Mar García Puig (Barcelona, 1977), imagina a la muerte como una suerte de oscuridad omnipresente que se aferra con sus garras al techo de la planta de neonatos donde en diciembre de 2015 descansaban, ajenos a la amenaza, sus dos mellizos. "Tengo el arcoíris frente a mí y solo pienso en la muerte", escribe en su primer libro, La historia de los vertebrados (Penguin Random House, 2023).
Hoy, tras la puerta de su despacho en la planta cuarta del Congreso de los Diputados, todo parece en calma: un sofá gris, un solemne sillón negro, una pulcra mesa de madera oscura. "Podría ser la consulta del médico", bromea la escritora y parlamentaria de En Comú Podem. Salvo por un detalle: dos grandes sillitas de bebé para el coche presiden el habitáculo. La maternidad hace presencia, como un avance de lo que será la conversación que está a punto de sucederse. García Puig lleva ocho años siendo madre y ocho años ocupando un escaño en la Cámara Baja. Hace también ocho años vio cómo su salud mental se hacía trizas en la sala de partos: "Me convertí en madre y enloquecí". Ahora, convencida de que su experiencia trasciende lo anecdótico, lo cuenta.
Mientras daba a luz, el partido por el que se presentaba entraba por primera vez en el Congreso. ¿Hasta qué punto le cambiaron la vida estos dos hechos?
Fue una especie de revolución individual. Mientras se hacía un poco la revolución colectiva, hubo una revolución en mi vida. Yo no soy una persona nada espiritual ni de pensamiento mágico, pero coincidieron dos cosas, una muy privada y muy íntima, la otra una de las ocupaciones más públicas que puedes tener. Empezar la andadura como madre y política te hace darte cuenta de que ni una es tan privada, íntima e individual, ni la otra es tan ajena a lo que nos habían dicho que pasaba en lo doméstico.
Cuando todavía está ingresada en el hospital y recibe la primera visita de la psiquiatra, le dice entre sollozos que ya no puede morir, porque ahora es usted madre de dos bebés. ¿Cómo interseccionan esos dos fenómenos, la muerte y la maternidad?
Yo he vivido siempre muy de espaldas a la muerte, como en general toda la sociedad. No era algo que estuviera en mi vida cotidiana, ni un miedo que tuviera muy presente. Pero en el momento en que me convierto en madre, la muerte hace una entrada súbita en mi vida, la conciencia de la muerte, de la fragilidad y de cómo en cualquier momento se puede dar lo inesperado. Porque nos han contado que la madre lo es todo para un niño y que cualquier fallo en una madre tiene consecuencias devastadoras para un niño, imagínate la desaparición de una madre. Siento entonces el imperativo de mantenerme viva, cuando es algo que no depende de mí. Pero además está todo ese ánimo de protección y de querer controlarlo todo, parece que la vida de los niños dependa al cien por cien de cómo de buena es una madre. Entonces empieza una batalla imposible contra la posibilidad de la muerte.
Nos han contado que la madre lo es todo para un niño y que cualquier fallo en una madre tiene consecuencias devastadoras
"Me convertí en madre y enloquecí". ¿Qué fue más difícil: reconocerlo para una misma o verbalizarlo, contárselo al mundo?
En ese episodio de locura tenía destellos de conciencia, pero lo que más me costó fue verbalizarlo al mundo y por eso también en el libro hay todo un ejercicio de arqueología, de buscar a otras madres locas que o lo han verbalizado ellas o a través de los historiales médicos pude recuperar sus historias. Esas historias me ayudaron a verbalizarlo y me ayudaron a darle legitimidad a esta experiencia. La locura es difícil de verbalizar, porque implica un aspecto irracional que cuesta conjugar en lenguaje, pero además hay una culpa de que te hayas vuelto loca, que hayas tenido esa debilidad y mucho más en un momento en el que te han dicho que tus hijos te necesitan y que si no les vas a causar un grave daño. Todo eso significa reconocer que has fallado como cuerda, por un lado, pero sobre todo has fallado como madre, que es fallar también como mujer.
