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ORGULLO 2023

Rosa, Ernesto, Zack y Ana: las generaciones del Orgullo se rebelan contra los discursos del miedo

Varias personas durante la manifestación del Orgullo LGTBI en València.

Rosa Arauzo se enamoró de una mujer por primera vez hacia finales de los setenta. Tenía ocho hijos y dejaba atrás un matrimonio con un hombre que duró once años. Ernesto Armenteros salió del armario cerca de los cuarenta y tras haberse convencido de que no estaba enfermo, que era normal, que nada malo pasaba en su cabeza. A Zack Gómez le llegó la consciencia de ser quién es en la adolescencia y a Ana García visibilizarse como lesbiana le costó la relación con su padre. Entre ellos, un puñado de años, varias generaciones, avances, conquistas y pasos al frente. Y un miedo común, perpetuo, imposible de extirpar: el que engendra la amenaza del odio. Pero también el orgullo de saberse firmes en las calles, donde la fuerza social constituye el parapeto inquebrantable contra los retrocesos que algunas voces se empeñan en imponer. Rosa, Ernesto, Zack y Ana hablan con infoLibre en el Orgullo LGTBI más reivindicativo de las últimas décadas.

Al calor de una ley del divorcio que todavía se estaba cocinando, Rosa tomó la decisión de dejar a su marido. En aquel momento, entrados los años ochenta, conoce a una mujer, profesora de sus hijos y la persona que sin saberlo le cambiaría la vida. "Surgió un acercamiento, un comprender… total, que nos enamoramos", dice con complicidad hoy, a sus 78 años, al otro lado del teléfono. En aquel momento nada era sencillo, pero Rosa no parecía sentirse interpelada por el miedo, ni por el estigma, ni tan siquiera por los silencios: enseguida se lo contó a sus hijos, a su entorno, a cualquiera que se cruzara. A pesar del coste. "Ella me decía 'que no lo sepa nadie, por dios, porque me pueden echar del colegio'', recuerda. Cuando el divorcio se consumó de manera amistosa y sin mayor problema, hubo sobre la mesa una condición que atravesó el pecho de Rosa: "Tuve que dejar a mis hijos con su padre, salvo a la mayor, porque si no me quitaban la patria potestad. A no ser que negara que estaba con una mujer". Rosa decidió no doblegarse.

Nunca sintió miedo, asevera en conversación con este diario. "He sido muy libre siempre", presume. Tenía trabajo y autonomía económica, así que se dieron las condiciones para poder vivir en total plenitud. Una concesión que a Federico le llegó mucho más tarde y después de una vida truncada por la "vergüenza y el miedo". "Tuve que ir a terapia para hacer esa inmersión y deshacerme de mi homofobia interiorizada, ver que no era malo, que era normal. Hacer esa transición me costó tres años" .

Federico tiene hoy 64 años y en sus redes sociales conviven, orgullosos, los reversos de la misma moneda: las imágenes en traje y los posados a lo alto de unos tacones. Fue su aterrizaje en Madrid lo que, en parte, le abrió las puertas a ese mundo: "Entro en contacto con el activismo, empiezo a encontrarme con personas como yo, a socializar y a ver que era normal", relata. El colectivo fue su red, el motor que le impulsó y le hizo comprender que "no era el raro". También fue el activismo y la llegada a la capital –"el sexilio que ha vivido tantísima gente"– lo que construyó la tabla de salvación de Ana.

El punto de partida no era el más alentador para una adolescente lesbiana: familia conservadora, colegio del Opus y poca información a su alcance. "Mi padre nunca lo aceptó, a día de hoy no tengo relación con él", cuenta la coruñesa de 35 años al caer la tarde de este martes. Con su madre fue distinto, aunque no radicalmente: aceptación y silencio. "Fue un tabú hasta hace tres años, cuando volví a vivir a Coruña y acabé de presidenta de ALAS", unas de las organizaciones LGTBI más representativas de la ciudad herculina.

