50 diputados de extrema derecha se sientan en el Parlamento de Portugal 50 años después

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Joana Rei

A finales de 2018, cuando España veía entrar en el Congreso de los Diputados a doce diputados de Vox, Portugal parecía ser inmune a la extrema derecha. Mientras Europa sucumbía a los movimientos ultraderechistas, Portugal permanecía firme, junto a Irlanda, Luxemburgo y Malta, en su resistencia a que la extrema derecha tuviera asiento en el Parlamento.

Pero la excepción duró poco y en las elecciones legislativas de 2019, André Ventura, líder del partido ultraderechista Chega, conseguía un escaño. Tres años después, en 2022, en unos comicios anticipados después de que los socios del ex primer ministro António Costa dejaran caer al Gobierno al no aprobar los presupuestos generales del Estado, Chega aumentó el número de diputados a doce. Y este año, cuando se cumplen 50 años de la Revolución de los Claveles que el 25 de abril de 1974 acabó con la dictadura en Portugal, el país celebra la efeméride con 50 escaños de la extrema derecha sentados en la Asamblea de la República.  

Los sondeos le daban cerca de un 16%, lo cual ya representaba un aumento muy significativo, pero la realidad fue aún más abrumadora: 18% y 50 escaños. “El hecho de que fueran unas elecciones anticipadas por la dimisión del primer ministro por un presunto caso de corrupción ayudó a esta subida”, explicó a infoLibre el politólogo del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa António Costa Pinto. “Chega, partido de la derecha radical que hace de la lucha contra la corrupción su bandera, tuvo aquí la coyuntura ideal”, destacó.

Celebrar los 50 años de la revolución de los claveles con la extrema derecha sentada en el Parlamento es, para los que vivieron la Revolución, una triste coincidencia. “Estoy preocupada y me da miedo. Son otras formas de la misma ideología política, me he quedado completamente aterrorizada con los resultados”, dice Isabel do Carmo, opositora al Estado Novo, como se designó al régimen totalitario impuesto por Antonio de Oliveira Salazar en 1933 y seguido después por Marcelo Caetano. 

“Siento cierta tristeza, pero le doy una importancia relativa”, añade Vasco Lourenço, uno de los capitanes que idearon el golpe militar del 25 de abril. “Pienso esencialmente en los seis millones que no les votaron. Pienso en el hecho de que la democracia se mantiene y no me dan miedo”, reitera. Lourenço es el último de los capitanes de abril, como son conocidos los militares que libraron el golpe militar que dio inicio a la Revolución de los Claveles. Su labor quedó reconocida en la Constitución portuguesa, publicada en 1976. 

“El 25 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas, coronando la larga resistencia del pueblo portugués, e interpretando sus sentimientos profundos, derribó el régimen fascista. Liberar Portugal de la dictadura, de la opresión y del colonialismo representó una transformación revolucionaria y el inicio de un giro histórico de la sociedad portuguesa. La Revolución restituyó a los portugueses sus derechos y sus libertades fundamentales”, se lee en el preámbulo de la Carta Magna. 

La Constitución portuguesa tiene otra particularidad, en su articulo 46, en el que se prohíben “las organizaciones de ideología fascista”. La declaración de principios de Chega, que rechaza “el racismo, la xenofobia y todas las formas de totalitarismo”, no tiene tintes de inconstitucionalidad. Pero las declaraciones de su líder a lo largo de los años son más polémicas. Hizo portadas de periódicos posicionándose en contra de la comunidad gitana, a la que acusa de “vivir de los subsidios del Estado”, y denunció que “Portugal es demasiado tolerante con las minorías”. En la última campaña, Ventura dijo que crearía el delito de residencia ilegal para poner freno a la inmigración.

Voto de protesta 

“Está claro que, entre sus votantes, hay gente llena de odio, fascistas, en si mismos, pero la mayoría les ha votado como señal de protesta, porque hay cosas que no funcionan en el país, los servicios públicos, la administración… y eso provoca enfado”, cree Isabel do Carmo.  Vasco Lourenço sigue la misma línea de pensamiento: “No creo que haya un millón de portugueses fascistas, que defiendan el odio. Quiero creer que la mayoría de estos votantes se han creído las promesas de aquellos que ya han demostrado, por su forma de ser y por su pasado, que, de llegar al poder, harán exactamente lo contrario de lo que dicen”. 