En ese proceso de arqueología, además de verbalizarlo, ¿aprendió a hacer de ello un asunto político?
Siempre lo he conjugado todo con la política. En un principio, cuando ideé el libro, no iba a contar mi experiencia. Pero esa coincidencia casi mágica en el tiempo me hizo tomar mucha más conciencia de todo lo político que tiene la maternidad. Y como yo lo veía todo entrelazado –el tema de la locura, la maternidad, la política– enseguida, cuando fui capaz de verbalizarlo, vi que en esa misma acción de verbalizarlo había algo político.
¿Qué impronta ha dejado todo eso en su paso por la política parlamentaria?
No he sido una parlamentaria típica, porque enseguida cobré conciencia de que era vulnerable, era frágil y por una cuestión política me resistía a esconderlo. Por otro lado, el haber vivido una situación tan extrema me hizo quitarme ciertos complejos. En general todas las que estamos aquí con un posicionamiento claramente feminista nos convertimos un poco en la persona molesta que siempre se queja, que siempre denuncia, que siempre está poniendo sobre la mesa aspectos incómodos, pero yo perdí un poco los complejos y en cierta forma, aprendí a relativizar. Yo también fui blanco de linchamiento en redes sociales y era algo que no dejaba de parecerme un poco anecdótico gracias a esta situación de malestar extremo en la que estaba. Al final esos insultos tenían menos capacidad de afectarme y eso me ha dado más libertad.
Precisamente en el libro relata un episodio de acoso en redes a raíz de una fotografía en la que parecía dormida en el escaño. ¿Existe violencia política contra las mujeres?
Hay mucha violencia política contra las mujeres, a nivel externo y a nivel interno. Esto es algo que también los partidos políticos se tienen que replantear, porque podemos denunciar la violencia externa hacia las mujeres políticas, pero hasta que no asumamos que también hay violencia interna, tenemos ciertas contradicciones a la hora de denunciarlo. La política sigue siendo un espacio muy masculinizado. A veces cuesta explicarlo, parece que la violencia la ejercen solo los hombres y eso no es así. Hay cierta ingenuidad en pensar que la feminización o el devenir feminista de la política llegará con la entrada de las mujeres. Hay que complejizar y no pensar que son siempre los hombres los que ejercen la violencia política.
Hay cierta ingenuidad en pensar que la feminización de la política llegará con la entrada de las mujeres
Tenemos ahora notables liderazgos femeninos en la izquierda y a veces vemos que se reproducen los mismos debates de siempre. ¿Ha mejorado la situación gracias a estos liderazgos o queda mucho por hacer?
Seguramente en algo se ha mejorado, porque además hay un tema de representación que tiene mucho poder de cara a la sociedad. Que haya mujeres líderes sí que manda un mensaje feminista potente. Pero hay un tema de sistema, de cómo están organizadas las relaciones políticas y cómo están organizados los partidos políticos. Que el liderazgo lo ejerza una mujer o un hombre no acaba ni con el machismo, ni con estas jerarquías que pueden minar las libertades de quienes están en política y pueden expulsar a la gente de la política. Yo creo en la paridad, creo que es necesario que haya mujeres en puestos de representación, pero creo que eso no lo es todo.
¿Cree que estas dinámicas machistas existen también en la política menos institucional, más de calle?
Sí. Y lo vemos también entre mujeres. El feminismo siempre ha sido un espacio de beligerancia bien entendida, porque es un espacio con niveles de activismo elevados, donde hay pluralidad, pero es cierto que recientemente se ha convertido es un espacio especialmente violento y muchas de las agresiones que hemos recibido las mujeres en política vienen de los propios feminismos, agresiones muy duras. Eso demuestra que hace falta una transformación de sistema, las formas de relacionarnos y de entender las relaciones políticas.
