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Cristina Barrial: "No podemos normalizar que una persona esté 24 horas sirviendo en un hogar"

En apenas un centenar de páginas caben muchas historias. Las de mujeres que atraviesan un océano sin saber muy bien con qué van a toparse y que encuentran en el trabajo del hogar su única tabla de salvación. Y la puerta de entrada de abusos, estigma, malos tratos e ilegalidades meditadamente apiladas en la despensa. Pero el trabajo doméstico, contradicciones mediante, también forja vínculos, cariño, relaciones personales que curten la piel.

Cristina Barrial (Gijón, 1994) sabe bien que las trabajadoras del hogar no responden a un único perfil. También lo son las abuelas que migraron siendo niñas de sus pueblos para buscar en el servicio doméstico una oportunidad, o las compañeras de clase que cogen sus maletas y aterrizan en hogares mucho más grandes que los suyos, habitados por familias mucho más ricas que las suyas, para dejarse el lomo en nombre de un prometedor trabajo au pair. No doméstico, au pair. La periodista e investigadora lo cuenta en su libro La trinchera doméstica (Levanta Fuego, 2023), donde cinco mujeres toman la palabra para relatar sus experiencias dentro de hogares ajenos que fueron prisiones, pero también el germen de su autoconciencia y organización.

PREGUNTA: En el libro conviven cinco historias muy distintas, algunas alejadas de lo que el imaginario colectivo concibe como trabajadora doméstica. ¿Cómo fue la selección de las entrevistadas?

RESPUESTA: Por mi participación en colectivos y también por mi tesis doctoral, he entrevistado durante estos años a un perfil muy concreto de trabajadora del hogar y de cuidados que es la que se organiza en colectivos en Madrid y que mayoritariamente es una mujer que ha migrado y que procede de América Latina. En este libro, gracias a la libertad que me dieron desde la editorial para seleccionar perfiles, pude salir de mi zona de confort y pensar el trabajo del hogar y cuidados desde una línea de continuidad temporal. Ahí decidí rescatar también la historia de trabajadoras del hogar que nacieron aquí y que vivieron un proceso de migración del rural a la ciudad, como historias de nuestras abuelas o incluso nuestras madres en algunos puntos de la península.Y también historias más recientes de compañeras de clase o amigas del barrio que decidieron irse a un país del norte de Europa para ser au pair, cuidar niños y limpiar casas ajenas de familias con mucho más dinero que las suyas y que en realidad no está reconocido como una relación laboral. Me parecía una oportunidad para ampliar el foco y pensar en esas continuidades que se han dado desde hace siglos.

P: Llama la atención que la editorial haya ofrecido una compensación económica a las mujeres que participan y que parte de lo que se recaude vaya a los colectivos Sedoac y a Territorio Doméstico.

R: A mí me da mucho apuro que se me asocie a una persona que saca rédito económico de las luchas en las que participa, así que era una condición para hacer este libro. En mi anterior libro, sobre casas de apuestas, parte de los derechos de autor fueron también para distintos colectivos sociales. En este caso me pareció muy importante que hubiese una compensación económica, ya no solo por la parte de derechos de autor, sino por el tiempo que la gente gasta en ayudarte. Es una forma de reconocer el trabajo que hacen otros cuando se sientan contigo y te cuentan sus memorias.

P: En el libro mencionas los últimos avances en materia de trabajo doméstico por parte del Gobierno. ¿Qué destacarías del real decreto que entró en vigor en septiembre? ¿Dirías que es un hito?

R: Sí que se ha celebrado como una victoria en muchas materias, hay cuestiones que sí son un hito histórico, como el derecho al desempleo o la eliminación del despido por desistimiento. Pero es verdad que, como todas las leyes, hay que esperar a ver cómo se aplica. Lo estamos viendo ahora en las asesorías laborales, tanto en Sedoac como en Territorio Doméstico, cuando llegan casos de despidos hay que analizarlos caso por caso, porque no hay jurisprudencia todavía. Por ejemplo, dentro de las tres casuísticas que ahora se aceptan como despido objetivo, sigue habiendo una que es la pérdida de confianza. Ahora tiene que estar justificada, pero ¿cómo se justifica eso? Es una victoria porque no habría sido posible sin el trabajo de hace más de quince años de estos colectivos, pero también hay que ser un poco prudentes antes de celebrarlo.

P: ¿Cuáles son las limitaciones de las medidas que se han tomado o qué se echa en falta en ese decreto?

R: Afecta a todas las trabajadoras que están dadas de alta en la Seguridad Social y que tienen un contrato, pero no podemos olvidar que casi un tercio de las trabajadoras del hogar están en la economía informal, ya sea porque no tienen su situación administrativa regular o porque sus empleadores no les han dado de alta porque trabajan por horas y les dicen que no compensa, o porque tiene reticencias a la hora de darles de alta. Hay un tercio de todas esas trabajadoras que no se pueden acoger a estas garantías. Cualquier avance en materia laboral en el trabajo del hogar tiene que tener en cuenta cómo confluye con las políticas migratorias.

