‘América primero’ vs. ‘América ganará’: EEUU elige el 5N qué papel jugará en el tablero internacional

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La próxima administración de Estados Unidos se enfrentará a una serie de desafíos a corto, medio y largo plazo en materia de política exterior, entre los que se encuentran la guerra entre Rusia y Ucrania, el comercio con China o la escalada de los conflictos en Oriente Medio. La respuesta a cada uno de esos problemas será muy distinta en función de quién gane las elecciones, y el mundo, en consecuencia, será un lugar diferente.

A los ciudadanos norteamericanos se les plantea en noviembre una elección crucial entre dos modelos. Kamala Harris aboga por que Estados Unidos lidere coaliciones internacionales fuertes con sus aliados naturales, entre ellos Europa, para enfrentarse a desafíos como la invasión rusa en Ucrania y para contener a autócratas como Vladimir Putin o Xi Jinping. Por el contrario, Donald Trump busca continuar con sus políticas nacionalistas de “America First” (“Estados Unidos primero”) y establecer relaciones unilaterales con líderes autocráticos y represivos.

Trump ha expresado su admiración en numerosas ocasiones por el liderazgo de Putin, a quien calificó de “genio” días después de la invasión rusa de Ucrania en 2022. También se ha referido en esos términos al primer ministro de Hungría, el ultraconservador Viktor Orbán, que desde hace más de una década mantiene una cruzada contra la Unión Europea y la democracia liberal. En el debate presidencial del pasado 10 de septiembre, emitido en ABC News, Trump aseguró que Orbán es un “hombre fuerte” y “uno de los líderes más respetados del mundo”, dejando claro que el máximo responsable de la regresión democrática en Hungría sería su aliado europeo favorito en un segundo mandato.

Fue precisamente en el debate presidencial cuando se produjo una escena que ilustra bien las diferencias entre Trump y Harris. Los moderadores, David Muir y LinseyDavis, preguntaron a Trump si quiere que Ucrania gane la guerra, a lo que este respondió: “Quiero que la guerra termine”. Su respuesta contrastaba con la de Harris, que defendía una victoria definitiva de Ucrania, asegurando que Estados Unidos le dará su apoyo “el tiempo que haga falta”.

Desde una perspectiva europea, la respuesta de Trump es insuficiente, como poco, porque este problema se plantea como una dicotomía: Rusia o Ucrania. Trump aseguró varias veces que quiere “terminar con la guerra ya”, confiando todo a su amistad con Vladimir Putin, sin atreverse a reconocer que eso resultaría en una derrota de Occidente y en grandes cesiones por parte de Ucrania. Harris le reprochó sus buenas relaciones con el presidente de Rusia: “Es sabido que los dictadores y autócratas están deseando que vuelvas a ser presidente porque tienen muy claro que pueden manipularte con halagos y favores”.

¿Está capacitado Trump para dirigir la política internacional?

A lo largo de la campaña electoral, Kamala Harris ha intentado demostrar que Donald Trump no está capacitado para ser presidente de Estados Unidos. Harris asegura que Trump sería un “peligro”, una “amenaza para la democracia” y un “gran riesgo para América”. Quien ocupa Casa Blanca tiene la responsabilidad de definir la política exterior, y muchas de las posiciones de Trump con respecto a los retos a los que se enfrenta el país “no están alineadas” con los intereses de Occidente. Esta misma semana, por ejemplo, Trump ha responsabilizado a Zelensky de comenzar la guerra, insinuando que Ucrania debería haberse rendido ante la invasión de Putin.

Para afrontar los desafíos que plantea la guerra en Ucrania (la reconstrucción de infraestructuras estratégicas, la prevención de nuevas invasiones y la integración europea, entre otros), Estados Unidos debe coordinarse con sus aliados europeos. Las relaciones de Trump con líderes como Putin u Orbán, que se ha opuesto en numerosas ocasiones a los paquetes de ayuda de la Unión Europea a Ucrania, intranquilizan los países que se sientan en el Consejo Europeo. También resultan inquietantes en Europa los recelos de Trump con respecto a la OTAN, de la que ha amenazado con retirarse varias veces. Hace solo unos meses, Trump animó a Rusia a hacer “lo que le dé la gana” con los países de la OTAN que no invierten en defensa lo que él quiere que inviertan.