El feminismo se ha convertido es un espacio especialmente violento
Dice que los programas de los partidos no suelen ser prolijos en medidas para las madres y también aporta el dato de que hay muchas menos ministras madres que ministros padres. ¿La política excluye ya no solo a las mujeres, sino especialmente a las madres?
Hay cierta tendencia a expulsar a las madres de la política y de las instituciones, por un tema de conciliación y porque no son espacios preparados para las madres. Conciliación no es poner una guardería en el Congreso, ni un espacio infantil durante las asambleas. Es mucho más que eso. Pero además, cabe preguntar qué madres pueden entrar en el Congreso. Normalmente son madres que tienen una red inmensa, hay un padre, tienen una familia… y luego hay un tema de centralismo: no es lo mismo ser madre en Madrid, que ser madre en un pueblo donde no llega al AVE. Ya no hablemos de las madres monomarentales o las madres migrantes que ni siquiera pueden plantearse la entrada en las instituciones porque muy posiblemente ni siquiera pueden plantearse la participación política a nivel activista.
No solo hay que romper barreras en la maternidad dentro de la política institucional, sino plantearse en qué maternidad ponemos el foco: si queremos que sean unas madres que vivan en Madrid, que tengan un determinado entorno, unos determinados apoyos, un determinado modelo familiar o queremos que realmente haya una representación plural.
Comenta, en el libro, la medida de permisos iguales e intransferibles que defendió su partido. ¿Qué opina del modelo que apuesta por permisos más amplios y transferibles, defendido por algunas plataformas feministas?
Quiero combatir la imposición de un modelo de crianza. Dicen que en el libro no me mojo. No lo hago, porque ni yo misma soy capaz de saber cuál es el mejor modelo. Seguramente no hay un modelo estanco y yo no soy quien para decirle a una mujer cómo debe criar a sus hijos y cómo debe afrontar su nueva vida como madre. Pero sí creo que a nivel político los permisos igualitarios e intransferibles pueden hacer avanzar hacia la corresponsabilidad. Y creo que un excesivo determinismo biológico puede ser contraproducente. Siempre se ha utilizado la biología –mal utilizada, porque no podemos negar que la biología existe– como un instrumento de coerción para las mujeres. Políticamente, como diputada, opté por ese modelo porque me parecía que en esos momentos era el que más permitía avanzar hacia una corresponsabilidad. Eso no quiere decir que no entienda muchos de los argumentos que se ponen sobre la mesa y no quiere decir que no crea que necesitamos permisos muchísimo más largos.
En el libro habla de la culpa al separarse de sus hijos para ir al Congreso. ¿Cuál es la relación de las madres con la culpa?
Hay dos cosas que han dado forma a nuestra sociedad y al devenir de la historia. Una es el miedo materno. A través del miedo a lo que le pueda pasar a nuestros hijos se nos ha inculcado una forma de ser, que permanezcamos en unos espacios, en unas posiciones políticas y que no articulemos la queja. Y la otra es la culpa. Cualquier desviación individual es, primero, culpa de la madre. Y eso nos lo dice la medicina, la psicología y la psiquiatría, pero la sociedad lo primero que evalúa es el papel de la madre. La culpa de la madre suele aparecer cuando se ha desviado del papel marcado, con el que además es muy difícil cumplir.
"El contexto en el que vivimos produce seres depresivos y al mismo tiempo los excluye". ¿Por qué?
Se produce una conjugación entre este modelo productivo y de vivir para trabajar y el pensamiento positivo en el que te dicen que si tú quieres puedes, que tienes que sacrificar tus anhelos por un objetivo que normalmente está vinculado a la productividad. Y eso conlleva una frustración para la que no te preparan. Vivimos en ese pensamiento positivo en el que todo son fallos individuales, en el que te plantean que cualquier cosa es posible. Y cuando vives esto con malestar se te excluye porque no respondes a ese patrón de pensamiento positivo, de felicidad constante y además no tienes el nivel de producción que espera el sistema de ti. Es una especie de círculo vicioso del que es imposible escapar.
También asegura que la ultraderecha puede recoger buenos frutos de esta situación. ¿Lo está haciendo ya?