"Era un tiempo totalmente distinto, sin referentes, sin acceso a un discurso que te permita hacer introspección, entenderte". Corría el año 2005 cuando Ana habla por primera vez con sus amigas, con la aprobación del matrimonio igualitario como telón de fondo. La consecución de derechos para el colectivo se había instalado en el debate público, pero no consiguió aplacar a la reacción violenta expresada por un amplio sector de la sociedad. Ana lo vivió de cerca: "Mi colegio fletó autobuses para ir a las manifestaciones del Foro de la Familia", asiente. Y en ese contexto, la joven se "alienó por supervivencia" y siguió "existiendo, aunque a duras penas".

El rechazo que recibió Ana por crecer en un entorno especialmente conservador, era el pan de cada día para Federico. "Todavía había mucho miedo. Toda esa homofobia institucional que nos metieron, nos la creímos", rememora. Y se expresaba cuando tenía ocasión: Federico recuerda nítidamente su primer Orgullo, marcado por una calma tensa entre sus compañeros, por la negativa generalizada a que las cámaras de televisión captaran las imágenes. El peso de la clandestinidad todavía hacía mella. "Cuánto daño hace una dictadura, ese machacarte…personas como yo no habíamos vivido una vida plena".

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Avanzada la primera década de los 2000, aquella oscuridad comienza a diluirse. A Zack no le costó expresar su identidad, pero sobre todo fue la respuesta de sus padres la que le allanó el camino. A pesar de las sesiones con el psiquiatra, a pesar de las pruebas médicas, a pesar de un proceso de hormonación que hoy ha dejado ya de ser obligatorio. "Empecé mi transición muy jovencito, con trece años hablé con mis padres y en ese momento no había ni información, ni referentes. Era un viaje hacia la nada", reconoce el actor a las puertas del Orgullo. El recorrido fue sencillo en su caso: el trayecto era ya menos pedregoso para los suyos, pero sobre todo tuvo la suerte de que su entorno nunca le soltó la mano. "En casa siempre tuve mucha aceptación, se me ha enseñado a pensar y elegir por mi mismo, sin cuestionar nada". 

La segunda salida del armario de Zack fue la profesional: a través de un proyecto teatral que giraba en torno a la identidad de las personas trans, el intérprete se hace visible. "Ahí es cuando mi entorno, mi industria, mi representante, descubren que soy una persona trans". Los siguientes fueron años de luz, asiente el actor de 28 años, marcado por avances y conquistas. "Por fin se empiezan a respaldar a las personas trans, sin necesidad de ser certificadas por un doctor, por fin se deja atrás la patologización de tu historia". Pero en ese escenario emergen también los monstruos. "Me da mucha pena ver la reacción, pero lo hemos visto a lo largo de la historia: cuando hay un movimiento hacia adelante, se tira hacia atrás porque les dan miedo nuestras libertades". Las miradas reaccionarias, ahora proyectadas desde las instituciones, olvidan algo: "Lo LGTBI, lo queer, lo disidente está en todo y en todos, en tu vecino, en la persona que te vende el pan. Es lo normal y lo natural".

Rosa cree que "lo conseguido hay que mantenerlo y ampliarlo", por eso no hay que "dormirse en los laureles". También dice sentir miedo, pero le puede el entusiasmo: este miércoles saldrá a manifestarse con sus vecinos, en las calles del pueblo gallego en el que vive desde hace unos años. "Hay que reaccionar, hay que trabajar, hay que implicarse y hay que defender lo nuestro". Porque hoy los "discursos de odio en las calles están legitimados, los representantes políticos son los primeros que los lanzan en la tribuna, en la televisión en prime time", completa Ana. "Antes hacían esos comentarios en el salón de su casa, ahora no les da miedo hacerlo en público". Para Ana, la fórmula es clara: pelear desde las calles, decidir en las urnas y confrontar la desinformación en todos los frentes. Federico advierte: no se trata de lo que está por venir, se trata de lo que ya está aquí. Pero hay una gran diferencia con el blanco y negro del siglo pasado, observa: "Antes nos pilló doblegados y con mucho miedo. Ahora estamos muy de pie, así que no les va a salir gratis. Con lo que nos ha costado salir del armario, no vamos a dejar que nos tiren a la papelera".

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