P: Más allá del análisis sobre las mejoras de las condiciones de trabajo, ¿hace falta un debate que cuestione la existencia misma del trabajo doméstico dentro del mercado laboral?

R: La aspiración en un futuro es que el trabajo del hogar y los cuidados tal y como se entiende deje de existir. También hay un problema relacionado con la profesionalización dentro del trabajo de los cuidados, que no implica una falta de formación por parte de las trabajadoras, sino la ausencia de una tipificación: no hay unas categorías laborales a las que se puedan acoger porque todo se incluye dentro de trabajo del hogar y de cuidados. Se entiende que es lo mismo cuidar a una persona dependiente que un cuidado indirecto, como el mantenimiento del hogar. Esto está relacionado con la figura de la trabajadora interna. Hace falta un cambio muy profundo a nivel cultural para desnormalizar que una persona esté 24 horas sirviendo en un hogar, cuidando a una persona dependiente o simplemente manteniendo el hogar.

La aspiración en un futuro es que el trabajo del hogar y los cuidados tal y como se entiende deje de existir

Una de las propuestas de los colectivos es que paralelamente a que el régimen de interna deje de existir como tal, debería haber una especie de absorción por parte del servicio de atención a domicilio. Los cuidados a personas dependientes tendrían que ser ofrecidos por el Estado y no contratados por familias a nivel particular. Aquí entra un tema conflictivo, que son las bonificaciones a las familias para favorecer el alta en la Seguridad Social, incluidas en el real decreto. Me resulta contradictorio que estén en el mismo plano familias que tienen a una persona dependiente y que necesitan unos cuidados intensivos, porque el Estado no se los ofrece o porque no quieren ir a una residencia, sobre todo después de la pandemia, y otras familias o personas que lo que quieren es que les limpien la cocina y el salón, y que se acojan a las mismas bonificaciones. Tiene que haber una tipificación de qué es cuidado, qué es necesario y qué es opcional.

P: En el libro también hay hueco para los accidentes laborales. Una de las protagonistas que necesitaba asistir al médico para una prueba urgente recibió como respuesta: “Quién me va a hacer el desayuno, cómo te vas a ir”. ¿Sería posible concebir una situación similar en cualquier otro sector?

R: Después de hablar con muchas trabajadoras que tienen dolencias, lo que ves es que hay una especie de borrado de lo corporal en el trabajo del hogar y los cuidados, sobre todo en mujeres que cuidan a personas dependientes, a pesar de la carga física que implica. En estos casos lo que sale a relucir es la parte emocional, la vinculación emocional con la persona a la que se cuida, pero se olvida que esta vinculación emocional tiene una carga física detrás que no se reconoce. Por eso una de las luchas actuales de las trabajadoras del hogar y los cuidados, también vinculadas con las luchas por la sanidad pública, es que se reconozcan las enfermedades profesionales y estén incluso en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.

P: Los vínculos emocionales con el empleador, ¿son un obstáculo? ¿Cómo los gestionan las trabajadoras?

R: Ocurre algo que no sucede en ningún otro sector y es la reticencia a reclamar, las dudas, el pensar cómo le va a afectar a mi empleador que yo exija mis horas de descanso o una subida de sueldo. Otra cosa de la que no se habla mucho y que es muy palpable son los procesos de duelo que viven las trabajadoras del hogar, las cuidadoras, y que no se reconocen como legítimos porque no son parte de la familia, por más que muchas veces les hayan dicho que sí. Desde los colectivos se trabaja mucho que, a pesar del vínculo, la casa en la que trabajan es su centro de trabajo y hay que saber diferenciar la relación personal de la relación laboral.

Muchas trabajadoras del hogar, las cuidadoras, viven procesos de duelo que no se reconocen como legítimos porque no son parte de la familia

P: A través de una de las historias cuentas que en casas de acogida a víctimas de violencia de género suelen acudir mujeres en busca de mano de obra.

R: A mí esto me sorprendió, desconocía que era algo tan directo, tan poco sutil y me recordó al papel que juegan también las parroquias y las iglesias en Madrid como intermediarios. Hace poco el diario El País publicó un reportaje en el que contaba cómo algunas iglesias de la capital celebran loterías para sortear el trabajo de mujeres migrantes. Hay actores que funcionan como intermediarios y cuya existencia se desconoce muchas veces, lo cual tiene que ver también con la informalidad que impera en este sector.

P: La emigración es una constante en el libro, ¿cómo afecta la situación administrativa de las mujeres al trabajo doméstico? ¿Cuál es el papel de la Ley de Extranjería?

R: La Ley de Extranjería y la obligatoriedad de permanecer mínimo tres años en situación irregular para tramitar el arraigo social o dos años para tramitar el arraigo laboral, está completamente relacionada con que exista y con cómo funciona el trabajo del hogar en el régimen de interna. Esta modalidad es la puerta de entrada al mercado laboral para muchísimas mujeres que migran del sur global. Tiene que ver la situación administrativa, pero también toda esta carga prejuiciosa, esa esencialización de quién cuida y quién cuida mejor según el lugar de procedencia y también tiene que ver con todas las dificultades de las mujeres que migran, que traen una formación de sus lugares de origen y que luego cuando llegan aquí tienen que atravesar un laberinto burocrático para poder homologar sus títulos. El mercado laboral es muy restringido para determinados colectivos en el Estado español y a las mujeres de cierto perfil se las relega a ese sector o a trabajar en el campo como las jornaleras, o en el trabajo sexual, o si logran regularizarse, en el servicio de atención a domicilio. Hay vasos comunicantes en todos estos sectores.

