La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, se estrenó hace sólo unos días en el cargo anunciando que el crecimiento económico caerá este año y el próximo a su tasa más baja desde principios de la década, una desaceleración que afectará “al 90% de los países” del planeta y cuyos efectos dañarán “a toda una generación”.
El FMI se unía así a la OCDE, que el mismo día señalaba a España, Alemania y Estados Unidos como los países donde la economía más se debilita.
No en vano el Bundesbank considera que Alemania ha entrado ya en recesión técnica –dos trimestres consecutivos con cifras negativas– entre julio y septiembre, tras contraerse el PIB también en el segundo un 0,1%. De hecho, el Instituto de la Economía Mundial de Kiel (IfW, por sus siglas en alemán) calcula que la contracción del PIB alemán en el tercer trimestre será del 0,3%. Las alarmas, pues, están activadas. Las guerras comerciales desatadas por Donald Trump con la imposición de aranceles a China y la Unión Europea y la amenaza del Brexit acechan a las economías mundiales. El freno de la locomotora alemana amenaza a países que, como España, dependen de su efecto tractor en las exportaciones.
En su discurso, la búlgara Georgieva advirtió de la necesidad de actuar. “Si esperamos a la próxima crisis, será demasiado tarde. Debemos actuar ahora. Y debemos actuar juntos”, instó.
Santiago Carbó, catedrático de Economía y Finanzas de Cunef y director de Estudios Financieros de Funcas, no cree, sin embargo, que la desaceleración termine en recesión, pese a los grandes riesgos que nublan el horizonte económico mundial. “Si acaso será una recesión técnica”, concede, pero lejos del desplome de la última crisis. De hecho, apunta, las perspectivas para 2021 son ya “más optimistas”.
Por el contrario, Javier Santacruz, economista del think tank Civismo, considera que la recesión será una realidad en el tercer o cuarto trimestre de 2020, por agotamiento del ciclo económico: tras siete años de crecimiento, tocan ahora cuatro de crisis, asegura. Eso sí, esta vez será “más corta y menos intensa” que la anterior, provocada por el estallido de una burbuja. Y Juan Laborda, profesor de Economía Financiera de la Universidad Carlos III de Madrid, advierte de que la desaceleración se convertirá en una recesión si se producen ataques especulativos sobre la deuda corporativa de las grandes empresas mundiales, donde detecta una burbuja.
Seguir comprando deuda
En cualquier caso, ¿qué se puede hacer, si no para evitar la recesión, quizás para amortiguar su impacto? ¿Qué actuación conjunta, como la que pide Kristalina Georgieva, debe llevarse a cabo?
El aún presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, se despidió de su cargo el pasado septiembre avisando de que la política monetaria ya ha agotado su potencial y de que el organismo cada vez tiene más difícil influir en el crecimiento económico y en los precios por sí solo. Por lo que ahora es el turno, dijo, de los gobiernos nacionales, de la política fiscal. Este 1 de noviembre tomará posesión su sucesora, Christine Lagarde, quien se rodeará del exministro español Luis de Guindos y del irlandés Phillip Lane como economista jefe, considerado un halcón de la ortodoxia económica. Pero también de Isabel Schnabel, quien pese a ser alemana y formar parte del comité de sabios que asesora al Gobierno de Berlín, defiende la política de estímulos adoptada por el BCE, muy criticada en su país.
Así, Laborda confía en que a partir de ahora el BCE “no se germanice”, porque sería “un drama” para España. Mientras que Santacruz cree que Lagarde “profundizará en los tipos negativos”. “Su problema es que viene con ideas preocupantes”, explica el economista, quien apunta al peligro de que “una política manipule la máquina de hacer dinero”. A su juicio, no se puede asumir el estancamiento permanente –“¿30 años como Japón?”– como una realidad económica ineludible, “porque mata la creatividad y el dinamismo”. Javier Santacruz augura que el BCE seguirá comprando deuda “a lo bestia” e incluso sugiere que hasta podría comprar acciones en la Bolsa. “El problema es que los mercados financieros en Europa son muy pequeños comparados con Estados Unidos, donde el 70% de la economía se financia en los mercados de capitales”. O en Japón, donde el banco central es el dueño del 60% del Nikkei, destaca.