Yo creo que sí. Igual que vivimos de espaldas a la muerte, también vivimos de espaldas a la frustración. A través de mi proceso terapéutico amplio, no solo psicológico sino también a nivel más humano, me di cuenta de que no solo tengo que vivir sabiendo que la muerte está ahí, sino que también está la frustración. Y hay cosas a las que no llegamos, hay cosas que no podemos hacer y la vida tiene cosas que son imprevisibles y tiene malestares que hay que aceptar. Cuando negamos que esto existe y solo le damos validez a la felicidad extrema, al pensamiento positivo, a un hedonismo muy instantáneo y muy material… cuando esto se te cae, tiendes a culpar a los demás y tiendes a individualizarte. Eres tú contra el mundo y ese lenguaje de confrontación es el que usa la extrema derecha. En lugar de contribuir a un cambio y a una aceptación más colectiva, me individualizo, me atrinchero y entro en este lenguaje bélico contra la sociedad.
Para la confección del libro escarbó no solo en episodios históricos relacionados con la maternidad y la salud mental, sino también en expedientes de mujeres internadas en psiquiátricos. ¿Cómo fue ese proceso de documentación? ¿Qué es lo que más le llamó la atención?
Primero fui a mis fuentes y autoras literarias. Empecé a leer de otra forma a las dos grandes poetas locas, que son Anne Sexton y Sylvia Plath. Yo había pasado muy por alto toda esa vinculación con la maternidad y cómo ese miedo materno pudo dar forma también a su locura. Pero quizá lo que más me sorprendió fueron los historiales médicos y psiquiátricos de mujeres. Primero por lo que tienen de desconocidos y luego porque yo de alguna forma super reconocer que más allá de la época histórica que les estaba dando forma, usaban unas metáforas muy simbólicas. Por ejemplo la religiosa: a mí me angustiaba la enfermedad, ellas hablaban del demonio, pero al final todas estábamos a nuestra manera condenadas; ellas al infierno y yo a ser una mala madre y al juicio público como mala madre. Entonces vi que había un hilo con estas mujeres victorianas. Encontré con ellas unos vínculos que por un lado me asustaban, pero por otro lado me daban mucho consuelo porque daban una explicación colectiva a algo que para mí era tan excéntrico, tan íntimo y que me costaba tantísimo reconocer. Fue a través de todas estas voces y de estas metáforas que pueden parecer muy lejanas, que me pude ir reconociendo y reconocer lo que me pasaba.
En los últimos años están brotando nuevas miradas en torno a la maternidad. ¿En qué cree que debe redundar este cambio discursivo?
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Creo que se está abriendo el discurso de la maternidad, se están rompiendo los miedos y los tabús. A mí me gustaría que contribuyera a acabar con las guerras maternas. Antes había una oposición de modelos maternos y de reivindicación de derechos de las madres desde posiciones muy únicas. Creo que tiene que haber una alianza más allá del modelo de crianza que elija. Ahí una mirada feminista sobre la maternidad es fundamental.
"Los discursos de maternidad idealizada son una losa para las mujeres"
¿Celebrará el día de la madre?
Sí, estaré con mis hijos y lo viviré de una forma un poco especial. El día de la madre tiene que dejar de ser el día de la madre ideal y de que el amor materno lo puede todo, superar esos discursos de maternidad idealizada que son una losa para las mujeres, para las madres y para los hijos. Y luego politizar, en el sentido amplio, la maternidad. Traerla aquí al Congreso pero mucho más, que sepamos que cualquier juicio sobre una madre tiene consecuencias.
Mar García Puig (Barcelona, 1977), imagina a la muerte como una suerte de oscuridad omnipresente que se aferra con sus garras al techo de la planta de neonatos donde en diciembre de 2015 descansaban, ajenos a la amenaza, sus dos mellizos. "Tengo el arcoíris frente a mí y solo pienso en la muerte", escribe en su primer libro, La historia de los vertebrados (Penguin Random House, 2023).