P: Uno de los casos que relatas refleja el tránsito entre el trabajo del hogar y la prostitución. ¿Cuáles son los vínculos entre ambos?

R: Siempre los he visto en esferas opuestas. Por un lado, la trabajadora del hogar, que se asocia a toda esa feminidad benevolente, la persona que está en tu casa y que cuida a tu abuela, la buena mujer. Y por otro lado, la mujer que ejerce la prostitución, que se asocia a esa mala mujer que atiende a sus clientes en su casa, en un club o en la calle y que se sale del camino marcado. Un día, para el podcast Invisibles, fui a entrevistar a una mujer que en ese momento era trabajadora sexual callejera en Colonia Marconi y me contaba que unos años antes había estado cuidando abuelos. Meses después, estaba limpiando una tienda con una empresa de limpieza. Ahí me di cuenta cómo el estigma cataloga a las mujeres que ejercen la prostitución, desde el primer servicio sexual, como algo estático: esta persona es prostituta. Y no nos damos cuenta de lo volátil que es, la movilidad laboral que hay entre ambos sectores y también que el perfil de mujer que consideramos mala mujer y buena mujer a veces es la misma persona.

P: Eres especialmente crítica con la reinserción laboral de las trabajadoras sexuales y lo muestras a través de una cita: “Quieren sacarnos de las calles para meternos en sus cocinas”.

R: Ellas lo que manifiestan es que nadie tiene que reinsertarlas, no son personas que estén en los márgenes de nada. Ellas son tus vecinas, tus compañeras de piso y son tus madres. Lo que algunas denominan la industria del rescate, estas supuestas alternativas laborales, los buenos trabajos, siempre pasan por trabajos precarizados: limpieza, cuidados, estética, peluquería… A través de contratos temporales que se terminan a los tres meses y luego las ONG y fundaciones ya han recibido su plus pero ellas se quedan en la calle otra vez. Hay un prejuicio basado en la moral que lleva a pensar que es mejor que esta mujer trabaje limpiando una casa tres meses que no ganándose un sueldo realizando un trabajo que es el que le ha dejado el mercado laboral. Además, muchas veces se da el proceso contrario: mujeres que están ejerciendo la prostitución y que vienen ya de estos trabajos, que es lo que explica Kenia García en su historia. Ella dice: en la prostitución no se cae, a la prostitución se huye. Se viene huyendo de otros sectores laborales.

P: El epílogo de Territorio Doméstico da cuenta de cómo muchas veces estas mujeres están excluidas de los sindicatos tradicionales. ¿No han sabido los sindicatos entender sus necesidades?

R: Se dan muchos factores: quién realiza el trabajo, en qué situación administrativa está y qué tipo de trabajo es. En el trabajo doméstico no existe como tal una patronal, las mujeres están aisladas en diferentes casas… Se han reunido con muchos sindicatos y consideran que no son rentables para ellos. Yo creo que las necesidades en este sector pasan por algo mucho más amplio que la defensa de derechos laborales, hay otro tipo de necesidades que se vinculan a crear redes, a la asistencia psicológica, a tener un espacio de ocio, sobre todo para las internas. Eso un sindicato al uso no lo puede ofrecer. O una atención un domingo por la mañana, que es cuando la trabajadora del hogar tiene descanso, ahí los colectivos y las asociaciones sí que pueden ofrecer ayuda.

Las necesidades en este sector pasan por algo mucho más amplio que la defensa de derechos laborales, como crear redes, la asistencia psicológica o tener un espacio de ocio

P: Pese a todas las dificultades, están organizadas. ¿Cómo se construye poder asociativo en situaciones de tanta precariedad?

R: Empiezan a organizarse en 2010 o 2011 y sobre todo eran mujeres que se juntaban por el hecho de proceder de América Latina, eran reuniones informales, buscando un espacio de encuentro. En un primer momento quizá no estaba tan ligado a reivindicar derechos laborales, pero estas mismas amigas que se empezaban a juntar –de casualidad o no– trabajaban de lo mismo. Su lucha nace a raíz de buscar puntos de encuentro en una ciudad en la que no contaban con lugares propios y con tiempo para ellas.

En apenas un centenar de páginas caben muchas historias. Las de mujeres que atraviesan un océano sin saber muy bien con qué van a toparse y que encuentran en el trabajo del hogar su única tabla de salvación. Y la puerta de entrada de abusos, estigma, malos tratos e ilegalidades meditadamente apiladas en la despensa. Pero el trabajo doméstico, contradicciones mediante, también forja vínculos, cariño, relaciones personales que curten la piel.

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