Inversión y más inversión
Bajando al escalón de los gobiernos nacionales, Santiago Carbó urge la aprobación de reformas para aligerar el peso de la burocracia, estimular las inversiones y conseguir un mercado laboral que permita la integración de los jóvenes y su acceso a niveles de consumo necesarios. Lo fundamental, subraya, es ganar competitividad, aprovechando el actual crecimiento económico, cercano al 2%, para invertir en innovación y digitalización, además de frenar la deuda. También ve necesario un acuerdo entre patronal, sindicatos y Gobierno para luchar contra el 14% de paro. Esta es su receta para España, cuyo margen para elevar el gasto es limitado por su déficit y deuda públicos. Pero Alemania y Holanda, que viven con superávit y a las que tanto Draghi como Lagarde han pedido que aumenten el gasto público, sólo abrirán el monedero “si hay una recesión fuerte”, opone Carbó. Juan Laborda añade que a Alemania “no le quedará más remedio” que multiplicar sus inversiones, lo mismo que Javier Santacruz, aunque sólo de tal forma que el coste político de la decisión –muy controvertida en un país donde el déficit cero es dogma– sea asumible. “Por ejemplo, siempre y cuando se hable de inversión, y no de gasto, y se emplee el superávit en energía, para no depender de Rusia, con un calendario, un colchón y financiación gratis”.
Javier Santacruz sostiene que, en efecto, la receta clave para frenar la desaceleración es la inversión, “abandonar la fijación por el consumo –las ayudas para comprar coche o vivienda–”. Aunque la “munición” de la política fiscal “no hay que gastarla ahora, sino “ir cogiendo carrerilla para que, cuando llegue la recesión, se amortigüe con políticas anticíclicas, como se hizo en 2009”. Los países con superávit, continúa, deberían hacer planes serios de inversión “público/privados”, no sólo para mitigar la crisis, sino también para permitir la reconversión tecnológica y la reforma energética, que exigen grandes cantidades de capital. “Con los tipos de interés en mínimos tiene todo el sentido”, abunda. Mientras, los países, como España, que con sus déficit no pueden invertir al mismo nivel, deberían “reorientar sus políticas de gasto” en la misma dirección, hacia planes de transición energética, cita el economista.
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Dinero del BCE en su bolsillo
Juan Laborda por su parte, tiene claro que la solución está en ser más audaz: que el BCE financie al Tesoro de cada país directamente y se adopte el equivalente al Green New DealGreen New Deal –movilizar recursos para invertir en soluciones ecológicas y eficiencia energética– que defienden en Estados Unidos los demócratas Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, sumado a un sistema de trabajo garantizado. Es parte de lo que preconiza la Teoría Monetaria Moderna, explica el profesor de la Universidad Carlos III. “Deshacer lo hecho durante los últimos 40 años”, resume. Laborda recuerda que hasta el propio Mario Draghi recomendó, en una comparecencia el pasado septiembre en el Parlamento Europeo, tener en cuenta “algunas nuevas ideas de política monetaria como la Teoría Monetaria Moderna” o las expresadas por el ex vicepresidente de la Reserva Federal Stanley Fischer, quien en un artículo reciente instaba a los bancos centrales a poner dinero “directamente en las manos de los consumidores públicos y privados: ya sea gobiernos, empresas u hogares”. Aunque siempre mediante “un instrumento fiscal de emergencia” que se active sólo en determinadas circunstancias bien definidas y se desactive cuando ya no sea necesario, además de con un objeto de inflación explícito.
“Hay muchas maneras de dirigir el dinero hacia la economía, y cuando se trata de luchar contra el cambio climático o la desigualdad de una manera más eficaz, hay otras [además de las que ha utilizado el BCE estos últimos años]”, aseguró el italiano. No obstante, estas “nuevas ideas” no han sido debatidas en el consejo de gobierno del BCE, admitió también su aún presidente. “Deberíamos tomarlas en consideración, aunque no hayan sido puestas a prueba aún”, continuó. Y volvió a cargar la responsabilidad de aplicarlas en los gobiernos nacionales, que en su opinión son los responsables de las “políticas de distribución”. Laborda asegura que Pavlina Tcherneva, economista que asesora a Bernie Sanders, explicó a Draghi en qué consiste ese enfoque de la Teoría Monetaria Moderna. Tcherneva también es una de las abanderadas de “la garantía de empleo”: cuando el sector privado es incapaz de dar trabajo a toda la población activa, entonces debe ser el sector público el que lo proporcione. “Es la alternativa a la renta básica”, expone Juan Laborda, una iniciativa que rechaza porque, a su juicio, consiste en que “el Estado financie la miseria”.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, se estrenó hace sólo unos días en el cargo anunciando que el crecimiento económico caerá este año y el próximo a su tasa más baja desde principios de la década, una desaceleración que afectará “al 90% de los países” del planeta y cuyos efectos dañarán “a toda una generación”.