso para curarse. Va a durar décadas”.
Los ciudadanos también tienen un papel en este proceso: “Se puede cambiar la manera en la que consumimos. Depende del impacto que el consumo tenga en un territorio, para que este esté más o menos vivo”. Cree que España puede estar orgullosa de su sistema de prevención y extinción de incendios, que por la particularidad de la gestión autonómica, tiene 17 laboratorios que permiten el aprendizaje colectivo del que también aprenden otros países. “Este sistema genera un conocimiento muy potente. Estamos bien situados a nivel internacional”, presume.