Por el contrario, la administración Biden y el equipo de Harris han defendido la ayuda a Ucrania como una inversión en los intereses de Estados Unidos. Kori Schake, senior fellow del American Enterprise Institute, aseguraba el pasado 11 de septiembre en una charla en la Universidad de Columbia que Estados Unidos no es un país “neutral” sobre cómo acaba la guerra: “Ucrania está destruyendo al ejército ruso, que es una amenaza para Estados Unidos y para los países que forman parte de la OTAN”. Ese planteamiento vincula la victoria de Ucrania con la seguridad nacional del país norteamericano, y eso, de nuevo, contrasta con la posición de Trump. Las opiniones de su compañero de ticket, JD Vance, candidato a vicepresidente, solo agravan el problema. En 2022, justo después de que Rusia invadiera Ucrania, el entonces candidato a senador aseguró: “Realmente no me importa lo que le pase Ucrania”.

De momento, la respuesta americana ante la guerra—y también la europea— ha sido que el apoyo a Ucrania se mantendrá hasta que gane y venza a Rusia. Si es elegida en noviembre, Harris, junto a sus aliados europeos, tendrá la difícil tarea de definir qué significa esa victoria en términos concretos y qué cláusulas del “plan de la victoria” presentado por Zelensky está decidida a apoyar. Entre las reclamaciones del presidente de Ucrania se encuentran recibir una invitación formal a unirse a la OTAN o el levantamiento de las restricciones a los ataques de largo alcance contra Rusia, y esas propuestas, de momento, han suscitado una respuesta tibia por parte de los aliados de Occidente.

Por otro lado, Estados Unidos está emprendiendo una inversión histórica de cerca de 1,7 billones de dólares, según datos que de The New York Times, en la modernización de su armamento nuclear con el objetivo de competir con sus grandes adversarios, Rusia y China. Una de las tareas del próximo presidente será fijar una posición más coherente con respecto a este último. Los demócratas no se han opuesto a la guerra comercial con China que fue iniciada por Trump en 2018, y muchos expertos, como el politólogo Victor Cha, aseguran que el gigante asiáticolleva años instrumentalizando la interdependencia económica. Como respuesta, Estados Unidos ha decidido en los últimos años cambiar su planteamiento con respecto a las relaciones con China, y se ha planteado llevar a cabo una cierta política de contención, aunque sobre ella hay opiniones dispares entre los think tanks de Washington DC: algunos ponen en duda su efectividad y creen que tendría un fuerte impacto en la economía global y, por lo tanto, un cierto coste político. 

¿Harris o Trump? Cara o cruz

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Una de las claves de la política norteamericana con respecto a China es el conocido “small yard, high fence” (“patio pequeño, valla alta”), que consiste en imponer restricciones estrictas a un pequeño número de tecnologías estratégicas. Si consiguen permanecer en la Casa Blanca, los demócratas deberán decidir si el planteamiento de Estados Unidos con respecto a China cambia o se mantiene, y abordar de forma más coherente temas relacionados con esas “tecnologías estratégicas”, como la imposición de aranceles más estrictos, la carrera por la inteligencia artificial o la prohibición de TikTok por las amenazas que el acceso a los datos de millones de americanos supone para la seguridad nacional.

La situación en Oriente Medio es otro de los desafíos a los que se enfrentará la próxima administración, y esto incluye, por supuesto, a Irán, que será una de las grandes preocupaciones de Estados Unidos en los próximos años, y también a la guerra entre Israel y Gaza. Las protestas en los campus de las universidades americanas que tuvieron lugar la pasada primavera, y que hoy se mantienen en algunos lugares, reavivadas por el aniversario del 7 de octubre, solo son un síntoma más de la polarización y la división que se percibe en la sociedad americana en torno a este tema. Los estadounidenses no suelen decidir su voto en función de los asuntos internacionales, pero ese paradigma parece estar cambiando: las encuestas aseguran que cuatro de cada diez sitúa la política exterior entre sus principales preocupaciones.

Las conexiones de Donald Trump con autócratas como Putin y su actitud ante los aliados de Estados Unidos serían un cambio de paradigma a peor que, según los demócratas, pondría en riesgo la seguridad de Estados Unidos y de muchas otras democracias del mundo, entre ellas los europeas. Por su parte, si consigue llegar a la Casa Blanca, Kamala Harris tendrá un largo camino por delante: deberá definir la posición clara que defenderá su gobierno con respecto a temas como el final de la guerra en Ucrania o la política de Estado con respecto a China.

La próxima administración de Estados Unidos se enfrentará a una serie de desafíos a corto, medio y largo plazo en materia de política exterior, entre los que se encuentran la guerra entre Rusia y Ucrania, el comercio con China o la escalada de los conflictos en Oriente Medio. La respuesta a cada uno de esos problemas será muy distinta en función de quién gane las elecciones, y el mundo, en consecuencia, será un lugar diferente.

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