Como ciudadanos, los dos señalan a los partidos políticos como responsables por esta ola ultraderechista que ha llegado con fuerza al país. “Soy muy crítico con los partidos políticos porque en una democracia representativa como la nuestra, los representantes no pueden separarse de quienes representan, deben mantener esa conexión y tratar de dar forma a los deseos de quienes les votaron”, insiste Lourenço. “Si los gobiernos no cumplen, se abren las puertas a demagogos y oportunistas para engañar a la población”. 

Un sondeo publicado por el periódico Expresso este sábado señala que 65% de los portugueses considera el 25 de abril el día más importante de la historia del país. Según el mismo sondeo, el 57% de los encuestados dice estar muy satisfechos o razonablemente satisfechos con la democracia. Pero el grado de satisfacción cambia si la pregunta se centra en los políticos. Un estudio publicado en Pordata, en marzo de este año, señalaba que 62% de los ciudadanos expresaban falta de confianza en el Parlamento. Además, ocho de cada diez decían no confiar en los partidos.

“No me sorprenden los 50 escaños de Chega. Lo que me sorprende es que sean solo 50”, dice Jorge M. Fernandes, politólogo e investigador del CSIC. “Tras los últimos 20 años, en los que hemos tenido a un primer ministro en la cárcel, una crisis económica muy fuerte, la intervención de la Troika, y una caída brutal en las expectativas económicas y sociales de mucha gente… Ventura solo potenció un conjunto de fisuras que ya existían en la sociedad portuguesa.”. 

Para el investigador, “Ventura ha conseguido capitalizar el descontento de la población” y un voto de protesta que ha viene de todos los partidos. “Hacerse con 50 escaños sólo es posible si Chega roba votantes en todas partes. No hay un trasvase único. Además, si sumamos los votos, un 60% del país votó a la derecha y sabemos que la derecha en Portugal no tiene ese peso, nunca lo ha tenido”, explica.

Chega y Vox

En la última campaña, André Ventura fue apadrinado por Santiago Abascal. El líder de Vox viajó al país vecino para participar en un mitin y defender que la victoria de Chega sería “el triunfo de los patriotas europeos”. Aunque tengan puntos en los que se tocan, Fernandes detecta sobre todo diferencias. 

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“Chega y Vox son criaturas completamente distintas”, analiza. “ En Vox hay una herencia directa, en los votantes y en las elites, de nostálgicos del franquismo. Y eso no ocurre en Chega, Ventura no tira del Estado Novo como bandera política. Además, el partido de Santiago Abascal está ideológicamente mucho más estructurado… Ventura tiene media docena de ideas y no tiene un programa estructurado”.

En cinco años, Chega pasó de uno a 50 escaños. Aún no consiguió su mayor ambición, la de entrar en el Gobierno, porque Luis Montenegro, líder del PSD y el ganador de las últimas elecciones, mantuvo su promesa de no pactar con la extrema derecha, a la que tachó de “irresponsable”. Pero aunque no estén en el Ejecutivo, el PSD tendrá que negociar con ellos la aprobación de medidas y presupuestos. 

Con acceso a una financiación pública importante, garantizada por los votos conseguidos, su supervivencia depende de la forma de gestionar que elija André Ventura. “Por ahora aún es un partido muy dependiente del líder. Su desarrollo va a depender de si es capaz de crear una estructura intermedia, con personas que empiecen a destacar, e implementarse a nivel territorial. Si lo consigue, puede institucionalizar el partido sin mucho problema”, señala Fernandes.

A finales de 2018, cuando España veía entrar en el Congreso de los Diputados a doce diputados de Vox, Portugal parecía ser inmune a la extrema derecha. Mientras Europa sucumbía a los movimientos ultraderechistas, Portugal permanecía firme, junto a Irlanda, Luxemburgo y Malta, en su resistencia a que la extrema derecha tuviera asiento en el Parlamento.

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